MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Humanizar a la humanidad: ¿Cuando las iglesias van a despertar?


«Vine a traer una hermosa noticia a los pobres…» (Lc 4, 18-21). Palabras breves y claras, sin rodeos. Así fue como Jesús se presentó en la sinagoga de Nazaret, leyendo las palabras del profeta Isaías. El pobre no es una idea, es gente, persona concreta que sufre. Es urgente retomar el anuncio de Jesucristo, porque nos damos cuenta que esa categoría es amplia y va más allá de los datos estadísticos de la economía. Hay, efectivamente, en América Latina una nueva realidad y, en algunos países, pobreza-hambre-miseria han dado lugar a las nuevas clases con cierto poder adquisitivo. Algunos gobiernos progresistas lograron realizar avances significativos.

Por lo tanto, la sociedad es más compleja y nuestro análisis debe alcanzar mayor profundidad. De hecho, una persona es no sólo economía y consumo; tiene aspiraciones profundas y esenciales en sí misma que se realizan a través de los elementos género, etnia, cultura. Cuando esta realización es negada se crea una multitud de nuevos pobres y excluidos, miles de millones de personas que muchos sectores de las iglesias ignoran por completo y consideran, tal vez, como simples efectos secundarios de un proceso social.

Debemos abrir nuestros ojos y redescubrir el significado de nuestro ser cristianos como de Iglesia de los Pobres y lo que ello implica para nuestra práctica. Sin entrar en análisis específicos de diferentes modalidades de pobres, vamos a intentar enumerar las viejas y nuevas categorías de pobres/excluidos sabiendo que esa lista podría ser mucho mayor:

Los pobres miserables (sin de ropas, hambrientos, víctimas de las especulaciones con los precios internacionales de los alimentos por parte de los bancos de inversión); las víctimas de las drogas (los adictos a las drogas, sus familias y las personas que pierden la vida en el submundo del tráfico); las víctimas de la violencia en asaltos, venganzas, hostilidad de pandillas, acciones de exterminio y limpieza social; las víctimas de la discriminación (negros, indígenas, habitantes de favelas o barrios muy pobres, enfermos de SIDA); los encarcelados; los secuestrados; los desaparecidos, muchos trabajadores en fábricas, en la pesca, la minería…; las minorías sexuales (gays, lesbianas, transexuales, travestis); las personas sin hogar que viven en la calle; los torturados por dictaduras o en las prisiones y delegaciones de policía; mujeres, víctimas de la violencia machista asesina, hasta el femicidio; las víctimas del tráfico de personas con fines de explotación sexual, explotación laboral y de venta de órganos; los migrantes que huyen de las guerras y el cambio climático, o buscando oportunidades de vida; los que desaparecen a través de mares, desiertos y fronteras, persiguiendo como sueños empleo y libertad1; los exiliados por las dictaduras; la multitud de los que viven temerosos, escondiéndose, por no tener documentos; las víctimas de la prostitución, mujeres, niños, niñas, adolescentes; las personas con discapacidad por enfermedades, accidentes de trabajo, accidentes de tráfico; los que sufren padecimientos crónicos y los enfermos mentales; los alienados por las ideologías y religiones (fanatismos, fundamentalismos); las víctimas del alcoholismo; las personas sin casa y los desalojados de la tierra que habitaban; las personas ingenuas y sencillas, víctimas de los especuladores; los débiles y cansados que no soportan más el peso de la vida y las dificultades; los ancianos; los trabajadores desempleados o con empleos precarios; los analfabetos y los que no tienen los medios para continuar sus estudios; los enfermos abandonados por los sistemas de salud; las víctimas de desastres naturales, terremotos, tsunamis, inundaciones, huracanes; las vidas destruidas por la guerra, un mercado multimillonario en ascenso; los trabajadores rurales sin tierra, sin agua…

Una humanidad cansada, masacrada, agonizante: por mucho menos sufrimiento, Yahveh sintió compasión al escuchar los gritos de desesperación y se puso al lado de un pueblo de esclavos. (Ex 3, 7-8) ¿Y nuestras iglesias?

¿Existen causas, o es que así tiene que ser?

Hoy en día, esas clases de pobreza no son resultado de la falta de recursos para proveer lo necesario para la vida. Los recursos naturales y tecnológicos de que disponemos hacen posible promover un cambio radical en la humanidad. Pero, la acumulación, la corrupción, el saqueo a las arcas públicas, los gastos inútiles, el lujo y derroche, el modelo consumista de desarrollo que gasta irracionalmente las energías del planeta, son estas las raíces de tantas miserias y vidas exterminadas.

La base de la producción no es determinada y orientada por las necesidades vitales de la población del planeta, sino por el mercado teniendo en cuenta el interés y el máximo beneficio del capital.

¿Y el escándalo de los paraísos fiscales? Es la moderna versión capitalista del Paraíso Terrenal, con exclusividad para algunos elegidos: es el asalto más grande desde Adán y Eva.

La crisis que ha vivido el mundo desde el año 2008 ya ha engrosado las estadísticas de los hambrientos en más de 500 millones de personas. Es el crimen global del capital financiero, del dinero que sólo produce dinero, sin producir tan solo un palito de fósforo. Un artículo de la revista Carta Capital, en Brasil, cita a James Henry, especialista en análisis de los paraísos fiscales y explica: «Una elite mundial súper rica explota las brechas existentes en las reglas internacionales de impuestos para ocultar en otros países la extraordinaria riqueza de 21 trillones de dólares, equivalentes a la suma de los PIBs de los Estados Unidos y de Japón… 20 trillones de dólares fueron drenados de decenas de países a jurisdicciones protegidas por el sigilo, como Suiza y las Islas Caimán»2.

Esta riqueza, continúa la revista citando al mismo investigador, «está protegida por una banda muy bien pagada y esforzada de facilitadores profesionales que trabajan en las industrias de los bancos privados, en abogacía, contabilidad y orientación de inversiones… Según los cálculos de Henry, 9.8 trillones de dólares en activos pertenecen a sólo 92.000 personas, o sea el 0.001% de la población mundial… Estas estimaciones revelan una falla sorprendente: la desigualdad es mucho, mucho peor de lo que muestran las estadísticas oficiales».3

92.000 personas que serán juzgadas por Dios en sus responsabilidades en la creación de la miseria y la exclusión. A menos que tomen conciencia a tiempo que su riqueza se está pudriendo como el maná que algunos hebreos muy vivos, al cruzar el desierto, recogían y acumulaban para el día siguiente (Ex 16, 19-20).

El término rico también incluye a personas y grupos que no necesariamente tienen grandes cantidades de bienes y dinero; comprende a muchos profesionales, comunicadores, intelectuales… que venden su inteligencia y capacidades a la «bestia fiera» del sistema dominante para crear y mantener estructuras de opresión y exclusión (Ap 13 y 14, 9-11).

En toda esta historia muere gente, mueren millones de personas; los pobres y excluidos mueren abandonados, hambrientos, en condiciones inhumanas, sin poder realizarse como mujeres y hombres libres, hijas e hijos de Dios. Miles de millones de vidas humanas lanzadas fuera de la existencia como si fueran escoria y basura desechable. Y brota una pregunta: ¿Puede un cristiano, un ser humano tener cuentas en paraísos fiscales; puede ser propietario o Gerente de Banco, fabricar y comercializar armas y diamantes? ¿Puede disfrutar de lujo en sus ceremonias y casas, etc.?

Conversión al pobre/Cristo y a la economía

¿Por qué nuestras iglesias no se declaran estado de calamidad pública en sus instituciones y sus actividades ante la emergencia que vive el mundo? La caridad de los cristianos (ser para servir) en las relaciones personales y en las cuestiones sociales y políticas debe estar presente y ocupar más nuestras estructuras, nuestro tiempo y nuestras energías. Esta es la conversión: necesaria y urgente en todas las iglesias.

¿Vamos a hacer un alto en el camino? Y, en los próximos cinco/diez años, vamos a contar todos los domingos en las iglesias la parábola del rico comelón y del pobre Lázaro, identificando y llamando al comelón y al pobre Lázaro por sus nombres y funciones en nuestra sociedad actual. Para no ser monótonos, podríamos alternar esta lectura con la del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo y las Bienaventuranzas. Y hablar bien claro sobre la condenación que espera a los ricos. Así, incluso alguno que otro puede convertirse (Lc 19, 1-10).

¿Qué comprende la conversión al rostro de Cristo hoy? También conversión al estudio de la economía: sí, convertirnos a la economía significa alcanzar capacidad (ser competentes) para entender los mecanismos de acumulación y explotación; es decir, saber reconocer a los responsables anónimos que en reuniones de unas horas deciden sobre la muerte o por la vida de miles de millones de personas. Estos anónimos tienen nombres; sabemos quiénes son; los indignados en las calles saben identificarlos. Y así, poder entender la perversidad y el carácter satánico del sistema que el Apocalipsis describe con tanta claridad: Está al alcance de nuestras manos. Es sólo abrir Los Libros y leer y escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias.

El proyecto de los pobres

Las iglesias deben despertar a esta tarea de humanización mundial. Es una auténtica revolución cultural la que estamos necesitando en nuestras iglesias. Es lo que nos dice el documento de Aparecida: «La Iglesia es la vivienda de pueblos hermanos y casa de los pobres4… Nuestra mayor amenaza es el pragmatismo mediocre de la vida cotidiana de la Iglesia, en la que, aparentemente, todo procede normalmente, pero en verdad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad5… La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad al margen de los sufrimientos de los pobres del continente»6. La Conferencia de Aparecida y el Foro Social Mundial constituyen el Pentecostés del tercer milenio.

Por otro lado, hay mucho dinamismo aconteciendo: Las cuatro Jornadas Teológicas Regionales realizadas a lo largo de 2011 en América Latina y el Caribe (en Guatemala para Centroamérica; en Chile para el Cono Sur; en México para América del Norte; y en Colombia para los países andinos), todas ellas de cara al Congreso Continental de Teología celebrado en São Leopoldo, en octubre de 2012; innumerables semanas teológicas, simposios, cursos y estudios; la actividad de las CEBs y de las Pastorales Sociales; decenas de nuevas teologías que han surgido (teología de la tierra, de la mujer, del trabajo, del negro, la teología indígena, maya, garífuna…), muestran que el Espíritu de Dios habla fuerte al alma de este Continente y que siempre hay gente que hace de su fe y espiritualidad una luz para encarnar y construir el Reino, el gran propósito de Jesucristo.

La historia reciente de América Latina demuestra que los cristianos tenemos capacidad para hacer acontecer este milagro, porque creamos nuevos tiempos en nuestros países colaborando con miles de grupos y movimientos sociales. Incluso tenemos la parresia (el valor, el coraje de los apóstoles de anunciar el mensaje) de afirmar que nos convertimos en referencia a otras experiencias en el mundo.
Muy bien escribió la teóloga colombiana Consuelo Vélez: «Poco a poco nuestro continente latinoamericano se ha ido posicionando como un interlocutor válido frente a los países del primer mundo y ha fortalecido su identidad cultural y religiosa, dejando de sentirse receptor de todo lo que venga de afuera para ofrecer sus propias riquezas. En el campo teológico esto ha sido claro en la llamada teología latinoamericana que partiendo del método pastoral ver-juzgar-actuar, ha producido una teología capaz de asumir la realidad de pobreza y exclusión que ha marcado tanto la vida del continente y ha ido más allá, asumiendo los nuevos desafíos que se perciben, tales como la cuestión ecológica, la indígena, la realidad de la mujer, la afroamericana, el pluralismo cultural y religioso, etc.».

No vamos a renunciar a la posibilidad de revelar a las iglesias y al mundo lo que el Espíritu hizo surgir en medio de nosotros: es el resultado de la vivencia evangélica y del sufrimiento de tantas vidas ofrecidas en la construcción de la justicia y la democracia. Hay millones de personas de buena voluntad que en nuestras iglesias, en los movimientos sociales o dentro de iniciativas y en diferentes instancias de gobierno miran con angustia y coraje este momento histórico para poner a los pobres en el centro de un proyecto de humanización.

No vamos a dejar que el interés asesino de personas y grupos económicos tome el control de las sociedades del presente y del futuro. Las múltiples crisis que estamos viviendo hoy apuntan a un cambio de época. La historia no debe volver atrás. En 50 años tendremos un mundo radicalmente diferente de lo que vivimos hoy en día, o para bien o para mal: es una tarea para las próximas décadas. Será una larga y penosa gestación porque una era no cambia por decreto o por voluntarismo de unos cuantos iluminados. Los cambios estructurales y profundos, en las iglesias y en la sociedad, solamente serán producidos y sostenidos si se da una multitud de hombres nuevos y mujeres nuevas, honestos y competentes, como protagonistas de este proceso. Comenzando por nosotros mismos.
Ermanno Allegri