MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 31 de mayo de 2015

Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo



Fray Marcos Rodríguez

(Dt 4,32-40) El Señor es el único Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra.
(Rom 8,14-17) Habéis recibido un Espíritu de hijos que os hace gritar Abba, Padre.
(Mt 28,16-20) Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Pensar a Dios no sirve de nada; vivirlo sí. Mi verdadero ser es Él. Mi única tarea es pasar de mi falso ser al verdadero.

Es verdad que la Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está fabricando a cada instante un Dios a su medida. Es verdad que nunca podremos llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro conocimiento de la realidad, y del hombre, será lógico que cambie nuestra idea de Dios. El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios-Espíritu, cada vez menos cosificado.

Decir que la Trinidad es un dogma o un misterio, no hace más comprensible la formulación trinitaria. La verdad es que hoy no nos dice casi nada, y menos aún las explicaciones que se han dado a través de los siglos. Todas las teologías surgieron de una elaboración racional que siempre se hace desde una filosofía de la vida, determinada por un tiempo y una cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella y negarnos a buscar otras maneras de hablar de Dios.

Cada día se nos hace más difícil la comprensión del misterio, entre otras cosas porque no sabemos qué querían decir los que elaboraron el dogma. Aplicar hoy a las tres personas de la Trinidad la clásica definición de Boecio “individua sustantia, racionalis natura”, se antoja un poco ridículo. Aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad propia del hombre es ridículo. Dios no es un individuo, ni es una sustancia ni es una naturaleza racional.

La dificultad para hablar de Dios como tres personas, la encontra­mos en el mismo concepto de persona, que lejos de ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos cambios de sentido. Desde el "prosopon" griego, que era la máscara que se ponían en el teatro para que “resonara” la voz; pasando a significar el personaje que se representaba; al final terminó significando el individuo físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia subjetiva, es decir, el núcleo íntimo del ser humano.

En la raíz del significado está la limitación. Existe la persona porque existe la diferencia y la separación. Esto es imposible aplicárselo a Dios. En los últimos años se está hablando del ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de los próximos decenios. Si el hombre está anhelando lo transpersonal, es ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que siempre supone la limitación del propio ser.

Siempre que nos atrevemos a decir “Dios es…,” estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Ídolo no es solamente una escultura o una pintura de dios. También es un ídolo cualquier concepto que aplicamos a dios. El ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen haberlo atrapado en sus intrincados conceptos. Dios no es nada que podemos nombrar. El “soy el que soy” del AT, tiene más miga de lo que parece. Dios es solo verbo, pero un verbo que no se conjuga, porque no tiene tiempos ni modos. Dios ES un inmenso presente que lo llena todo. Dios es la realidad que hace posible toda realidad.

Hoy podemos comprender que Dios no se identifica con la creación, pero tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la Vida como algo separado del ser que está vivo. No podemos imaginar lo divino separado de todo ser creado, que, por el mero hecho de existir, está traspasado de Dios. En los últimos tiempos muchos pensadores llaman a esa conexión inextricable, “no dualidad”. Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de ciencia. Dios es acto puro y lo que hace se identifica con lo que es. Lo está haciendo todo de una vez, por lo tanto no puede empezar a hacer algo o dejar de hacer lo que está haciendo.

El Dios de Jesús no es el Dios de los buenos, de los piadosos, de los religiosos ni de los sabios, es también el Dios de los excluidos y marginados, de los enfermos y tarados; incluso de los irreligiosos inmorales y ateos. El evangelio no puede ser más claro: “las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. El Dios de Jesús no nos interesa porque no aporta nada a los “buenos” que ya lo tienen todo. En cambio, llena de esperanza a los “malos” que se sienten perdidos. "No tienen necesidad de médico los sanos si no los enfermos; no he venido a llamar a los justos si no a los pecadores" El mensaje de Jesús escandalizó, porque hablaba de un Dios que se da a todos sin que tengamos que merecerlo.

Para nosotros, es sobre todo la experiencia que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó con todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en su época. Ese esfuerzo le costó la vida. Jesús en todo momento quiere dejar claro que su Dios es el mismo del AT. Eso sí, tan purificado y limpio de adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente distinta.

La forma en que Jesús habla de Dios como amor-salvación para los hombres, se inspira directamente en su experiencia personal. Naturalmen­te esa vivencia no hubiera sido posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de Jesús. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él mismo todo para los demás. Tomó concien­cia de la fidelidad de Dios y respondió siendo fiel a sí mismo. Al llamar a Dios "Abba", Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.

La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la permanente acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. El reconoci­miento de nuestra limitación, es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Él es el único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento, es fuente de una insospechada humanidad.

Esta idea de Dios supone un salto sobre la idea del AT. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su “Alianza”, y reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la cumplen, los reprueba y castiga. En Jesús Dios actúa de modo muy diferente. Él es don absoluto e incondicional. Él es agape y se da totalmente. Es el hombre el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana.

Dios no puede ser un "tú" en el mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la realidad que posibilita el encuentro con un tú; es decir, sería como ese tú ilimitado que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. Pero a Dios nunca se le puede experimentar directa­mente como tal tú, sin el rodeo del encuentro con un tú humano. No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario teísta (nos quedaríamos sin lenguaje sobre Dios), sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo lenguaje sobre Dios. Toda nuestra vida religiosa quedará afectada por estas ideas que acabamos de exponer, desde la oración hasta la esperanza en la vida futura.

sábado, 30 de mayo de 2015

Sin miedo


PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Viernes 15 de mayo de 2015
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 21, viernes 22 de mayo de 2015

Miedo y tristeza enferman a las personas y también a la Iglesia, porque paralizan, hacen egocéntrico y acaban por viciar el aire de las comunidades que sobre la puerta exponen el cartel de «prohibido» porque tienen miedo de todo. Sin embargo, es la alegría, que en el dolor llega a ser paz, la actitud valiente del cristiano, sostenido por el temor de Dios y el Espíritu Santo. Es lo que dijo el Papa en la misa celebrada, el viernes 15 de mayo, en la capilla de la Casa Santa Marta.

En la liturgia de la Palabra, el Papa Francisco observó inmediatamente, al comentar las lecturas del día, que «existen dos palabras fuertes que la Iglesia nos hace meditar: miedo y alegría». Y, así, —se lee en los Hechos de los apóstoles (18, 9-18)— el Señor dice a Pablo: «no tengas miedo; sigue hablando».

«El miedo —explicó el Papa— es una actitud que nos hace mal, nos debilita, nos empequeñece, e incluso nos paraliza». En tal medida que «una persona con temor no hace nada, no sabe qué hacer: es medrosa, miedosa, concentrada en sí misma para que no le suceda algo malo, algo feo». Por lo tanto «el miedo lleva a un egocentrismo egoísta y paraliza». Precisamente «por eso Jesús dice a Pablo: no tengas miedo, sigue hablando».
El miedo, en efecto, «no es una actitud cristiana», sino «una actitud, podemos decir, de un alma encarcelada, sin libertad, que no tiene libertad de mirar adelante, de crear algo, de hacer el bien». Y, así, quien tiene miedo continúa repitiendo: «No, está este peligro, está este otro y ese otro», y así sucesivamente. «¡Qué lástima, el miedo hace mal!» comentó de nuevo el Papa Francisco.

El miedo, sin embargo, «hay que diferenciarlo del temor de Dios, con el que no tiene nada que ver». El temor de Dios, afirmó el Pontífice, «es santo, es el temor de la adoración ante el Señor; y el temor de Dios es una virtud». Esto, en efecto, «no empequeñece, no debilita, no paraliza»; por el contrario, «lleva adelante hacia la misión que el Señor nos da». Y al respecto el Pontífice añadió: «El Señor, en el capítulo 18 del Evangelio de san Lucas, habla de un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres, y hacía lo que quería». Esto «es un pecado: la falta de temor de Dios y también la autosuficiencia», porque «aleja de la relación con Dios y también de la adoración».

Por ello, dijo el Papa Francisco, «una cosa es el temor de Dios, que es bueno; pero otra es el miedo». Y «un cristiano miedoso es poca cosa: es una persona que no ha entendido cuál es el mensaje de Jesús».

La «otra palabra» propuesta por la liturgia, «después de la Ascensión del Señor», es «alegría». En el pasaje del Evangelio de san Juan (16, 20-23), «el Señor habla del paso de la tristeza a la alegría», preparando a los discípulos «para el momento de la pasión: “Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”». Jesús sugiere «el ejemplo de la mujer en el momento del parto, que tiene muchos dolores pero después, tras nacer el niño, se olvida del dolor» para dejar espacio a la alegría. «Y nadie os quitará vuestra alegría» asegura el Señor.

Pero «la alegría cristiana —advirtió el Papa— no es una simple diversión, no es una alegría pasajera». Más bien, «la alegría cristiana es un don del Espíritu Santo: es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, el Señor reina, el Señor está a la derecha del Padre, el Señor me miró a mí, me envió, me dio su gracia y me hizo hijo del Padre». He aquí lo que de verdad es «la alegría cristiana».

Un cristiano, por lo tanto, «vive en la alegría». Pero, se preguntó el Papa Francisco, «¿dónde está esta alegría en los momentos más tristes, en los momentos de dolor? Pensemos en Jesús en la Cruz, ¿tenía alegría? ¡Pues, no! En cambio, ¡sí, tenía paz!». En efecto, explicó el Papa, «la alegría, en el momento del dolor, de la prueba, se convierte en paz». En cambio, «la sola diversión en el momento del dolor se convierte en oscuridad, se hace tiniebla».

He aquí la razón de por qué «un cristiano sin alegría no es cristiano; un cristiano que vive continuamente en la tristeza no es cristiano». A «un cristiano que pierde la paz, en el momento de las pruebas, de las enfermedades, de tantas dificultades, le falta algo».

El Papa Francisco invitó a «no tener miedo y a tener alegría», y explicó: «No tener miedo es pedir la gracia del valor, el valor del Espíritu Santo; y tener alegría es pedir el don del Espíritu Santo, también en los momentos más difíciles, con la paz que nos da el Señor».

Es lo que «sucede en los cristianos, sucede en las comunidades, en toda la Iglesia, en las parroquias, en tantas comunidades cristianas». En efecto, «existen comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: “No, no, no hagamos esto... No, no, esto no se puede, esto no se puede”». Hasta el punto que «parece que sobre la puerta de entrada hayan escrito “prohibido”: todo está prohibido por miedo». Así, «cuando se entra en esa comunidad el aire esta viciado, porque la comunidad está enferma: el miedo enferma a una comunidad; la falta de valentía enferma a una comunidad».

Pero «también una comunidad sin alegría es una comunidad enferma, porque donde no hay alegría hay vacío. No, más bien lo que hay diversión». Y así, al final de cuentas, «será una bonita comunidad divertida pero mundana, enferma de mundanidad porque no tiene la alegría de Jesucristo». Y «un efecto, entre otros, de la mundanidad ―alertó el Pontífice― es hablar mal de los demás». Por lo tanto, «cuando la Iglesia tiene miedo y cuando la Iglesia no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma, las comunidades se enferman, los fieles se enferman».

En la oración al inicio de la misa, recordó el Papa «hemos pedido al Señor la gracia de elevarnos hacia el Cristo sentado a la derecha del Padre». Precisamente «la contemplación de Cristo sentado a la derecha del Padre, afirmó, nos dará la valentía, nos dará la alegría, nos quitará el miedo y nos ayudará también a no caer en una vida superficial y de diversión».«Con esta intención de elevar nuestro espíritu hacia Cristo sentado a la derecha del Padre —concluyó el Papa Francisco— continuamos nuestra celebración pidiendo al Señor: eleva nuestro espíritu, quítanos todo miedo y danos la alegría y la paz».

viernes, 29 de mayo de 2015

¿Otro Papa Bueno?

 - A partir del dìa de hoy, la Iglesia de a pie, abre su espacio para compartir y manifestar las diversas opiniones, en torno a la visita del Papa Francisco América Latina -



Juan Montaño Escobar

Llamar Papa Bueno a uno de ellos, autoriza muchas preguntas sobre la bondad o maldad de los otros. Así llamaron a Juan XXIII. Una personalidad que combinó dones como simpatía, humildad y ecumenismo a favor de una Iglesia más de la gente. La bondad para nada es denuncia amable del pendejismo y sí expresión operativa de la sabiduría. Aquel Papa recordó e hizo que la colectividad que se consideraba cristiana volviera a los orígenes de esta forma de vida. Dio señales. Canonizó al primer santo negro de América (San Martín de Porres, 1962), nombró cardenales de la periferia del ‘imperio vaticano’ (de Tanzania, Venezuela, Uruguay, Filipinas) y al Concilio Vaticano II convidó a todas las creencias planetarias que quisieran asistir (desde seguidores del islam hasta la diversidad cristiana).

No busquen a Jorge Mario Bergoglio como un Papa de izquierda o de derecha, en el Vaticano las cosas no funcionan así. No es tan simple, por ejemplo, es un Estado, por lo tanto, un organismo político tan terrenal por intereses y negocios como cualquier otro, tiene una doctrina basada en su libro mayor (la Biblia) dividido en dos partes entre sí contradictorias: el Nuevo y el Viejo Testamento. El primero, motivador en sus evangelios, menos esperar soluciones de lo Alto y más propiciar la solidaridad sin importar nacionalidad, género o nivel social. El eterno imposible del camello por el ojo de la aguja, el compartir los bienes precarios y no aquello que sobra, la afirmación de la diversidad (el buen samaritano), el activismo de los talentos y, sobre todo, esa relación de alegrías y tristezas con la gente de barrio adentro. Eso intenta J.M. Bergoglio.

Eligió nombrarse Francisco, para ser el “custodio de la Creación”, esa es tarea de aquí a la eternidad. Y como va la ecología, la eternidad podría tener fecha de caducidad. Jorge Mario recorre el camino de Francisco de Asís, en una Iglesia católica que hasta la más perdida de las parroquias parecía ‘imitar a las ONG’ y los competidores del corazón se las buscan por el descrédito, aunque ellos mismos tendrían que apartar la viga de sus ojos. El primer Francisco fue laico y solo por obligaciones extremas se hizo diácono sin recibir pago alguno por sus prédicas, vivió ligero de equipaje y con las manos abiertas para dar. Es evidente, Francisco va al ritmo de la gente y no al de las jerarquías, sin que equivalga a menosprecio, como esa de pedirle bendiciones. En la gente está el verdadero poder de las instituciones, no solo es la fe como guardiana irracional de la creencia, es retornar, no en el tiempo, a esos principios fundacionales del cristianismo: impulsar vida en un contexto solidario, pero sin la arrogancia de la caridad; reconocer esa diversidad de samaritanos que es el mundo actual con sus teologías de liberación, de la negritud, indígena, etc.; cambian ciertos roles de importancia. Ahora, más que una persona (el Papa), importa el ‘Pueblo de Dios’. Atención: es Francisco que viene, y no cierta tradición.

jueves, 28 de mayo de 2015

San Romero de América nos confirma el camino a seguir


Pedro Pierre

Los numerosos comentarios sobre la beatificación de monseñor Óscar Romero -el domingo pasado, 24 de mayo- iban en 2 direcciones bastante opuestas. Por una parte, la jerarquía salvadoreña eligió el lema de ‘Monseñor Romero, mártir por amor’ mientras el Vaticano decía ‘mártir por odio a la fe’. Por otra parte, las Comunidades Eclesiales de Base de El Salvador y los grupos cristianos que se identifican como Iglesia de los Pobres en la línea de la Teología de la Liberación lo calificaban como ‘mártir por el Reino’. La breve carta enviada por el papa Francisco al arzobispo de San Salvador en vísperas de la beatificación de monseñor Romero nos aclara definitivamente su sentido. He aquí unos extractos.

Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo… Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3, 15)…

El Señor concedió a su Iglesia un obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados…

Damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana…

La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.

Quienes tengan a monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno…”.

Los cristianos nos sentimos confirmados a continuar el legado de monseñor Romero en la línea de las Comunidades Eclesiales de Base, la Iglesia de los Pobres, la Teología de la Liberación, los Documentos de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas y el trabajo pastoral de monseñor Leonidas Proaño. ¿Quiere ser de verdad el clero y la jerarquía católica ecuatoriana “una Iglesia pobres y de los pobres”, según las palabras del mismo papa Francisco? La preparación de la visita papal nos ayudará a responder. Quienes estamos decididos a enfrentar estos dos desafíos, hasta que nos cueste la vida, podremos invocar a monseñor Romero como santo, sin relegarlo en los archivos de la historia y las lujosas sacristías de nuestras iglesias, ni dejar que lo asesinen otra vez.

miércoles, 27 de mayo de 2015

El califato que Estados Unidos quiere

Para la toma de Ramadi –en Irak– el Emirato Islámico se desplazó en columnas, ofreciendo así un blanco fácil a los ataques aéreos. Sin embargo, para sorpresa general, los aviones de la coalición internacional brillaron por su ausencia. En Palmira, los yihadistas tomaron la precaución de desplazarse en pequeños grupos, para evitar los ataques de la aviación siria. Es evidente que la coalición internacional dirigida por Estados Unidos no combate seriamente a los yihadistas… y estos lo saben.

Manlio Dinucci

Basándose en la documentación existente, Manlio Dinucci resalta 2 hechos como fuera de toda duda posible:

(1) el Emirato Islámico desempeña un papel en la estrategia de Estados Unidos en el Levante,
(2) mientras la coalición internacional encabezada por el Pentágono finge luchar contra el Emirato Islámico, la CIA sigue armando a esa organización yihadista.
El análisis de Dinucci difiere del que hace Thierry Meyssan, quien estima que Washington ha decidido apostar a dos caballos en la misma carrera para escoger, en el último momento, al que esté en la mejor posición. Para Manlio Dinucci, Estados Unidos prosigue resueltamente el proceso de instalación del caos.

La diferencia en sus conclusiones proviene del hecho que, como consultante en política internacional y temas geoestratégicos, Thierry Meyssan observa simultáneamente las operaciones militares y las negociaciones que se desarrollan paralelamente mientras que el geógrafo Manlio Dinucci se basa exclusivamente en la correlación de fuerzas en el terreno.

Mientras que el Emirato Islámico ocupa Ramadi, la segunda ciudad en importancia de Irak, y se apodera –al día siguiente– de Palmira, en el centro de Siria, matando a su paso cientos de civiles y obligando a decenas de miles a huir de sus hogares, la Casa Blanca declara que «No podemos arrancarnos los cabellos cada vez que aparece un problema en la campaña contra el Estado Islámico».

Estados Unidos y sus aliados –Francia, el Reino Unido, Canadá, Australia, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y otros más– iniciaron su campaña militar contra el Emirato Islámico, bautizada «Inherent Resolve», hace más de 9 meses –el 8 de agosto de 2014. Si hubiesen utilizado sus cazabombarderos como lo hicieron en Libia, en 2011, las fuerzas del Emirato Islámico, que operan en espacios descubiertos, habrían sido presa fácil de sus ataques. A pesar de ello, el Emirato Islámico atacó Ramadi con columnas de vehículos cargados de hombres y de explosivos. ¿Estados Unidos se ha quedado impotente? No. Si el Emirato Islámico avanza en Irak y en Siria es porque eso es precisamente lo que Washington quiere.

Así lo confirma un documento oficial de la Defense Intelligence Agency (DIA), la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos, con fecha del 12 de agosto de 2012 y desclasificado el 18 de mayo de 2015 por iniciativa del grupo conservador Judicial Watch, con vista a la elección presidencial [1].

Ese documento informa que «los países occidentales, los Estados del Golfo y Turquía apoyan en Siria las fuerzas de oposición que tratan de controlar las zonas del este, adyacentes a las provincias del oeste iraní», ayudándolas a «crear refugios seguros bajo protección internacional». Así que existe

«la posibilidad de establecer un principado salafista [2] en el este de Siria, y eso es exactamente lo que quieren las potencias que apoyan a la oposición, para aislar al régimen sirio, retaguardia estratégica de la expansión chiita (Irak et Irán)».

Ese informe de 2012 confirma que el Emirato Islámico, cuyo primer núcleo surgió durante la guerra contra Libia, se formó en Siria principalmente mediante el reclutamiento de militantes salafistas sunnitas que, financiados por Arabia Saudita y otras monarquías, recibieron armamento a través de una red de la CIA [3].

Eso explica el encuentro de mayo de 2013 (documentado con fotos) entre el senador estadounidense John McCain, enviado a Siria por la Casa Blanca, e Ibrahim al-Badri, quien no es otro que el «califa» que encabeza el Emirato Islámico [4]. Y también explica por qué el Emirato Islámico inició su ofensiva en Irak precisamente en momentos en que el gobierno del chiita al-Maliki se distanciaba de Washington para acercarse a Pekín y Moscú.

Después de culpar al ejército iraquí por la caída de Ramadi, Washington anuncia ahora su voluntad de acelerar el entrenamiento y la entrega de armas a las «tribus sunnitas» iraquíes. Irak va por el mismo camino que Yugoslavia, rumbo a la desintegración, comenta el ex secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates. Igual que Siria, donde Estados Unidos y sus aliados siguen entrenando y armando «rebeldes» para derrocar el gobierno de Damasco.

Con su política de «divide y vencerás», Washington sigue alimentando la guerra, que a lo largo de 25 años ha provocado tantas masacres, éxodos y pobreza que numerosos jóvenes hoy no saben hacer otra cosa que vivir del uso de las armas. Es ese el terreno social que explotan las potencias occidentales, las monarquías que esas potencias han escogido como aliadas y los «califas» que instrumentalizan simultáneamente el islam y la división entre sunnitas y chiitas. Todos pertenecen a un mismo frente, en cuyo seno existen divergencias tácticas –por ejemplo, sobre cómo y cuándo atacar Irán– pero con una estrategia común.

Se trata de un frente que se nutre con el armamento proveniente de Estados Unidos, que ahora anuncia la venta a Arabia Saudita –por un monto de 4 000 millones de dólares– de otros 19 helicópteros, para la guerra contra Yemen, y la entrega a Israel de 7 400 misiles y bombas, incluyendo artefactos antibunker para atacar Irán.

[2] Un “principado salafista” («salafist principality», según el texto de la DIA), no es otra cosa que un… “emirato salafista”. Nota del traductor de la Red Voltaire.
[3] «Arms Airlift to Syria Rebels Expands, With Aid From C.I.A.», por C. J. Chivers y Eric Schmitt, The New York Times, 24 de marzo de 2013.

martes, 26 de mayo de 2015

La crisis actual debe tener alguna salida

 
Leonardo Boff

La crisis política y económica que estamos viviendo nos da la oportunidad de hacer realmente cambios profundos, como la reforma política, tributaria y agraria. Para tener el enfoque correcto, es importante considerar algunos puntos previos.

En primer lugar, debemos situar nuestra crisis dentro de la crisis mayor de la humanidad como un todo, en lugar de verla dentro de esta situación y fuera del actual curso de la historia. Pensar la crisis brasilera fuera de la crisis mundial no es pensar la crisis brasilera. Somos un momento de un todo mayor. En nuestro caso no escapa a la mirada ávida de los países centrales y de las grandes corporaciones cuál será el destino de la 7ª economía mundial donde se concentra lo principal de la economía del futuro de base ecológica: abundancia de agua dulce, las grandes selvas húmedas, una inmensa biodiversidad y los 600 millones de hectáreas cultivables. No le interesa a la estrategia imperial que haya en el Atlántico Sur una nación continental como Brasil, que no se alinee con los intereses globales y que por el contrario busque un camino independiente hacia su propio desarrollo.

En segundo lugar, la actual crisis brasilera tiene un trasfondo histórico que jamás puede ser olvidado, atestiguado por nuestros mayores historiadores: nunca hubo una forma de gobierno que diese atención adecuada a las grandes mayorías, descendientes de esclavos, de indígenas y de poblaciones empobrecidas. Eran considerados como peones y gente don nadie. El Estado, incautado desde el inicio de nuestra historia por las clases propietarias, no estaba pertrechado para atender sus demandas.

En tercer lugar, hay que reconocer que, como fruto de una penosa y sangrienta historia de luchas y de superación de obstáculos de todo orden, se constituyó otra base social para el poder político que ahora ocupa el Estado con sus aparatos. De un Estado elitista y neoliberal se pasó a un Estado republicano y social que, en medio de las mayores dificultades y concesiones a las fuerzas dominantes nacionales e internacionales, consiguió poner en el centro a quien siempre estuvo al margen. Es de una magnitud histórica innegable el hecho de que el Gobierno del PT haya sacado de la miseria a 36 millones de personas y les haya dado acceso a los bienes fundamentales de la vida. ¿Qué es lo que quieren los humildes de la Tierra? Ver garantizado el acceso a los bienes mínimos que les permitan vivir. Para eso sirven la Bolsa Familia, Mi Casa Mi vida, Luz para todos y otras políticas sociales y culturales sin las cuales los pobres jamás podrían ser abogados, médicos, ingenieros, pedagogos etc.

Califiquen como quieran estas medidas, pero ellas han sido buenas para la inmensa mayoría del pueblo brasilero. ¿No es la primera misión ética del Estado de derecho garantizar la vida de sus ciudadanos? ¿Por qué los gobiernos anteriores, de siglos, no tomaron esas iniciativas antes? ¿Fue necesario un presidente-obrero para hacer todo eso? El PT y sus aliados consiguieron esa hazaña histórica, no sin la fuerte oposición por parte de aquellos que en otro tiempo despreciaron a «los considerados ceros económicos», como lo mostraron Darcy Ribeiro, Capistrano de Abreu, José Honório Rodrigues, Raymundo Faoro y últimamente Luiz Gonzaga de Souza Lima, y aquellos todavía hoy siguen despreciándolos.

Algunos estratos de las clases altas privilegiadas se avergüenzan de ellos y los odian. Hay odio de clase sí, en este país, además de la indignación y de la rabia comprensibles, provocadas por los escándalos de corrupción habidos en el gobierno hegemonizado por el PT. Estas élites viejistas con sus medios de comunicación muy marcados por la ideología reaccionaria y de derecha, apoyados por la vieja oligarquía, diferente de la moderna más abierta y nacionalista, que en parte apoya el proyecto del PT, nunca aceptaron un gobierno de cariz popular. Hacen de todo para inviabilizarlo y para ello se sirven de distorsiones, difamaciones y mentiras, sin ningún pudor.

Se diseñan dos estrategias de la derecha, que consiguió articularse para volver al poder central que perdió por el voto, pero que todavía no se ha conformado:

La primera es mantener en la sociedad una situación de permanente crisis política para impedir con eso que la Presidenta Dilma gobierne. Para ello organizan manifestaciones por las calles, haciendo como un picnic, caceroladas, con las ollas llenas pues nunca supieron los que es una olla vacía, o si no, de forma maleducada y grosera abuchean sistemáticamente a la Presidenta en sus apariciones públicas.

La segunda consiste en un proceso de desmontar el gobierno del PT, calumniándolo como incompetente e ineficaz, y demoler el liderazgo del ex-presidente Lula con difamaciones, distorsiones y mentiras directas, que cuando se desenmascaran, no son desmentidas. Con eso pretenden impedir su candidatura en 2018 y su reelección.

Ese tipo de procedimiento solo revela que la democracia que todavía tenemos es de bajísima intensidad. Los actos recientes, provocadores y llenos de espíritu de venganza de los presidentes de las dos casas, ambos del PMDB, confirman lo que el sociólogo de la UNB, Pedro Demo, escribió en su Introducción a la sociología (2002): «Nuestra democracia es la representación nacional de hipocresía refinada, repleta de leyes “bonitas”, pero hechas siempre, en última instancia, por la elite dominante para que les sirvan a ella de principio a fin. Los políticos son gente que se caracteriza por ganar mucho, trabajar poco, hacer negocios, emplear a parientes y paniguados, enriquecerse a costa de las arcas públicas y entrar en el mercado por arriba… Si ligásemos democracia con justicia social, nuestra democracia sería su propia negación» (p. 330-333).

No saldremos de esta crisis ni desharemos a los revanchistas y golpistas sin una reforma política, tributaria y agraria. En caso contrario, la democracia será manca y tuerta.

lunes, 25 de mayo de 2015

Hay basuras, y hay basuras...


Ramiro Díez

Hay ciudades con nombres conmovedores. Filadelfia, por ejemplo, quiere decir ‘Ciudad del Amor Fraternal’. El nombre fue sugerido por un cuáquero pacifista que predicaba el respeto entre las religiones, y consideraba que el valor fundamental del ser humano era la tolerancia. Esto de la tolerancia llegó tan lejos, que los ciudadanos terminaron por tolerar a funcionarios incapaces de ver un poquitito hacia el futuro. Por eso, un conocido chiste dice que el problema es que cuando descubren que alguien no sabe algo, enseguida lo nombran. Que por eso el mundo está como está. Un caso concreto fue el de los encargados de solucionar los problemas de la basura en Filadelfia. Los planificadores no previeron dónde colocar los miles de toneladas de ceniza provenientes de la incineración de sus desechos. La ciudad contrató un barco, el Khian Sea, cargó 14 mil toneladas de basura y buscó un lugar en alguna parte del Caribe. Y empezó a recorrer mares color azul y esmeralda y playas de arenas blancas con cocoteros y brisas frescas, para descargar su regalo. En cada lugar al que se acercaba, con permiso del respectivo puerto, decía que era un regalo de la ciudad de Filadelfia de 14 mil toneladas de ‘fertilizante’. Pero en tan generosa oferta algo olía mal, tanto literal como metafóricamente. Advertidos por Greenpeace sobre el peligro de la carga, los gobiernos de Bahamas, Bermudas, República Dominicana, Honduras, Guinea-Bissau y las Antillas Holandesas rechazaron el regalo. Pero al final los mensajeros del terror tuvieron suerte. Llegaron a un lugar olvidado, donde el hambre, la muerte y desesperanza se dan la mano: Gonaïves, ciudad costera haitiana. Allí se acepta cualquier regalo, incluso el veneno. Por eso las autoridades aprobaron que se descargaran sobre sus playas blancas los millares de toneladas tóxicas bajo el rótulo de ‘fertilizante’. Cuando el gobierno local fue puesto en alerta por Greenpeace, ordenó la suspensión de aquel acto terrorista.

Pero fue un poco tarde. El barco alcanzó a descargar 4 mil toneladas que terminaron por mezclarse con el aire, el agua y la arena, ahora negra. Aquella pandilla emprendió el viaje con 10 mil toneladas a bordo, y cambió el nombre del barco: lo llamó Pelícano, y luego Felicidad.

Y en ese recorrido pagado por el gobierno de Filadelfia, llegó un día a Singapur, ¡oh, misterio! con los contenedores vacíos.

El mundo está lleno de sustancias innombrables. Y el cerebro de quienes toman las grandes decisiones, también.

domingo, 24 de mayo de 2015

Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo



Fray Marcos Rodrìguez

(Hch 2,1-11) Se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas.
(Cor 12,3-13) Nadie puede decir ‘Jesús es Señor’, si nos es bajo la acción del E. S.
(Jn 20,19-23) Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Dios es Espíritu y está en cada a uno de nosotros. Descubrir esta realidad y vivirla es nuestra tarea como seguidores de Jesús. ¡Así de fácil!

Para entender hoy lo que celebramos, debemos mirar a la Trinidad. Lo que digamos lo tenemos adelantado para el próximo domingo. Que yo sepa, la teología oficial nunca ha dicho que al Padre, el Hijo o el Espíritu, anduvieran por ahí haciendo de las suyas por separado. La distinción de las personas en la Trinidad, solo se manifiesta en sus relaciones “ad intra”, es decir, cuando se relacionan una con otra. En sus relaciones “ad extra”, es decir, en sus relaciones con las criaturas, se comportan siempre como uno. El pueblo y algunos manuales piadosos han atribuido a cada persona tareas diferentes, pero esto no es más que una manera inadecuada de hablar. Nuestra relación es siempre con Dios.

La fiesta de Pentecostés está encuadrada en la pascua, más aún, es la culminación de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que había realizado el Espíritu en Jesús, lo estaba realizando ahora en cada uno de ellos. Todo esto queda reflejado en la idea de Pentecostés. Es el símbolo de la acción espectacular de Espíritu a través de Jesús. También para cada uno de nosotros, celebrar la Pascua significa descubrir la presencia en nosotros del Espíritu.

Según lo que acabamos de decir, siempre que hablamos del Espíritu, hablamos de Dios. Y siempre que hablamos de Dios, hablamos del Espíritu, porque Dios es Espíritu. Pentecostés era una fiesta judía que conmemoraba la alianza del Sinaí (Ley), y que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua. Nosotros celebramos hoy la venida del Espíritu, también a los cincuenta días de la Pascua, pero sabiendo que no tiene que venir de ninguna parte. Queremos significar que el fundamento de la nueva comunidad no es la Ley sino el Espíritu.

Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, significan viento. La raíz de esta palabra en las lenguas semíticas es rwh que significa el espacio existente entre el cielo y la tierra, que puede estar en calma o en movimiento. Sería el ámbito del que los seres vivos beben la vida. En estas culturas el signo de vida era la respiración. Ruah vino a significar soplo vital. Cuando Dios modela al hombre de barro, le sopla en la nariz el hálito de vida. En el evangelio que hemos leído hoy, Jesús exhala su aliento para comunicar el Espíritu. La misma tierra era concebida como un ser vivo, el viento era su respiración. Su comparación con la vida, sigue siendo el mejor camino para intentar comprender lo que significa “Espíritu”.

No es tan corriente como suele creerse el uso específicamente teológico del término "ruah" (espíritu). Solamente en 20 pasajes del las 389 veces que aparece en el AT, podemos encontrar este sentido. En los textos más antiguos se habla del espíritu de Dios que capacita a alguna persona, para llevar a cabo una misión concreta que salva al pueblo de algún peligro. Con la monarquía el Espíritu se convierte en un don permanente para el monarca (ungido). De aquí se pasa a hablar del Mesías como portador del Espíritu. Solo después del exilio, se habla también del don del espíritu a todo el pueblo.

En el NT, "espíritu" tiene un significado fluctuante, hasta cierto punto, todavía judío. El mismo término "ruah" se presta a asumir un significado figurado o simbólico. Solamente en algunos textos de Juan parece tener el significado de una persona distinta de Dios o de Jesús. "Os mandaré otro consolador." El NT no determina con precisión la relación de la obra salvífica de Jesús con la obra del E. S. No está claro si el Pneuma es una entidad personal o no. Jesús nace del E. S., baja sobre él en el bautismo, es conducido por él en al desierto, etc. No podemos pensar en un Jesús teledirigido por otra entidad desde fuera de él. Según el NT, Cristo y el Espíritu desempeñan evidentemente la misma función. Dios es llamado Pneuma; y el mismo Cristo en algunas ocasiones. En unos relatos lo promete, en otros lo comunica. Unas veces les dice que la fuerza del E. S. está siempre con ellos, en otros dice que no les dejara desamparados, que él mismo estará siempre con ellos.

Hoy sabemos que el Espíritu Santo es un aspecto del mismo Dios. Por lo tanto, forma parte de nosotros mismos y no tiene que venir de ninguna parte. Está en mí, antes de que yo mismo empezara a existir. Es el fundamento de mi ser y la causa de todas mis posibilidades de crecer en el orden espiritual. Nada puedo hacer sin él y nunca estaré privado de su presencia. Todas las oraciones encaminadas a pedir la venida del Espíritu, nacen de una ignorancia de lo que queremos significar con ese término. Lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de su presencia y dejarle actuar en nosotros.

Está siempre en nosotros, pero no siempre somos conscientes de ello y como Dios no puede violentar ninguna naturaleza, en realidad es como si no existieras. Un ejemplo puede ilustrar esta idea. En una semilla, hay vida, pero en estado latente. Si no coloco la bellota en unas condiciones adecuadas, nunca se convertirá en un roble. Para que la vida que hay en ella se desarrolle, necesita una tierra, una humedad y una temperatura adecuada. Pero una vez que se encuentra en las condiciones adecuadas, es ella la que germina; es ella la que, desde dentro, desarrolla el árbol que llevaba en potencia.

Dios (Espíritu) es el mismo en todos y nos empuja hacia la misma meta. Pero como cada uno está en un “lugar” diferente, el camino que nos obliga a recorrer, será siempre distinto. No son pues, la meta la que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, sino los caminos que llevan a ella. El labrador, el médico, el sacerdote tienen que tener el mismo objetivo vital si están movidos por el mismo Espíritu. Pero su tarea es completamente diferente. ¿Cuál es la meta a la que empuja el Espíritu? Este es el nudo gordiano de la cuestión. Una mayor humanidad es la manifestación de esa presencia del Espíritu. La mayor preocupación por los demás, es la mejor muestra de que uno se está dejando llevar por él.

Si Dios está en cada uno de nosotros como lo que es, simple y a la vez, absoluto. No hay manera de imaginar que pueda darse más a uno que a otro. En toda criatura se ha derramado todo el Espíritu. Esgrimir el Espíritu como garantía de autoridad, es la mejor prueba de que uno no se ha enterado de lo que tiene dentro. Porque tiene la fuerza del Espíritu, el campesino será responsable y solícito en su trabajo y con su familia. En nombre del mismo Espíritu, el obispo desempeñará las tareas propias de su cargo. Siempre que queremos imponernos a los demás con cualquier clase de violencia o imposición, estamos dejándonos llevar, no del Espíritu, sino de nuestro espíritu raquítico.

La presencia de Dios en nosotros, nos mueve a parecernos a Él. Pero si tenemos una idea de Dios como poder, señorío y mando, que premia y castiga, intentaremos repetir esas cualidades en nosotros. El intento de ser como Dios en el relato de la torre de Babel, queda contrarrestado en este relato que nos habla de reunir y unificar lo que era diverso. El único lenguaje que todo el mundo entiende es el amor. Si descubrimos el Dios de Jesús que es amor y don total, intentaremos repetir en nosotros ese Dios, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la diferencia abismal entre seguir al Espíritu del que nos habla el evangelio, o seguir lo que nos dicta nuestro propio espíritu en nombre de un falso dios.

Dios llega a nuestra conciencia desde lo hondo del ser, y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno. Por eso la presencia del Espíritu nunca supone violencia alguna. No lleva a la uniformidad, sino que potencia la pluralidad. Pablo lo vio claro: Formamos un solo cuerpo, pero cada uno es un miembro con una función diferente e igualmente útil para el todo. Esa uniformidad pretendida por los superiores en nombre del Espíritu, no tiene nada de evangélica, porque, lo que se intenta es que todos piensen y actúen como el superior. Si todos tocaran el mismo instrumento y la misma nota, no habría nunca sinfonía.

sábado, 23 de mayo de 2015

Jon Sobrino: "Hace tiempo nos pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado"


Alver Metalli

En el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica, Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus hermanos jesuitas -"no terminé como ellos sólo porque estaba en Tailandia", recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su vida, que ya llega a los 77 años.

Un promedio de unos veinte años más de lo que vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el 16 de noviembre de 1989. Jon Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas cosas al respecto.

Le preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy, como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo de los "mártires de la UCA", agita el cuerpo delgado y suelta un provocatorio "Nunca me interesó". Vuelve a repetirlo, para que quede bien claro. "En serio... lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de Romero".

Esperamos la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí -no los italianos y mucho menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente: "¡Es santo!". Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»". Recuerda que también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador»".

Respira hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años, pero no es lo más importante". Se asegura de que el interlocutor haya recibido el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?", exclama dibujando una sonrisa indulgente en sus labios finos. Por toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo convence algo de lo que está ocurriendo...".

Cerca de nosotros están descargando los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado que fuera de otra manera... y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no".

Pero Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?". Demora en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50 años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años. Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto".

Dieciséis años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero. Esto también es una noticia. En la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana" escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las celebraciones de estos días.

El sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica. Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa. Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con una hoz un racimo de bananas. "Dos artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo".

Jon Sobrino

La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resuta natural pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco. "Eso tampoco me preocupa", exclama Sobrino.

"Estaba en Tailandia ese día y por eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa". ¿Ni siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío".

La atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan sus palabras". Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la represión". Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza".

El resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado", el Romero "real", se encuentra en el artículo que escribió para la Revista latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno Comblin. "Muestro lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo: "Monseñor Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por los pobres, que eso ya es un eslógan. Salió a defendernos a los pobres. Y si uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita defensa el que es atacado. Por eso -dijo con segura certeza este campesino- lo mataron". Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie, recibió el premio Nobel; monseñor Romero que dio fastidio, no recibió ningún premio Nobel".

viernes, 22 de mayo de 2015

EN LAS VISPERAS DE LA CEREMONIA DE BEATIFICACION DE OSCAR ROMERO: MARTIR Y SANTO INCOMODO PARA EL PODER DEL MUNDO. JAMAS OLVIDAR


"Mañana 23 de mayo en una ceremonia eclesiástica muy tradicional, será beatificado el Mártir Oscar Romero, en suntuosos altares, con delegaciones presidenciales y diplomáticas de algunos países, necesarias seguridades policiales y militares, "invitados especiales", todos debidamente cómodos...como corresponde. Obispos y sacerdotes, algunos de los cuales fueron auténticos enemigos suyos mientras vivió.

Bueno, ojalà de verdad se hayan arrepentido.

Una ceremonia en el estilo vaticano ABSOLUTAMENTE INTOCADO, a pesar de "la primavera"... no nos gusta este espectáculo, nos parece que quieren "reducir, domesticar, castrar" el mensaje evangélico de nuestro hermano, NOS SUMAMOS A LA PROFÈTICA CRÌTICA DE LUDO VELDE PUBLICADA EN ESTA PÀGINA EL 21 DE ABRIL Y QUE SE LLAMA "¿ESTARÀ MONSEÑOR ROMERO EL 23 DE MAYO?". ¡CUIDADO QUIEREN CONVERTIR A ROMERO EN UNA INOFENSIVA "ESTAMPITA"!

Les compartimos a continuación un texto fuerte y claro: su origen eclesiástico tremendamente conservador, su conversión y martirio. Vamos a unirnos AL PUEBLO SALVADOREÑO, LATINOAMERICANO Y MUNDIAL Y A LAS IGLESIAS QUE LO SIRVEN PARA ORAR JUNTOS, CUIDANDO EL MENSAJE Y LA PRESENCIA DEL MARTIR OSCAR ROMERO."  (Equipo de la Iglesia de a pie).

La última cena de Monseñor Romero, un mártir incómodo
En el treinta aniversario de su martirio


BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ

ECLESALIA, 23/03/10.- “¡Y dígales a los padres de la UCA que lo que monseñor dijo ayer en la homilía es un delito!”, advirtió, amenazante, el oficial militar a la persona que había ido por la mañana a recoger el parte sobre los incidentes de la toma de la UCA por la policía nacional. Era lunes, 24 de marzo de 1980. Monseñor Romero amaneció con su sotana blanca. Cuando se vestía de blanco, las hermanas del hospitalito, donde vivía, sabían que él iba a salir hacia el mar. “A saber a dónde va…”, “A saber qué tiene por ahí…”, le decían las hermanas, tomándole el pelo. “Llévenos, monseñor…”, le suplicó otra, en son de broma. “A donde yo voy, ustedes no pueden ir…”, respondió, mientras tomaba un bocado.

Ese lunes, 24 de marzo, monseñor dijo su misa matutina. Después de desayunar se dio una vuelta por el arzobispado. Y, con un grupo de sacerdotes, partió hacia el mar. Llevaban, para reflexionar, un documento papal, sobre el sacerdocio. Comieron, haciéndose bromas, a la sombra de los cocoteros. Regresaron antes de las tres de la tarde. Monseñor tenía una misa en el hospitalito a las seis. Se duchó, atendió a una visita y después fue a visitar a su médico para que le mirara los oídos. A las cuatro y treinta, se dirigió a Santa Tecla, a la casa de los jesuitas, para ver a su confesor: “Vengo, padre, porque quiero estar limpio delante de Dios”. A las seis y veintiséis (“él cenaba habitualmente a las seis y media”), monseñor Romero caía, asesinado, en el altar, en el ofertorio de la misa. Como santo Thomas Beckett. “Monseñor Romero: un mártir del siglo XX. Asesinado por predicar el evangelio” recogía, en la portada, el ABC de Sevilla (27/03/1980).

Sin embargo, cuenta el periodista Juan Arias, en el primer viaje de Juan Pablo II a América latina, el Papa Wojtyla se irritó con él porque le mencionó el martirio de monseñor Romero. “Eso aún había que probarlo”, le cortó el pontífice. En el mundo Romano, monseñor Romero no tenía muchos forofos. Entre sus amigos, estaban el padre Arrupe, General de los jesuitas, y el cardenal argentino Eduardo Pironio (amigo, y confidente, del malogrado Juan Pablo I). Juan Pablo II condenó el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero como “un crimen execrable”. Pero se refirió al arzobispo salvadoreño como ‘celoso pastor’, nunca lo elogiaba como mártir, escribe el sacerdote Jesús López Sáez en “El día de la cuenta” (comayala.es).

Un mes antes de morir asesinado, monseñor Romero había denunciado, el 24 de febrero, una nueva amenaza de muerte. “Desde 1979, cuando se dirigía en su ‘jeep’ a los cantones, empezaron a cachear su automóvil -y también a él, con los brazos en alto, como si fuera un subversivo- por las fuerzas de seguridad”. Hasta que “acallaron su voz para no tener que oír la llamada a la conversión”, escribe el P. Jesús Delgado: “Óscar A. Romero. Biografía”, UCA Editores.

Treinta años después, “San Romero de América” no tiene sitio en el Santoral oficial. Pero su nombre figura inscrito en el Martirologio latinoamericano, el “rincón de la Memoria de los Mártires de América”, se lee en el “calendario litúrgico” de Koinonía. Son cientos, entre sacerdotes, religiosas, religiosos, diáconos, seminaristas, catequistas, campesinos,… víctimas de las dictaduras latinoamericanas (de derechas). Entre ellos Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989 junto a cinco jesuitas (cuatro españoles) y dos mujeres. Pero “no son el modelo de santos que promueve el Vaticano”. Ellacuría y Jon Sobrino, jesuitas vascos, tuvieron mucho que ver en la conversión de Romero.

Óscar Romero, aunque “siempre samaritano”, era un sacerdote de perfil conservador, defensor de la pastoral sacramentalista, de la piedad personal, y de la pureza del magisterio. Su receta, más piedad y oración, y menos cantos de protesta social, chocaba con la praxis de los sacerdotes más jóvenes, especialmente los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA). Ellos eran el blanco de los ataques de su pluma; primero en San Miguel. Y después, siendo obispo auxiliar, cuando el arzobispo (como mal menor) lo puso al frente de Orientación, semanario de información religiosa. Su falta de sintonía con la línea pastoral de la archidiócesis (especialmente con el otro obispo auxiliar, A. Rivera Damas, “cien por cien medellinista”), llevó a Romero a dejar de asistir a las reuniones del clero. El arzobispo, Chávez y González, sabedor de que Romero hacía piña con el nuncio, tuvo que consentir aquellas ausencias.

Cuando fue nombrado obispo titular de la diócesis de Santiago de María, monseñor Romero tuvo que hacer frente a un experimento piloto de pastoral popular, “Los Naranjos”, juzgado como peligroso por el Gobierno. Nacido del espíritu de Medellín, era “una experiencia de evangelización, adaptada al campesinado, donde se impartía la palabra de Dios en clave de concienciación política, para un pueblo oprimido, sin voz”. Monseñor Romero, lo canceló, temporalmente, comprometiéndose a estudiarlo. Tras corregir algún exceso en la interpretación del Documento de Medellín, propuso implantarlo en cada parroquia, bajo la supervisión de los párrocos y del obispo. Romero empezaba a abrirse al espíritu de Medellín (origen de la Teología de la Liberación). Años después, en una carta a Juan Pablo II, le escribirá: “Creo en conciencia que Dios pide una fuerza pastoral en contraste con las inclinaciones ‘conservadoras’ que me son tan propias, según mi temperamento”.

En junio de 1975, un mes muy sangriento, un grupo de campesinos que regresaban de una celebración litúrgica, fue ametrallado, premeditadamente, por la Guardia Nacional en el cantón Las tres Calles. El gobierno lo justificó, alegando que portaban armas subversivas. Sus únicas armas eran sus biblias. Monseñor Romero consoló a los familiares de las víctimas; pero no condenó públicamente la masacre, desoyendo el clamor popular. Se limitó a enviar una carta de queja al presidente Molina, su amigo. El funeral derivó en un acto de protesta.

Su tibia reacción en la condena, hizo creer al Gobierno (y a la oligarquía que lo sustentaba) que Romero era un obispo a su medida, que no interfería en sus cruzadas contra la subversiva pastoral medellinista (a la que acusaban de marxista). De forma unánime –cuando llegó la jubilación del arzobispo Chávez– el Gobierno, y las clases influyentes y adineradas, dieron su aprobación al nuncio cuando éste, que había apostado por Romero, les pidió su opinión para nombrarlo como arzobispo de la capital. Lo “natural” hubiera sido nombrar sucesor al otro auxiliar, A. Rivera Damas, con mucha más antigüedad, y que aseguraba la continuación de la línea pastoral de la archidiócesis. El problema del nuncio fue convencer al sector más influyente del clero para que arroparan al nuevo arzobispo (tan crítico con la pastoral archidiocesana cuando estuvo de auxiliar). Para el grueso del clero, la noticia del nombramiento de Romero, el 3 de febrero de 1977, fue una mala noticia.

Sólo 20 días después de tomar posesión, asesinaban, el 12 de marzo de 1977, al jesuita Rutilio Grande, y a dos campesinos colaboradores, que venían de celebrar un matrimonio. El asesinato de su amigo Rutilio (había sido el maestro de ceremonias en su consagración episcopal) provocó en el arzobispo Romero un milagro. Como el ciego de nacimiento, en la piscina de Siloé, monseñor Romero pudo confesar (para escándalo de algunos): “Rutilio me ha abierto los ojos”.

Para reprobar aquel vil asesinato, que afectaba a todos los católicos, los sacerdotes, religiosos y religiosas decidieron, en asamblea, no tomar parte en los actos públicos del Gobierno (hasta que éste no aclarase aquel asesinato) y convocar a una gran misa en la catedral, única para toda la archidiócesis: eximiendo de la misa dominical en las parroquias. “Dejaban, por supuesto, la decisión final en manos de su arzobispo”. Monseñor Romero decidió sumarse: era la oportunidad para sellar la unidad del clero. Pero tenía que informarle al nuncio. Y “recibió de éste una dura reprimenda”. Sus amigos católicos de la alta sociedad también intentaron disuadirlo. Ante su firme decisión, protestaron por verse privados del cumplimiento del precepto dominical. La eucaristía reunió a casi 100.000 salvadoreños, llegados de todos los rincones del país. El nuncio, para no verse comprometido, se ausentó a Guatemala. Monseñor Romero había optado, en conciencia, por estar al lado de sus curas, y del pueblo sin voz, antes que agradar al nuncio y a los poderosos.

Quienes le habían dado su apoyo, sin reservas, el 3 de febrero de 1977, ahora se sentían defraudados. “Nos hemos equivocado”, lamentaban. El 10 de mayo de 1977 -en la misa funeral por un ministro del gobierno asesinado-, en la misma catedral empezaron a escucharse “cuchicheos de muerte”, más sonoros entre las damas católicas: “Ay, que Dios me perdone, pero ¡yo deseo la muerte de ese obispo!”…

A Roma empezaron a llegar “informes”, de algunos obispos compañeros. Y Roma enviaba a Romero “visitadores apostólicos”. Monseñor Romero decidió viajar a Roma, para aclarar malentendidos y desmontar maquinaciones. “¡Ánimo!, no todos comprenden, pero no desfallezca”, “Usted es el que manda”, le consolaba Pablo VI. Un apoyo que, en la Prefectura para los Obispos, se diluía, transmutándose en duras reprimendas. Romero palpó la incompatibilidad de la diplomacia vaticana con la verdad evangélica. “Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo”, escribe el obispo Pedro Casaldáliga en su poema “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro”.

Su primer encuentro con Juan Pablo II, en mayo de 1979, fue desolador. “Compañeros y gentes malintencionadas le habían entregado al Papa informes muy negativos” sobre Romero. Él le llevaba un dossier con las sistemáticas violaciones de derechos humanos en su país, algunos muy calientes, como la matanza del sacerdote Octavio Ortiz y de cuatro jóvenes menores de 15 años, en el recinto “Despertar”, en un cursillo de iniciación cristiana. Tras días de espera, Juan Pablo II le concedió una breve audiencia: “No me traiga muchas hojas, que no tengo tiempo de leerlas… Y además, procure ir de acuerdo con el gobierno”. Romero, se cuenta, salió llorando: “El papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”.

El 1 de diciembre de 1979 (le quedaban menos de cuatro meses de vida), monseñor Romero fue homenajeado en su antigua diócesis, Santiago de María. En uno de los actos programados para ese día, sacerdotes y amigos suyos le tenían preparado una sorpresa. El acto consistió en una escenificación teatral: el martirio de santo Tomás Moro.

En enero de 1980, monseñor Romero tuvo su segundo encuentro con Juan Pablo II, mucho más cálido. El papa lo recibió enseguida y le felicitó por su defensa de la justicia social, pero advirtiéndole de los peligros de un marxismo incrustado en el pueblo cristiano. Romero, “con su habitual espíritu de obediencia, le respondió que el anticomunismo de las derechas no defendía a la religión, sino al capitalismo”. Ya lo había denunciado, el 15 de septiembre de 1978: “Hay un ‘ateísmo’ más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateísmo de capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios”.

Las palabras que monseñor Romero pronunció el domingo 23 de marzo de 1980 en la catedral -“no matarás”, “¡les suplico, les ordeno en nombre de Dios, que cese la represión, que no obedezcan si les ordenan matar!”-, el gobierno las calificó de “subversivas”: una provocación. Ese día, durante la comida, monseñor “se quitó los anteojos, cosa que nunca hacía, y permaneció en silencio… Eugenia, mi mujer, que estaba a su lado en la mesa, se quedó sobresaltada por la mirada larga y profunda que le dirigió… Lágrimas brotaron de sus ojos. Lupita le reprendió: ‘qué eran esas cosas de estar llorando’. Fue un almuerzo triste, desconcertante. De repente, monseñor repasó, uno a uno, a todos sus buenos amigos, sacerdotes y laicos”. Doce años antes, apunta el P. Jesús Delgado, monseñor Romero, en unas meditaciones sobre la muerte, había escrito en un cuaderno estas palabras, proféticas, del Apocalipsis (3,20): “Y cenaré con él”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).