Pedro Pierre
Los numerosos comentarios sobre la beatificación de monseñor Óscar Romero -el domingo pasado, 24 de mayo- iban en 2 direcciones bastante opuestas. Por una parte, la jerarquía salvadoreña eligió el lema de ‘Monseñor Romero, mártir por amor’ mientras el Vaticano decía ‘mártir por odio a la fe’. Por otra parte, las Comunidades Eclesiales de Base de El Salvador y los grupos cristianos que se identifican como Iglesia de los Pobres en la línea de la Teología de la Liberación lo calificaban como ‘mártir por el Reino’. La breve carta enviada por el papa Francisco al arzobispo de San Salvador en vísperas de la beatificación de monseñor Romero nos aclara definitivamente su sentido. He aquí unos extractos.
Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo… Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3, 15)…
El Señor concedió a su Iglesia un obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados…
Damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana…
La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.
Quienes tengan a monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno…”.
Los cristianos nos sentimos confirmados a continuar el legado de monseñor Romero en la línea de las Comunidades Eclesiales de Base, la Iglesia de los Pobres, la Teología de la Liberación, los Documentos de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas y el trabajo pastoral de monseñor Leonidas Proaño. ¿Quiere ser de verdad el clero y la jerarquía católica ecuatoriana “una Iglesia pobres y de los pobres”, según las palabras del mismo papa Francisco? La preparación de la visita papal nos ayudará a responder. Quienes estamos decididos a enfrentar estos dos desafíos, hasta que nos cueste la vida, podremos invocar a monseñor Romero como santo, sin relegarlo en los archivos de la historia y las lujosas sacristías de nuestras iglesias, ni dejar que lo asesinen otra vez.