- A partir del dìa de hoy, la Iglesia de a pie, abre su espacio para compartir y manifestar las diversas opiniones, en torno a la visita del Papa Francisco América Latina -
Juan Montaño Escobar
Llamar Papa Bueno a uno de ellos, autoriza muchas preguntas sobre la bondad o maldad de los otros. Así llamaron a Juan XXIII. Una personalidad que combinó dones como simpatía, humildad y ecumenismo a favor de una Iglesia más de la gente. La bondad para nada es denuncia amable del pendejismo y sí expresión operativa de la sabiduría. Aquel Papa recordó e hizo que la colectividad que se consideraba cristiana volviera a los orígenes de esta forma de vida. Dio señales. Canonizó al primer santo negro de América (San Martín de Porres, 1962), nombró cardenales de la periferia del ‘imperio vaticano’ (de Tanzania, Venezuela, Uruguay, Filipinas) y al Concilio Vaticano II convidó a todas las creencias planetarias que quisieran asistir (desde seguidores del islam hasta la diversidad cristiana).
No busquen a Jorge Mario Bergoglio como un Papa de izquierda o de derecha, en el Vaticano las cosas no funcionan así. No es tan simple, por ejemplo, es un Estado, por lo tanto, un organismo político tan terrenal por intereses y negocios como cualquier otro, tiene una doctrina basada en su libro mayor (la Biblia) dividido en dos partes entre sí contradictorias: el Nuevo y el Viejo Testamento. El primero, motivador en sus evangelios, menos esperar soluciones de lo Alto y más propiciar la solidaridad sin importar nacionalidad, género o nivel social. El eterno imposible del camello por el ojo de la aguja, el compartir los bienes precarios y no aquello que sobra, la afirmación de la diversidad (el buen samaritano), el activismo de los talentos y, sobre todo, esa relación de alegrías y tristezas con la gente de barrio adentro. Eso intenta J.M. Bergoglio.
Eligió nombrarse Francisco, para ser el “custodio de la Creación”, esa es tarea de aquí a la eternidad. Y como va la ecología, la eternidad podría tener fecha de caducidad. Jorge Mario recorre el camino de Francisco de Asís, en una Iglesia católica que hasta la más perdida de las parroquias parecía ‘imitar a las ONG’ y los competidores del corazón se las buscan por el descrédito, aunque ellos mismos tendrían que apartar la viga de sus ojos. El primer Francisco fue laico y solo por obligaciones extremas se hizo diácono sin recibir pago alguno por sus prédicas, vivió ligero de equipaje y con las manos abiertas para dar. Es evidente, Francisco va al ritmo de la gente y no al de las jerarquías, sin que equivalga a menosprecio, como esa de pedirle bendiciones. En la gente está el verdadero poder de las instituciones, no solo es la fe como guardiana irracional de la creencia, es retornar, no en el tiempo, a esos principios fundacionales del cristianismo: impulsar vida en un contexto solidario, pero sin la arrogancia de la caridad; reconocer esa diversidad de samaritanos que es el mundo actual con sus teologías de liberación, de la negritud, indígena, etc.; cambian ciertos roles de importancia. Ahora, más que una persona (el Papa), importa el ‘Pueblo de Dios’. Atención: es Francisco que viene, y no cierta tradición.