MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

sábado, 29 de septiembre de 2012

El juicio final

Estamos viviendo y soportando dos hechos que están a la vista de todo el mundo: la crisis económica y la corrupción ética. Por otra parte, ya nadie duda que estos dos hechos están profundamente relacionados el uno con el otro. La crisis económica, que estamos sufriendo, ha sido causada por la codicia desmedida y la desvergüenza de los grandes gestores de la economía y de la política, con la colaboración activa o la permisividad de quienes hemos vivido y disfrutado de un nivel de vida que nos ha sido posible sobre la base de hundir a millones de seres humanos en la miseria y la muerte.
 
Esta situación caótica da mucho que pensar. Entre otras cosas, yo no puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza al hecho patente de que una notable cantidad de los responsables (de una manera o de otra) de la crisis decimos que somos creyentes, cristianos, personas, por tanto, que profesamos nuestra fe (la que sea) en Jesús y su Evangelio. Y esto es lo que más me da que pensar. ¿Por qué?
 
Porque el Evangelio afirma, con toda claridad, que nadie se va a escapar del juicio definitivo y último de Dios (Mt 25, 31-46). Por supuesto, cada cual es libre para creer o no creer en este asunto. Yo no pretendo aquí convencer a nadie. Ni atemorizar. Y menos aún amenazar. ¿Quién soy yo para eso?
 
No quiero ser, ni parecer, un predicador a la antigua usanza. Todo lo contrario. Lo que quiero dejar bien claro es que el juicio final, tal como lo presenta Jesús, es lo más liberador y lo más desconcertante que seguramente imaginamos. Porque la sentencia definitiva y última, que Dios va a dictar, sobre las naciones y sobre las personas, no va a estar motivada por la fe que cada cual tuvo o no tuvo, ni por las prácticas religiosas que observó o dejó de observar, ni siquiera se va a tener en cuenta la relación con Dios que cada cual aceptó o rechazó. Por lo visto, según el Evangelio, nada de eso le interesa (en última instancia) al Dios de Jesús.
 
¿Qué es, entonces, lo único que va a quedar en pie? Muy sencillo: la relación que cada cual tuvo o dejó de tener con los demás. A esto se refiere aquello de «tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36). Y Jesús explica por qué semejante juicio sobre semejante conducta: «lo que hicisteis a cualquiera de estos… a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
 
Dios no es como nosotros nos lo imaginamos. Ni como lo explican muchos curas. Dios no está en el cielo. Dios está aquí, en los enfermos, los sin papeles, los parados, los que se quedan sin vivienda, los que no llegan a fin de mes, los que se ven privados de sus derechos, los presos, los desesperados…
 
Y que nadie me venga diciendo que es hijo fiel de la Iglesia o cosas así. Todo eso, a la hora de la verdad, servirá en la medida -y sólo en la medida- en que nos haya hecho más humanos y más sensibles al dolor de los que sufren. Ésta es mi religión. Y ésta es mi política. Por eso yo me pregunto si ya no tenemos ni religión ni política. Y lo único que ha quedado en pie es la desvergüenza.
 
José María Castillo

viernes, 28 de septiembre de 2012

Teología de la liberación: el congreso de Brasil preocupa al Vaticano

Del Vatican Insider (ITA)
 
La Teología de la Liberación de corte marxista no está muerta en América Latina. Aunque sus tesis y eslóganes han evolucionado, esconden los mismos objetivos de siempre: demoler el “pensamiento único romano” y proponer “otra iglesia posible”. Sus exponentes más polémicos se reunirán del 7 al 11 de octubre en Brasil con la excusa de recordar el Concilio Vaticano II. Aunque, en realidad, será una ocasión para afinar la agenda del “progresismo católico”.
 
En la Santa Sede se encendieron las alarmas y no es para menos. El Congreso Continental de Teología, que será acogido por el Instituto Humanitas Unisinos de la Compañía de Jesús en la localidad brasileña de San Leopoldo, pretende también celebrar los 40 años del libro de Gustavo Gutiérrez “Teología de la Liberación. Perspectivas”. Un texto que fue corregido en muchos de sus pasajes a instancias de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
 
Entre los oradores destacan Jon Sobrino y Leonardo Boff, sobre los cuales se mantienen vigentes las sanciones eclesiásticas por difundir doctrinas contrarias al magisterio de la Iglesia. Pero también otros teólogos de dudosa ortodoxia como Andrés Torres Queiruga, quien –en marzo último- fue invitado por los obispos españoles a aclarar su pensamiento que, en varios aspectos, no puede ser considerado católico.
 
Aunque los organizadores se han empeñado en sostener que el congreso no busca provocar un “duelo teológico” con El Vaticano, en la práctica será así. Porque iniciará el mismo día de la apertura en Roma del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización durante el cual Benedicto XVI abrirá el Año de la Fe, en una ceremonia por el 50 aniversario del Concilio.

En estos términos la cita de Unisinos reforzará aún más su carácter disidente. No sólo por una cuestión de fechas coincidentes, sino especialmente por los tópicos sobre los cuales girarán las discusiones de esos días.
 
La Fundación Amerindia, organismo convocante, incluyó en el programa los temas más defendidos por los movimientos radicales de la izquierda: desde la ideología de género hasta los derechos humanos, de la justicia a la migración, desde el mestizaje a la “relectura liberadora de la historia latinoamericana”, de la economía y la ecología a los sistemas políticos emergentes.
 
Pese al discreto número de sacerdotes que asistirán a los trabajos, no está programada celebración religiosa alguna. No se previó la misa, ni siquiera el domingo. Tampoco fue considerada una ceremonia ecuménica. Sólo se reservó media hora a un “momento de espiritualidad” dedicado, cada día, a una situación distinta: la “entronización de la Biblia”, “lo ecuménico”, el “testimonio martirial” y “lo indígena”.
 
El movimiento teológico que dará vida al congreso continental es discreto en sus números y aguerrido en sus postulados. Ninguna de las cuatro reuniones preparatorias al congreso, realizadas durante el 2011 en Guatemala, México, Chile y Colombia, superó la cifra de 300 asistentes. El resultado de las mismas es un prueba de las ideas que se impondrán en San Leopoldo.
 
Por ejemplo en Guatemala el sacerdote brasileño Ermanno Alegri, coordinador de la agencia Adital, sostuvo “la necesidad de elaborar una agenda teológica para el futuro que nos lleve a abrirnos a un Dios vivo y libre, contrario a la visión de un Dios preso en dogmas, ritos, normas morales y patriarcalismos”. El jesuita Sobrino aclaró: “fuera de los pobres no hay salvación” y “la Iglesia traicionó a Jesucristo”.
 
En resumen: el encuentro de Brasil será una mezcla entre algunas ideas teológicas, pensamientos eclécticos varios y propuestas culturales variopintas, con una fuerte matriz política. Todo acogido por una institución católica, gestionada por una congregación religiosa cuyo cuarto voto es de fidelidad al Papa (los jesuitas).
 
Una situación que preocupa en la Curia Romana. Como lo confirmó Boff a través de su cuenta de Twitter el 14 de septiembre: “Vistazo a la voluntad persecutoria del Vaticano: presiones para que el congreso de liberación a celebrarse en octubre en el sur no se realice. El Vaticano considera que con los dos documentos (mal) escritos sobre la teología de la liberación enterrarán a los oprimidos. Mientras exista el grito de un oprimido vale luchar por su liberación, inspirada por Cristo liberador. Una Iglesia cínica se vuelve sorda”.

jueves, 27 de septiembre de 2012

SI GANARA CAPRILES Y TRATARA DE APLICAR SU “PAQUETAZO”, EN MUY POCO TIEMPO EMPEZARÍAN A PRODUCIRSE VIOLENTOS “CARACAZOS”

Mis setenta años de edad, mi experiencia de más de ocho períodos presidenciales vividos, mi modesto pero suficiente conocimiento de toda la geografía latinoamericana, mis humildes, pero también suficientes estudios de la sociopolítica mundial, mi permanente residencia y compromiso con los sectores más marginales de la población venezolana, y otras circunstancias, me autorizan para trasmitir esta premonición.
Que conste que para mí el problema no es el Sr.Capriles en sí. Conociendo su trayectoria social y política y su conocimiento de la geopolítica mundial, no lo creo con capacidad de entender a cabalidad los alcances de “su” proyecto. No me extrañaría que ni siquiera lo haya leído. Su objetivo es cruelmente pragmático y consiste en conquistar el poder para su partido, ni siquiera para los otros partidos que lo apoyan.
Tampoco culpo de esta terrible amenaza, a muchas de las personas que pertenecen a las bases de los seguidores de Capriles. Entre todos ellos la única motivación importante es “salir de Chávez” aunque haya que apoyar a un candidato aún con condiciones intelectuales y éticas más precarias. Yo lamentaría profundamente tener que verlos llorar al presenciar en nuestro país lo que cada día nos trasmiten los noticieros desde España, Grecia, Chile, Italia, etc. Y que han llegado a eso exclusivamente por poner en práctica sin ninguna originalidad idénticas medidas como las que nos trata de imponer nuestro “inefable Enrique”
El problema verdaderamente aterrador lo constituye el complejo de megacorporaciones económicas que controlan políticamente a las grandes potencias mundiales y que ya han venido aplicando estrategias parecidas de control de los recursos energéticos, comenzando por Irak, Tùnez, Líbia, Siria, etc.
No me excedo si digo que en Venezuela, dados los niveles de concientización a los que han llegado densos sectores de la población económicamente marginada del país , no me excedo, si digo que la aplicación de este paquete solo es pensable con el apoyo militar de una potencia extranjera, o sea una invasión militar.
Si usted conoce aunque sea someramente lo que están significado las misiones para el país, si ud. aunque sea en una suerte de clandestinidad se ha beneficiado de la política social del proceso bolivariano, si usted no pertenece al número de las personas a los que la dirigencia opositora considera estúpida y a la que explota con ensaño el odio a Chavez, si Ud. pertenece a alguno de estos sectores, sepa que cometería algo bastante parecido al suicidio si auspicia la entrega del país a este demoníaco club de las macrocorporaciones económicas mundiales.
Amigos, amigas , esta vez no estamos para jueguitos de gorras o de corazoncitos. No estamos concursando sobre quienes “pegan” el mejor slogan. Por más grandilocuente que parezca, estamos eligiendo este 7 de Octubre, entre este indudablemente conflictivo camino por el que avanzamos desde hace 12 años, y el horror de una batería de guerras y guerrillas civico-militares que paralizaría al país.
Por eso, aunque he excusado a algunos sectores de la oposición por la mediocridad inaudita a la que ya nos han acostumbrado, sí acuso, acuso en primer lugar a mis familiares de la Iglesia Católica, concretamente a la Conferencia Episcopal. Son irresponsables, cómplices, antievangélicos, anticristianos, cuando hablan, por su incoherencia con el Evangelio al que deberían servir. Pero sobre todo cuando callan, porque ellos sí saben lo que estamos arriesgando. Acuso a los sectores de la iglesia que por mucho tiempo orientaron políticamente a nuestro pueblo cristiano, acuso al Centro Gumilla, a la revista Sic, a la Universidad Católica, a los directivos del laicado católico organizado, a ese clero, víctima de su indigencia intelectual, a esos religiosos y religiosas enceguecidos por el odio y la falta de un mínimo esfuerzo por investigar y así poder entender mejor las complejidades de la realidad global, por esa desidia intelectual tan característica del mundo católico que nos convierte en presa fácil ya sea de cualquier invitación a “experiencias seudoreligiosas mágicas” o a cualquier estrategia sociopolítica mundial pensada en sofisticados laboratorios del dominio mundial.
Esos sectores de la Iglesia a los que aludo, sí saben lo que está en juego. Ya demostraron que no les preocupa demasiado. Ya lo demostraron antes. Hicieron silencio y apoyaron al enemigo al ver a todo un pueblo martirizado en el Paro Petrolero del 2002, porque más importante son sus “principios antimilitaristas” (siempre que no se trate de un Pinochet), “antipersonalistas” (siempre que no se trate de un Sumo Pontífice) , su racismo, las mordazas de arepa de las ONG primermundista con las que financian sus actividades de muy dudoso compromiso con el pueblo.
A los sectores más directamente culpables de esta posibilidad de tragedia nacional como son los partidos Primero Justicia, AD, Copei y sus adlateres. A ellos no solo los acuso sino que me prometo a mí mismo direccionar mis muy modestos instrumentos para impedir que sigan propiciando el daño que nos amenaza.
Me hago absoluta y exclusivamente responsable de cada una de mis afirmaciones. Me siento movido desde lo más profundo de mí, por el comportamiento, la persona, la palabra y el proyecto de Jesús de Nazareth. Si esto acarrea algún tipo de represión en mi contra, ya veré cómo, con la ayuda del valiente, del profético, del impotente Jesús de Nazareth, ya veré cómo lo proceso.so
Que el Señor que liberó al pueblo de Abrahán de la tiranía egipcia nos ayude a sabernos defender de la arrogancia y prepotencia de los nuevos enemigos de la humanidad.
P.Miguel Matos s.j

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Ahí vienen las monjas

Daniel Samper Pizano
Periodista, Escrito
Dios sabe hacer sus cosas: el que no sabe es el papa. En una jugada de celestial ironía, son las mujeres, tradicionalmente relegadas y ninguneadas por la Iglesia católica, las que están sacudiendo los cimientos de una institución arcaica, machista y retrógrada. Desde san Pablo, que dispone el sometimiento de la esposa a su marido, hasta los concilios y sínodos, que niegan la posibilidad de ordenar mujeres sacerdotes, la jerarquía eclesiástica ha sido un poderoso club de solterones.
Sin embargo, las mujeres protagonizaron el mayor cisma laico de los últimos tiempos, cuando decidieron que su cuerpo era de ellas, no del señor párroco, y, sin romper con sus creencias religiosas fundamentales, desobedecieron en forma masiva las normas de alcoba ordenadas desde Roma. La píldora, el divorcio, las relaciones sexuales libres y, últimamente, el aborto han sido banderas de independencia de las mujeres católicas.
Ahora empieza a hervir un pequeño volcán dentro del cuerpo clerical. Es un volcán que podría traer hondas transformaciones internas y recuperar los valores del cristianismo primigenio. ¿Y saben ustedes quiénes impulsan la significativa revolución? Las monjas. Dios sabe hacer sus cosas.
El incidente que destapó la grieta entre ellas y los jerarcas es una reciente comunicación donde el Vaticano critica a cierta asociación estadounidense, la Conferencia de Mujeres Religiosas, por apartarse de las enseñanzas de los obispos, "que son los auténticos maestros de la fe y la moral". Allí mismo nombra a un arzobispo para que meta en cintura a las madres díscolas. Afirma el brazo vaticano de la doctrina y la fe que esta agrupación de monjas -1.500 de un total de 1.800- discrepa de la condena que have el papa del homosexualismo y el sacerdocio femenino. En el fondo, Roma está molesta porque las monjas respaldan el programa público de salud de Barack Obama, que, entre muchos apoyos, ofrece asistencia en ciertos casos de aborto. Por eso hubo también tirón de orejas para otra entidad de monjas gringas sindicada de "ocuparse demasiado de problemas de pobreza e injusticia social mientras calla acerca del aborto y los matrimonios del mismo sexo".
Más que una acusación, este es un reconocimiento. Cristo nunca peroró contra los gays ni el aborto, pero sí contra los ricos (¿recuerdan lo del camello y el ojo de la aguja?), y defendió a los pobres y los desvalidos. Es lo que están haciendo miles de monjas en el mundo, solo que no lo predican desde el púlpito, sino con su ejemplo en hospitales miserables, barriadas, escuelas, dispensarios selváticos y puntos de conflicto. Parece mentira que quienes quisieron tapar el afrentoso escándalo de los curas pederastas vengan ahora a exigir a las monjas que dejen las obras de misericordia y se dediquen a propagar causas sexuales mohosas y ajenas al sentir de los cristianos. Por eso, decenas de miles de laicos firmaron una carta de apoyo a las religiosas.
Todo esto es deprimente. Pero también ofrece pequeñas esperanzas de cambio. No son raras las monjas levantiscas, desde santa Teresa hasta nuestra cachaquísima Leonor Esguerra, sor, maestra y guerrillera. A lo mejor van a ser las monjas las que, unidas a sacerdotes indignados, empiecen a recuperar el verdadero sentido de la Iglesia. Dios sabe hacer sus cosas.
Daniel Samper Pizano

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”

Decía Winston Churchill: “El Socialismo solo se puede dar en dos lugares: En el cielo y allí no hace falta y en el infierno donde se ha implantado”. Jesús de Nazareth vino a este mundo a “implantar” el Reino de su Padre en el corazón de todos los seres humanos. Ese era su “proyecto” de vida, su razón de ser y existir. Los seres humanos habían implantado el “reino de las tinieblas”, de la injusticia y de la maldad y EL venia a enseñarnos una nueva manera de vivir, de compartir y de “amarnos los unos a los otros” como El nos amo. En una frase: “Para que la voluntad de su Padre se haga en la tierra como en el cielo”. Sabemos que en el “cielo” se hace la voluntad de Dios Padre; por tanto, es cierto lo que dice Churchill: Allí no hace falta el “socialismo” pero en la “tierra” donde se ha “implantado” no se ha hecho como Dios quiere porque se ha “impuesto” y todo lo “impuesto” (aunque sea bueno) se convierte en “malo” ya que Dios Padre no impone nada sino que lo “propone” para aquel que lo quiera aceptar y vivir. Toda “virtud” que se impone, se aberra; ya no es una virtud. Lo mismo pasa con el “socialismo”. Se necesita estar preparado para compartir con los demás y no para “competir” como pasa en el “capitalismo”; hay que liberarse de todo “egoísmo y ambición individualista” para que busquemos no solo el bien personal sino el “colectivo”. Pensar y actuar por lo “social” y no por lo “individual”. Se necesita aprender a AMAR como Jesús de Nazareth nos amo, que dio su vida por la salvación de todos(as). El no vino a salvar su vida sino a entregarla por la salvación de los demás y lo hizo de forma voluntaria, nadie lo “obligo”, nadie se lo impuso: solo el Padre se lo pidió. En la cruz Satanás lo invito a “salvarse a si mismo” y el rechazo esa tentación, se mantuvo firme: pensando no en el sino en los demás que creerían en el.
El problema no esta en el “socialismo” sino en el ser humano que esta “corrompido”, lleno de egoísmo y mezquindad, que solo piensa en “salvarse a si mismo” sin importarle el destino de los demás. Nos han pervertido y alejado del “proyecto de Dios” al crearnos “a su imagen y semejanza”. Dios es COMUNIDAD (koinonia), comunión comunicante de Amor y solo en COMUNIDAD podremos ser como EL. En el infierno reina el “sálvese quien pueda”, el egoísmo y la maldad, la envidia, la ambición, la explotación, el despilfarro y la miseria. La desigualdad. El “cielo” es COMUNION, unidad, igualdad, generosidad, entrega, bienestar para todos, paz, alegría, respeto, libertad y justicia. “Cielo e infierno” no son lugares específicos”, sino “estados espirituales del alma” que se pueden dar en cualquier sitio o lugar, sobe todo en el “corazón” del ser humano pues allí quiere habitar el “Emmanuel” (Dios en nosotros). Estar en el cielo es vivir en COMUNION; estar en el “infierno” es existir en el aislamiento, el individualismo y la mezquindad; es decir, en la soledad absoluta. Como lo dijera Sartre: “El infierno son los demás”.

Esto no quiere decir que el “socialismo” sea el “Reino de Dios” ni mucho menos; sino, que el socialismo, no impuesto sino expuesto y asumido en Libertad, prepara mucho mejor al Reino que el “capitalismo” que nos aleja. Es por eso que Jesús nos enseñó a Orar diciendo: “Venga a nosotros tu Reino: hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; es decir, que Dios Padre quiere que su Reino se haga aquí en la “tierra” y no solo en el cielo y que la tierra deje de ser un ‘infierno” como actualmente lo es donde en vez de “amarnos los unos a los otros, nos estamos “matando los unos a los otros”.

                                                                 Pbro. Pablo Urquiaga. Caracas. Venezuela  (23/09/12)

Nota: Frente al imperio hay dos tipos de cristianos: Los que se adaptan y los que se rebelan. Estos últimos son los auténticos.

martes, 25 de septiembre de 2012

EL MITO DE LA CAVERNA Y CIERTOS SECTORES DE LA IGLESIA

Platón en su libro La República escribió el mito o alegoría de la caverna. El filósofo griego lo contaba así:

En un espacio cavernoso se encuentra un grupo de hombres, prisioneros por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma y que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por detrás aparecen todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que ellos pueden ver.

Estos hombres encadenados consideran como verdad las sombras de los objetos, ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas. Continúa la narración contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y obligado a volverse hacia la luz, contemplando, de este modo, la realidad.

La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al antiguo prisionero al interior de la caverna para "liberar" a sus antiguos compañeros de sus cadenas. Cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de matarlo y que lo harán en cuanto tengan la oportunidad.

Prescindiendo de la interpretación metafísica que el filósofo daba a su propia metáfora, creo que podemos aplicarla ahora a un cierto sector de nuestra Iglesia que se encuentra encerrado en una caverna, se ubica de espaldas a la realidad de los tiempos y de los problemas de las personas y no sólo se niegan a liberarse sino que están dispuestos a combatir con todas sus armas a aquellos que no comulgan con sus siniestras y sombrías percepciones.

Están encerrados y no quieren liberarse de sus cadenas, es más, quieren imponerlas a los demás, al resto de la iglesia y de la sociedad, como los fariseos que “cargaban pesados fardos sobre las espaldas de los demás sin ayudar moviendo un solo dedo” (Mateo, 23, 4).  Habitantes de la oscuridad prefieren sus sombras a la luz de Cristo que es Buena Noticia para el pueblo, se enzarzan en sus luchas por el dinero y por un poder vacío de sentido, olvidando que “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lucas 16,13)  y que “los publicanos y prostitutas les precederán en el Reino de los Cielos” (Mateo 21,31). Con razón Jesús les llamó “sepulcros blanqueados” (Mateo 23,27).

Casta de censores e inquisidores se creen dueños absolutos de la verdad,  a la que confunden con sus neurastenias y esquizofrenias que harían la felicidad de cualquier psicoanalista,  por la forma como proyectan sus frustraciones y carencias y las compensan con oropeles, ambiciones y otros comportamientos inconfesables.  

Esto es lo que ocurre en un sector de nuestra Iglesia ecuatoriana que, para desgracia de nuestro país, ha copado y sigue acaparando con una voracidad inusitada y sin freno los más altos cargos de la jerarquía eclesial. Ciertamente hablamos de la Logia Sanedrítica que, amparándose en sus amadas sombras siguen urdiendo y poniendo en práctica sus planes siniestros contra SUCUMBIOS, las comunidades, los sacerdotes diocesanos, religiosos/as, los ministerios laicales y las organizaciones populares.

No les pedimos que abandonen su sórdida cueva, si quieren vivir de espaldas al siglo XXI es una opción que les respetamos, aunque no compartamos; es cosa de ellos y de su conciencia, si es que aún la tienen. Pero, por favor, ¡déjennos en paz vivir en la luz que viene de Cristo mismo y el Evangelio!.    

 ¡Qué Dios y la Mamita del Cisne les iluminen!

sábado, 22 de septiembre de 2012

¿Qué tipo de Iglesia está en crisis y degeneración?


La Iglesia católica jerárquica está inmersa en una grave crisis de autoridad, de credibilidad y de liderazgo, debido a varios escándalos financieros, y de manera criminal por causa de los pedófilos: curas, obispos y un cardenal.


Crisis de autoridad, de credibilidad y de liderazgo de la Iglesia institucional
Tales hechos han socavado la autoridad eclesiástica que se ha visto profundamente golpeada por los distintos intentos de negar, disimular y, finalmente, ocultar actos criminales referentes a la pedofilia de los curas, hasta el punto de que un tribunal de justicia de Oregón (Estados Unidos), a pesar de la inmunidad jurídica del Estado Vaticano, pretendía llevar a los tribunales a autoridades eclesiásticas romanas, eventualmente hasta al entonces cardenal Joseph Ratzinger, por negarse a aplicar sanciones contra el padre Lawrence Murphy que entre 1950-1975 había abusado sexualmente de doscientos jóvenes sordos. Y particularmente por su carta de 2001 enviada a los obispos, impidiéndoles, bajo duras penas canónicas, denunciar a los pedófilos a la justicia civil. Esta actitud fue considerada como complicidad en el crimen e intento de encubrimiento, lo que configura un delito.

Tales actitudes antiéticas han erosionado la credibilidad de la institución. ¿Cómo puede pretender ser «especialista en derechos humanos» y «madre y maestra de la verdad y de la moral» si, por obras y omisiones, niega abiertamente lo que predica?

La crisis es también de liderazgo pues Benedicto XVI ha cometido varios errores de gobierno referentes a los evangélicos, a los musulmanes, a los judíos, a las mujeres, y al espíritu del Vaticano II al hacer concesiones a los seguidores del obispo cismático Lefebvre como la reintroducción de la misa en latín y la oración por la conversión de los judíos infieles y, en general, por causa de su enfrentamiento obsesivo contra la modernidad, vista negativamente como decadencia y fuente de todo tipo de errores, especialmente, del relativismo. Éste es obstinadamente condenado pero, curiosamente, a partir de la misma perspectiva, solo que a la inversa: la de un riguroso absolutismo. No es una estrategia inteligente combatir un error con otro error, sólo que a partir del polo opuesto.

Las consecuencias se están mostrando desastrosas. Tomemos como ejemplo a la Iglesia católica alemana, considerada como muy sólida: solamente en 2010 se desvincularon de la institución 250 mil fieles, el doble que en 2009 (Hans Küng, ¿Tiene salvación la Iglesia?). Esta emigración interna se está dando en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos e Irlanda, donde el caso de los pedófilos ha alcanzado niveles epidémicos. En Brasil, entre otros motivos, la desmoralización de la institución vaticana ha ayudado a que las cifras de católicos hayan disminuido drásticamente. El censo del IBGE muestra que entre 2000 y 2010 la parcela católica cayó del 73, 6% al 64, 6%. En la diócesis de Río, dirigida durante 30 años por un arzobispo autoritario y a veces despótico como don Eugênio Salles, el número de católicos llegó al número históricamente más bajo de todos, solo un 45, 8%.

Esta crisis de la institución jerárquica católica ha puesto a la luz la estructura de poder y la forma como se organiza la dirección de la comunidad de los fieles. Se caracteriza por ser una monarquía absoluta, teniendo el papa, su Jefe, «poder ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» (canon 313), aumentado todavía con el atributo de la infalibilidad en asuntos de fe y de moral. En manos de la jerarquía se concentra el monopolio del poder y de la verdad, con señales claras de patriarcalismo, tradicionalismo, clericalismo, animosidad hacia el sexo y las mujeres. Se ha gestado lo que Hans Küng denomina «el sistema romano» cuyo eje articulador es la figura del papa con «plenitud de poder» (plenitudo potestatis) jurídico, único y exclusivo sobre toda la comunidad y cada uno de los fieles.

El aumento del espíritu crítico, el acceso más fácil a los documentos históricos, la resistencia de católicos más lúcidos a aceptar las razones altamente ideologizadas de la institución en su afán por autolegitimarse, invocando su origen divino y reclamando la voluntad de su fundador Jesús, han hecho que muchas personas se hayan alejado de este tipo de Iglesia o se hayan quedado totalmente indiferentes a ella. El mantenimiento de los fieles en la ignorancia y la estrategia de infundir miedo, como lo ha mostrado el notable historiador Jean Delumeau (El miedo en Occidente, 1987), que fueron factores decisivos para la conversión de pueblos enteros en el pasado, hoy son inaceptables y sencillamente condenables.

Concretamente la comunidad cristiana está divida en dos cuerpos: el cuerpo clerical (del papa al diácono) que detenta de forma exclusiva el poder de mando, de la palabra, de la doctrina y de los instrumentos de salvación y el cuerpo laical, constituido por los fieles laicos, hombres y mujeres, sin ningún poder de decisión, tocándoles oír, obedecer y ejecutar las determinaciones que vienen de arriba. Esto no es una caricatura sino la descripción de lo que efectivamente ocurre y es sancionado por el derecho canónico.

A la jerarquía todo, al laico nada: testimonio de dos papas
Nada mejor que el testimonio de dos papas para explicitar esta división teológicamente problemática. Gregorio XVI (1831 – 1846):
«Nadie puede desconocer que la Iglesia es una sociedad desigual en la cual Dios destinó a unos como gobernantes y a otros como servidores; estos son los laicos, aquellos son los clérigos».
Pío X es todavía más rígido (1835 – 1914):
«Solamente el colegio de los pastores tiene el derecho y la autoridad de dirigir y gobernar; la masa no tiene ningún derecho a no ser el de dejarse gobernar cual rebaño obediente que sigue a su pastor».
Estas expresiones, que están a años luz del mensaje de Jesús, nunca han sido contradichas y siguen manteniendo su validez teórica y práctica.

El cuerpo laical, a su vez, también se ha organizado en movimientos y comunidades bien dentro del cuerpo clerical, bien al margen. En ellos funciona el principio de comunión y de participación igualitaria, el poder es circular y rotativo, los servicios están distribuidos entre los miembros según sus capacidades y habilidades; todos participan, todos toman la palabra y se decide colectivamente sobre los caminos de la comunidad. El centro lo ocupa la Escritura, leída y comentada comunitariamente y aplicada a las situaciones concretas. No se opone a la Iglesia-institución jerárquica papal y hasta se alegra cuando alguien de la jerarquía participa de la vida de las comunidades. Pero hay que enfatizar que sigue otra lógica, no paralela sino diferente. Sin embargo no deja de sufrir con la división, pues la mayoría intuye que esa división no corresponde al sueño de Jesús de que «todos sean hermanos y hermanas y que nadie quiera ser llamado padre o maestro, porque uno solo es el Maestro, Cristo» (Mt  23, 9-10). Esto es permanentemente negado.

¿Cuál de los dos tipos de Iglesia está en crisis y en franca degeneración en los días actuales? La Iglesia institución monárquico-absolutista, cuyas razones no consiguen convencer a los fieles ni se sostienen delante del sentido común ni ante el sentido del derecho y de la justicia que se han impuesto en la reflexión de los últimos siglos, no sin influencia del cristianismo. Este tipo de Iglesia no es ni progresista ni tradicionalista; es simplemente medieval y tributario del iluminismo de los reyes absolutos por voluntad de Dios.

Las cosas no caen ya preparadas del cielo, ni salen de la manga de la túnica de Jesús. Ellas se han ido constituyendo históricamente en un proceso lento pero persistente de acumulación de poder hasta alcanzar el grado absoluto, igualado al poder de Dios (el Papa como representante de Dios). Aquí se cumple bien la perspicaz observación de Hobbes: «el poder no puede garantizarse si no es buscando más y más poder» hasta llegar a su forma suprema y divina. Esto fue lo que ha ocurrido con el poder de los papas romanos y la jerarquía católica. Esta forma concentradísima de poder ya constituyó el nudo de la crisis en el pasado y en la actualidad lo hace de forma más grave todavía.

En el próximo artículo estudiaremos con cierto detalle cómo se ha llegado a la actual monarquía absolutista y centralizadora de la Iglesia-institución.
Leonardo Boff

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viernes, 21 de septiembre de 2012

A cincuenta años de la convocatoria al Concilio Vaticano II

Hace cincuenta años, Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II. En 1959 el «papa bueno» encendió una fogata solo comparable a los concilios de Jerusalén (siglo I), Nicea (siglo IV), Calcedonia (siglo V) y Trento (siglo XVI).

Su realización no fue fácil. Uno tras otro, los documentos preparados por la curia romana fueron descartados. La teología de que dependían no sirvió ya para comprender la época. El Papa abrió la ventana al pensamiento de una generación de teólogos que comenzaban a destacar por esos años. Los nuevos expertos profundizaron en el dogma del alcance universal de la salvación en Cristo y en la actuación histórica del Espíritu Santo. Se otorgó un estatuto positivo a la historia humana. El mundo, en principio salvado, debió considerarse lugar actual de la redención de Dios. Lo decisivo para la salvación, en esta óptica, pasó a ser el amor.

La Iglesia del Vaticano II miró el mundo con ojos nuevos. Por los rieles tendidos por el primer concilio Vaticano (siglo XIX) que había declarado la compatibilidad entre la fe y la razón, este segundo concilio Vaticano, en vez de condenar los cambios culturales y los resultados de las ciencias modernas, quiso comprenderlos. Y, yendo aún más lejos, en vez de fijarse en los errores de los no cristianos, miró a estos con simpatía y quiso dialogar con ellos.

Fue una revolución teológica que implicó una recomprensión de la Iglesia. Esta tomó mayor conciencia de ser «sacramento» y «pueblo de Dios». Con lo primero se indicó que la Iglesia debía ser signo e instrumento de la unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Con lo segundo, ella se ubicó en un plano de humildad, caminando con toda la humanidad hasta el final de la historia.
Desde entonces, el Vaticano II ha dividido las aguas entre quienes desean cambios en la Iglesia y los que no. Pero es difícil situar a unos aquí o allá. Los documentos del Concilio fueron aprobados por abrumadora mayoría. Su recepción entre los fieles también ha sido muy mayoritaria. En cualquiera de los católicos, sin embargo, pueden aflorar actitudes pre-conciliares, dependiendo del asunto de que se trate. Pero cuando ellos deploran el mundo sin más, rechazan lo fundamental del Concilio.

Esta postura se evidencia en ideas intolerantes o sectarias. Así, algunos creen que si la Iglesia posee la verdadera salvación, a los otros –miembros de otras religiones o etnias, los agnósticos o los ateos, modernos o postmodernos– solo cabe convertirse al cristianismo. Probablemente, muy pocos se identifiquen con esta postura. Pero, en línea con ella, se suele dar una concepción de la relación de la Iglesia con el mundo de tipo unidireccional de enseñanza-aprendizaje que, sin mala voluntad, los católicos traducen en exigencias de comportamientos o en acciones que los no católicos perciben como impositivos. Y, cuando no se trata de imposición sino de defensa, los mismos católicos enfrentan a la Iglesia con la época, como si la Iglesia tuviera a la época delante de ella, y no dentro de ella. Los que piensan de este modo, no reparan en el alto costo que tiene el repudio de la propia humanidad.

La postura conciliar, en cambio, entiende que la Iglesia ha participado de la salvación del mundo. Ella, por tanto, debe discernir en la ambigüedad de las acciones humanas los signos de los tiempos inspirados por Dios. Esto, en el supuesto de que los católicos no tienen «la verdad». Tienen a Cristo, pero como Evangelio que, vitalizando a la humanidad sin exclusión, obliga a explorar con todos las vías de la conversación y comunión universales.

Hoy, a cincuenta años de la convocación del Vaticano II, cabe discernir nuevos signos de los tiempos: la libertad y el pluralismo, la operación de los medios de comunicación, la informatización del conocimiento, los despliegues de la tecnociencia, la economía del crecimiento, el cambio de paradigma en la moral sexual, las metamorfosis de la religiosidad y la sustentabilidad ecológica de la Tierra. La aceptación del concilio exige –a diferencia de la mirada condenatoria– descubrir en estos acontecimientos la voluntad del Creador de unos y otros.

Jorge Costadoat
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miércoles, 19 de septiembre de 2012

“Jesús interrumpiría nuestras misas para recordarnos que no se puede servir a Dios y al dinero”



Entrevista a José Antonio Pagola, teólogo
Cristina Ruiz Fernández
Miércoles 5 de septiembre de 2012
Publicado en alandar nº290

Cristianismo, mercado y movimientos sociales será el tema del próximo Congreso de Teología, organizado por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Esta convocatoria contará con la participación del teólogo José Antonio Pagola, que será el encargado de la última ponencia, que tiene un título rotundo y bien conocido: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Hemos charlado con él sobre estos temas, para buscar, en este contexto de crisis, caminos y salidas proféticas al estilo de Jesús de Nazaret.

Cristianismo, mercado y movimientos sociales… son tres conceptos que, a priori, para mucha gente no tienen nada que ver entre sí. ¿Cuál es la relación entre ellos?

No hemos de olvidar que en el origen del cristianismo está el movimiento profético impulsado por Jesús para abrir caminos al reinado de Dios y su justicia. Los movimientos sociales de los que se tratará en el congreso están inspirados y motivados por la voluntad de construir una sociedad más justa, digna y dichosa para todos. La dictadura impuesta por los mercados financieros, por el contrario, funciona sin pensar en el bien de la comunidad humana, ignora el destino común de la Humanidad y sigue generando hambre y explotando peligrosamente los recursos de la Tierra.

Se nos ha dicho: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. ¿Cómo se hace compatible esto con la implicación social y el compromiso en casos, por ejemplo, como las protestas ante los desahucios y los abusos de la banca?

Estas palabras de Jesús suelen ser interpretadas con frecuencia de manera falsa e interesada. Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, al mismo nivel, sus propios derechos a sus súbditos. Su idea es ésta: no deis a ningún César lo que solo pertenece a Dios. Y de Dios son los pobres, los pequeños, los desvalidos… No se ha de sacrificar la vida de los indefensos a ningún poder económico, político o religioso. Éste es el principio evangélico básico que nos urge a defender a los desahuciados, los parados, los excluidos de asistencia sanitaria… frente a cualquier poder que los oprima.

¿Y cómo se hace compatible esa misma frase con los altos cargos políticos y económicos que hacen gala de pertenencia a la Iglesia católica?

Lo decisivo en el seguimiento a Jesús no es la pertenencia a la Iglesia católica ni el cumplimiento más o menos correcto de las obligaciones y prácticas religiosas, sino el esfuerzo por entrar en la dinámica del Reino de Dios y su justicia, organizando nuestra vida animados por su Espíritu. El cristiano que ostenta un poder político, económico o religioso ha de estar muy atento a las grandes llamadas de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”; buscad que “los últimos sean los primeros y los primeros, últimos”, no hay que vivir para ser servidos sino para servir… El poder o es servicio a una vida más digna para todos, empezando por los últimos, o no tiene nada que ver con Jesús: hacer gala de pertenencia a la Iglesia católica no es lo más apropiado para ser testigo de Jesús.

¿Han encontrado la Iglesia institución e incluso las comunidades cristianas su papel en una sociedad cada vez más plural y secularizada?, ¿qué tipo de presencia pública le parece que deberían cultivar hoy las personas cristianas?

La Iglesia se resiste a ser despojada del poder social que ha tenido en otras épocas. Nos cuesta desprendernos de comportamientos y discursos de carácter autoritario. En ciertos sectores se hace de la Iglesia una “contra-sociedad” y de la fe una “contra-cultura”. Corremos el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, cada vez más anacrónica y menos significativa para las nuevas generaciones. Sin embargo, la crisis puede ser un tiempo de gracia para encontrar el único lugar social desde el que Jesús comunicó la Buena Noticia de Dios: siempre junto a los perdedores, defendiendo a los excluidos, compartiendo de cerca su sufrimiento, poniendo en riesgo nuestra seguridad por ellos… Algún día se tendrá que notar que también para nosotros los últimos son los primeros.

¿Qué aportación genuinamente cristiana podría servir en estos tiempos de crisis para salir de esta situación con más justicia?

Sin duda, la compasión activa y solidaria. Hemos de escuchar hasta el fondo la llamada de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Desde el poder económico todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se pretende salir de la crisis como si no hubiera dolientes de ninguna clase. Hemos de reaccionar. No podemos vivir estos tiempos de crisis como espectadores del sufrimiento de los demás. La compasión que Jesús quiere introducir en la historia reclama una manera nueva de relacionarnos con el sufrimiento injusto que hay en el mundo. Más allá de llamamientos morales o religiosos se nos está exigiendo que la compasión penetre más y más en los fundamentos de la convivencia humana para rescatar a los perdedores y excluidos de la desesperación y el olvido.

¿Cómo han de entender hoy y aquí la opción preferencial por los pobres los diversos grupos y comunidades?

Creo que las comunidades cristianas han de ser más que nunca escuelas de concienciación, de denuncia y solidaridad. No basta vivir a golpe de impulsos de generosidad (Haití, Somalia,…). Hemos de aprender a desplazarnos hacia una vida más sobria para poder compartir más lo que nosotros tenemos y sencillamente no necesitamos. Aprender a renunciar a un determinado nivel de bienestar para poder orientar parte de lo nuestro a los más necesitados. Desde las comunidades podemos poner rostro concreto a las víctimas de la crisis y acercarnos a familias o personas necesitadas de nuestro entorno familiar, vecinal, parroquial… Es bueno comenzar desde lo cercano hasta irnos implicando cada vez más en otras dinámicas solidarias.

¿Va a cambiar en algo esta crisis nuestros patrones de valores?

No lo sé. La crisis puede conducirnos a un mayor nivel de solidaridad o puede encerrarnos en un egoísmo más irresponsable (el “sálvese quien pueda”). De hecho, preocupados por nuestra crisis, estamos ya olvidando todavía más a los países del hambre y la desnutrición. Tampoco hemos de excluir que una crisis prolongada genere rabia, ira y violencia con graves consecuencias para la cohesión social. Sin embargo, la crisis puede ayudarnos mucho a revisar y transformar ciertos modelos de vida. Por ejemplo, necesitamos redefinir nuestro modelo de bienestar: ¿qué bienestar?, ¿para quiénes?, ¿con qué costos humanos?, ¿con qué víctimas?... Necesitamos abandonar nuestra idolatría del dinero y aprender a usarlo con criterios más humanos: ¿qué hacer con nuestro dinero?, ¿para qué ahorrar?, ¿en qué invertir?, ¿con quiénes distribuir?... Necesitamos dar pasos eficaces hacia un consumo más responsable, no compulsivo o superfluo: ¿qué compramos?, ¿dónde compramos?, ¿para qué compramos?...

¿Qué imperativos morales, ante tanto sufrimiento e injusticia como acarrean determinadas medidas públicas y decisiones políticas, deberían tener en cuenta todas aquellas personas que buscan el Reino de Dios y su Justicia?

Voy a recordar solo los imperativos que juzgo más básicos y prioritarios. Lo primero, salir de la pasividad para comprometernos conscientemente a vivir esta crisis con más coherencia y dignidad, sin desentendernos mientras a nosotros nos vaya bien. Segundo, esforzarnos por saber lo que está pasando (causas, responsables, consecuencias…); el desconocimiento de la realidad es la primera causa de la falta de compromiso. Tercero, atrevernos a pensar y actuar fuera del sistema para entrar en la lógica y la dinámica del Reino de Dios: se nos pide vivir con una conciencia mucho más indignada. Cuarto, luchar contra la “ilusión de inocencia” que nos permite seguir instalados en un bienestar, vacío de compasión hacía las víctimas de la crisis. Por último, recuperar el interés por el bien común defendiendo los servicios públicos, luchando contra las medidas que generan mayores desigualdades y ayudando a los excluidos y perdedores.

La opinión pública recibe con rechazo y escepticismo las palabras de los obispos sobre casi cualquier tema. ¿Tiene la jerarquía que adoptar también un posicionamiento público ante la crisis? 

En estos momentos la jerarquía debería hablar, al igual que Jesús, en nombre de los que sufren. Pero, para ello, los tiene que conocer, amar de cerca y llevarlos en su corazón. Esta sociedad no está esperando documentos redactados por especialistas que ofrezcan “doctrina social”. Necesita aliento profético: una palabra clara y clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús, que denuncie las injusticias, corrupciones y abusos concretos, y defienda a las víctimas inocentes de la crisis. ¿Qué piensa la jerarquía de los mercados financieros, el funcionamiento de la Banca española, la gestación de la “burbuja inmobiliaria” o las medidas que se imponen de manera implacable a la gente?

La Iglesia jerárquica no vive indignada como Jesús. Sin embargo, debería ser centinela sensible al sufrimiento de los débiles, que sale instintivamente en su defensa, animando a las comunidades cristianas a estar cerca de quienes necesitan ayuda para vivir con dignidad: los parados, las familias sin ingreso alguno, los desahuciados, los inmigrantes excluidos de la asistencia sanitaria…

¿Puede la Iglesia Universal vivir fielmente el Evangelio olvidándose de las realidades –culturales y coyunturales– concretas de las sociedades en las que está presente?

En la Iglesia universal hay seguidoras y seguidores de Jesús muy comprometidos con la realidad conflictiva y dolorosa de los diferentes pueblos. Pero, en muchos lugares, la Iglesia aparece encerrada en sus propios problemas e intereses, alejada de la historia del sufrimiento humano. Al parecer, hemos logrado adorar al Crucificado de manera que nos oculte a los crucificados de hoy. Evitamos de muchas maneras exponernos a la mirada del Dios de la compasión, que nos pondría al servicio de la Humanidad doliente. En no pocos sectores se alimenta la hipersensibilidad al pecado en el área de la sexualidad y se vive con indiferencia el drama del hambre que destruye a millones de hermanos. Esto no viene de Jesús.

Y para terminar, dejando volar la imaginación… ¿qué haría Jesús en una situación como esta?

Vivir una vez más sin techo, como los desahuciados; ofrecer su puesto de trabajo a algún padre en paro; visitar a familias en apuros para alentar su esperanza; señalarnos con el dedo a quienes vivimos tranquilos y satisfechos junto a los que se van quedando sin protección social; gritar indignado contra medidas que no tienen en cuenta a los más débiles; interrumpir nuestras misas para recordarnos que no se puede servir a Dios y al Dinero; tomar parte en la marcha de los mineros para gritar sus consignas: “¡Los últimos han de ser los primeros!”; “¡Dios es de los pobres!”; “¡No deis al Cesar lo que es de Dios!”; condenar a quienes echan cargas pesadas sobre el pueblo y no mueven un dedo para aliviar su situación. Seguramente, sería detenido por las fuerzas de seguridad como peligroso para el orden público. Descubrirían que era un inmigrante sin papeles. Nadie sospecharía que venía de Dios, enviado por el Padre no para condenar al mundo sino para salvarlo.


martes, 18 de septiembre de 2012

El poder dentro de la iglesia


Hace algunos años, el teólogo español José María Castillo ofreció una serie de conferencias con el tema «Iglesia y Democracia». En una de las exposiciones se explayó por más de media hora en tratar de explicar los rumbos que ha tomado la administración del poder dentro de la iglesia. 

No es un tema menor. La organización de la estructura de la Iglesia es un tema fundamental para entender cómo funcionan muchos asuntos que podrían ser de otra manera. La estructura eclesiástica ha variado a lo largo de la historia. Este tema, hoy más que nunca un tema incómodo ante la pujanza del llamado «pensamiento único» dentro de la iglesia, es un asunto del que no sólo podemos hablar sino que, en mi opinión, tenemos que hablar, porque de ello depende que podamos cambiar la percepción, cada vez más extendida, de que la iglesia institución aparece en nuestros días como sustancialmente infiel al mensaje de Jesús. 

Recordando los principales hitos de la charla del P. Castillo, hay que distinguir al menos tres períodos organizativos previos al Vaticano II. A riesgo de simplificar, me referiré brevemente a ellos. 

Régimen democrático
 
En los orígenes y en los tres primeros siglos, el movimiento de los cristianos y cristianas se conformó en una estructura compleja, pero de carácter fundamentalmente democrático. Democracia, no en el sentido en que usamos hoy la palabra, en que el pueblo, sujeto del poder, lo delega mediante unas elecciones en unos dirigentes. Pero sí puede decirse, sobran los ejemplos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en que la forma de ejercer el poder estaba lejos de todo autoritarismo. 

Para designarse a sí mismos, los primeros cristianos y cristianas cambiaron el nombre de Nazarenos por el de «ecclesía», una palabra profana cuyo significado era «la asamblea de los ciudadanos libres que democráticamente ejercían su cuota de responsabilidad en el gobierno de la ciudad». Y así funcionó. La elección del sustituto de Judas, la elección de los siete diáconos y la resolución del conflicto de la aceptación de los paganos en la comunidad cristiana son solamente algunos ejemplos de cómo, a través de complejos mecanismos, los asuntos de importancia de decidían entre todos. Más tarde, tenemos ejemplos documentales que muestran que se elegía a los Obispos por aclamación o «votando a mano alzada». La Iglesia se concebía cómo una gran comunidad formada por pequeñas comunidades, cada una con su autonomía propia. 

Régimen sinodal
 
A partir del siglo IV comienza en la iglesia un régimen sinodal. Eran los sínodos locales los que decidían. En los sínodos se discutían los problemas, se elegían a los Obispos y, con frecuencia, se deponían si no eran considerados verdaderos apóstoles. El Obispo de Roma tenía la misión de unión de toda la Iglesia e intervenir en los conflictos que no se podían resolver en los sínodos. Los sínodos tenían poder para rechazar cuestiones que venían del Obispo de Roma. En cuestiones más importantes se reunían varios sínodos. El Concilio se le consideraba por encima de todos los Sínodos y del Obispo de Roma. 

Hay testimonio documental de que san Cipriano, en uno de sus sínodos, afirmó:
«El pueblo tiene poder por derecho divino para elegir a sus obispos, el pueblo tiene poder por derecho divino para deponer a sus obispos si no son considerados dignos y, en el caso concreto, el pueblo ha decidido que no vale la decisión tomada por nuestro colega Esteban (Obispo de Roma) porque cree que ha actuado mal informado». 

San Gregorio, Obispo de Roma, recibió una carta de un colega obispo en la que le llamaba «papa universal». Contestó en estos términos: 

«Le ruego a su dulcísima beatitud que no me vuelva a llamar “papa universal”, porque eso es un título de vanidad y yo no quiero estar por encima de los demás ni en títulos, ni en privilegios, sino que quiero estar al servicio incondicional de todos mis hermanos obispos». 

Régimen dictatorial
 
En el siglo XI se produce un gran cambio, el giro decisivo. Gregorio VII se autodefine Vicario de Cristo y en sus 27 proposiciones del «Dictatus Papae» presenta un régimen dictatorial en el que todos los poderes y de forma plena (poder legislativo, judicial y punitivo) y universal (para todos los seres humanos) se centran en la Iglesia en un solo hombre, el Papa. Es probable que lo haya hecho con la buena voluntad de liberar a la iglesia de la situación se sujeción a la que había llegado frente a los señores feudales, auténticos rufianes la gran mayoría de ellos, quienes en la práctica terminaron arrogándose la elección de los obispos. 

Con Inocencio III este modelo organizativo llegó al extremo de considerar al Papa con la suprema potestad sobre todas las personas, es decir, la autoridad máxima del mundo. De forma que en su nombre se elegían y deponían emperadores, se facilitaba bulas papales que legitimaban a los reyes europeos para la conquista y el saqueo de África y América, para hacer esclavos a millones de personas, para fundar la Inquisición, etc. Son impresionantes y aterradoras las bulas papales que concedieron, entre otros, Nicolás V, Alejandro VI, León X, Pablo III. En este período se vivió en la Iglesia los acontecimientos más traumáticos y vergonzantes de su Historia. 

Aunque de entonces hasta nuestros días las cosas han ido cambiando en esta forma de utilizar los papas su poder, la organización no ha variado sustancialmente. La estructura eclesial sigue hoy organizada en dos grupos: la jerarquía (el Papa, Obispos, presbíteros y diáconos) y el pueblo, al que se ha llamado laicado (laicos y laicas). 

Estos dos grupos fueron definidos por el Papa san Pío X, en su encíclica «Vehementer Noster», con estas palabras: 

«En la sola jerarquía reside el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros de la iglesia hacia el bien común. En cuanto a la multitud (los laicos) no tiene otro derecho que el de dejarse conducir dócilmente y seguir a sus pastores».

 
La renovación del Concilio Vaticano II
 
El Concilio Vaticano II quiso una Iglesia, comunidad de comunidades, en la que todos sean y se sientan responsables, porque pueden participar desde su pequeña comunidad en lo que se piensa, se dice y se decide. Una iglesia que todos por igual sienten y viven como propia, como algo que les concierne vivamente y con la que se sienten comprometidos. Una iglesia en la que el clero no acapara y menos monopoliza el poder de pensar, de decir y de decidir. 

Es parte de la esencia de la renovación conciliar que en la comunidad no haya nadie que se sienta por encima de otros, unos que manden y otros que obedezcan. El Concilio proclamó que todos somos por igual sacerdotes, profetas y reyes, con la misma dignidad de hijos e hijas de Dios y la misma misión de establecer y extender el Reino de Dios en el mundo. Hay, sí, ministerios diferentes. Tendrá que haber siempre, como en todo grupo humano, quien oriente, guíe, coordine, presida… pero siempre desde una actitud de servicio a la comunidad, nunca jamás, bajo ningún concepto, como el que ordena y manda. 

El vuelco conciliar, sin embargo, no ha alcanzado a permear las estructuras ni los modelos organizativos de la iglesia. La tendencia dictatorial no se expresa abiertamente, pero se sigue practicando. La Iglesia sigue estando formada por dos grupos de personas: una minoría, que ostenta el poder, y los otros, los más, que si quieren estar en la Iglesia, se tienen que someter a los que tienen el poder. 

Las estructuras que deberían favorecer la comunión terminan teniendo un valor meramente consultivo. La última palabra la sigue teniendo en cada grupo el párroco, el obispo, el superior religioso, el Papa. Y en la cumbre de esta pirámide, la autoridad plena y universal, de la que depende todo en la Iglesia, sigue centrada en un solo hombre: el Papa. 

El Código de Derecho Canónico, renovado después del Concilio en tiempos del Papa Juan Pablo II, sigue manteniendo una estructura de poder centrada de forma plena y absoluta en un solo hombre. El texto del más importante cuerpo legislativo de la iglesia católica sigue afirmando que el Papa «tiene una potestad plena (legislativa, judicial y punitiva) inmediata y universal», que además «puede ejercerla siempre libremente» y ante la que la que «no cabe apelación ni recurso alguno», cuyas decisiones «no pueden ser juzgadas por nadie», sin que «haya autoridad alguna a la que tenga que someterse, ni ante la cual tenga que dar cuenta»…
 
Pienso que en la Iglesia habrá más libertad, no en la medida en la que los que la dirigen y gobiernan nos vayan concediendo parcelas de decisión en asuntos concretos, sino en cuanto los cristianos seamos capaces de vivir en la libertad de las hijas e hijos de Dios y obrar en consecuencia. No hemos entendido lo más nuclear del Concilio (y menos del evangelio) cuando aceptamos sin más que los que entienden y saben de Dios y los que tienen capacidad de tomar decisiones en cuestiones de iglesia son solamente los Obispos y los sacerdotes, y que los laicos y laicas lo que tienen que hacer es aprender, aceptar, obedecer y cumplir. 

En la iglesia todo poder que no sirve para asegurar el respeto a las personas, los derechos humanos de las personas, la dignidad de cualquier persona, no es un poder que emane del evangelio. En el tema del poder, ha de haber en la iglesia un principio incuestionable: ninguna autoridad tiene poder ni autoridad para mandar cosa alguna que esté en contra del mensaje de Jesús. Nadie tiene en la iglesia poder ni autoridad para mandar o disponer nada que esté en contra del Evangelio. 

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y las utopías se hunden, arrasados por el huracán de la globalización y por la postmodernidad, se hace más apremiante que nunca la presencia, en la sociedad y en la Iglesia, de personas que digan algo distinto, radicalmente distinto, de las consignas que nos dicta a todas horas el «pensamiento único», esa forma de ver la vida que lo ha reducido todo a mercancía, bienestar y satisfacción plena, sin otro horizonte que la garantía de estar siempre como estamos, con tal de no salirse de lo establecido, resignadamente acomodados al sistema que se nos ha impuesto.
Raúl Lugo

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