Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a
Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día,
al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a
alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya
una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa
invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús
cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición
general (era sábado). También tenemos que tener en cuenta el simbolismo del
banquete en todo el AT. Los tiempos escatológicos casi siempre se simbolizan
como un banquete.
En el texto que hemos leído, encontramos dos parábolas. Una se refiere
a los invitados. Otra se refiere al anfitrión. Se trata de la relación que
puedes iniciar tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo de urbanidad
para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar
una visión más profunda de la humildad. Ponerse en el último lugar no debe ser
una estratagema para conseguir mayor admiración y honor. La frase: “Porque todo
el que se enaltece será humillad, y el que se humilla será enaltecido”, puede
llevarnos a una falsa interpretación. Jesús aconseja no buscar los honores y el
prestigio ante los demás, como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria
como contraria a su mensaje. Es curioso como conecta este texto con el final
del domingo pasado: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán
últimos”.
La segunda parte encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús
que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas
invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado a los que están de tu
parte. Esa actitud para con los amigos no es
signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más
allá del sentido común y del puro instinto, de los sentimientos o del interés personal. La demostración de que se ha entrado
en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar
nada a cambio. También aquí tenemos que andar con mucho cuidado, porque la
frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resucites los
justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen en el más
allá. Esta dinámica ha movido con mucha frecuencia la moral cristiana, pero no
tiene nada de cristiana.
En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta
de entender las relaciones humanas. Jesús quiere trastocar comportamientos que
tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos tiene que
llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es
sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo
lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino. Se
trata de buscar el bien de la persona entera, y no solo de la parte biológica.
“El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús
no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de
conseguirlo. Si no tenemos esto en cuenta, entramos en una falsa humildad que
tanto daño ha hecho a propios y extraños.
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Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el
más altanero de los orgullos. Muchos han
hecho de su falsa humildad una máscara de su vanidad. Existen dos clases de falsa
humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el
fin de arrancar de ellos una alabanza que de otro modo no tendríamos. Otra es
sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma
porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos
que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón,
Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la
mayor aberración del cristianismo. Para ellos humildad era sinónimo de
pusilanimidad.
¿Qué es la humildad? No hay que hacer absolutamente nada para ser humilde. Es reconocer que
eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría
con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia,
altivez, arrogancia, impertinencia, etc.. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa;
pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la
verdad”. Ella dice: "humildad es andar en verdad". Se trata de conocer la
verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese conocimiento de sí.
También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se
interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está hablando de
la verdad ontológica. Está diciendo que es auténtico, que es lo que tiene que
ser.
Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se
aleja uno de la humildad.
No se trata de que nos
convenzan de que somos una mierda y nada más. Se trata de descubrir nuestras
auténticas posibilidades de ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con
limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de
nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en
nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni
inferiores, sino de aceptar lo que somos en verdad. Si la humildad me lleva a
la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. En nuestra religión muchas
veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia
voluntad.
Un conocimiento
cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria (conócete a ti mismo). No se trata de un conocimiento analítico
desde fuera, sino interior y vivencial. La frase no estaba a la entrada de una
academia, sino a la entrada de un templo. Para conocerse, hay que tener en
cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio
psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone
sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de
humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el
hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego. No es
fácil darse cuenta de esta trampa.
La mayoría de las
enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en
no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones
que nos afectan como seres humanos, pueden impedir que alcancemos nuestra
plenitud. Las carencias sustanciales forman parte de mí. Las accidentales no
pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha
hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima
y en la pusilanimidad destructora, que les impiden descubrir lo que de bueno y
positivo tienen; y por lo tanto le impide desarrollarse. Ser humilde no es
tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: "Tú te crees
una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti". Ser humilde
significa no creerme más que nadie, pero tampoco menos.
Hoy podemos y
debemos ir un paso más allá del evangelio. El orgulloso no hace falta que nadie
le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se
deshumaniza al despreciar a los demás y desligarse de ellos. De la misma manera,
no es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si espera ese premio, su
humildad no es más que un medio para conseguir lo mismo que el soberbio. Si no
espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su
actitud, es que de verdad está en la dinámica del evangelio, que nos dice por
activa y por pasiva que el que se hace pequeño es ya el más grande. No es una enseñanza puntual de Jesús sino una
constante en todo el evangelio. Podíamos sacar de él docenas de frases que son
casi idénticas a las que hemos leído hoy.
La humildad no va
de abajo a arriba sino de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la
mayoría de las veces no es más que sometimiento y servilismo. No es humilde el
que reconoce la grandeza del que está por encima sino el que reconoce la
grandeza en el que está por debajo. Ser humilde ante Dios resultaría ridículo.
Debemos ser humildes ante los que se sienten por debajo de nosotros; ante todos
los desheredados de este mundo.