MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

sábado, 29 de diciembre de 2012

S.O.S POR EL JESUS HISTÓRICO DE NAZARETH

 
TOMÉMONOS UNOS MINUTOS DE MEDITA­­­­­­­­­­­­­CIÓN ANTE ESE PESEBRE
ESTE PESEBRE ES UNA DE LAS POCAS HUELLAS GRÁFICAS QUE NOS QUEDAN DEL RECUERDO HISTÓRICO DE JESÚS DE NAZARETH. ¡ Y ESA MEMORIA PUEDE DESAPARECER…!
 
Más de uno estará extrañando este llamado de emergencia por la preservación y vigencia de la memoria histórica de ese JESÚS HISTÓRICO DE NAZARETH.
               
A algunos les parecerá un exabrupto el poner en duda la vigencia de la persona y mensaje de Jesús en una época en la que la humanidad exhibe una especial recuperación del cultivo de la experiencia religiosa. Estamos viviendo en una de las épocas de mayor fervor y cultivo del hecho religioso. Esto es verdad, pero esto no significa en lo más mínimo una adhesión a la propuesta inédita y original del campesino de Nazareth.
               
Algunos podrían argüir en contra de nuestra alarma apoyándose en lo que podríamos denominar la explosión del fenómenos de las iglesias llamadas “evangélicas”.Nada más inexacto. Con todo el respeto y amor que nos supone la implosión y crecimiento acelerado de los grupos evangélicos y similares, tenemos que lamentar que en términos generales y sin olvidar las excepciones, este fenómeno representa en términos de cristología, un verdadero retroceso a esa religiosidad de “fácil venta” montada sobre el efectismo, sobre la exacerbación de los miedos, y de una imagen de Dios y del mismo ser humano muchas veces extraña al mensaje genuino de Jesús.
               
Cuando ya habíamos ubicado en los márgenes del folklore y la inventiva popular a los diablos en Yare o de Carora, por nombrar algo, ahora resulta que nuestros muy queridos hermanos viven sembrando demonios e infiernos en el corazón de un pueblo ávido de una auténtica experiencia de Dios. Todo esto apoyado en una interpretación muy poco discernida de las sagradas escrituras y en algunas ocasiones, ya más excepcionales , con burdas intenciones hasta económicas. Nunca dejará de ser el miedo y la amenaza el recurso más fácil para someter la conciencia del pueblo. Es ese miedo y ese temor a una eventual condenación eterna, administrada de la manera más irresponsable y muchas veces ambientadas e manipulaciones sicológicas de hipnosis y exacerbación de disfunciones mentales, como se engrosan verdaderos ejércitos de misioneros y misioneras aferrados a sus faldas largas, a sus generosas “colas de caballo”, a sus corbatas y trajes “de salir” en los ambientes más inapropiados , de niños a los que se les roban sus horas de ocio e infancia para equiparlos de maletines ejecutivos apertrechados de “atalayas”. En todo esto predominan las mejores intenciones, no debemos nunca dudar de esto, pero sobreabundan esas opciones por el camino fácil del intercambio de méritos por premios, pecados por castigos que tan fácilmente atraen incluso a mentes muy puras y generosas.
 
Nada más lejano a la práxis y al mensaje auténtico de Jesús.
               
En esta ocasión han encontrado un terreno muy propicio al sorprender a la Iglesia Católica en uno de sus peores momentos: burocratismos, carencias espirituales y culturales, simplismos doctrinales sin tomar en cuenta el nada inocuo capítulo de los escándalos, caracterizan hoy el perfil de nuestra querida madre, la Iglesia Católica. Bastaría con echar una mirada sobre los seminarios diocesanos, sobre los centros de formación de las órdenes religiosas , aun las antiguamente más prestigiosas para imaginar el futuro que nos amenaza. La ceguera y la arrogancia de las clases dirigentes de la Iglesia Católica no serían tan lamentables si pudiéramos poner las esperanzas en las generaciones futuras.
               
El seguimiento de Jesús no es nada fácil, indiscutiblemente. No es nada fácil, pero no por ese tipo de exigencias originadas en resabios artificiales y culturales que presentamos como emanadas del mensaje de Jesús y que no son otra cosa que adulteraciones sobre las que parapeteamos nuestras estrategias de dominio y nuestras negociaciones con lo que Jesús llamaba “el mundo”.
               
El seguimiento de Jesús es exigente porque es muy duro mantener una adhesión incondicional a la justicia, a las luchas de los más necesitados, porque es difícil vivir superando continuamente el propio egoísmo, porque en algunos momentos es heróico mantener la esperanza, porque el cultivo de una verdadera coherencia te priva del favor de los poderosos, porque cuesta vivir liberándose permanentemente de la esclavitud de los parámetros que te impone el sistema imperante de antivalores.
               
Así fue la existencia histórica de Jesús.
               
Las exigencias con las que hacemos antipático el camino de Jesús provienen de haber convertido la propuesta de Jesús en una religión más, en una versión calcada de un judaísmo decadente del que trató de liberarnos sin mucho éxito, el mismo Pablo de Tarso.
En esta versión reincorporamos con otros nombres la totalidad de las instituciones religiosas de las que Jesús quiso liberarnos. Sustituimos la opresión de la Ley Judía por una infinidad de prescripciones culturales anacrónicas, leguleyismos procedentes del Derecho Romano, prejuicios heredados del gnosticismo y del neoplatonismo imperantes en aquella época.
 
Los fariseos mantienen con otro nombre la propuesta moral del catolicismo, el templo tiene sus sustitutos lugares sagrados, el deseo de Jesús de brindarnos un banquete eucarístico lo convertimos en un acto de culto muy al estilo del culto al Pantocrator, La liberación interior que podríamos obtener por el sacramento de la reconciliación, la encajonamos en un juicio en el que lo más importante no es la contricción y el propósito de reparar los daños hechos sino que es la narración lo más neurótica posible de nuestras faltas. Y paramos aquí la enumeración que daría para muchísimos asuntos más.
               
El sincero seguimiento de Jesús es la experiencia más liberadora , humanizante y deliciosa a la que se puede convocar a un ser humano.
               
Pero hablamos de un seguimiento de Jesús inspirado radicalmente en lo que fue su experiencia histórica. Luego vendrán las teologías, los magisterios, las tradiciones que tendrán siempre que ser permanentemente relativizadas, renovadas. Todo lo contrario al espectáculo de un impertinente aferrarse a anacronismos a los que arbitrariamente se les reviste de una autoría divina a partir muchas veces de algunas frases de la escritura, en algunas ocasiones incluso descontextualizadas , o de una definición dogmática que puede incluso haber sido el producto de la presión de un Emperador semipagano.
               
El camino tanto personal como institucional para hacer justicia a lo que suponemos que fue la intención de Dios al encarnarse en Jesús, no puede ser otro que el dejarse iluminar por la memoria histórica de ese Jesús. Para eso incursionó en nuestra historia. No fue para proveernos de un pretexto que sirviera de marco a esa “religión natural”siempre tan poco creativa.
 
Todo lo que desdibuje esa memoria histórica de Jesús o la convierta en lejana y utópica, es artesanía humana al servicio de la perpetuación de ciertos poderes.
               
Por eso, terminamos como comenzamos, dejémonos hablar por esa genial invención de Francisco de Asís que es el pesebre de Belén. Con todas las rectificaciones que nos sugiera un amor apasionado al humilde campesino de Nazareth. Ese sí convoca en libertad y felicidad.
 
MIGUEL MATOS S.J

"EL EVANGELIO DE SIEMPRE"

"Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. "

” Uno de los peligros que nos amenaza hoy a los cristianos es vivir correctamente dentro de una religión organizada, sin atender ni entender en su verdad original el evangelio de Jesús. Lo que saboreamos no es muchas veces el «vino nuevo» aportado por él, sino el cristianismo «aguado» por nosotros mismos.

Quienes han bebido de otras aguas podrán gustar en Cristo un «vino nuevo», una experiencia buena de Dios. Algo de esto quiere decir el relato de las bodas de Caná. Desgraciadamente siempre es fácil «aguar» el evangelio y olvidar su sabor original. Basta perder la perspectiva de Jesús.

 
El profeta de Galilea no pensó en otra cosa sino en llamar a las gentes a vivir acogiendo «el reino de Dios y su justicia». Para él, todo lo demás era secundario. Veinte siglos después, nosotros vivimos ocupados en cuestiones doctrinales y morales que pueden ser legítimas para organizar bien una religión, pero que más de una vez nos distraen de lo primero que interesa a Dios: que los pobres, los hambrientos y los que lloran, puedan ser más felices.
 
Propiamente, Jesús no enseñó una doctrina para ser aprendida por sus seguidores, sino que anunció un acontecimiento que pide ser buscado y acogido. Según él, Dios está ya actuando en este mundo invitando a todos a buscar un orden de cosas más humano y más justo. A nosotros nos parece muy importante saber qué pensamos de Dios. Jesús, por el contrario, soñaba en que hubiera en la tierra hombres y mujeres que comenzaran a actuar como actúa Dios. Era su obsesión: ¿cómo sería la vida si la gente se pareciera más a Dios?
 
Jesús gritaba: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Era su llamada primera y más importante. Por eso enseñaba a todos a mirar a las personas de manera diferente: los pecadores eran sus amigos, las prostitutas le parecían más dignas que muchos piadosos, los últimos eran para él los primeros, los enfermos constituían su debilidad… ¿Qué ha sido de la mirada compasiva de Jesús? Para nosotros, las prostitutas son prostitutas, los pecadores son pecadores mientras no se conviertan, y los últimos son los últimos.
 
Uno de los peligros que nos amenaza hoy a los cristianos es vivir correctamente dentro de una religión organizada, sin atender ni entender en su verdad original el evangelio de Jesús. Lo que saboreamos no es muchas veces el «vino nuevo» aportado por él, sino el cristianismo «aguado» por nosotros mismos.

jueves, 27 de diciembre de 2012

RONDA LA MUERTE, RONDA



Navidad con Père Casaldáliga
Juan José Tamayo, 25-Diciembre-2012
Mi felicitación de las fiestas y del nuevo año  quiere ser el artículo que dedico a Père Casaldàliga, profeta de la utopía con la mirada puesta en otro mundo posible. Que el pesimismo con que despedimos el 2012 se torne optimismo militante y esperanza en acción en 2013.

RONDA LA MUERTE, RONDA
Juan José Tamayo
Diario EL PAÍS, 24 de diciembre, Edición de Catalunya
En 1971 era elegido obispo de Sâo Félix do Araguaia, en el Mato Grosso (Brasil), el misionero claretiano Père Casaldàliga, nacido en Balsereny (Barcelona) hacía cuarenta y tres años en el seno de una familia campesina. Sus insignias episcopales fueron un sombrero de paja que le entregó un líder campesino, un remo-borduna hecho de ‘pau-brasil’ por un indio tapirapé, ofrecido por el jefe de la tribu, a guisa de báculo, un anillo donado por amigos españoles, que regaló a su madre. “No tengo ningún capisayo ni pienso llevar ninguna insignia”, confesó. Y lo ha cumplido.

El mismo día de su consagración episcopal publicó una Carta Pastoral subversiva titulada Una Igreja da Amazônia em conflicto com o latifundio e a marginalizacâo, cuya difusión fue prohibida por el director de la policía federal. “En esta zona –escribía- se mata y se muere más que se vive. Matar o morir es más fácil aquí, más al alcance de todos, que vivir”.

El propósito de Casaldàliga era construir una Iglesia comprometida con las aspiraciones y reivindicaciones de los indios, posseiros y peones, sin honras ni poder, en lucha contra el latifundio y toda forma de esclavitud y, por ello, perseguida por los dueños del dinero, de la tierra y de la política, sin ‘tiburones’ ni explotadores del pueblo, formada por pequeñas comunidades de base desparramadas por las calles y sertâos, con una estructura participativa, corresponsable y democrática.

Ese modelo de Iglesia no se quedó en el papel,  sino que se hizo pronto realidad en Sâo Felix, como estaba sucediendo en otras iglesias de América Latina, dando lugar al nacimiento de la iglesia de los pobres. Es esta iglesia popular la que se encuentra en la base de la teología de la liberación -guía ideológica de Casaldàliga-, que él mismo cultiva creativamente a través de sus libros de gran hondura espiritual, sentido místico, inspiración poética, denuncia profética, carácter social, actitud revolucionaria y, sobre todo, con su ejemplo de vida. Una teología que, a pesar de las permanentes condenas de Roma, sigue viva y activa en el nuevo escenario latinoamericano, y se reformula en los nuevos procesos históricos con la incorporación de protagonistas emergentes como las comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, y los movimientos feministas, ecologistas, pacifistas, homosexuales, etc.

Fue en el Mato Grosso donde se despertó en él la conciencia internacionalista, hasta convertirse en el obispo más “católico” en el sentido etimológico del término: “universal”, que desarrolla a través de la defensa de las causas de los perdedores de la historia y del apoyo a los movimientos de liberación del mundo entero. Casaldàliga es, en ese sentido, un ejemplo de globalización alternativa, de la esperanza, desde abajo.

Por todo ello no tardaron en lloverle las persecuciones de todos los poderes confabulados, militares, terratenientes y políticos protectores de los latifundistas, incluido el Vaticano, tras la muerte de Pablo VI –que siempre lo protegió-. Se sucedieron las amenazas de muerte y los atentados contra su vida, en uno de los cuales fue asesinado el sacerdote Joâo Bosco. Las últimas amenazas de muerte han llevado a Casaldàliga a abandonar la modesta residencia donde ha vivido durante cuatro décadas. El desencadenante ha sido el pronunciamiento judicial que obliga a la retirada de los ocupantes no-indígenas de las tierras de Maraiwatsèdè y a su devolución al pueblo Xavante, cuyos derechos garantiza la Constitución Federal de Brasil.

Pero Casaldàliga relativiza todas las persecuciones y amenazas. La poesía es su mejor respuesta y su forma de desmitificar la muerte, como demuestra en “Romancillo de la muerte”, tan lorquiano: “Ronda la muerte, ronda/ la muerte rondera ronda./ Lo dijo Cristo/ antes que Lorca./ Que me rondarás morena,/ vestida de miedo y sombra./ Que te rondaré, morena,/ vestido de espera y gloria./ Frente a la Vida,/ ¿qué es tu victoria?/… ¡Tú nos rondarás,/pero te podremos”. Es la más bella traducción del desafío de Pablo de Tarso a la muerte, cuando le dice con cierta arrogancia: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?”. El obispo Casaldàliga, defensor de la vida de los empobrecidos, de los posseiros, de los indígenas -todos ellos excluidos del banquete neoliberal-, es amenazado de muerte a diario  ¡Qué paradoja!

El obispo catalán se sitúa en la mejor tradición de los obispos defensores de los indios en América Latina, desde Bartolomé de Las Casas hasta Leonidas Proaño, obispo de Riobamba (Ecuador), y Samuel Ruiz, obispo de Chiapas (México).

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Navidad: un mito cristiano verdadero

Hace pocas semanas, con pompa y circunstancia, el actual papa se mostró nuevamente como teólogo al publicar un libro sobre la infancia de Jesús. Presenta en él la versión clásica y tradicional que ve en aquellos relatos idílicos una narración histórica. El libro dejó sorprendidos a los teólogos, pues, desde hace por lo menos 50 años, la exégesis bíblica sobre estos textos muestra que no se trata de un relato histórico, sino de alta y refinada teología elaborada por los evangelistas Mateo y Lucas (Marcos y Juan no dicen nada de la infancia de Jesús) para probar que Jesús era realmente el Mesías, el hijo de David y el Hijo de Dios.

Para este fin, recurren a géneros literarios, que parecen historia pero que son en realidad recursos literarios, como, por ejemplo, los Magos de Oriente (que representan a los paganos), los pastores (los más pobres y considerados pecadores por tratar con animales), la Estrella y los ángeles (para mostrar el carácter divino de Jesús), Belén, que no sería una referencia geográfica sino un significado teológico, el lugar de donde vendría el Mesías, diferente de Nazaret, totalmente desconocida, donde probablemente habría nacido Jesús. Y así otros tópicos como analizo detalladamente en mi libro Jesucristo el Liberador (capítulo VIII).

Frente a los relatos tan conmovedores del Nacimiento podemos decir que estamos ante un grandioso mito, entendido positivamente como lo hacen los antropólogos: el mito como la trasmisión de una verdad tan profunda que solamente el lenguaje mítico, figurado y simbólico es adecuado para expresarla. Es lo que el mito hace. Un mito es verdadero cuando el sentido que quiere transmitir es verdadero e ilumina a toda la comunidad. Así el Nacimiento de Jesús es un mito cristiano lleno de verdad.

Nosotros usamos hoy otros mitos para mostrar la relevancia de Jesús. Para mí es de gran significado un mito antiguo que la Iglesia aprovechó en la liturgia de Navidad para revelar la conmoción cósmica ante el nacimiento de Cristo.

En él se dice:

“Cuando la noche iba por la mitad de su curso se hizo un profundo silencio. Entonces, las hojas parlanchinas callaron como muertas. Entonces, el viento que susurraba quedó quieto en el aire. Entonces, el gallo que cantaba se detuvo en medio de su canto. Entonces, las aguas del riachuelo que corrían, se paralizaron. Entonces las ovejas que pastaban se quedaron inmóviles. Entonces, el pastor que levantaba su cayado quedó petrificado. En ese momento todo paró, todo se suspendió, todo hizo silencio: nacía Jesús, el salvador de la humanidad y del universo”.

La Navidad quiere comunicarnos que Dios no es esa figura severa y de ojos penetrantes para escrutar nuestras vidas. Aparece como un niño. No juzga, solo quiere recibir cariño y jugar.

Y he aquí que del Pesebre vino una voz que me susurró:

“¿Oh, criatura humana, por qué tienes miedo de Dios? ¿No ves que su madre enfajó su frágil cuerpecito? ¿No te das cuenta de que él no amenaza a nadie? ¿Ni condena a nadie? ¿No escuchas cómo llora suavemente? Más que ayudar, necesita ser ayudado y cubierto de cariño. ¿No sabes que él es Dios-con-nosotros como nosotros?” Y ya no pensamos más, damos paso al corazón que siente, se compadece y ama. ¿Qué otra cosa podríamos hacer delante de un Niño sabiendo que es Dios humanado?

Tal vez nadie haya escrito mejor sobre la Navidad que el escritor portugués Fernando Pessoa, que dice: “Él es el eterno niño, el Dios que faltaba. El es lo divino que ríe y que juega. Es un niño tan humano que es divino”.

Más tarde transformaron al Niño Jesús en San Nicolás, en Santa Claus y, finalmente, en Papá Noel. Poco importa, porque en el fondo, el espíritu de bondad, de proximidad y de Regalo divino está ahí. Estuvo acertado el editorialista Francis Church del The New York Sun de 1897 al responder a Virginia, una niña de 8 años que le escribió: “Querido editor: dime la verdad, ¿Existe Papá Noel?”.

Y él sabiamente le respondió:

“Sí, Virginia, Papá Noel existe. Es tan cierto como que existe el amor, la generosidad y la devoción. Y tú sabes que todo eso existe de verdad y trae más belleza y alegría a nuestra vida. ¡Qué triste sería el mundo si no existiese Papá Noel! Sería tan triste como si no hubiese niñas como tú. No existiría la fe de los niños, ni la poesía y la fantasía, que hacen nuestra existencia leve y bonita. Pero para eso tenemos que aprender a ver con los ojos del corazón y del amor. ¿Si existe Papá Noel? Gracias a Dios vive y vivirá siempre que haya niños grandes y pequeños que han aprendido a ver con los ojos del corazón”.

En esta fiesta, intentemos ver con los ojos del corazón. Todos hemos sido educados para mirar con los ojos de la razón, por eso somos fríos. Hoy vamos a recuperar los derechos del corazón: vamos a dejarnos conmover con nuestros niños, permitir que sueñen y llenarnos de tierno afecto delante del Divino Niño que sintió placer y alegría al decidir ser uno de nosotros.

Leonardo Boff

lunes, 24 de diciembre de 2012

Felicitación navideña de Pedro Casaldáliga

- Centinela, ¿qué hay de la noche? ¿Qué hay de la crisis?
- ¿Desde dónde preguntas?
¿Preguntas desde el hambre
o desde el consumismo?
¿El grito de los pobres sacude tus preguntas?

Pastores marginales
cantan la Buena Nueva,
con flautas y silencios,
los medios de los grandes.

Nos ha nacido un Niño,
un Dios se nos ha dado.

Hay que nacer de nuevo,
desnudos como el Niño,
descalzos de codicia,
de miedo y de poder,
sobre la tierra roja.

Hay que nacer de nuevo,
abiertos al Misterio,
ungidos de Esperanza

domingo, 23 de diciembre de 2012

Satisfacción de las necesidades fundamentales

El ser humano es, por naturaleza, un ser de muchas carencias. Necesita un gran empeño para atenderlas y así poder vivir, no miserablemente, sino una vida de calidad. Tras cada necesidad se esconde un temor y un deseo: el deseo de poder satisfacerla de la forma más satisfactoria posible y el temor de no conseguirlo y entonces sufrir. Quien tiene, teme perder: quien no tiene, desea tener. Así es la dialéctica de la existencia.
 
Maestros de las más diferentes tradiciones de la humanidad y de las ciencias de lo humano convergen más o menos en las siguientes necesidades fundamentales:
 
Tenemos necesidades biológicas: en una palabra, necesitamos comer, beber, vestirnos y tener seguridad. Gran parte del tiempo lo empeñamos en atender tales necesidades. Las grandes mayorías de la humanidad las satisfacen de forma precaria, o por falta de trabajo o porque la solidaridad y la compasión son bienes escasos. La primera petición del Padrenuestro es el pan de cada día, porque el hambre no puede esperar.
 
Pero no pedimos a Dios que haga milagros cada día y así nos evite producir el pan. Pedimos que los climas y la fertilidad de los suelos sean favorables y que haya cooperación en la producción y en la distribución de los alimentos. Sólo entonces exorcizamos el miedo y atendemos a nuestro deseo básico.
 
Además, tenemos necesidad de seguridad: podemos enfermar y sucumbir a peligros que nos quitan la vida. Pueden provenir de la naturaleza, de las tempestades, de los rayos, de las sequías prolongadas, de los deslizamientos de tierra, de todo tipo de accidentes. Pueden provenir, principalmente, del propio ser humano que no sólo tiene dentro de sí el instinto de vida sino también el instinto de muerte; puede perder el autocontrol y eliminar al otro. Todo esto nos produce miedo. Y tenemos la esperanza de sortearlo. El hecho de haber vivido en las cavernas y después en casas muestra nuestra búsqueda de seguridad.
 
La realidad es que nunca controlamos todos los factores. Siempre podemos ser víctimas inocentes o culpadas. Y entonces clamamos a Dios, no para que nos saque del borde del abismo, sino para que nos dé coraje para evitarlo y sobrevivir.
 
Tenemos, en tercer lugar, necesidad de pertenencia: somos seres societarios. Pertenecemos a una familia, a una etnia, a un determinado lugar, a un país, al planeta Tierra. Lo que hace penoso el sufrimiento es la soledad, el no poder contar con un hombro amigo y una mano acogedora. Como somos frutos del cuidado de nuestras madres que nos llevaron en sus brazos, queremos morir dando la mano a alguien próximo o a quien nos ama.
 
En el fondo del abismo existencial clamamos por la madre o por Dios. Y sabemos que Él nos atiende porque es sensible a la voz de sus hijos e hijas y siente el latir de nuestro corazón atemorizado. Ser reducido a la soledad es ser condenado al infierno existencial y a la ausencia de cualquier comunión. Por eso es importante satisfacer el sentimiento de pertenencia, de lo contrario nos sentimos cual perros abandonados vagando por el mundo.
 
En cuarto lugar, tenemos necesidad de autoestima. No basta existir. Necesitamos que nuestra existencia sea acogida, que alguien con sus palabras y actos nos diga: “sé bienvenido a nuestro medio, tú cuentas para nosotros”. El rechazo nos hace tener, aun vivos, la experiencia de muerte. Necesitamos, pues, ser reconocidos como personas, con nuestras diferencias y particularidades. De lo contrario, somos como una planta sin nutrientes que se va mustiando hasta morir. Qué importante es cuando alguien nos llama por nuestro nombre y nos abraza. Nos devuelve nuestra humanidad negada y podemos seguir adelante con esperanza y sin miedo.
 
Finalmente, tenemos necesidad de autorrealización. Este es el gran anhelo y desafío del ser humano: poder realizarse a sí mismo y volverse humano. ¿Qué es lo humano del ser humano? No lo sabemos exactamente porque hasta lo inhumano pertenece a lo humano. Somos un misterio para nosotros mismos. No es que no sepamos nada de lo humano. Al contrario, cuanto más sabemos, más se amplían las dimensiones de aquello que no sabemos. Tenemos saudades de las estrellas de donde venimos.
 
Pero sabemos lo suficiente para descubrirnos como seres de apertura, al otro, al mundo y al Todo. Somos seres de deseo ilimitado. Por más que busquemos un objeto que sacie nuestro deseo, no lo encontramos entre los seres de nuestro alrededor. Deseamos al Ser esencial y nos topamos solo con entes accidentales. ¿Cómo, entonces, vamos a conseguir autorrealizarnos si nos percibimos como un proyecto infinito?
 
En este afán gana sentido hablar de Dios como el Ser esencial y el oscuro objeto de nuestro deseo infinito. Sólo Él llena las características del Infinito, adecuadas a nuestro proyecto infinito. Autorrealizarse, por lo tanto, implica envolverse con Dios. Envolverse con Dios es despertar la espiritualidad en nosotros, aquella capacidad de sentir una Energía poderosa y amorosa que atraviesa toda la realidad. Es poder ver en la ola, el mar y en la gota de agua, la inmensidad del Amazonas. Espiritualidad es sentir el hambre y la sed de un último refugio, un sentirse seguro en los brazos de alguien en quien se confía, donde, por fin, todas nuestras necesidades serán satisfechas, donde mueren todos los temores y podremos descansar.
 
Mientras no elaboremos en nosotros ese Centro, nos sentiremos siempre en la prehistoria de nosotros mismos; seres enteros pero inacabados y en último término, frustrados.
 
Cuando entramos en comunión con el Ser esencial por la entrega silenciosa e incondicional, por la oración y por la meditación, abrimos un manantial de energías incomparable e insustituible. El efecto es la pura alegría, la levedad de la vida, la bienaventuranza posible a los caminantes.
 
Leonardo Boff

viernes, 21 de diciembre de 2012

Y Cristo lloró en los jardines del Vaticano



Andando por las comunidades eclesiales de base del Norte amazónico, allí donde crece una Iglesia pobre y liberadora, oí de un líder comunitario, buen conocedor de la lectura popular de la Biblia, la siguiente visión, que él aseguraba era verdadera.


Iba un día camino del centro comunitario cuando se vio trasportado, no sé si en sueño o en espíritu, a los jardines del Vaticano. De repente vio a un papa -no era ninguno de los conocidos- todo de blanco, rodeado por sus principales cardenales consejeros. Hacían el habitual paseo después del almuerzo, caminando por los jardines en flor del Vaticano.

De pronto, el Papa vislumbró, a unos pocos metros de distancia, la figura del Maestro. Éste siempre aparece disfrazado, unas veces como jardinero, otras como caminante que va hacia Emaús. Pero el sucesor de Pedro, apartándose del grupo de cardenales, con fino tacto, identificó al instante al Resucitado.

Se arrodilló y quiso pronunciar la profesión que hizo a Pedro ser la piedra sobre la cual se construye la Iglesia (\"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo\") cuando fue atajado por Jesús. Mirando el palacio del Vaticano a lo lejos y la silueta de los edificios de la Santa Sede, Jesús con voz entristecida dijo: «No te bendigo, Simón, hijo de Jonás y sucesor de Pedro, porque todo esto no fue inspirado por mi Padre que está en los cielos sino por la carne y por la sangre. A ti te digo que no fue sobre estas piedras que edifiqué mi Iglesia, porque temía que así las puertas del infierno pudiesen prevalecer contra ella».

El Papa se quedó perplejo y dirigió su mirada al rostro de Jesús. Vio que caían furtivamente dos lágrimas de sus ojos. Se acordó de Pedro que lo había traicionado tres veces y que, arrepentido, lloró amargamente. Quiso articular alguna palabra, pero ésta murió en su garganta. Él también empezó a llorar. En esto el Señor desapareció.

Los cardenales oyeron las palabras del Maestro y se apresuraron a asistir al Papa. Entonces éste les dijo con gran severidad: «Hermanos, el Señor me abrió los ojos. Por eso, las cosas no pueden quedar así. Ayúdenme a realizar la voluntad del Señor».

El Cardenal Camarlengo, el más anciano de todos, afirmó: «Santidad, sí, vamos a hacer algo para seguir a Jesús y la tradición de los Apóstoles. Mañana reuniremos a todo el colegio cardenalicio presente en Roma e, invocando al Espíritu Santo, decidiremos cómo proceder, conforme a las palabras del Señor».

Todos se alejaron pesarosos, mientras les venían a la memoria aquellas escenas del Nuevo Testamento que se refieren a Jesús llorando sobre la ciudad santa que mataba a sus profetas y apedreaba a los enviados de Dios, y que se negaba a reunir a sus hijos e hijas como la gallina recoge a sus polluelos bajo sus alas.

Algunos, sin embargo, comentaban: «hermanos, seamos realistas y prudentes, pues nos toca vivir en este mundo que ayudamos a construir. ¿Podemos negar nuestra historia? Pero veamos lo que el Espíritu nos inspira».

Al día siguiente, cuando los cardenales se dirigían a la sala del consistorio, graves y cabizbajos, el secretario del Papa vino corriendo y les comunicó casi a gritos: «El Papa ha muerto».

Se celebraron los funerales con la pompa que acostumbran los cardenales, con sus vestimentas brillantes y llenas de color, venidos de todas partes del mundo. Una semana después sepultaron al Papa.

Y nadie se acordó nunca más de las palabras que el Señor había dicho.

Leonardo Boff (Koinonia)

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Poema de Pedro Casaldáliga que adelantó su persecución

"Dios dirá a mis amigos: Certifico que vivió con vosotros esperando este día"

 (Pedro Casaldáliga).-

Yo moriré de pie, como los árboles:

Me matarán de pie.
El sol, como testigo mayor,
pondrá su lacre
sobre mi cuerpo doblemente ungido,
y los ríos y el mar
se harán camino de todos mis deseos
,
mientras la selva amada
sacudirá sus cúpulas de júbilo.

Yo diré a mis palabras:

No mentía gritándoos.

Dios dirá a mis amigos:

Certifico que vivió con vosotros
esperando este día
.
De golpe, con la muerte,
se hará verdad mi vida.
¡Por fin habré amado!

martes, 18 de diciembre de 2012

Esperando “un Papa razonable” (Y. Congar)





El domingo, 20 de marzo de 1955, Yves Congar escribía en su diario, comentando el trato que estaba recibiendo del Santo Oficio: “quieren reducir a la nada a un hombre que no es su lacayo” (“Diario de un teólogo (1944 -1956)”, Madrid 2004, pp. 404-405).

A continuación, señalaba que en el origen de los problemas que estaba padeciendo se encontraba su decantamiento a favor de una de las dos interpretaciones enfrentadas de Mateo 16, 19: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos”.  

Para los Santos Padres, sostenía el teólogo francés, lo que se funda en Pedro es la Iglesia. Por eso, los poderes conferidos a Pedro pasan de él a la “ecclesia”. Este es el contenido fundamental del pasaje, en cuyo marco, proseguía Yves Congar, algunos de los Padres (sobre todo, occidentales) admitían la existencia de una primacía canónica del obispo de Roma dentro de la Iglesia.

Sin embargo, la comprensión patrística empieza a ser alterada -a partir, tal vez, del siglo II- cuando Roma cree ver en Mateo 16,19 su propia institución. Según esta interpretación, los poderes de Cristo no pasan de Pedro a la Iglesia, sino de Pedro a la sede romana. La consecuencia de semejante exégesis es clara: la Iglesia “no se forma solamente a partir de Cristo, vía Pedro, sino a partir del Papa”. Ello quiere decir que la consistencia y la vida de la Iglesia descansan -al estar construida sobre Pedro- en el Papa, cabeza de la comunidad cristiana y, por esto, residencia de la plena potestad (“plenitudo potestatis”).

Toda la historia de la eclesiología es, proseguía Yves Congar en su “Diario”, la permanente actualización de un conflicto (unas veces, latente y llevadero y otras, vivo y duro) entre estas dos concepciones del papado y del gobierno eclesial: la que sostiene que el poder de Cristo alcanza a toda la Iglesia vía Pedro y la que defiende que el poder de Cristo pasa a Pedro y de Pedro a Roma. Es un conflicto que llega hasta nuestros días y que no ha finalizado, a pesar de los esfuerzos desplegados por la misma Roma para extender su punto de vista al resto de la Iglesia.

Sin embargo, se dan excepciones notables que indican que Roma no ha logrado su objetivo y que, sobre todo, muestran la persistencia de la comprensión patrística del gobierno eclesial.

La Iglesia en Oriente, por ejemplo, ha mantenido la posición de los Santos Padres (cierto que despojándola de lo más positivo que tenía). También la Iglesia de África (desaparecida por causa del Islam) ha permanecido fiel a la interpretación patrística de Mt 16, 19. E, igualmente, los países que se unieron a la Reforma.

Incluso, en la misma Iglesia Católica nunca ha dejado de existir una cierta resistencia a dicha comprensión romana, en nombre tanto de la Biblia y de la Tradición como de la Verdad que fundamenta y habita en la Iglesia.

“Nuestra tarea (mi tarea) consiste -sentenciaba el teólogo dominico- en hacer que esta verdad no quede sofocada”. Por eso, “es necesario que, cuando llegue un Papa razonable o cuando aparezca el Pastor Soberano, encuentre todavía a la Iglesia en clamor, como dice Pascal”, a pesar de que nos hallemos en el hondón máximo de la ola y en el momento más intenso de una comprensión absolutista del gobierno eclesial.

Y proseguía, casi proféticamente, al paso que van las cosas, “se puede prever cuál será la próxima etapa de la eclesiología papista”, acompañada de un nuevo avance de la “mariodulía”: “consistirá en afirmar que las congregaciones romanas forman parte del magisterio ordinario; que son la parte superior de este magisterio, el cual, por su parte, reside en el gobierno pontificio”.


El Concilio Vaticano II superó la tesis, tradicional e históricamente insostenible, de que los obispos recibían su jurisdicción (“iure divino”) directamente del Papa, tal y como lo ratificó Pío XII en su día (Encíclica “Ad signarum gentes”, 1954). La constitución Dogmática “Lumen Gentium” recuperará el fundamento cristológico del episcopado (los obispos son “vicarios y delegados de Cristo”), la colegialidad en el gobierno eclesial e invalida la separación entre el “poder de orden” y el “poder de jurisdicción” al recordar que la autoridad de los obispos no es concedida por el Papa, sino derivada del sacramento del Orden.

Pablo VI reconocerá, mediante la carta apostólica “De episcoporum muneribus” (1966), el régimen de la concesión de poderes a los obispos: su autoridad, sostiene el Papa Montini, es “propia, ordinaria e inmediata” en sus iglesias locales. Además,  erige, mediante el “Motu Proprio” “Apostolica sollicitudo” (1965) el Sínodo de obispos para ayudar al papado en su solicitud por la iglesia universal e instituye las Conferencias Episcopales, dotándolas de cierta capacidad jurídica.

Son decisiones que le acreditan como un “Papa bastante razonable”, pero hay otras que lo cuestionan: la “reserva” a la sede primada de toda una serie de cuestiones teológicas y pastorales de enorme actualidad, el sometimiento del Sínodo de obispos a la autoridad “directa e inmediata” del Romano Pontífice y sus enormes dificultades para imaginar (y articular) un gobierno realmente colegial con la colaboración de las Conferencias Episcopales o, cuando menos, de sus presidentes.

El pontificado de Juan Pablo II será, comparativamente, “bastante menos razonable” que el de Pablo VI. Es cierto que pedirá ayuda en la encíclica “Ut unum sint” (1995) para repensar el ejercicio del primado y la forma de gobernar la Iglesia. También lo es que, incluso, abrirá el debate sobre la oportunidad o no de regresar al modelo de los patriarcados, vigente en el primer milenio; un debate que la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por J. Ratzinger, intenta cerrar mediante un seminario “ad hoc” con expertos que se posicionan firmemente en contra de semejante posibilidad.


Sin embargo, el suyo es un papado en el que se regresa –“de facto”- a la separación preconciliar entre el “poder de orden” y el “poder de jurisdicción”, se refuerza el papel de la Curia vaticana en el gobierno eclesial (al precio de la sacramentalidad y de la colegialidad episcopal) (“Pastor Bonus”, 1988) y se reduce (hasta casi desparecer) la capacidad legislativa de las Conferencias Episcopales (“Apostolos suos”, 2004).

Yves Congar finalizaba las anotaciones del 20 de marzo de 1955 llamando investigar y socializar los argumentos teológicos que avalaban una forma de papado y de gobierno eclesial más colegial y corresponsable.

Junto con él, somos muchos los que seguimos esperando “un Papa razonable”. Mientras tanto, exponemos los argumentos que nos avalan para que cuando llegue el Pastor Soberano nos encuentre, por lo menos, clamando (B. Pascal).