Hace pocas semanas, con pompa y circunstancia, el
actual papa se mostró nuevamente como teólogo al publicar un libro sobre
la infancia de Jesús. Presenta en él la versión clásica y tradicional
que ve en aquellos relatos idílicos una narración histórica. El libro
dejó sorprendidos a los teólogos, pues, desde hace por lo menos 50 años,
la exégesis bíblica sobre estos textos muestra que no se trata de un
relato histórico, sino de alta y refinada teología elaborada por los
evangelistas Mateo y Lucas (Marcos y Juan no dicen nada de la infancia
de Jesús) para probar que Jesús era realmente el Mesías, el hijo de
David y el Hijo de Dios.
Para este fin, recurren a géneros literarios, que
parecen historia pero que son en realidad recursos literarios, como, por
ejemplo, los Magos de Oriente (que representan a los paganos), los
pastores (los más pobres y considerados pecadores por tratar con
animales), la Estrella y los ángeles (para mostrar el carácter divino de
Jesús), Belén, que no sería una referencia geográfica sino un
significado teológico, el lugar de donde vendría el Mesías, diferente de
Nazaret, totalmente desconocida, donde probablemente habría nacido
Jesús. Y así otros tópicos como analizo detalladamente en mi libro Jesucristo el Liberador (capítulo VIII).
Frente a los relatos tan conmovedores del Nacimiento
podemos decir que estamos ante un grandioso mito, entendido
positivamente como lo hacen los antropólogos: el mito como la trasmisión
de una verdad tan profunda que solamente el lenguaje mítico, figurado y
simbólico es adecuado para expresarla. Es lo que el mito hace. Un mito
es verdadero cuando el sentido que quiere transmitir es verdadero e
ilumina a toda la comunidad. Así el Nacimiento de Jesús es un mito
cristiano lleno de verdad.
Nosotros usamos hoy otros mitos para mostrar la
relevancia de Jesús. Para mí es de gran significado un mito antiguo que
la Iglesia aprovechó en la liturgia de Navidad para revelar la conmoción
cósmica ante el nacimiento de Cristo.
En él se dice:
“Cuando la noche iba por la mitad de su curso se
hizo un profundo silencio. Entonces, las hojas parlanchinas callaron
como muertas. Entonces, el viento que susurraba quedó quieto en el aire.
Entonces, el gallo que cantaba se detuvo en medio de su canto.
Entonces, las aguas del riachuelo que corrían, se paralizaron. Entonces
las ovejas que pastaban se quedaron inmóviles. Entonces, el pastor que
levantaba su cayado quedó petrificado. En ese momento todo paró, todo se
suspendió, todo hizo silencio: nacía Jesús, el salvador de la humanidad
y del universo”.
La Navidad quiere comunicarnos que Dios no es esa
figura severa y de ojos penetrantes para escrutar nuestras vidas.
Aparece como un niño. No juzga, solo quiere recibir cariño y jugar.
Y he aquí que del Pesebre vino una voz que me susurró:
“¿Oh, criatura humana, por qué tienes miedo de
Dios? ¿No ves que su madre enfajó su frágil cuerpecito? ¿No te das
cuenta de que él no amenaza a nadie? ¿Ni condena a nadie? ¿No escuchas
cómo llora suavemente? Más que ayudar, necesita ser ayudado y cubierto
de cariño. ¿No sabes que él es Dios-con-nosotros como nosotros?” Y
ya no pensamos más, damos paso al corazón que siente, se compadece y
ama. ¿Qué otra cosa podríamos hacer delante de un Niño sabiendo que es
Dios humanado?
Tal vez nadie haya escrito mejor sobre la Navidad que el escritor portugués Fernando Pessoa, que dice: “Él es el eterno niño, el Dios que faltaba. El es lo divino que ríe y que juega. Es un niño tan humano que es divino”.
Más tarde transformaron al Niño Jesús en San Nicolás,
en Santa Claus y, finalmente, en Papá Noel. Poco importa, porque en el
fondo, el espíritu de bondad, de proximidad y de Regalo divino está ahí.
Estuvo acertado el editorialista Francis Church del The New York Sun de 1897 al responder a Virginia, una niña de 8 años que le escribió: “Querido editor: dime la verdad, ¿Existe Papá Noel?”.
Y él sabiamente le respondió:
“Sí, Virginia, Papá Noel existe. Es tan cierto
como que existe el amor, la generosidad y la devoción. Y tú sabes que
todo eso existe de verdad y trae más belleza y alegría a nuestra vida.
¡Qué triste sería el mundo si no existiese Papá Noel! Sería tan triste
como si no hubiese niñas como tú. No existiría la fe de los niños, ni la
poesía y la fantasía, que hacen nuestra existencia leve y bonita. Pero
para eso tenemos que aprender a ver con los ojos del corazón y del amor.
¿Si existe Papá Noel? Gracias a Dios vive y vivirá siempre que haya
niños grandes y pequeños que han aprendido a ver con los ojos del
corazón”.
En esta fiesta, intentemos ver con los ojos del
corazón. Todos hemos sido educados para mirar con los ojos de la razón,
por eso somos fríos. Hoy vamos a recuperar los derechos del corazón:
vamos a dejarnos conmover con nuestros niños, permitir que sueñen y
llenarnos de tierno afecto delante del Divino Niño que sintió placer y
alegría al decidir ser uno de nosotros.
Leonardo Boff