MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

jueves, 31 de marzo de 2016

El terrorismo islámico no es fruto de la exclusión de los musulmanes


Nazanín Armanian 

Desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 en EEUU —presentados falsamente como el inicio del terrorismo—, hay un gran esfuerzo por parte de los políticos, sociólogos e incluso de los todólogos tertulianos de los medios de comunicación, para explicar las razones que llevan a unos fieles del Islam, muchos nacidos en Europa, a matar a personas en Occidente sin importarles su religión, su origen étnico o su clase social.

El ministro francés de Economía, Emmanuel Macron, representa la respuesta más común al afirmar que la “exclusión de musulmanes franceses provoca su radicalización”. Pero, ¿por qué esta misma discriminación que sufrieron durante las décadas anteriores a 1990, por ejemplo, no tuvo la misma manifestación? El profesor tunecino Yves Charles Zarka cree que hay otro motivo: “la crisis moral que vive Occidente y el desengaño que provoca en algunos individuos”.

Sin embargo, ¿dará la misma explicación sobre los atentados cometidos por los mismos grupos terroristas en los países musulmanes? El señor Zarka añade que la búsqueda del bienestar, fundamento de las sociedades europeas, no constituye para dichas personas un motivo suficiente para vivir. Aunque, los ‘decapitadores del Estado Islámico’, además de cobrar millones de dólares de Arabia Saudí y Qatar (entre otros patrocinadores), reciben una ingente cantidad con el contrabando del petróleo iraquí y el patrimonio cultural de Siria, para vivir en un Estado de bienestar envidiable y pagar un sueldo a los miles de jóvenes del lumpenproletariado que están a su servicio.

Otro grupo, los talibanes, dirige el principal cartel de opio del planeta, y no precisamente como una muestra de su rechazo al capitalismo de consumo. Además, en ninguna parte del Corán se pide al creyente que viva pobre, todo lo contrario. La economía islámica es de mercado.

El versículo 9:38 del Corán refleja esta realidad en los tiempos del propio profeta: “¡Creyentes! ¿Qué os pasa? ¿Por qué, cuándo se os dice: «¡Id a la guerra por la causa de Alá!» permanecéis clavados en tierra? ¿Preferís la vida de aquí a la otra? Y ¿qué es el breve disfrute de esta vida comparado con la otra, sino bien poco…?”

En Egipto, un año fue suficiente para que los musulmanes dieran la espalda al Gobierno islamista de Mursi, quien, con su estómago lleno, pedía más y más paciencia a los hambrientos que ya no tenían ni pan seco para llevar a la boca.

En un Irak devastado por la invasión de EEUU y sus socios, y fracturado entre grupos chiitas y sunnitas, los seculares ganaron las elecciones parlamentarias del 2010, mientras que el Consejo Supremo Islámico tuvo sólo ocho escaños de 325.

Miradas mutiladas

¿Por qué se identifica a millones de personas que en Oriente Próximo y Norte de África luchan en unas circunstancias extremadamente difíciles por una democracia económica y política, con una minoría oscurantista, totalitaria y antimoderna, y que no es antiimperialista ni guardiana de las tradicionales exóticas y alternativas?

El principal mal que padecen las medidas europeas para integrar a los inmigrantes es justamente uno de los principios de las ideologías religiosas: dividir a los ciudadanos por su fe, con el fin de controlarles, además de mantener el caldo de cultivo de conflictos que siempre viene tan bien a las aristocracias gobernantes.

En este sentido, se organizan jornadas de puertas abiertas en las mezquitas, con té de menta incluidas, para que los escépticos ciudadanos cristianos comprueben por sí mismos que allí no esconden bombas ni misiles. Este ‘Diálogo de civilizaciones, que también se celebra en los encuentros entre cardenales, obispos, rabinos, lamas, muftíes y ayatolás —la élite de la casta religiosa mundial—, desvía la atención pública del origen real y de las manos que mueven un poderoso ‘terrorismo fantasma’ que cruza las valladas fronteras del mundo sin ningún visado. En Pakistán, víctima silenciosa del terrorismo, no se les ha ocurrido a los cristianos y musulmanes invitarse mutuamente a tomar la merienda en sus templos: saben perfectamente que el terrorismo es ciego y los que están detrás, buscan una guerra civil y la desestabilización de este estratégico país, abandonado por EEUU y recogido por China.

Terrorismo, el fantasma

El rey de Jordania, Abdullah II, nos ofrece su visión: señala intereses geopolíticos de determinados Estados para promover el terrorismo islámico, en el caso de los recientes atentados en Europa. El dirigente jordano habla directamente del presidente turco, Tayeb Erdogan (perteneciente a la organización de Hermanos Musulmanes y socio de la OTAN), como exportador de terroristas a Europa “para llevar adelante su agenda”, que según él, consiste en provocar “desorden” e imponer “una solución islámica radical a los problemas de la región”. Jordania que, a pesar de ser un servil peón de EEUU en la región, puede ser otro país afectado por el plan de Nuevo Oriente Próximo de Washington y la remodelación de las antiguas fronteras que EEUU ha puesto en marcha desde la caída de la URSS. Además, sabe que los estados en general, y EEUU en concreto, no tienen aliados estratégicos, sino intereses estratégicos.

Los yihadistas sunnitas afganos, el primer gran grupo terrorista islámico, lejos de ser una reacción de las sociedades musulmanas modernas (idea que tanto les gusta a los seguidores de Bush y de Samuel Huntington), fue creado en 1987 por el presidente estadounidense Jimmy Carter, con el fin de derrocar al gobierno marxista de Kabul y encerrar a la Unión Soviética con un ‘cinturón religioso’.

En aquellos mismos años, Ruhollah Jomeini instaló su República chiita en un Irán con 1600 kilómetros de la URSS, mientras Carter elevaba al máximo poder en el Vaticano al anticomunista polaco Karol Wojtyła, colaborador de la CIA (según afirma Carl Bernstein, uno de los investigadores del escándalo Watergate), para que, junto a Lech Walesa y su sindicato derechista-católico de Solidaridad, golpeasen también desde Europa a aquel país por prometer que había vida fuera de la economía capitalista.

Así nace la nueva estrategia de Washington: financiar la religión política organizada contra las fuerzas anticapitalistas en todo el mundo y, paralelamente, lanzar su antídoto, el chollo de la “lucha duradera contra el terrorismo islámico”, como si de un bombero pirómano se tratase. Volvieron a mentirnos al jurar que, matando a Bin Laden, (nos costó miles de vidas afganas y paquistaníes —sepultadas bajo las bombas que supuestamente atacaban los refugios del terrorista saudí—, además de billones de dólares y euros), el mundo vería la paz.

“Pagan justos por pecadores”

Por ello, no debe sorprender que tras cada atentado en Occidente, el país afectado, anuncia el bombardeo de un Estado estratégico, que para más inri no había sido el país natal de los terroristas: en el 11-S, al menos 15 de los 19 terroristas eran de Arabia Saudí y, sin embargo, EEUU bombardeó y ocupó Afganistán. Asimismo, la mayoría de los autores de los atentados de París eran de origen francés, no obstante, François Hollande envió a sus cazabombarderos a matar a sirios; y ahora, Bélgica, uno de los países más protegidos con sistemas de seguridad instalados por aire, tierra y mar, por ser la sede de la OTAN y del mando político-económico de Europa, ha hecho lo mismo tras los recientes atentados. ¡Es como si Bashar al Assad bombardeara Bélgica, Francia, Arabia Saudí, Qatar o Turquía, alegando que son sedes de las células yihadistas que atacan a su país!

Ante el avance de la extrema derecha, antipobre (aporófobo), no les conviene a los inmigrantes musulmanes exhibir su religiosidad. Es lo que han hecho durante la historia los cristianos perseguidos, —los armenios o los cátaros, quienes practicaron riserva mentale—, los judíos, y los sunnitas y chiitas en los países musulmanes.

El terrorismo además de un negocio, es una cortina de humo para entretenernos, y para que demos prioridad a la seguridad sobre el bienestar y la libertad, derechos que se han conseguido a base de una larga lucha, y que el capitalismo más agresivo nos lo está arrebatando. Al menos 60.000 personas mueren de hambre cada día por el terrorismo económico-político.

miércoles, 30 de marzo de 2016

ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO - Jn.20,1-9



José Antonio Pagola

Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones? Es un error que busquemos "pruebas" para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?". Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!". Ella se vuelve rápida: "Rabbuní, Maestro". María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece. No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

¿DÓNDE BUSCAR AL QUE VIVE?

La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres. María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida. Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».

La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, sólo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida. Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores. Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él». Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un "Jesús muerto". No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.

ABRIR LAS PUERTAS - Jn.20,1-9

El evangelio de Juan describe con trazos oscuros la situación de la comunidad cristiana cuando en su centro falta Cristo resucitado. Sin su presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven «en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos». Con las «puertas cerradas» no se puede escuchar lo que sucede fuera. No es posible captar la acción del Espíritu en el mundo. No se abren espacios de encuentro y diálogo con nadie. Se apaga la confianza en el ser humano y crecen los recelos y prejuicios. Pero una Iglesia sin capacidad de dialogar es una tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano. El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo. Pero, si no lo amamos, no lo estamos mirando como lo mira Dios. Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su Buena Noticia?

Si vivimos con las puertas cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar a las ovejas perdidas? ¿Quién se atreverá a tocar a algún leproso excluido? ¿Quién se sentará a la mesa con pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a los olvidados por la religión? Los que quieran buscar al Dios de Jesús, se encontrarán con nuestras puertas cerradas. Nuestra primera tarea es dejar entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro de nuestras iglesias, grupos y comunidades. Que sólo él sea fuente de vida, de alegría y de paz. Que nadie ocupe su lugar. Que nadie se apropie de su mensaje. Que nadie imponga un estilo diferente al suyo. Ya no tenemos el poder de otros tiempos. Sentimos la hostilidad y el rechazo en nuestro entorno. Somos frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos al aliento del resucitado y acoger su Espíritu Santo.

EL RETO DE LA RESURRECCION

En una cultura decididamente orientada hacia el dominio de la naturaleza, el progreso técnico y el bienestar, la muerte viene a ser «el pequeño fallo del sistema». Algo desagradable y molesto que conviene socialmente ignorar.

Todo sucede como si la muerte se estuviera convirtiendo para el hombre contemporáneo en un moderno «tabú» que, en cierto sentido, sustituye a otros que van cayendo. Es significativo observar cómo nuestra sociedad se preocupa cada vez más de iniciar al niño en todo lo referente al sexo y al origen de la vida, y cómo se le oculta con cuidado la realidad última de la muerte. Quizás esa vida que nace de manera tan maravillosa, ¿no terminará trágicamente en la muerte?

Lo cierto es que la muerte rompe todos nuestros proyectos individuales y pone en cuestión el sentido último de todos nuestros esfuerzos colectivos. Y el hombre contemporáneo lo sabe, por mucho que intente olvidarlo. Todos sabemos que, incluso en lo más íntimo de cualquier felicidad, podemos saborear siempre la amargura de su limitación, pues no logramos desterrar la amenaza de fugacidad, ruptura y destrucción que crea en nosotros la muerte. El problema de la muerte no se resuelve escamoteándolo ligeramente. La muerte es el acontecimiento cierto, inevitable e irreversible que nos espera a todos. Por eso, sólo en la muerte se puede descubrir si hay verdaderamente alguna esperanza definitiva para este anhelo de felicidad, de vida y liberación gozosa que habita nuestro ser.

Es aquí donde el mensaje pascual de la resurrección de Jesús se convierte en un reto para todo hombre que se plantea en toda su profundidad el sentido último de su existencia. Sentimos que algo radical, total e incondicional se nos pide y se nos promete. La vida es mucho más que esta vida. La última palabra no es para la brutalidad de los hechos que ahora nos oprimen y reprimen. La realidad es más compleja, rica y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo. Las fronteras de lo posible no están determinadas por los límites del presente. Ahora se está gestando la vida definitiva que nos espera. En medio de esta historia dolorosa y apasionante de los hombres se abre un camino hacia la liberación y la resurrección. Nos espera un Padre capaz de resucitar lo muerto. Nuestro futuro es una fraternidad feliz y liberada. Por qué no detenerse hoy ante las palabras del Resucitado en el Apocalipsis «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar»?

NO ESTÁ ENTRE LOS MUERTOS –

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error?

¿Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos?

¿Cómo nos encontraremos con «el que vive», ahogando entre nosotros la vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?

¿Cómo vamos a acoger su saludo de «Paz a vosotros», si vivimos descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?

¿Cómo contagiaremos fe en Jesús vivo, si no sentimos nunca «arder nuestro corazón», como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando nos reunimos en su nombre?

¿Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?

Cuando María Magdalena y sus compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el sepulcro, ellos «no las creyeron». Éste es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.

Resurrección- JESÚS TENÍA RAZÓN - Jn.20,1-9 -

¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón. Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando "Padre" con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier norma o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y el odio. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante, escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu Evangelio, la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu Evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu Cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

Pascua es, antes que nada, la fiesta de la confianza. Ahora sabemos en manos de quién estamos. Nuestra vida, creada por Dios con amor infinito, no se pierde en la muerte. Todos estamos englobados en el misterio de la resurrección de Cristo. No hay nadie que no esté incluido en ese destino último de vida plena. En el fondo, todos nuestros miedos y angustias brotan de la angustia ante la muerte. Tenemos miedo al dolor, a la vejez, la desgracia, la incertidumbre, la soledad. Nos agarramos a todo lo que nos pueda dar algo de seguridad, consistencia o felicidad. Proyectamos sobre los otros nuestra angustia tratando de sobresalir y dominar, luchando por tener algo o ser alguien.

La fiesta de Pascua nos invita a reemplazar la angustia de la muerte por la certeza de la resurrección. Si Cristo ha resucitado, la muerte no tiene la última palabra. Podemos vivir con confianza. Podemos esperar más allá de la muerte. Podemos avanzar sin caer en la tristeza de la vejez, sin hundirnos en la soledad y el pesimismo.

Reflexión -

No era fácil creer en Jesús: ellos habían creído en él, pero habían creído mal. Lo habían aceptado como el Mesías que esperaban, pero habían esperado mal. Los Zebedeos habían esperado incluso tronos a su derecha ya su izquierda, todos esperaban que él iba a restaurar la soberanía de Israel, y volverían los tiempos gloriosos del rey David, y todos los pueblos vendrían a Jerusalén a adorar a Dios en su (de ellos) santo templo. Todo eso habían esperado, y todo eso murió en la cruz. El terrible sábado de Pascua fue un día de des-esperanza, de muerte de toda la fe anterior.

Más tarde (un día, una semana, cuarenta días … toda una vida ¿quién sabe?) recuperaron la fe, renació su fe; mejor dicho, nació otra fe, porque la fe anterior estaba muerta y bien muerta, enterrada con el cuerpo de Jesús en el sepulcro y sellada con la losa. Esta fe pudo nacer solamente porque la vieja fe había muerto.

Ellos tuvieron una experiencia extraordinaria, por eso creyeron en él y cambiaron de vida. Nosotros no la hemos tenido, por eso creemos en el Jesús que más nos gusta y apenas cambiamos de vida. Pero podemos preguntarnos: todas esas personas que sí han cambiado de vida, que comparten y compadecen, que trabajan por la paz, que no sirven al dinero y ni al status ni al prestigio, que no son esclavos de los valores de nuestra “civilización” del pasarlo bien, que son veraces, que saben perdonar… y que viven así porque siguen a Jesús ¿qué experiencia pascual han tenido? ¿Se les ha aparecido el resucitado y han metido su mano en la llaga de su costado?

La respuesta es NO. Y no puede ser de otra manera. Dios no se manifiesta desde fuera, desde arriba, con resplandores, como una excepción deslumbrante. Para experimentar a Dios no hay que buscar espectáculos. El relámpago avasallador no es una buena imagen de Dios. Una buena imagen de Dios es la levadura. Desde dentro, despacio, en silencio.

Esa experiencia se alimenta, como todo lo que crece: se alimenta en la contemplación, se alimenta en las obras y se alimenta en la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión; las obras, como puesta en práctica de sus valores y criterios, reafirman la validez del mensaje; la comunidad, la iglesia de referencia, muy especialmente en la celebración fraternal de la eucaristía, contagia la fe, nos hace vivir en común nuestra experiencia pascual. Una vez más, necesitamos abandonar nuestras mitologías, nuestra fe en divinidades disfrazadas, nuestra afición a identificar lo religioso con lo maravilloso. Nuestra experiencia pascual es nuestra progresiva conciencia de conversión a Jesús y al Reino.

Llegamos, al final, a enlazar con el principio, con la primera palabra de Jesús cuando se lanzó a las aldeas y a los caminos de Galilea: ¡Convertíos! Esta es y será siempre la clave y la medida de nuestra fe: nuestra disposición a cambiar, a cambiar de Dios, nuestra disposición a cambiarnos al Dios de Jesús, para Él sea el que nos cambie la vida.

martes, 29 de marzo de 2016

Artículo de Fidel: El hermano Obama


Fidel Castro Ruz

CUBADEBATE.- Los reyes de España nos trajeron a los conquistadores y dueños, cuyas huellas quedaron en los hatos circulares de tierra asignados a los buscadores de oro en las arenas de los ríos, una forma abusiva y bochornosa de explotación cuyos vestigios se pueden divisar desde el aire en muchos lugares del país.

El turismo hoy, en gran parte, consiste en mostrar las delicias de los paisajes y saborear las exquisiteces alimentarias de nuestros mares, y siempre que se comparta con el capital privado de las grandes corporaciones extranjeras, cuyas ganancias si no alcanzan los miles de millones de dólares per cápita no son dignas de atención alguna.

Ya que me vi obligado a mencionar el tema, debo añadir, principalmente para los jóvenes, que pocas personas se percatan de la importancia de tal condición en este momento singular de la historia humana. No diré que el tiempo se ha perdido, pero no vacilo en afirmar que no estamos suficientemente informados, ni ustedes ni nosotros, de los conocimientos y las conciencias que debiéramos tener para enfrentar las realidades que nos desafían. Lo primero a tomar en cuenta es que nuestras vidas son una fracción histórica de segundo, que hay que compartir además con las necesidades vitales de todo ser humano. Una de las características de este es la tendencia a la sobrevaloración de su papel, lo cual contrasta por otro lado con el número extraordinario de personas que encarnan los sueños más elevados.

Nadie, sin embargo, es bueno o es malo por sí mismo. Ninguno de nosotros está diseñado para el papel que debe asumir en la sociedad revolucionaria. En parte, los cubanos tuvimos el privilegio de contar con el ejemplo de José Martí. Me pregunto incluso si tenía que caer o no en Dos Ríos, cuando dijo “para mí es hora”, y cargó contra las fuerzas españolas atrincheradas en una sólida línea de fuego. No quería regresar a Estados Unidos y no había quién lo hiciera regresar. Alguien arrancó algunas hojas de su diario. ¿Quién cargó con esa pérfida culpa, que fue sin duda obra de algún intrigante inescrupuloso? Se conocen diferencias entre los Jefes, pero jamás indisciplinas. “Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”, declaró el glorioso líder negro Antonio Maceo. Se reconoce igualmente en Máximo Gómez, el jefe militar más disciplinado y discreto de nuestra historia.

Mirándolo desde otro ángulo, cómo no admirarse de la indignación de Bonifacio Byrne cuando, desde la distante embarcación que lo traía de regreso a Cuba, al divisar otra bandera junto a la de la estrella solitaria, declaró: “Mi bandera es aquella que no ha sido jamás mercenaria…”, para añadir de inmediato una de las más bellas frases que escuché nunca: “Si deshecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día… ¡nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía!…”. Tampoco olvidaré las encendidas palabras de Camilo Cienfuegos aquella noche, cuando a varias decenas de metros bazucas y ametralladoras de origen norteamericano, en manos contrarrevolucionarias, apuntaban hacia la terraza donde estábamos parados. Obama había nacido en agosto de 1961, como él mismo explicó. Más de medio siglo transcurriría desde aquel momento.

Veamos sin embargo cómo piensa hoy nuestro ilustre visitante:

“Vine aquí para dejar atrás los últimos vestigios de la guerra fría en las Américas. Vine aquí extendiendo la mano de amistad al pueblo cubano”.

De inmediato un diluvio de conceptos, enteramente novedosos para la mayoría de nosotros:

“Ambos vivimos en un nuevo mundo colonizado por europeos”. Prosiguió el Presidente norteamericano. “Cuba, al igual que Estados Unidos, fue constituida por esclavos traídos de África; al igual que Estados Unidos, el pueblo cubano tiene herencias en esclavos y esclavistas”.

Las poblaciones nativas no existen para nada en la mente de Obama. Tampoco dice que la discriminación racial fue barrida por la Revolución; que el retiro y el salario de todos los cubanos fueron decretados por esta antes de que el señor Barack Obama cumpliera 10 años. La odiosa costumbre burguesa y racista de contratar esbirros para que los ciudadanos negros fuesen expulsados de centros de recreación fue barrida por la Revolución Cubana. Esta pasaría a la historia por la batalla que libró en Angola contra el apartheid, poniendo fin a la presencia de armas nucleares en un continente de más de mil millones de habitantes. No era ese el objetivo de nuestra solidaridad, sino ayudar a los pueblos de Angola, Mozambique, Guinea Bissau y otros del dominio colonial fascista de Portugal.

En 1961, apenas dos años y tres meses después del Triunfo de la Revolución, una fuerza mercenaria con cañones e infantería blindada, equipada con aviones, fue entrenada y acompañada por buques de guerra y portaviones de Estados Unidos, atacando por sorpresa a nuestro país. Nada podrá justificar aquel alevoso ataque que costó a nuestro país cientos de bajas entre muertos y heridos. De la brigada de asalto proyanki, en ninguna parte consta que se hubiese podido evacuar un solo mercenario. Aviones yankis de combate fueron presentados ante Naciones Unidas como equipos cubanos sublevados.

Es de sobra conocida la experiencia militar y el poderío de ese país. En África creyeron igualmente que la Cuba revolucionaria sería puesta fácilmente fuera de combate. El ataque por el Sur de Angola por parte de las brigadas motorizadas de Sudáfrica racista los lleva hasta las proximidades de Luanda, la capital de este país. Ahí se inicia una lucha que se prolongó no menos de 15 años. No hablaría siquiera de esto, a menos que tuviera el deber elemental de responder al discurso de Obama en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

No intentaré tampoco dar detalles, solo enfatizar que allí se escribió una página honrosa de la lucha por la liberación del ser humano. De cierta forma yo deseaba que la conducta de Obama fuese correcta. Su origen humilde y su inteligencia natural eran evidentes. Mandela estaba preso de por vida y se había convertido en un gigante de la lucha por la dignidad humana. Un día llegó a mis manos una copia del libro en que se narra parte de la vida de Mandela y ¡oh, sorpresa!: estaba prologado por Barack Obama. Lo ojeé rápidamente. Era increíble el tamaño de la minúscula letra de Mandela precisando datos. Vale la pena haber conocido hombres como aquel.

Sobre el episodio de Sudáfrica debo señalar otra experiencia. Yo estaba realmente interesado en conocer más detalles sobre la forma en que los sudafricanos habían adquirido las armas nucleares. Solo tenía la información muy precisa de que no pasaban de 10 o 12 bombas. Una fuente segura sería el profesor e investigador Piero Gleijeses, quien había redactado el texto de “Misiones en conflicto: La Habana, Washington y África 1959-1976”; un trabajo excelente. Yo sabía que él era la fuente más segura de lo ocurrido y así se lo comuniqué; me respondió que él no había hablado más del asunto, porque en el texto había respondido a las preguntas del compañero Jorge Risquet, quien había sido embajador o colaborador cubano en Angola, muy amigo suyo. Localicé a Risquet; ya en otras importantes ocupaciones estaba terminando un curso del que le faltaban varias semanas. Esa tarea coincidió con un viaje bastante reciente de Piero a nuestro país; le había advertido a este que Risquet tenía ya algunos años y su salud no era óptima. A los pocos días ocurrió lo que yo temía. Risquet empeoró y falleció. Cuando Piero llegó no había nada que hacer excepto promesas, pero ya yo había logrado información sobre lo que se relacionaba con esa arma y la ayuda que Sudáfrica racista había recibido de Reagan e Israel.

No sé qué tendrá que decir ahora Obama sobre esta historia. Ignoro qué sabía o no, aunque es muy dudoso que no supiera absolutamente nada. Mi modesta sugerencia es que reflexione y no trate ahora de elaborar teorías sobre la política cubana.

Hay una cuestión importante:

Obama pronunció un discurso en el que utiliza las palabras más almibaradas para expresar: “Es hora ya de olvidarnos del pasado, dejemos el pasado, miremos el futuro, mirémoslo juntos, un futuro de esperanza. Y no va a ser fácil, va a haber retos, y a esos vamos a darle tiempo; pero mi estadía aquí me da más esperanzas de lo que podemos hacer juntos como amigos, como familia, como vecinos, juntos”.

Se supone que cada uno de nosotros corría el riesgo de un infarto al escuchar estas palabras del Presidente de Estados Unidos. Tras un bloqueo despiadado que ha durado ya casi 60 años, ¿y los que han muerto en los ataques mercenarios a barcos y puertos cubanos, un avión de línea repleto de pasajeros hecho estallar en pleno vuelo, invasiones mercenarias, múltiples actos de violencia y de fuerza?

Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura.

Advierto además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta.

lunes, 28 de marzo de 2016

El Papa propone la misericordia como remedio "ante la vorágine espiritual y moral de la Humanidad"


José M. Vidal

RD.- Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro, florida para la ocasión y posterior bendición urbi et orbi. En su saludo, Francisco propuso la misericordia como única salida a la "vorágine espiritual y moral de la Humanidad". Después repasó los males del mundo y pidió paz para Siria y demás países con conflictos, solicitó, una vez más, acogida para los refugiados e instó a los católicos a llevar la alegría y la esperanza de la resurrección al mundo.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: "Nosotros somos testigos". La segunda lectura de Pablo a los Colosenses. Y el Evangelio de la Resurrección. Después de la lectura evangélica, un largo rato de silencio. Sin homilía papal. Tras la ceremonia se dirigirá al balcón de la logia central de la basílica de San Pedro para leer el mensaje e impartir la bendición "A la ciudad y al mundo".

En el altar, un icono de Cristo resucitado y rodeado de plantas y flores por todas partes, con bellos arreglos florales. la PLaza de San Pedro llena a rebosar, hasta la via de la Conciliazione. Hay ganas de Pascua y de Resurrección. Y de esperanza, tras unas semanas negras.

Tras la misa felicita las pascuas a los cardenales y se sube al papamóvil para saludar a su gente.

Algunas frases del saludo del Papa en la bendición urbi et orbi

"Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua"
"Hoy proclamamos: Jesús es el Señor"
"Podemos ocnfiar totalmente en Él"
"Ante la vorágine espiritual y moral de la Humanidad, ante los vacíos que se abren en los corazones y provocan odio y muerte, sólo una infinita misericordia puede salvarnos"
"Solo Dios puede llenar con su amor este vacío, este abismo y permitirnos de seguir caminando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida"
"El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu"
"Delitos entre los muros domésticos y guerras..."
"Esperanza para la querida Siria, país de un largo conflicto, con su largo cortejo de destrucción y desprecio del derecho humanitario"
"Puedan recogerse furtos de paz de las negociaciones en curso"
"En irak, en Yemen y en Libia"
"En TIerra Santa convivencia entre israelís y palestinos"
"Paz justa y duradera por medio de unas negociaciones directas y sinceras"
"Solución definitiva a la guerra en Ucrania"
"Nuestra cercanía a las víctimas del terorrismo, forma ciega y desesperada de violencia, que derrama sangre inocente, en diversas partes del mundo, como recientemente en Belgia, Turquía, Nigeria, Irak, Costa de Marfil..."
"Perspectivas de paz en África, en Burundi, en Sur Sudán, en Congo..."
"Con las armas del amor, Dios derrotó al egoísmo y a la muerte"
"Paz al pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive"
"No olvidar los hombres y mujeres en camino de un futuro mejor"
"Emigrante sy refugiados, mucho niños, en fuga de la guerra, del hambre, de la pobreza..."
"Estos hermanos encuentran a menudo la muerte y el rechazo del que podría ofrecerles acogida y ayuda"
"Políticas capaces de proteger a las víctimas de conflictos, sobre todo a los más vulnerables"
"Tierra maltratada por una explotación ávida de ganancias"
"Hermanos que son perseguidos por la fe"
"No tengáis miedo"
"A los que perdieron dignidad, esperanza y gusto por la vida..."
"A los jóvenes a los que parece que les falla el futuro..."
"Recomenzar con mayor coraje, con mayor esperanza, para construir caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos tanto" 

Saludos tras la bendición 

"Cristo venció el mal en la raíz"
"Gracias por vuestra presnecia y vuestra alegría en este día de fiesta"
"Gracias por las flores que, también este año, proceden de los Países Bajos"
"LLevad a todos la alegría y la esperanza de Crtisto resucitado"

Texto íntegro del mensaje urbi et orbi del Papa

«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!

Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!

Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.

Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.

El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.

Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos.

Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.

Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.

El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados -incluyendo muchos niños- que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.

Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.

Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas... al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.

domingo, 27 de marzo de 2016

Resurrección: Abel, te quedaste con nosotros



Padre Pedro Pierre

Te conocí en la parroquia San Martín de Porres -el santo negro de los pobres- de la 30 y Gómez Rendón, hace 35 años; tú tenías 22 y acababas de hacer tu primera comunión. Como adulto empezabas a seguir a Jesucristo que… no te soltó más. Eras un pilar del grupo juvenil por la seriedad de tus compromisos y tu conocimiento de la Biblia. Siempre estabas dispuesto a arreglar gratuitamente alguna casa de caña de se caía o construir colectivamente una nueva para una familia necesitada, porque ese era tu oficio. Luego el cemento te hizo perder tu empleo y pasaste a ser ayudante de carnicería y cargador en el Mercado Central. En tu casa de caña y tierra cuidabas de tu abuela y ella cuidaba de ti. La amabas como tu madre. Ella te enseñaba la sabiduría y la religiosidad de los pobres.

Pero te dejaste ganar por el alcohol y terminaste durmiendo en la calle a lado de las botellas de cerveza desparramadas por el suelo. Cuando te llamé para la ‘chamba’ de tu recuperación, respondiste que sí. Durante 6 meses te limpiaron de este veneno del alcohol y te ayudaron a volver a tus raíces de vida digna y de fe comprometida. Nuevamente la Biblia fue tu libro de cabecera: la conocías al derecho y al revés. Eras el más fiel en las reuniones de Alcohólicos Anónimos y en las actividades de las Comunidades Eclesiales de Base.

Pasaste 13 años sin probar una gota de alcohol, a pesar de haber vuelto a ser cargador en el Mercado Central, levantándose a las tres y media de la madrugada. Estabas feliz cuando regresabas a casa con cinco dólares en el bolsillo: “Con esto vivo bien; yo me quedé soltero”. Y seguiste honesto como siempre, sencillo, fraterno, preocupado por tus amigos que se quedaron con el alcohol, aconsejando a tus sobrinos, viviendo derechamente. No nos defraudaste: eras el Abel que conocimos, plenamente hombre hecho y derecho, tal como debe ser un cristiano adulto. Un día nos asustaste porque te vimos con una camiseta de la Pilsener. “¡Tranquilos!”, nos dijiste. “No pasa nada”.

Pero, sin darte cuenta, la diabetes te estaba carcomiendo por dentro: por una cortadura en el pie debieron quitarte 3 dedos: lo aceptaste y cambiaste tu dieta. Después de una lucha de varios meses, sentiste que habías cumplido tu tarea. Una mañana te quedaste dormido y sonriente para siempre. Tus compañeros del Mercado Central dicen que, de vez en cuando, te ven cargando algún bulto por allí, sencillo, alegre, solidario… En las reuniones y las marchas nosotros te vemos con tu gorra, acompañándonos y susurrándonos alguna palabra de Dios para que no nos desviemos del camino.

¿Te recordarán los borrachitos de tu barrio y de tu familia como presencia amiga y cuestionadora, como hombre de fe y de sabiduría?... porque te quedaste, Abel, para que sigamos adelante en la lucha de Jesús, camino de fe liberadora que nos hace hombres valientes y mujeres dignas, todos solidarios, cristianos comprometidos con la vida y la justicia. Gracias, Abel, porque haces viva y presente la resurrección de Jesús, el amigo que no falla si no le soltamos la mano.

sábado, 26 de marzo de 2016

VIGILIA PASCUAL


Fray Marcos Rodrgíguez
Lc 24, 1-12

Aunque son relativamente pocos los cristianos que acuden a celebrar la Vigilia Pascual, debemos tomar conciencia de que se trata de la liturgia más importante de todo el año. Celebramos la VIDA, que en la experiencia pascual descubrieron los discípulos en su maestro Jesús. Los símbolos centrales de la celebración son el fuego y el agua, porque son los dos elementos imprescindibles para que pueda surgir la vida biológica. La vida biológica es el mejor símbolo que nos puede ayudar a entender lo que es la Vida trascendente. Las realidades trascendentes no pueden percibirse por los sentidos, por eso tenemos que hacerlas presentes por medio de signos que provoquen en nuestro interior la presencia de la Vida. Esa Vida ya está en nosotros. Debemos descubrirla y vivirla.
El recordar nuestro bautismo, apunta en la misma dirección. Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu. Este mensaje es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. En el prólogo del evangelio de Jn dice: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos recordando esa Vida y esa luz en la humanidad de Jesús. Al desplegar durante su vida terrena, la misma Vida de Dios que le atravesaba, nos abrió el camino de la plenitud a la que todos podemos acceder. En todos y cada uno de nosotros está ya esa Vida.

Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y psicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos.

Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo, ni muerto, ni resucitado, puede nadie descubrir lo que hay en él de Dios. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Lo mismo nosotros, solo a través de la vivencia personal podemos comprender la resurrección.
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Jesús murió a lo terreno y caduco, al egoísmo, y nació a la verdadera Vida, la divina. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver, oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios, que está fuera del tiempo. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que “significamos” para hacerla presente y vivirla. El signo no añade nada, solo nos ayuda a descubrir lo que hay.

viernes, 25 de marzo de 2016

DIOS ESTÁ SIEMPRE AHÍ EN LA ALEGRÍA Y EN EL DOLOR


Fray Marcos Rodríguez
Jn 18-9

Las tres partes en que se divide la liturgia del Viernes Santo, expresan perfectamente el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en el AT. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar. La comunión nos recuerda que la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una muerte; no porque ensalcemos el sufrimiento y el dolor, sino porque descubrimos la Vida, incluso en lo que percibimos como sufrimiento y muerte.

Se han dicho tantas cosas (y algunas tan disparatadas) sobre la muerte de Jesús, que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No son los azotes, ni la corona de espinas, ni los clavos, lo que nos salva. Muchísimos seres humanos han sufrido y siguen sufriendo hoy más que Jesús. Lo que nos marca el camino de la plenitud humana (salvación) es la actitud interna de Jesús, que se manifestó durante toda su vida en el trato con los demás. Ese amor manifestado en el servicio a todos, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad.

Si Jesús hubiera muerto de viejo y en paz, no hubiera cambiado nada de su mensaje ni las exigencias que se derivan de él. ¿Qué añade su muerte a la buena noticia del evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos, dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Si la vida natural es lo más importante para cualquier persona, podemos vislumbrar la importancia que tenía el amor para Jesús. Aquí podemos encontrar el verdadero sentido que quiso dar Jesús a su muerte.

La muerte de Jesús en la cruz, analizada en profundidad, nos dice todo sobre su persona. Pero también lo dice todo sobre nosotros mismos si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es el mismo. Descubrir al verdadero Dios y la manera en la que podemos relacionarnos con Él, es la tarea más importante que puede desplegar un ser humano. Jesús, no solo lo descubrió él, sino que nos quiso comunicar ese descubrimiento y nos marcó el camino para vivir esa realidad del Dios descubierta por él. Nuestra tarea es descubrirlo también en lo hondo de nuestro ser.

La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que, aún hoy, seguimos sin asimilarlo. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y daca, que seguimos desplegando nosotros con relación a Dios, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. El Dios de Jesús se deshace por todos y nos obliga a deshacernos.

Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar en alguien que no va a manifestar nunca externamente lo que es. Es muy complicado tener que descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor que es parte de mi ser en lo que tiene de fundamental. Todo lo que soy y todo lo que puedo llegar a ser ya está en mí, no como cabría esperar por mi ego sino como fundamento del ser.

Nos descoloca un Dios que no va a manifestar con señales externas su preocupación por el hombre; sin darnos cuenta de que al aplicar a Dios relaciones externas, le estamos haciendo a nuestra propia imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo. Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación es ir purificándola cada vez más. Dios no es nada fuera de mí, con quien yo pueda alternar y relacionarme como si fuera otro YO, aunque muy superior a mí. Dios está inextricablemente identificado conmigo y no hay manera de separarnos en dos. Mi verdadero ser es esa identificación absoluta y total.

Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un “ego” más potente (¿los santos?) si no para quedar incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece sólo, pero si muere da mucho fruto”, es decir produce más vida. Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón que no nos atrevemos a pasar.

También nos dice todo sobre el hombre. La muerte de Jesús deja claro que objetivo de su vida fue manifestar a Dios. Si Él es Padre, nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que viendo al hijo se reconozca como es el padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus seguidores. Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y en todas las circunstancias. No solo no hemos entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que vamos en la dirección contraria. Nuestra pretensión “religiosa” es meter a Dios en la estrategia de nuestros egoísmos; no solo en esta vida terrena, sino garantizándonos un ego para siempre.

A ver si tenemos claro esto. No se trata de un mal trago que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios con el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está siempre y solo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Dios. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está también presente Dios. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay excusas.

El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra. Ninguna circunstancia de su vida, ni siquiera la muerte le apartó del Padre.

Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre. El que esté callado (en todos los sentidos) nos desconcierta, pero no quiere decir que nos haya abandonado.

Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica una falta de coherencia que nos tenía que hacer temblar. Para poder aceptar el dolor no buscado, tenemos que aprender a aceptarlo voluntariamente; el sacrificio buscado como entrenamiento.


Meditación-contemplación
La muerte de Jesús es signo de amor (Vida).
Porque la misma Vida de Dios estaba en él,
no le importó morir para manifestar ese amor.
Para él, la Vida, era más importante que la vida.
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La clave de una vida cristiana (humana)
Está en vivir a tope la verdadera Vida.
Conservando en su justo aprecio la vida, con minúscula.
Entonces descubriré que la vida biológica no es el valor supremo.
...................

Si la VIDAes lo primero,
Todo lo que somos y más aún todo lo que tenemos,
tiene que estar subordinado a ella.
Desaparece el sentido del sacrificio.
Lo que antes era renuncia, ahora se convierte en el mejor negocio.
.......................

jueves, 24 de marzo de 2016

RECORDAMOS QUE JESÚS SE DIO TOTALMENTE


Fray Marcos Rodríguez
Jn 13, 1-15

Considero la liturgia del Jueves Santo la más significativa de todo el año. Para mí, es la que mejor expresa lo que fue Jesús y su mensaje. Mañana recordaremos la muerte de Jesús, pero hoy se plantea el significado de esa muerte, que es mucho más importante para nosotros que la misma muerte. Ese significado lo encontramos en el relato que los evangelios hacen de la última cena. La protesta de Pedro, en el relato de Jn, deja claro que, en aquel momento, no entendieron nada. No podemos reprochárselo, porque tampoco nosotros somos capaces de hacerlo.

Aun no sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. El mismo Jesús le dice a Pedro que no lo puede entender “por ahora”. Sabemos que no fue un rito de purificación (antes de comer estaba mandado lavarse las manos, no los pies). No responde a una necesidad urgente (Los discípulos podían seguir con los pies más o menos sucios). Tampoco podemos reducirlo a un acto formal de humildad. Jesús pasaba de todo formalismo. Fue, sin duda una acción profética. La Biblia está plagada de esta manera de trasmitir una verdad profunda, sobre todo en los profetas. Esta es la razón por la que, el recuerdo de lo que Jesús, se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos y palabras está encerrado todo lo que fue Jesús durante su vida y lo que tenemos que llegar a ser nosotros.

El relato que acabamos de leer, muestra la importancia que para aquella comunidad tenían los acontecimientos recordados. Lo pone de manifiesto, la grandiosa obertura con que arranca el texto: “Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor en el más alto grado”. Pero no es menos sorprendente el final del relato: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.Aquí está la clave de la celebración de hoy. No importa que las haya pronunciado el mismo Jesús, es el sentir de la comunidad de Juan y eso es para nosotros lo importante.

Recordamos lo sucedido en la Última Cena, sobre todo la institución de la eucaristía y el lavatorio de los pies. Nuestra reflexión va a comenzar por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Si entendemos esta equiparación, estaremos en condiciones de ahondar en el significado de los dos hechos. Lavar los pies era un servicio que normalmente solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve. Esto es lo que había hecho Jesús durante toda su vida, pero ahora quiere hacer un signo, que no deje lugar a la duda. Es importante el hecho en sí, pero mucho más, lo que quiere significar.

Jn, el más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Esto debía hacernos pensar en la importancia del signo de lavar los pies. Sospecho que Juan quiso recuperar par la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. "Yo estoy entre vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana, pero denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder. La verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni reservas. Todo ser humano, también Jesús, es un proyecto que tiene que ser llevado a la realización completa. Esa plenitud a la que puede llegar, está marcada por su capacidad de darse a los demás.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amarnos, eso sí, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como devoción, que comienza y termina en el templo, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse totalmente. La eucaristía no es más que el signo de la entrega. Si no se da esa entrega, lo que hacemos se queda en un puro garabato.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato de la eucaristía, pero evita el peligro de quedarnos en la espiritualización del misterio. Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero signifi­cado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Meteos bien en la cabeza, que yo estoy aquí para partirme y repartirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dándome a los demás. Yo soy sangre, (vida) que se derrama para todos, que llega a todos, que da vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que se deja empapar por esa Vida. Las palabras finales son muy importantes. Jesús no dice que repitamos el gesto no para “conmemorar” el hecho, sino para que tomemos conciencia de su significado y vivamos lo que él vivió.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino par servir a todos. Manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y aceptada. De ahí la profunda relación que tienen los acontecimientos del Jueves Santo con los del Viernes. Jesús des-trozado en la cruz, puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Solo cuando muramos a todos nuestros egos, llegaremos a la plenitud del amor.

Aunque Jn no menciona la eucaristía en la última cena, no se ha desentendido de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 del evangelio de Jn, encontramos la verdadera explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de vida”. Para explicar esto, dice a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”. Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio a los demás hasta deshacerse por ellos.

En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” Vivirá por mí”. Para mí, no hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que viva como él vivió tendrá también la misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física (aunque también), sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber verdadera Vida. No se trata renunciar a nada, sino de conseguirlo todo, al elegir la más alta posibilidad de plenitud humana.

Moviendo al lavatorio de los pies. Esta actitud de Jesús a los pies de sus discípulos, pulveriza la idea de Dios “Señor Soberano Todopoderoso” al que hay que servir. Jesús hace presente a un Dios que no actúa como Dueño celeste, sino como servidor del hombre. Dios está a favor de cada hombre no imponiendo su voluntad desde arriba sino trasformando al hombre desde abajo, desde lo hondo del ser humano y levantando al hombre a su mismo nivel. Todo poder, sobre todo el ejercido en nombre de Dios, es contrario al mensaje de Jesús. Ni siquiera el deseo de hacer bien al otro, puede justificar ponerse por encima de los demás para violentarles.


Meditación-contemplación

Jesús manifiesta lo que es Dios poniéndose al servicio de los demás.
Deshaciéndose, alcanza la plenitud.
Hoy lo descubrimos en el signo del lavatorio y la eucaristía.
Mañana, entregando su vida por amor.
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Jesús dijo: Yo soy pan partido y repartido.
Yo soy sangre (Vida) que se derrama en todas direcciones.
Eso tengo que llegar a ser yo
si quiero alcanzar la plenitud humana.
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Si soy capaz de morir a mi egoísmo,
alcanzaré la plenitud de Vida.
Si soy capaz de darme hasta la muerte,
permaneceré para siempre en la verdadera Vida.
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