MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Víctor Codina: ¿Qué fue Medellín del 68?


Víctor Codina

A una serie de importantes acontecimientos históricos del 68 (mayo francés, primavera de Praga, rebelión y matanza universitaria en México, asesinato de Luther King…) podemos añadir también Medellín. ¿Qué fue Medellín del 68?

Nos hemos de remontar al Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado por Juan XXIII y concluido por Pablo VI. Pablo VI seguramente consciente del carácter excesivamente centroeuropeo del Vaticano II, para socializarlo en otros continentes, convocó reuniones de los Consejos Episcopales de América Latina en Medellín (1968), de África en Kampala (1969) y de Asia en Manila (1970).

Pero Medellín fue mucho más que una mera socialización y aplicación del Vaticano II a América Latina: fue una relectura creativa del concilio desde un continente pobre y profundamente religioso, una recepción original del Vaticano II, desde un continente marcado por la pobreza y discriminación, con una fe tradicional muy dualista y ritual, poca evangelización y gran ignorancia, con estructuras eclesiales pesadas y obsoletas. Medellín fue un paso del Señor por América Latina, un tiempo de gracia.

Los obispos latinoamericanos en Medellín releyeron el Vaticano II desde un continente religioso, pero profundamente injusto, desigual y discriminatorio, en un contexto humano no de vida sino de muerte. Ellos parten de la realidad y en ella escuchan que “un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (14,1), un clamor que, como en el Éxodo, exige justicia, liberación y el paso a una vida más justa y digna.

Esta dura realidad es iluminada desde el evangelio de Jesús de Nazaret que pasó por el mundo haciendo el bien, desde las bienaventuranzas como programa de un Reino que ya comienza aquí, desde la parábola del juicio final donde seremos examinados de nuestro amor y sensibilidad frente a los pobres, con los que se identifica Jesús.

Y en este clamor los obispos en Medellín disciernen un signo de los tiempos, descubren la voz del Espíritu que exige profundos cambios sociales y eclesiales, superación de la dicotomía entre la Iglesia y el mundo, necesidad de una mayor presencia de la fe en los valores temporales, manifestar siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre, entre la historia de salvación y la historia humana, entre la Iglesia Pueblo de Dios y las comunidades temporales, entre la acción reveladora de Dios y la experiencia humana (8,4).

Por esto Medellín, antes de hablar de la evangelización (6-9) y de las estructuras de la Iglesia (10-16), aborda el tema de la promoción humana: justicia, paz, familia y demografía, educación y juventud (1-5). Y el primer tema tratado es el de la justicia, donde se afirma que América Latina vive una situación de miseria e injusticia que clama al cielo (1,1).

Desde aquí surge en Medellín una nueva imagen de Iglesia, “el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (5, 14). Es la Iglesia de los pobres con la que soñó Juan XXIII, pero que el Vaticano II, demasiado centroeuropeo, no logró expresar.

Medellín es la experiencia de un nuevo Pentecostés. Y esto sucede no en el mundo occidental rico y progresista, sino en el Sur, desde los pobres. Desde Medellín surgen obispos que son verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres, comunidades de base, ministros cercanos al pueblo, vida religiosa inserta entre los pobres, laicos comprometidos con la sociedad y la Iglesia y numerosos mártires por el Reino: Romero, Angelleli, Ellacuría, Espinal... Es el Espíritu de Jesús que siempre actúa desde abajo, genera vida desde el caos y lugares de muerte, siempre sorprende y genera novedad.

A Medellín siguieron las Asambleas episcopales de Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), pero después de 50 años Medellín no ha perdido vigencia y su mensaje profético se extiende ahora a toda la Iglesia, la exigencia de escuchar el clamor de los pobres sigue siendo actual, aunque hoy los pobres tengan nuevos rostros: mujeres marginadas, pueblos indígenas y africanos, inmigrantes y refugiados, jóvenes sin trabajo, niños de la calle, las víctimas de la violencia de todo tipo y la dramática situación de nuestra casa común, consecuencia del actual paradigma tecnocrático.

El pontificado de Francisco es también heredero de esta tradición profética y pastoral latinoamericana que nace de Medellín. Su sueño de una Iglesia pobre y de los pobres, de una Iglesia no autorreferencial sino en salida y de puertas abiertas, hospital de campaña, con pastores que huelan a oveja, una Iglesia solidaria con los descartados y que sepa acompañar la fragilidad humana y discernir pastoralmente lo mejor en cada caso, una Iglesia que supere el clericalismo y el patriarcalismo recalcitrante, cuide la casa común y no viva la acedia y la tristeza sino la alegría del evangelio, etc. actualiza Medellín en nuestros días.

Podemos concluir que seguir la inspiración del magisterio y de la praxis pastoral de Francisco, hoy duramente cuestionado y criticado por muchos, es la mejor manera de llevar adelante el espíritu profético de Medellín del 68, 50 años después. En el convulso y oscuro mundo de hoy, Medellín sigue siendo un faro luminoso de esperanza.

martes, 25 de septiembre de 2018

Leonardo Boff: Un problema nunca resuelto: el sufrimiento de los inocentes


Leonardo Boff 

Siguiendo de cerca la creciente violencia en Brasil y las verdaderas masacres de indígenas y de pobres en las periferias, y más aún, viajando recientemente por América Central, quedé impresionado en El Salvador, Guatemala, Nicaragua y otros países de la región por los relatos de masacres ocurridas en el tiempo de las dictaduras militares, masacres de pueblos enteros, de catequistas o de campesinos que tenían la Biblia en casa. Lo que hubo entre nosotros, en Argentina y en Chile durante el tiempo asesino, bajo la égida de las fuerzas militares, es también para aterrorizarse.

En la actualidad, dada la crisis económico-financiera, hay millones de personas que pasan hambre, niños hambrientos muriendo y gente en la calle pidiendo centavos para comer cualquier cosa. Pero lo que más duele es el sufrimiento de los inocentes. También el de los millones de pobres y miserables que sufren las consecuencias de políticas económicas y financieras sobre las que no tienen ninguna influencia. Son víctimas inocentes, cuyo grito de dolor sube al cielo. Dicen las Escrituras del Primer y del Segundo Testamento que Dios escucha sus gritos. Uno de los profetas llega a decir que las blasfemias que profieren por causa del dolor, Dios las escucha como súplicas.

En este momento hay un manto de dolor que cubre todo nuestro país, Brasil, con alguna esperanza de que las elecciones nos traigan líderes cuyas políticas sociales hagan al pueblo sufrir menos, o no sufrir más, y hasta volver a sonreír. ¡Cuánto se agradecería!

Pero el sufrimiento de los inocentes es un eterno problema para la filosofía y sobre todo para la teología. Seremos sinceros: hasta hoy no hemos identificado ninguna respuesta satisfactoria por más que grandes nombres, desde Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz, y hasta Gustavo Gutiérrez entre nosotros, intentaran elaborar una teodicea, es decir un esfuerzo para no ligar a Dios al sufrimiento humano. La culpa estaría sólo de nuestra parte. Pero en vano, pues el sufrimiento continúa y la pregunta sigue sin tener respuesta.

Tal vez, la cuestión, siempre replanteada después por los grandes pensadores, como Russel, Toynbee y otros, fue formulada en primer lugar por Epicuro (341-270 aC) y recogida por Lactancio, cristiano y consejero de Constantino (240-320 aC), en su tratado sobre La ira de Dios. La cuestión se plantea así: «O Dios quiere eliminar el mal y no puede –y entonces deja de ser omnipotente y ya no es Dios–, o Dios puede suprimir el mal y no quiere –y entonces no es bueno, deja de ser Dios y se transforma en un demonio–». En ambos casos de la disyuntiva permanece la pregunta: ¿de dónde viene el mal?

El judeo-cristianismo responde que viene del pecado humano (original o no), y que nosotros somos los causantes de Auschwitz, de Ayachucho y de las grandes masacres de los colonizadores ibéricos en el nuevo Continente. Pero la respuesta no convence. Si Dios predijo el pecado y no creó condiciones para evitarlo es señal de que no es bueno. Pero si hizo todo lo posible para evitar el pecado y no lo consiguió, entonces es prueba de que no es omnipotente. En ambos casos no sería Dios. Y así caemos en la misma cuestión de Epicuro.

Las teólogas eco-feministas critican esa formulación entre impotencia y falta de bondad como patriarcal y machista, pues tales atributos de omnipotencia y bondad serían atributos masculinos. Lo femenino siente y piensa diferente, más en la línea de los profetas y de Jesús. Estos criticaban una religión sacrificial en nombre de la misericordia: “quiero misericordia y no sacrificios” suena en su boca. La mujer está ligada a la vida, a la misericordia con quien sufre y sabe mejor identificarse con las víctimas.

Se argumenta entonces: Dios es tan bueno y omnipotente que puede renunciar a tales prerrogativas (deja de ser el "Dios" de las religiones convencionales) y se hace él mismo un sufriente, va al exilio con el pueblo, es perseguido y por fin es crucificado en su Hijo Jesús. Comentaba D. Bonhöffer, el teólogo que participó en el atentado contra Hitler y fue ahorcado: “Sólo un Dios sufriente nos puede ayudar”.

Si no tenemos respuesta al mal, sólo sabemos ahora que nunca estamos solos en el sufrimiento. Dios sufre con nosotros. Lo terrible del sufrimiento es la soledad, la mano que se niega a ponerse en el hombro, la palabra consoladora que falta. Ahí el sufrimiento es total.

No hay respuesta para el sufrimiento de los inocentes ni para el mal. Si la hubiera, el sufrimiento y el mal desaparecerían. Pero siguen ahí haciendo su obra perversa. ¿Quién nos salvará? San Pablo, confiado, responde: “Sólo por la esperanza seremos salvados”. ¡Pero cómo tarda en realizarse esta esperanza!

domingo, 23 de septiembre de 2018

Sebastián: "Los que se oponen al Concilio y al Papa quieren una Iglesia politizada y cautiva"



Jesús Bastante

"Tarancón no era Suquía, ni Rouco. Y Pablo VI no era Juan Pablo II". Juan Mari Laboa dejó varias reflexiones durante la mesa redonda que sirvió de pórtico a la inauguración del 'Centro de pensamiento Pablo VI', que tuvo lugar esta tarde en Madrid.

Para el historiador, "la Iglesia española es la única que ha tenido tres episcopados: los obispos de la Guerra Civil, el Episcopado de Montini y el Episcopado de Juan Pablo II". Ahí quedó Laboa, dejando una pregunta, que nadie hizo pero todos pensaron, en el aire: ¿Hay un episcopado español de Francisco?

"Pablo VI, memoria y reconciliación" fue el tema de la vibrante mesa redonda, organizada en la Fundación Pablo VI, y que unió en torno a la misma mesa al cardenal Fernando Sebastián; Francisca Sahuquillo; Ginés García-Beltrán; y Juan Mari Laboa, moderados por Mª Teresa Compte. La presentadora animó a trabajar en la "recuperación de un pontificado, de un estilo, de una actitud y de unas convicciones que pueden ser muy positivas para la sociedad de nuestro tiempo, y también para la Iglesia en España".

Abrió el acto el presidente de la Fundación y obispo de Getafe, quien calificó a Montini como "uno de los pontífices más importantes del siglo XX, todavía desconocido en España y que, con el paso del tiempo, va agrandando su figura".

"Pablo VI fue un figura colosal", recalcó García-Beltrán, quien recordó que "quizá no haya habido ningún Papa con una visión tan clara de la grandeza del ministerio petrino" como la suya. "Nos recuerda mucho a Francisco en su petición de crear puentes y tirar muros".


Por su parte, Fernando Sebastián desveló que Montini "es el Papa de mi vida". "Podemos reconocer a Pablo VI como el primer Papa moderno. Era un Papa poco clerical. Un papa culto, que se dio cuenta que la Iglesia debía migrar a la cultura de la libertad, la comunicación, la universalidad".

"Fue el Papa del Concilio. Con muchas dificultades, abrió el camino a temas como la colegialidad, el ecumenismo, la libertad religiosa. Un Papa que es maestro y profeta en sus documentos", señaló. Un Papa que dijo que "ya está bien de condenar, hay que acercarse amigablemente y hablar".

Sebastián quiso salvar hasta la 'Humanae Vitae', que en su opinión "fue interpretada como una encíclica de prohibición, y en su ánimo no estaba prohibir la píldora, sino defender la riqueza, la complejidad y la potencia del amor como creador de la vida".

"Ha sido el más reformador de toda la serie de papas modernos", apuntó el purpurado, señalando cómo Montini abolió la silla gestatoria, la tiara, estableció el Sínodo de los Obispos, los viajes... "El fue amigo incomprendido de España. Él entendió España mejor que muchos españoles, nos ayudó a abordar el trance de la Transición Política", resaltó Sebastián, quien añadió que "sin la apuesta de la Iglesia por la democracia y la reconciliación, hubiera sido difícil la transición pacífica. Y sin el apoyo de Pablo VI, la Iglesia española no pudo haber hecho lo que hizo en los años de la Transición".

Por su parte, Francisca Sahuquillo, que acaba de terminar su misión como coordinadora de la Comisión para la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, dio algunas de las claves, muchas de ellas desconocidas, de la difícil relación de Montini con el dictador. Así, señaló, "Franco impidió, en 1965, que Pablo VI viniera a España, como era su deseo".

Como abogada de algunos de los condenados en el último proceso de pena de muerte en España, Sahuquillo reveló cómo "Pablo VI llamó a Franco para pedir el indulto en septiembre de 1975, y Franco no se quiso poner".

"Él vio muy claro que la Iglesia tenía que jugar un papel de diálogo y apoyo a la democracia de la transición", señaló la experta, quien asumió cómo "en España no se ha superado el conflicto de la Guerra Civil. Hay algunos que siguen anclados en el pasado, y que tampoco conocen el papel de Pablo VI en el diálogo y la democracia en España".

Finalmente, el teólogo Juan María Laboa quiso reivindicar la figura de Juan XXIII. "Sin Juan XXIII, no habría habido Concilio, ni habría sido elegido Montini". Pero precisó que, una vez elegido, fue un Papa histórico. También para España, aunque "los obispos no confiaron en Montini".

"Tarancón no era Suquía, ni Rouco. Y Pablo VI no era Juan Pablo II". "La Iglesia que hemos vivido con Pablo VI no es la Iglesia posterior", criticó, denunciando que la Iglesia española "es la única que ha tenido tres episcopados: los obispos de la Guerra Civil, el Episcopado de Montini y el Episcopado de Juan Pablo II". Ahí quedó Laboa, dejando una pregunta, que nadie hizo pero todos pensaron, en el aire: ¿Hay un episcopado español de Francisco?.

"¿Quiénes recharazon a Pablo VI? Los que se opusieron el Concilio. ¿Quiénes rechazan a Francisco? Los que rechazan el Concilio. El integrismo español está con una constancia absolutamente admirable rechazando el Concilio", culminó.

"Los que se oponen al Concilio y al Papa son los que quieren una Iglesia politizada y cautiva, tienen miedo a una Iglesia que salga al campo ella solita, sin el amparo o la tutela de ningún poder político, y proclamando el Evangelio en toda su vigencia y repercusiones", contestó Fernando Sebastián.


viernes, 21 de septiembre de 2018

Padre Pedro Pierre: ¡NO MÁS PENA DE MUERTE!


Padre Pedro Pierre

Es lo que proclamó el papa Francisco a principios del mes de agosto pasado, quitó del Catecismo católico que la pena de muerte era “admisible”. De esta manera el papa confirma lo que pedían numerosas asociaciones internacionales y lo que habían eliminado de sus Constituciones muchas naciones del planeta. Sobre todo el papa retoma el sentido de los Diez mandamientos de Moisés y más que todo “expresar esas novedades del Evangelio de Cristo”: “No mataras”… ‘ni con balas ni con hambre’, sin excepciones. La pena de muerte no soluciona los problemas sociales ni legales; los oculta.

El cambio es significativo. Por una parte quita toda justificación a la pena de muerte y a las guerras que practican todavía grandes Estados, como por ejemplo, Estados Unidos. Por otra modifica la afirmación del Catecismo católico publicado por el papa Juan Pablo 2°, donde se creía la doctrina intocable.

El papa Francisco denuncia la hipocresía y la perversidad de sistemas políticos donde, en un mismo país, “coexisten dos Estados paralelos: un Estado jurídico formal vigente en las regiones habitadas por los incluidos en el mercado. Otro es el estado de excepción que predomina en las periferias habitadas por los descartados y explotados (donde) el Estado tiene carta blanca para ejercer su brutalidad, practicar la tortura y la pena de muerte”.

Para justificar el cambio en la doctrina católica, el papa afirma que “la Palabra de Dios no puede ser conservada con naftalina, como si se tratara de una manta vieja que hay que proteger de la polilla. ¡No! La Palabra de Dios es una realidad dinámica, siempre viva, que progresa y crece porque tiende hacia un cumplimiento que los hombres no pueden detener”.

La exigencia de no matar incluye la de “no dejar morir” a millones de personas que tienen hambre o sed, que están enfermas o simplemente empobrecidas, ni a las que sufren las consecuencias mortales del negocio de la venta de armas o de la trata de seres humanos. 

Ahora, habrá que elegir entre ser asesinos o samaritanos.

martes, 4 de septiembre de 2018

Padre Pedro Pierre: UN PAUSA PARA RETOMAR VALOR


Padre Pedro Pierre

“¡Agárrese adónde pueda!”… Bien podría ser la frase del momento mundial con tantas guerras, tanta migración, tanta preocupación por el cambio climático, tanto caos que se cierne sobre América Latina. Sentimos que los problemas y las necesidades cotidianas nos llevan irresistiblemente adónde no queremos ir. Nos invade la impresión de ir sin rumbo, sin sentido y sin alegría.

Pero nace siempre en nosotros el deseo y el sueño de una vida mejor y feliz. La dureza de la vida nos limita mucho. Si no queremos hundirnos en el sinsentido y caer en la mediocridad y la desesperanza, tenemos que buscar la manera de controlar todo lo que hacemos. El camino para encontrarla está en el dar sentido a todo lo que hacemos. ¡Cuánta tristeza a veces se acumula en nuestra vida y cuánta tristeza vemos en los que nos rodean! Por eso es bueno de vez en cuando hacer una pausa y preguntarnos adónde voy, qué sentido tiene lo que hago. Los animales viven “a la buena de Dios”. Lo que nos diferencia de ellos es la conciencia que tenemos de nuestra existencia y de su sentido o sinsentido.

Dar sentido a la vida es decidir cómo vamos a vivir en vez de dejarnos llevar sin pensar, hacer como todos los demás, obedecer pulsiones y deseos del momento, seguir las últimas propagandas… Dar sentido a la vida es mirar cómo viven los que nos rodean y por qué son tristes o felices: la felicidad es la recompensa de nuestra lucha sobre uno mismo y todo lo que nos ocurre. Dar sentido es descubrir la manera propia de actuar según nuestras capacidades: cada uno somos únicos con nuestros talentos y nuestra vida no se debe parecer a la de nadie más que a nosotros, porque podemos construirnos humana y fraternalmente. Dar sentido a nuestra vida es preguntarnos en qué podemos ser útiles a los demás porque todos somos necesitados de los demás y dependientes unos de otros: los demás nos ayudan a vivir, crecer, amar, trabajar, salir adelante… Así llegaremos a ser humanos y sentirnos felices. Jesús nos repite como a sus discípulos: “¡No tengan miedo!”