Nazanín Armanian
Desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 en EEUU —presentados falsamente como el inicio del terrorismo—, hay un gran esfuerzo por parte de los políticos, sociólogos e incluso de los todólogos tertulianos de los medios de comunicación, para explicar las razones que llevan a unos fieles del Islam, muchos nacidos en Europa, a matar a personas en Occidente sin importarles su religión, su origen étnico o su clase social.
El ministro francés de Economía, Emmanuel Macron, representa la respuesta más común al afirmar que la “exclusión de musulmanes franceses provoca su radicalización”. Pero, ¿por qué esta misma discriminación que sufrieron durante las décadas anteriores a 1990, por ejemplo, no tuvo la misma manifestación? El profesor tunecino Yves Charles Zarka cree que hay otro motivo: “la crisis moral que vive Occidente y el desengaño que provoca en algunos individuos”.
Sin embargo, ¿dará la misma explicación sobre los atentados cometidos por los mismos grupos terroristas en los países musulmanes? El señor Zarka añade que la búsqueda del bienestar, fundamento de las sociedades europeas, no constituye para dichas personas un motivo suficiente para vivir. Aunque, los ‘decapitadores del Estado Islámico’, además de cobrar millones de dólares de Arabia Saudí y Qatar (entre otros patrocinadores), reciben una ingente cantidad con el contrabando del petróleo iraquí y el patrimonio cultural de Siria, para vivir en un Estado de bienestar envidiable y pagar un sueldo a los miles de jóvenes del lumpenproletariado que están a su servicio.
Otro grupo, los talibanes, dirige el principal cartel de opio del planeta, y no precisamente como una muestra de su rechazo al capitalismo de consumo. Además, en ninguna parte del Corán se pide al creyente que viva pobre, todo lo contrario. La economía islámica es de mercado.
El versículo 9:38 del Corán refleja esta realidad en los tiempos del propio profeta: “¡Creyentes! ¿Qué os pasa? ¿Por qué, cuándo se os dice: «¡Id a la guerra por la causa de Alá!» permanecéis clavados en tierra? ¿Preferís la vida de aquí a la otra? Y ¿qué es el breve disfrute de esta vida comparado con la otra, sino bien poco…?”
En Egipto, un año fue suficiente para que los musulmanes dieran la espalda al Gobierno islamista de Mursi, quien, con su estómago lleno, pedía más y más paciencia a los hambrientos que ya no tenían ni pan seco para llevar a la boca.
En un Irak devastado por la invasión de EEUU y sus socios, y fracturado entre grupos chiitas y sunnitas, los seculares ganaron las elecciones parlamentarias del 2010, mientras que el Consejo Supremo Islámico tuvo sólo ocho escaños de 325.
Miradas mutiladas
¿Por qué se identifica a millones de personas que en Oriente Próximo y Norte de África luchan en unas circunstancias extremadamente difíciles por una democracia económica y política, con una minoría oscurantista, totalitaria y antimoderna, y que no es antiimperialista ni guardiana de las tradicionales exóticas y alternativas?
El principal mal que padecen las medidas europeas para integrar a los inmigrantes es justamente uno de los principios de las ideologías religiosas: dividir a los ciudadanos por su fe, con el fin de controlarles, además de mantener el caldo de cultivo de conflictos que siempre viene tan bien a las aristocracias gobernantes.
En este sentido, se organizan jornadas de puertas abiertas en las mezquitas, con té de menta incluidas, para que los escépticos ciudadanos cristianos comprueben por sí mismos que allí no esconden bombas ni misiles. Este ‘Diálogo de civilizaciones, que también se celebra en los encuentros entre cardenales, obispos, rabinos, lamas, muftíes y ayatolás —la élite de la casta religiosa mundial—, desvía la atención pública del origen real y de las manos que mueven un poderoso ‘terrorismo fantasma’ que cruza las valladas fronteras del mundo sin ningún visado. En Pakistán, víctima silenciosa del terrorismo, no se les ha ocurrido a los cristianos y musulmanes invitarse mutuamente a tomar la merienda en sus templos: saben perfectamente que el terrorismo es ciego y los que están detrás, buscan una guerra civil y la desestabilización de este estratégico país, abandonado por EEUU y recogido por China.
Terrorismo, el fantasma
El rey de Jordania, Abdullah II, nos ofrece su visión: señala intereses geopolíticos de determinados Estados para promover el terrorismo islámico, en el caso de los recientes atentados en Europa. El dirigente jordano habla directamente del presidente turco, Tayeb Erdogan (perteneciente a la organización de Hermanos Musulmanes y socio de la OTAN), como exportador de terroristas a Europa “para llevar adelante su agenda”, que según él, consiste en provocar “desorden” e imponer “una solución islámica radical a los problemas de la región”. Jordania que, a pesar de ser un servil peón de EEUU en la región, puede ser otro país afectado por el plan de Nuevo Oriente Próximo de Washington y la remodelación de las antiguas fronteras que EEUU ha puesto en marcha desde la caída de la URSS. Además, sabe que los estados en general, y EEUU en concreto, no tienen aliados estratégicos, sino intereses estratégicos.
Los yihadistas sunnitas afganos, el primer gran grupo terrorista islámico, lejos de ser una reacción de las sociedades musulmanas modernas (idea que tanto les gusta a los seguidores de Bush y de Samuel Huntington), fue creado en 1987 por el presidente estadounidense Jimmy Carter, con el fin de derrocar al gobierno marxista de Kabul y encerrar a la Unión Soviética con un ‘cinturón religioso’.
En aquellos mismos años, Ruhollah Jomeini instaló su República chiita en un Irán con 1600 kilómetros de la URSS, mientras Carter elevaba al máximo poder en el Vaticano al anticomunista polaco Karol Wojtyła, colaborador de la CIA (según afirma Carl Bernstein, uno de los investigadores del escándalo Watergate), para que, junto a Lech Walesa y su sindicato derechista-católico de Solidaridad, golpeasen también desde Europa a aquel país por prometer que había vida fuera de la economía capitalista.
Así nace la nueva estrategia de Washington: financiar la religión política organizada contra las fuerzas anticapitalistas en todo el mundo y, paralelamente, lanzar su antídoto, el chollo de la “lucha duradera contra el terrorismo islámico”, como si de un bombero pirómano se tratase. Volvieron a mentirnos al jurar que, matando a Bin Laden, (nos costó miles de vidas afganas y paquistaníes —sepultadas bajo las bombas que supuestamente atacaban los refugios del terrorista saudí—, además de billones de dólares y euros), el mundo vería la paz.
“Pagan justos por pecadores”
Por ello, no debe sorprender que tras cada atentado en Occidente, el país afectado, anuncia el bombardeo de un Estado estratégico, que para más inri no había sido el país natal de los terroristas: en el 11-S, al menos 15 de los 19 terroristas eran de Arabia Saudí y, sin embargo, EEUU bombardeó y ocupó Afganistán. Asimismo, la mayoría de los autores de los atentados de París eran de origen francés, no obstante, François Hollande envió a sus cazabombarderos a matar a sirios; y ahora, Bélgica, uno de los países más protegidos con sistemas de seguridad instalados por aire, tierra y mar, por ser la sede de la OTAN y del mando político-económico de Europa, ha hecho lo mismo tras los recientes atentados. ¡Es como si Bashar al Assad bombardeara Bélgica, Francia, Arabia Saudí, Qatar o Turquía, alegando que son sedes de las células yihadistas que atacan a su país!
Ante el avance de la extrema derecha, antipobre (aporófobo), no les conviene a los inmigrantes musulmanes exhibir su religiosidad. Es lo que han hecho durante la historia los cristianos perseguidos, —los armenios o los cátaros, quienes practicaron riserva mentale—, los judíos, y los sunnitas y chiitas en los países musulmanes.
El terrorismo además de un negocio, es una cortina de humo para entretenernos, y para que demos prioridad a la seguridad sobre el bienestar y la libertad, derechos que se han conseguido a base de una larga lucha, y que el capitalismo más agresivo nos lo está arrebatando. Al menos 60.000 personas mueren de hambre cada día por el terrorismo económico-político.