Esta pregunta ha sido formulada por uno de los más
renombrados y fecundos teólogos del área del catolicismo: el
suizo-alemán Hans Küng en un libro reciente que lleva este mismo título:
¿Tiene la Iglesia salvación? (2012). De forma entusiasta
fomentó la renovación de la Iglesia junto con su colega de la
Universidad de Tubinga, Joseph Ratzinger. Ha escrito una vasta obra
sobre la Iglesia, el ecumenismo, las religiones y otros temas
relevantes. Debido a un libro suyo que cuestionaba la infalibilidad
papal fue duramente castigado por la ex-Inquisición. No abandonó la
Iglesia, sino que se empeñó como pocos en su reforma con libros, cartas
abiertas y llamamientos a obispos y a la comunidad cristiana para que se
abriesen al diálogo con el mundo moderno y con la nueva situación
planetaria de la humanidad. No se evangelizan personas, hijos e hijas de
nuestro tiempo, presentándoles un modelo de Iglesia, hecha bastión de
conservadurismo y de autoritarismo y sintiéndose una fortaleza asediada
por la modernidad, que es considerada responsable de todo tipo de
relativismo. Digamos de paso que la crítica feroz que el papa actual
dirige contra el relativismo, la realiza a partir de su polo opuesto, un
invencible absolutismo. Esta es la tónica que está siendo impuesta por
los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI: un no a las
reformas y una vuelta a la tradición y a la gran disciplina, orquestadas
por la jerarquía eclesiástica.
El presente libro, ¿Tiene salvación la Iglesia?
(2012), expresa un grito casi desesperado en pro de transformaciones y,
al mismo tiempo, una manifestación generosa de esperanza de que éstas
son posibles y necesarias, si no se quiere entrar en un lamentable
colapso institucional.
Quede claro, para empezar, que cuando Küng y yo mismo
hablamos de Iglesia, entendemos la comunidad de aquellos que se sienten
comprometidos con la figura y la causa de Jesús, cuyo foco reside en el
amor incondicional, en la centralidad de los pobres e invisibles, en la
hermandad de todos los seres humanos y en la revelación de que somos
hijos e hijas de Dios, siendo el mismo Jesús quien dejó entrever que él
era el propio Hijo de Dios que asumió nuestra contradictoria humanidad.
Éste es el sentido originario y verdadero de Iglesia. Pero
históricamente la palabra Iglesia ha sido apropiada por la jerarquía
(desde el papa a los curas); ella se identifica como Iglesia tout court y se presenta como la Iglesia.
Pues bien, lo que está en profunda crisis es esta segunda concepción de Iglesia, que Küng llama «sistema romano», o sea, «la Iglesia institución-jerárquica» o «la estructura monárquico-absolutista de mando»,
cuya sede se encuentra en el Vaticano y se centra en la figura del papa
con el aparato que le rodea: la curia romana. Esta crisis se prolonga
desde hace siglos y el clamor por cambios atraviesa la historia de la
Iglesia, culminando en la Reforma del siglo XVI y en el Concilio
Vaticano II (1962-1965) de nuestros días. En términos estructurales, las
reformas estructurales siempre fueron superficiales o aplazadas o
simplemente abortadas.
En los últimos tiempos, sin embargo, la crisis ha
adquirido una gravedad especial. La Iglesia-institución (papa,
cardenales, obispos y curas), repito, no la gran comunidad de los
fieles, ha sido alcanzada en su corazón, en aquello que era su gran
pretensión: la de ser «guía y maestra de moral» para toda la
humanidad. Algunos datos ya conocidos han puesto en jaque tal pretensión
y han llevado el descrédito a la Iglesia-institución, lo cual ha
ocasionado gran emigración de fieles:
Los escándalos financieros involucrando al Banco Vaticano (IOR), que se transformó en una especie de off-shore
de lavado de dinero; los documentos secretos sustraídos, quien sabe si
hasta de la mesa del papa, por su propio secretario y vendidos a los
periódicos, revelando las intrigas por el poder entre cardenales; y
especialmente la cuestión de los sacerdotes pedófilos, miles de casos en
varios países, que involucran a padres, obispos y hasta al cardenal de
Viena Hans Hermann Groer. Gravísima fue la instrucción dada por el
entonces cardenal Ratzinger a todos los obispos del mundo de encubrir,
bajo sigilo pontificio, los abusos sexuales a menores para evitar que
los curas pedófilos fuesen denunciados a las autoridades civiles.
Finalmente el papa tuvo que reconocer el carácter criminal de la
pedofilia y aceptar su enjuiciamiento por los tribunales civiles.
Küng muestra, con erudición histórica irrefutable,
los pasos dados por los papas al pasar de sucesores de Pedro a vicarios
de Cristo y a representantes de Dios en la Tierra. Los títulos que el
canon 331 confiere al papa son de tal magnitud que, en realidad, caben
solamente a Dios. Una monarquía papal absoluta con báculo dorado no
concuerda con el cayado de madera del Buen Pastor que cuida con amor de
sus ovejas y las confirma en la fe, como pidió el Maestro (Lc 22, 32).
Leonardo Boff
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