«Vine a traer una hermosa noticia a los pobres…»
(Lc 4, 18-21). Palabras breves y claras, sin rodeos. Así fue como Jesús
se presentó en la sinagoga de Nazaret, leyendo las palabras del profeta
Isaías. El pobre no es una idea, es gente, persona concreta que sufre.
Es urgente retomar el anuncio de Jesucristo, porque nos damos cuenta que
esa categoría es amplia y va más allá de los datos estadísticos de la
economía. Hay, efectivamente, en América Latina una nueva realidad y, en
algunos países, pobreza-hambre-miseria han dado lugar a las nuevas
clases con cierto poder adquisitivo. Algunos gobiernos progresistas
lograron realizar avances significativos.
Por lo tanto,
la sociedad es más compleja y nuestro análisis debe alcanzar mayor
profundidad. De hecho, una persona es no sólo economía y consumo; tiene
aspiraciones profundas y esenciales en sí misma que se realizan a través
de los elementos género, etnia, cultura. Cuando esta realización es
negada se crea una multitud de nuevos pobres y excluidos, miles de
millones de personas que muchos sectores de las iglesias ignoran por
completo y consideran, tal vez, como simples efectos secundarios de un proceso social.
Debemos abrir nuestros ojos y redescubrir
el significado de nuestro ser cristianos como de Iglesia de los Pobres y
lo que ello implica para nuestra práctica. Sin entrar en análisis
específicos de diferentes modalidades de pobres, vamos a intentar
enumerar las viejas y nuevas categorías de pobres/excluidos sabiendo que
esa lista podría ser mucho mayor:
Los pobres miserables (sin de ropas,
hambrientos, víctimas de las especulaciones con los precios
internacionales de los alimentos por parte de los bancos de inversión);
las víctimas de las drogas (los adictos a las drogas, sus familias y las
personas que pierden la vida en el submundo del tráfico); las víctimas
de la violencia en asaltos, venganzas, hostilidad de pandillas, acciones
de exterminio y limpieza social; las víctimas de la
discriminación (negros, indígenas, habitantes de favelas o barrios muy
pobres, enfermos de SIDA); los encarcelados; los secuestrados; los
desaparecidos, muchos trabajadores en fábricas, en la pesca, la
minería…; las minorías sexuales (gays, lesbianas, transexuales,
travestis); las personas sin hogar que viven en la calle; los torturados
por dictaduras o en las prisiones y delegaciones de policía; mujeres,
víctimas de la violencia machista asesina, hasta el femicidio; las
víctimas del tráfico de personas con fines de explotación sexual,
explotación laboral y de venta de órganos; los migrantes que huyen de
las guerras y el cambio climático, o buscando oportunidades de vida; los
que desaparecen a través de mares, desiertos y fronteras, persiguiendo
como sueños empleo y libertad1; los exiliados por las
dictaduras; la multitud de los que viven temerosos, escondiéndose, por
no tener documentos; las víctimas de la prostitución, mujeres, niños,
niñas, adolescentes; las personas con discapacidad por enfermedades,
accidentes de trabajo, accidentes de tráfico; los que sufren
padecimientos crónicos y los enfermos mentales; los alienados por las
ideologías y religiones (fanatismos, fundamentalismos); las víctimas del
alcoholismo; las personas sin casa y los desalojados de la tierra que
habitaban; las personas ingenuas y sencillas, víctimas de los
especuladores; los débiles y cansados que no soportan más el peso de la
vida y las dificultades; los ancianos; los trabajadores desempleados o
con empleos precarios; los analfabetos y los que no tienen los medios
para continuar sus estudios; los enfermos abandonados por los sistemas
de salud; las víctimas de desastres naturales, terremotos,
tsunamis, inundaciones, huracanes; las vidas destruidas por la guerra,
un mercado multimillonario en ascenso; los trabajadores rurales sin
tierra, sin agua…
Una humanidad cansada, masacrada,
agonizante: por mucho menos sufrimiento, Yahveh sintió compasión al
escuchar los gritos de desesperación y se puso al lado de un pueblo de
esclavos. (Ex 3, 7-8) ¿Y nuestras iglesias?
¿Existen causas, o es que así tiene que ser?
Hoy en día, esas clases de pobreza no son
resultado de la falta de recursos para proveer lo necesario para la
vida. Los recursos naturales y tecnológicos de que disponemos hacen
posible promover un cambio radical en la humanidad. Pero, la
acumulación, la corrupción, el saqueo a las arcas públicas, los gastos
inútiles, el lujo y derroche, el modelo consumista de desarrollo que
gasta irracionalmente las energías del planeta, son estas las raíces de
tantas miserias y vidas exterminadas.
La base de la producción no es
determinada y orientada por las necesidades vitales de la población del
planeta, sino por el mercado teniendo en cuenta el interés y el máximo
beneficio del capital.
¿Y el escándalo de los paraísos fiscales? Es la moderna versión capitalista del Paraíso Terrenal, con exclusividad para algunos elegidos: es el asalto más grande desde Adán y Eva.
La crisis que ha vivido el mundo desde el
año 2008 ya ha engrosado las estadísticas de los hambrientos en más de
500 millones de personas. Es el crimen global del capital financiero,
del dinero que sólo produce dinero, sin producir tan solo un palito de
fósforo. Un artículo de la revista Carta Capital, en Brasil, cita a
James Henry, especialista en análisis de los paraísos fiscales y
explica: «Una elite mundial súper rica explota las brechas
existentes en las reglas internacionales de impuestos para ocultar en
otros países la extraordinaria riqueza de 21 trillones de dólares,
equivalentes a la suma de los PIBs de los Estados Unidos y de Japón… 20
trillones de dólares fueron drenados de decenas de países a
jurisdicciones protegidas por el sigilo, como Suiza y las Islas Caimán»2.
Esta riqueza, continúa la revista citando al mismo investigador, «está
protegida por una banda muy bien pagada y esforzada de facilitadores
profesionales que trabajan en las industrias de los bancos privados, en
abogacía, contabilidad y orientación de inversiones… Según los cálculos
de Henry, 9.8 trillones de dólares en activos pertenecen a sólo 92.000
personas, o sea el 0.001% de la población mundial… Estas estimaciones
revelan una falla sorprendente: la desigualdad es mucho, mucho peor de
lo que muestran las estadísticas oficiales».3
92.000 personas que serán juzgadas por
Dios en sus responsabilidades en la creación de la miseria y la
exclusión. A menos que tomen conciencia a tiempo que su riqueza se está
pudriendo como el maná que algunos hebreos muy vivos, al cruzar el desierto, recogían y acumulaban para el día siguiente (Ex 16, 19-20).
El término rico también incluye a
personas y grupos que no necesariamente tienen grandes cantidades de
bienes y dinero; comprende a muchos profesionales, comunicadores,
intelectuales… que venden su inteligencia y capacidades a la «bestia fiera» del sistema dominante para crear y mantener estructuras de opresión y exclusión (Ap 13 y 14, 9-11).
En toda esta historia muere gente, mueren
millones de personas; los pobres y excluidos mueren abandonados,
hambrientos, en condiciones inhumanas, sin poder realizarse como mujeres
y hombres libres, hijas e hijos de Dios. Miles de millones de vidas
humanas lanzadas fuera de la existencia como si fueran escoria y basura
desechable. Y brota una pregunta: ¿Puede un cristiano, un ser humano
tener cuentas en paraísos fiscales; puede ser propietario o Gerente de
Banco, fabricar y comercializar armas y diamantes? ¿Puede disfrutar de
lujo en sus ceremonias y casas, etc.?
Conversión al pobre/Cristo y a la economía
¿Por qué nuestras iglesias no se declaran estado de calamidad pública
en sus instituciones y sus actividades ante la emergencia que vive el
mundo? La caridad de los cristianos (ser para servir) en las relaciones
personales y en las cuestiones sociales y políticas debe estar presente y
ocupar más nuestras estructuras, nuestro tiempo y nuestras energías.
Esta es la conversión: necesaria y urgente en todas las iglesias.
¿Vamos a hacer un alto en el camino? Y,
en los próximos cinco/diez años, vamos a contar todos los domingos en
las iglesias la parábola del rico comelón y del pobre Lázaro,
identificando y llamando al comelón y al pobre Lázaro por sus nombres y
funciones en nuestra sociedad actual. Para no ser monótonos, podríamos
alternar esta lectura con la del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo y
las Bienaventuranzas. Y hablar bien claro sobre la condenación que
espera a los ricos. Así, incluso alguno que otro puede convertirse (Lc
19, 1-10).
¿Qué comprende la conversión al rostro de
Cristo hoy? También conversión al estudio de la economía: sí,
convertirnos a la economía significa alcanzar capacidad (ser
competentes) para entender los mecanismos de acumulación y explotación;
es decir, saber reconocer a los responsables anónimos que en reuniones de unas horas deciden sobre la muerte o por la vida de miles de millones de personas. Estos anónimos tienen nombres; sabemos quiénes son; los indignados
en las calles saben identificarlos. Y así, poder entender la
perversidad y el carácter satánico del sistema que el Apocalipsis
describe con tanta claridad: Está al alcance de nuestras manos. Es sólo
abrir Los Libros y leer y escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias.
El proyecto de los pobres
Las iglesias deben despertar a esta tarea de humanización mundial. Es una auténtica revolución cultural la que estamos necesitando en nuestras iglesias. Es lo que nos dice el documento de Aparecida: «La Iglesia es la vivienda de pueblos hermanos y casa de los pobres4…
Nuestra mayor amenaza es el pragmatismo mediocre de la vida cotidiana
de la Iglesia, en la que, aparentemente, todo procede normalmente, pero
en verdad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad5…
La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que le impida instalarse en
la comodidad al margen de los sufrimientos de los pobres del
continente»6. La Conferencia de Aparecida y el Foro Social Mundial constituyen el Pentecostés del tercer milenio.
Por otro lado, hay mucho dinamismo
aconteciendo: Las cuatro Jornadas Teológicas Regionales realizadas a lo
largo de 2011 en América Latina y el Caribe (en Guatemala para
Centroamérica; en Chile para el Cono Sur; en México para América del
Norte; y en Colombia para los países andinos), todas ellas de cara al
Congreso Continental de Teología celebrado en São Leopoldo, en octubre
de 2012; innumerables semanas teológicas, simposios, cursos y estudios;
la actividad de las CEBs y de las Pastorales Sociales; decenas de nuevas
teologías que han surgido (teología de la tierra, de la mujer, del
trabajo, del negro, la teología indígena, maya, garífuna…), muestran que
el Espíritu de Dios habla fuerte al alma de este Continente y que
siempre hay gente que hace de su fe y espiritualidad una luz para
encarnar y construir el Reino, el gran propósito de Jesucristo.
La historia reciente de América Latina
demuestra que los cristianos tenemos capacidad para hacer acontecer este
milagro, porque creamos nuevos tiempos en nuestros países colaborando
con miles de grupos y movimientos sociales. Incluso tenemos la parresia
(el valor, el coraje de los apóstoles de anunciar el mensaje) de
afirmar que nos convertimos en referencia a otras experiencias en el
mundo.
Muy bien escribió la teóloga colombiana Consuelo Vélez: «Poco
a poco nuestro continente latinoamericano se ha ido posicionando como
un interlocutor válido frente a los países del primer mundo y ha
fortalecido su identidad cultural y religiosa, dejando de sentirse
receptor de todo lo que venga de afuera para ofrecer sus propias
riquezas. En el campo teológico esto ha sido claro en la llamada
teología latinoamericana que partiendo del método pastoral
ver-juzgar-actuar, ha producido una teología capaz de asumir la realidad
de pobreza y exclusión que ha marcado tanto la vida del continente y ha
ido más allá, asumiendo los nuevos desafíos que se perciben, tales como
la cuestión ecológica, la indígena, la realidad de la mujer, la
afroamericana, el pluralismo cultural y religioso, etc.».
No vamos a renunciar a la posibilidad de
revelar a las iglesias y al mundo lo que el Espíritu hizo surgir en
medio de nosotros: es el resultado de la vivencia evangélica y del
sufrimiento de tantas vidas ofrecidas en la construcción de la justicia y
la democracia. Hay millones de personas de buena voluntad que en
nuestras iglesias, en los movimientos sociales o dentro de iniciativas y
en diferentes instancias de gobierno miran con angustia y coraje este
momento histórico para poner a los pobres en el centro de un proyecto de
humanización.
No vamos a dejar que el interés asesino
de personas y grupos económicos tome el control de las sociedades del
presente y del futuro. Las múltiples crisis que estamos viviendo hoy
apuntan a un cambio de época. La historia no debe volver atrás. En 50
años tendremos un mundo radicalmente diferente de lo que vivimos hoy en
día, o para bien o para mal: es una tarea para las próximas décadas.
Será una larga y penosa gestación porque una era no cambia por decreto o
por voluntarismo de unos cuantos iluminados. Los cambios estructurales y
profundos, en las iglesias y en la sociedad, solamente serán producidos
y sostenidos si se da una multitud de hombres nuevos y mujeres nuevas,
honestos y competentes, como protagonistas de este proceso. Comenzando
por nosotros mismos.
Ermanno Allegri