MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

martes, 31 de enero de 2017

UNA MUY NECESARIA LECTURA PARA ENTENDER LA CAMPAÑA ELECTORAL EN EL ECUADOR


Debate presidencial: un poco de terruño

Juan J. Paz y Miño C.
Catedrático e Historiador Ecuatoriano

El debate presidencial organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil el pasado miércoles 25 de enero, y en el que estuvieron presentes 7 de los candidatos (no estuvo Lenín Moreno), ha provocado distintas apreciaciones.
Sin embargo, dejó en evidencia que los 7 “presidenciables” asumieron al Ecuador como si fuera un país aislado, que existe solo en sus propias fronteras. Ninguno tuvo la capacidad para referirse, con fundamentos, al contexto mundial y peor al latinoamericano. Ninguno fue capaz de levantar alguna idea basada en criterios objetivos sobre las experiencias de otros países. Ninguno ha sido capaz de entender la geopolítica internacional en la que se inserta América Latina. Ninguno planteó algo que implique una comprensión sociológica, politológica o histórica de largo plazo para el país; ni un milímetro para ofrecer alguna visión integradora, como proyecto de sociedad y de futuro. Ninguno parece que ha leído algo de la Cepal o del PNUD, y ni siquiera del FMI o del BM, al respecto de la economía ecuatoriana, el Estado o los impuestos en América Latina. Pero todos hicieron gala de ofrecer alguna cosa, de inventar cualquier idea “concreta” para solucionar el empleo, la economía, la seguridad, el desarrollo o el bienestar.
Los presidenciables, metidos de lleno en la estrategia de los empresarios invitantes, los adularon, repasando las fórmulas por las cuales la gente de empresa viene luchando no desde hace poco, sino desde 1925, cuando la Revolución Juliana inauguró los primeros pasos para el intervencionismo estatal, los impuestos directos y las regulaciones a favor de los trabajadores.
Todos los candidatos, de una u otra manera, clamaron contra el Estado “obeso” (y el “hiperpresidencialismo”), contra los impuestos y a favor de la “flexibilidad” laboral, que son los tres ejes permanentes de las preocupaciones empresariales. Y lo más grave es que alrededor del “mercado de trabajo” se resumen las más caras aspiraciones de los candidatos de la ultraderecha, que hablaron de defender el empleo y ofrecieron generarlo, para decir, a continuación, que en el futuro hay que reintroducir el trabajo por horas y revisar las normas que rigen las relaciones entre patronos y trabajadores, pero no con el objetivo de reforzar los derechos históricos del trabajo en América Latina, y peor aún para redistribuir la riqueza en la región más inequitativa del mundo, sino con el oculto propósito de debilitar los avances laborales y los servicios sociales del Estado, como ya ocurrió en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo.
Aislados de las realidades contemporáneas, los presidenciables creen todavía en las obsoletas fórmulas de la “competitividad” sin límites, en el aperturismo indiscriminado, en los tratados de libre comercio, en cuestionar los impuestos directos como el de rentas, en suavizar los “costos” de producción precisamente a costa de los trabajadores. El mundo no existe. Solo los intereses privados del capital. Buenos negocios, buenas ganancias, porque a los trabajadores les bastaría con tener un simple salario.

lunes, 30 de enero de 2017

José María Castillo: "Muchos se hacen curas para tener nivel de vida, dignidad o categoría"


José María Castillo
Teólogo

Tal como se han puesto las cosas, en el momento que vivimos, el futuro de la Iglesia da que pensar. Porque produce la impresión de que la Iglesia, tal como está organizada y tal como funciona, tiene cada día menos presencia en la sociedad, menos influjo en la vida de la gente y, por tanto, un futuro bastante problemático y demasiado incierto.

Cada día hay menos sacerdotes, cada semana nos enteramos de conventos que se cierran para convertirlos en hoteles, residencias o monumentos medio arruinados. El descenso creciente en las prácticas sacramentales es alarmante. Más de la mitad de las parroquias católicas de todo el mundo no tienen párroco o lo tienen nominalmente, pero no de hecho.

Hace pocos días, el papa Francisco decía en una entrevista: "El clericalismo es el peor mal de la Iglesia, que el pastor se vuelva un funcionario". Y es verdad que hay curas, que se metieron en un seminario o se fueron a un convento, porque no querían pasarse la vida siendo unos "nadies" que no pintan nada en la vida. Esto sucede así, más de lo que imaginamos.

Pero, aunque se trate de personas generosas y decentes, ¿cómo no van a terminar siendo meros "funcionarios" unos individuos, que, para cumplir con sus obligaciones, tienen que ir de un lado para otro, siempre de prisa, sin poder atender sosegadamente a nadie? Y conste que me limito a recordar sólo esta causa de que en la Iglesia haya tantos "clérigos funcionarios".

No quiero ahondar en la raíz profunda del problema, que no es otra que la cantidad de individuos que se hacen curas porque, en el fondo, lo que quieren es tener un nivel de vida, una dignidad o una categoría, que no se corresponden ni con el proyecto de vida que nos presenta el Evangelio, ni con lo que de ellos espera y necesita la Iglesia.

Además - y esto es lo más importante -, ¿es la Iglesia una mera empresa de "servicios religiosos"? ¿cómo puede ser eso la Iglesia, si es que pretende mantener vivo el recuerdo de Jesús de Nazaret, que fue asesinado por los hombres del sacerdocio y del templo, los más estrictos representantes de los "servicios religiosos"?

 
Ya sé que estas preguntas nos enfrentan a un problema, que la teología cristiana no tiene resuelto. Pero hay cosas, que la Iglesia tuvo muy claras, en tiempos ya lejanos, y que hoy nos vendría muy bien recuperar. Me refiero en concreto a dos asuntos capitales: la "vocación" al ministerio pastoral y la "perpetuidad" de dicho ministerio.

La vocación. Se entiende por "vocación" un "llamamiento", una llamada. Por eso decimos que se va al seminario o entra en el noviciado el que se siente "llamado" para eso. Pero llamado, ¿por quién? Desde hace siglos, se viene diciendo que el obispo "ordena de sacerdote" al que es "llamado por Dios". Pero es claro que a cualquiera se le ocurre preguntarse: ¿y por qué será que ahora a Dios se le ocurre llamar a menos gente precisamente en los países más necesitados de buenos párrocos, teólogos, etc? No. Eso de que la vocación es la llamada de Dios, eso no hay quien se lo crea en estos tiempos. ¿Entonces...?

El mejor historiador de la teología de la Iglesia, Y. Congar, publicó en 1966 un memorable estudio ("Rev.Sc.Phil. ey Théol. 50, 169-197) documentado hasta el último detalle, en el que quedó demostrado que la Iglesia, desde sus orígenes hasta el s. XIII, no ordenaba (de sacerdote o de obispo) al que quería ser ordenado y alcanzar la dignidad que eso lleva consigo, sino al que no quería.

La vocación no se veía como un llamamiento de Dios, sino de la comunidad cristiana, que era la que elegía y designaba al que la asamblea consideraba como el más capacitado para el cargo. Es lo que se venía haciendo en las primeras "iglesias" ya desde la misión de Pablo y Bernabé, que elegían "votando a mano alzada" ("cheirotonésantes") (Hech 14, 23) a los ministros de cada comunidad.

¿No ha llegado todavía la hora de ir modificando la actual legislación canónica, para recuperar las sorprendentes intuiciones organizativas que vivió la Iglesia en sus orígenes?


La perpetuidad. Desde la tardía Edad Media, se viene repitiendo en teología que el sacramento del orden "imprime carácter", un "signo espiritual e indeleble", que marca al sujeto para siempre (Trendo, ses. VII, can. 9. DH 1609). El concilio no pretendió, en este caso, definir una "doctrina o dogma de fe". Porque el tema del "carácter" fue introducido en teología por los escolásticos del s. XII. Y, en definitiva, lo único que se veía como seguro es que hay tres sacramentos, bautismo, confirmación y orden, que solo se pueden administrar una vez en la vida, es decir, son irrepetibles, como indica el citado canon de Trento.

Lo importante aquí está en saber que, durante el primer milenio, la Iglesia enseñó y practicó de manera insistente lo que repitieron y exigieron los concilios y sínodos de toda Europa. A saber: los clérigos, incluidos los obispos, que cometían determinadas faltas o escándalos (que detallaban los concilios), eran expulsados del clero, se les privaba del ministerio, perdían los poderes que les había conferido la ordenación sacerdotal y, en consecuencia, quedaban reducidos a la condición de laicos.

Este criterio se repitió tantas veces, durante más de diez siglos, que la Iglesia se comportaba, en aquellos tiempos, como cualquier otra institución que se propone ser ejemplar. Los responsables, que no son ejemplares, no son trasladados a otra ciudad o se les encierra en un convento. Se les pone de patas en la calle. Y que se busquen la vida, como cualquier otro funcionario, que no cumple con sus obligaciones.

Si la Iglesia quiere en serio acabar con los clérigos funcionarios y con los clérigos escandalosos no puede depender de los jueces y tribunales civiles. Tiene que ser la misma Iglesia la que les quite la llamada "dignidad sacerdotal" a los "trepas", a los "vividores", a los "aprovechados", que se sirven de la fe en Dios, del recuerdo de Jesús y su Evangelio, para disfrutar de un respeto o de una dignidad que, en realidad, ni tienen, ni merecen.


domingo, 29 de enero de 2017

¿Quién tiene la culpa?



Padre Pedro Pierre

Es costumbre de las campañas electorales echar la culpa de todos los males al candidato opositor. En la campaña actual el gran culpable de todos los males es el actual Gobierno. Es cierto que nuestro país necesita todavía muchos cambios, que hay mucho desempleo, que la crisis es cierta, la corrupción real, la delincuencia presente, las drogas por muchas partes, etc.

Es cierto también que el Gobierno no ha sabido trabajar con las organizaciones populares, sindicales, indígenas en general, que el extractivismo no se ha detenido como debería ser. Es cierto igualmente que la participación ciudadana no ha despegado. ¿No esconderán estas y otras acusaciones, el griterío de los candidatos, el odio que circula en las redes sociales, las frustraciones de sectores sociales, etc., realidades ocultas o inconscientes? Soñamos con un país mejor, pero seguimos viviendo de una manera individualista que no promueve una vida colectiva unificada.

Soñamos con un Ecuador más igualitario, pero seguimos en el consumo muchas veces desenfrenado, con el que no se puede esperar un compartir equitativo. Soñamos con relaciones de armonía, pero la corrupción y los intereses materiales siguen campantes entre nosotros. Soñamos con un nivel de cultura elevado, pero nos alimentamos de una televisión basura, de tabletas llenas de chismes y de teléfonos inteligentes que nos comunican pornografía.

Otra razón que nos permitiría salir del círculo vicioso de los chismes y las mentiras es la toma en cuenta de un contexto internacional desfavorable. La baja del precio del petróleo y la valorización del dólar, que nos afectan grandemente como país, han sido programadas para desprestigiar a los gobiernos progresistas de América Latina: Bolivia, Ecuador, Venezuela, sin hablar de Cuba.

Los países del norte que no logran dominarnos descaradamente, lanzan noticias sobre la incapacidad de nuestros gobiernos para desprestigiarlos. Estas noticias internacionales son repercutidas por la mayoría de la prensa y medios de comunicación a fin de confundirnos y hacernos creer que el pasado ha sido el ‘paraíso perdido’ y que ‘lo mejor está por venir’. No nos damos cuenta de que nuestra organización familiar, social y nacional sigue el esquema capitalista que no nos favorece mayoritariamente.

Somos nosotros los que construimos un país mejor cada día o lo destruimos por nuestras malas actuaciones cotidianas. La lucha a llevar es a nivel personal-transformarnos a nosotros mismos-; a nivel colectivo -crear relaciones de amistad y compartir-; a nivel local -colaborar con organizaciones que fomentan vivencias alternativas-; a nivel nacional -integrar movimientos sociales y partidos políticos-; a nivel religioso -desarrollar lazos interculturales que nos enriquezcan humana y espiritualmente-. Así nos constituiremos en personas plenamente integradas en un país que se va transformando hacia los sueños que abrigamos muchas y muchos de nosotros.

Jesús decía sabiamente: “Antes de quitar la paja del ojo de tu hermano, quita primero la viga que está en el tuyo”.

sábado, 28 de enero de 2017

DICHOSO EL QUE ES HUMANO Y NO DESHUMANIZA A LOS DEMÁS

 
Fray Marcos
Mt 5, 1-12
 
Para entender las bienaventuranzas, debemos recordar lo que dijimos el domingo pasado. Para todo el que no haya tenido esa experiencia interior, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido, ¡Enhorabuena! Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, pues están más allá de la lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio.
 
Sobre las bienaventuranzas se ha dicho de todo. Para Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietsche son una maldición, ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy sencillo.
 
Uno habla desde la mística (no cristiana). El otro pretende comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, aunque sea la más preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.
 
Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer, en demagogia barata para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, nos impide descubrir su importancia. En realidad lo que quiere decir Jesús es que seríamos todos mucho más felices si tratáramos de desarrollar lo humano en vez de obsesionarnos con las necesidades materiales.
 
Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús, el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.
 
No tiene importancia que Lc proponga cuatro y Mt nueve. Se podrían proponer cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas de cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada uno no es lo esencial. Por eso no tiene mayor importancia explicar cada una de ellas por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.
 
La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras bienaventuranzas de Lc, recogidas también en Mt, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mt las espiritualiza, no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón etc.
 
La diferencia entre Mt y Lc desaparece si descubrimos qué significaba en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo bíblico, no podemos entenderlos. Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías, Miqueas, denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen su soberanía.
 
Después del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. Incluía a los que llamaríamos socialmente pobres: a pobres, enfermos, poseídos, impuros, marginados, etc.
 
La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos. Los que quisieran salir de su pobreza y no pueden. Serán bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos.
 
Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad prometida para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, puede todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás.
 
Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Tal vez la irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobrezamanteniendo nosotros nuestra riqueza. Es imposible. La predicación de hoy está abocada al fracaso.
 
Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir entre la confianza en el placer o la confianza en Dios.
 
Ahora bien, si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las bienaventuranzas. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder. Recordad: “no podéis servir a Dios y al dinero”.
 
Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que yo esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como gastar lo imprescindible. Piensa cada día lo que puedes hacer por los que te necesitan aunque te cueste algo.
 
Meditación
 
Dichosos los que se conforman con poco, porque en ellos reina Dios.
Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito de lo divino.
Si pongo mi felicidad en el consumir, olvido mi verdadero ser.
Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida.
Pero es también impedir la verdadera Vida.
Compartir lo que tengo con el que lo necesita, me hace más humano.
Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerse más humano.
Solo hay un camino hacia la plenitud: el servicio.

viernes, 27 de enero de 2017

“No nos cansemos nunca de pedir a Dios el don de la unidad”


Jesús Bastante

RD.- "Queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos nunca de pedir a Dios el don de la unidad". El Papa Francisco celebró esta tarde el rezo de vísperas, que sirve de cierre a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Y lo hizo en San Pablo Extramuros, junto al metropolita Gennadios, y al representante anglicano, David Moxon. Los tres, junto al cardenal Koch, rezaron juntos ante la tumba del apóstol de los gentiles.

"Con la esperanza paciente y confiada de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la plena comunión visible, sigamos adelante en nuestro camino de reconciliación y de diálogo, animados por el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas que, tanto ayer como hoy, están unidos en el sufrimiento por el nombre Jesús. Aprovechemos todas las oportunidades que la Providencia nos ofrece para rezar juntos, anunciar juntos, amar y servir juntos, especialmente a los más pobres y abandonados", glosó el Papa, quien recordó el V Centenario de la reforma.

"El hecho de que hoy católicos y luteranos puedan recordar juntos un evento que ha dividido a los cristianos, y lo hagan con esperanza, haciendo énfasis en Jesús y en su obra de reconciliación, es un hito importante", apuntó.

En su homilía, el Papa recordó la caída de Pablo camino de Damasco, su conversión radical a Cristo, que "no consiste ya en en confiar en sus propias fuerzas para observar escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo al amor gratuito e inmerecido de Dios, a Jesucristo crucificado y resucitado".

Una conversión que impulsa al apóstol de los gentiles a salir a las calles a proclamar el Evangelio. "Pablo no puede tener esta novedad sólo para sí: la gracia lo empuja a proclamar la buena nueva del amor y de la reconciliación que Dios ofrece plenamente a la humanidad en Cristo", afirmó Bergoglio.


"Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia", es el llamado de esta semana por la unidad. Una reconciliación que "no es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación que Dios nos ofrece en Cristo". "Más que ser un esfuerzo humano de creyentes que buscan superar sus divisiones, es un don gratuito de Dios", que invita a quien lo recibe a "anunciar el evangelio de la reconciliación con palabras y obras, a vivir y dar testimonio de una existencia reconciliada".

Pero ¿cómo anunciar el evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? "La reconciliación no puede darse sin sacrificio", admitió el Papa, quien invitó a la "revolución cristiana de todos los tiempos", que no es otra que "no vivir para nosotros mismos, para nuestros intereses y beneficios personales, sino a imagen de Cristo, por él y según él, con su amor y en su amor".

"Para la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una invitación a no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a no depender de las oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar el camino con la mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro único programa de vida", dijo.

Es, también, "una invitación a salir de todo aislamiento, a superar la tentación de la auto-referencia", porque "la auténtica reconciliación entre los cristianos podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás y seamos capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros, sin esperar que sean los demás los que aprendan antes de nosotros".

"Mirar hacia atrás es muy útil y necesario para purificar la memoria, pero detenerse en el pasado, persistiendo en recordar los males padecidos y cometidos, y juzgando sólo con parámetros humanos, puede paralizar e impedir que se viva el presente", advirtió Francisco, quien pese a las dificultades animó a esperar "un porvenir en el que las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el amor, estén plena y visiblemente unidos".

"Este año, mientras caminamos por el camino de la unidad, recordamos especialmente el quinto centenario de la Reforma protestante", recordó el Papa, haciendo referencia al "Año Lutero". "El hecho de que hoy católicos y luteranos puedan recordar juntos un evento que ha dividido a los cristianos, y lo hagan con esperanza, haciendo énfasis en Jesús y en su obra de reconciliación, es un hito importante, logrado con la ayuda de Dios y de la oración a través de cincuenta años de conocimiento recíproco y de diálogo ecuménico", incidió.


jueves, 26 de enero de 2017

Ese Trump que habita en nosostros

 
Trump es ya más que un presidente de los Estados Unidos.
Es un fenómeno que crea escalofríos. Su nombre hace retumbar ecos de tambores de guerra.
Juan Arias
El País
Reflexión y Liberación

Todos los adjetivos que engendran miedo o repulsa han sido usados para describir su persona y sus ideas.

Pero ¿cuántos pedazos de Trump existen en nosotros? ¿Lo eligieron los dioses o fuimos todos nosotros, no sólo los americanos?

Nadie es del todo inocente. ¿Dónde comienza la frontera entre la víctima y el verdugo?

Trump es un interrogante. Para unos, una sorpresa sombría, para otros, el líder que se ríe de los políticos y los juzga y desprecia. Personaje aún indescifrable, a pesar de su lenguaje obvio, insustancial y a veces hasta soez.

Es más que un problema político. No es de izquierdas ni de derechas. Quizás de nada, sólo de sí mismo. ¿Un payaso o algo menos divertido, más inquietante?

Por ser más que un político llamado a gobernar el mayor imperio del Planeta, necesitaríamos de otras ciencias para encuadrarlo. ¿Quizás la psiquiatría?

¿Y si fuera un ciudadano que refleja el sentir de millones de personas, cansadas de la desfachatez y el aburguesamiento de sus gobernantes tradicionales, engordados bajo el manto de la impunidad y la corrupción, que han ido marginalizando a la mitad del planeta que debe conformarse con las migajas caídas de la mesa de sus festines?

¿O será la falsa esperanza de esos millones de ciudadanos que ya no esperan nada de los políticamente correctos y corren en busca del espejismo de un “capo”, lo más macho e incorrecto posible?

Trump aún no se ha estrenado y ya es el personaje del momento en el planeta ¿Qué hay en él de morbosidad política o existencial para que, huero de ideas y lleno de presunción se haya convertido en el mayor fenómeno viral de las redes sociales del mundo?

De Trump se ha escrito ya de todo, pero quizás poco de nosotros frente a su espejo. Hay una pregunta que inquieta no sólo a la piscología y al psicoanálisis sino a nuestra propia conciencia ¿Qué parte de Trump se esconde en cada uno de nosotros?

Somos todos un reflejo de Trump cada vez que sentimos escozor ante los diferentes ¿No somos un selfie de él cuando sufrimos si nuestra hija blanca se casa con un negro? ¿O cuando nuestro hijo de color se enorgullece de haberse casado con una blanca?

Cada vez que un padre dice: “Prefiero un hijo muerto a un hijo gay”; cuando en algún rincón sombrío de nuestra alma nos alegramos cada vez que un delincuente es linchado en la calle ¿no estaremos contaminados por el virus trumpiano?

¿O cuando seguimos creyendo que el color de la piel es un fallo de la luz en vez de una tonalidad del arco iris?

¿O cuando los hombres, quizás sin verbalizarlo, piensan que muchos estupros son causados y justificados por las mujeres con sus vestidos provocadores o cuando creemos que todas ellas son fáciles de prostituirse frente al poder o el dinero?

Somos habitantes del planeta Trump, cuando denigramos los derechos humanos, defendemos la tortura o la pena de muerte o nos oponemos a que la mujer pueda disponer en conciencia de su maternidad.

Somos pequeños Trump, cuando creemos que es la pobreza lo que engendra la violencia. Y la policía es trumpiana cuando ante la duda entre un blanco y uno de color, se inclina por la inocencia del blanco.

La justicia, hasta la más democrática espeja a Trump cada vez que llena las cárceles con los sin nombre y deja en libertad a los que se jactan de decir: “Usted no sabe quien soy yo”.

Hasta las democracias más sólidas, como la Europea, muestran resabios de trumpismo. Basta pensar a la política incómoda de los emigrantes o de los refugiados. En el fondo nos irritan, porque estarían invadiendo nuestro territorio sagrado. Son la amenaza una nuestra tranquilidad.

Somos un pedazo de Trump cuando creemos que es necesario pensar antes en nuestro pequeño corral que en la gran plaza del mundo.

Somos Trump cuando ya no nos espanta el silencio de muerte de aquella parte del mundo a la que hemos condenado a no tener voz.

Trump no es un alienígena ni un extraterrestre . Es la expresión de nuestro mundo que se está encerrando en sí como un erizo, con sus púas en guardia, contra los que no piensan ni aman como él.