MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 4 de marzo de 2016

Buen Vivir: En busca de una alternativa post-capitalista



Fernando de la Cuadra
Doctor en Ciencias Sociales. Miembro del GT sobre Cambio climático, políticas públicas y movimientos sociales de CLACSO. 

1. La irrupción del Buen Vivir

La concepción del Buen Vivir se propone desnudar y superar los errores y las limitaciones de la matriz de pensamiento eurocentrista, de una determinada narrativa de la modernidad y del capitalismo como única forma posible de pensar y vivir. Ello se encuentra asociado a las diversas nociones y teorías tradicionales del progreso y el desarrollo que se sustentan en el crecimiento exponencial de bienes y servicios lo cual supone la explotación ilimitada de los recursos naturales y humanos que existen en el planeta. Para alcanzar los beneficios que presume la distribución de los frutos de este crecimiento económico persistente, se elaboran políticas, planes y programas de desarrollo, proceso reforzado por un conjunto de instancias financieras, de capacitación y transferencia de conocimientos desde el mundo desarrollado hacia el mundo en vías de desarrollo. Esta especie de mandato sacrosanto se transformó en una verdad única e incuestionable que acabó por someter o ignorar toda y cualquier perspectiva surgida fuera del canon occidental de formación de la modernidad y del capitalismo como proyecto civilizatorio.

La abundante información elaborada hasta ahora por los científicos dejaría meridianamente claro que dicho paradigma está destinado al fracaso. En efecto, el presente modelo ha generado un crecimiento exponencial en la explotación de los recursos naturales y ha estimulado un consumismo desenfrenado, especialmente en los países del hemisferio norte. Por lo mismo, es responsable tanto de provocar un agotamiento de los recursos como de producir toneladas de basura que contaminan diariamente las aguas, el aire y la tierra. [1] Cada año se pierden millones de hectáreas de bosques y miles de especies, reduciendo y erosionando irreversiblemente la diversidad biológica. Continúa la devastación de las selvas, con lo cual el mundo pierde anualmente cerca de 17 millones de hectáreas, que equivalen a cuatro veces la extensión de Suiza. Y como no hay árboles que absorban los excedentes de CO2, el efecto invernadero y el recalentamiento se agravan. La información generada por los científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) señala que necesitamos reducir el nivel de equivalentes de CO2 en la atmósfera para 350 partes por millón. Actualmente este nivel se encuentra en 390 partes por millón y la tendencia es que continúe en aumento. El dióxido de carbono presente en la atmósfera se ha incrementado en un 32% respecto del siglo XIX, alcanzando las mayores concentraciones de los últimos 20 millones de años, y se calcula que estas emisiones se acrecienten un 75% entre 1997 y 2020. La capa de ozono, a pesar del Protocolo de Montreal, no se recuperará hasta mediados del siglo XXI. Cada año emitimos cerca de 100 millones de toneladas de dióxido de azufre, 70 millones de óxidos de nitrógeno, 200 millones de monóxido de carbono y 60 millones de partículas en suspensión, agravando los problemas causados por las lluvias ácidas, el ozono troposférico y la contaminación atmosférica local.

En definitiva, un conjunto de indicadores medioambientales estudiados en las últimas décadas parecen revelar cada vez con mayor claridad que si la humanidad no cambia su estilo de desarrollo, en menos de un siglo colocaremos en serio riesgo la supervivencia del planeta y del género humano. Muchas de las soluciones que se han elaborado para contornar los efectos perversos del modelo productivista que impera en el mundo ha sido la generación de mecanismos de mercados para limitar la emisión de contaminantes, como el sistema de mercado de carbono. Este tipo de respuestas solo vienen a legitimar la acción de las empresas y naciones contaminadoras que compran en la bolsa “verde” su licencia para seguir contaminando. Como nos recuerda Mészáros, a cada nueva fase de postergación forzada, las contradicciones del sistema del capital sólo se pueden agravar, acarreando consigo un peligro aún mayor para nuestra propia sobrevivencia.

Contrariamente, el Buen Vivir cuestiona la esencia de este padrón productivista y consumista que viene organizando el planeta a partir de una perspectiva evolucionista, lineal que supone que todas las sociedades deben transitar desde un ámbito atrasado, tradicional o subdesarrollado hacia una etapa superior identificada con la modernidad, la industrialización y el progreso. El Buen Vivir nos advierte sobre la inviabilidad de continuar manteniendo el actual esquema de producción y consumo, concebido como un dispositivo legítimo de crecimiento basado en la acumulación permanente de bienes materiales. Para el Buen Vivir, diferentemente, la riqueza no consiste en tener y acumular la mayor cantidad de bienes posibles, sino en lograr un equilibrio entre las necesidades fundamentales de la humanidad y los recursos disponibles para satisfacerlas.

Sumak Kawsay en Quechua, Suma Qamaña en Aymara o Buen Vivir en la traducción más difundida, representa una cosmovisión construida a través de muchos años por los pueblos altiplánicos de los Andes. Ella no encarna necesariamente una manera de pensar y actuar de las comunidades altiplánicas, pues dicha perspectiva también es parte de la vida de otros pueblos originarios, como las comunidades Mapuche del sur, las poblaciones que habitan en la región amazónica o los diversos grupos autóctonos diseminados por todo el continente. De esta forma, el Buen Vivir se ha constituido en una propuesta y en una oportunidad para pensar otra realidad en las cual los seres humanos forman parte de un todo más armónico con la naturaleza y con los otros humanos, con la alteridad que nos enriquece cotidianamente. Es el reconocimiento de que existen diversos valores y formas de concebir el mundo, de respeto por todos los seres vivos que integran y conviven en nuestra casa común, la tierra. Su visión utópica se ha venido complementando y ampliando a través de la incorporación de múltiples discursos y saberes diseminados por los más diferentes rincones del planeta.

Por lo tanto, el Buen Vivir no es patrimonio de ningún grupo o sector social en particular, ni tampoco supone una fórmula mágica o catecismo al cual hay que adherir religiosamente. Es una propuesta en construcción permanente, es una concepción que parte de la idea de que existe una diversidad cultural, una pluralidad que se enriquece permanentemente en la convivencia cotidiana y que encuentra su armonía precisamente en el reconocimiento de esas diferentes formas de vivir. Es la búsqueda de una vida en fraternidad y cooperación del ser humano consigo mismo, con sus pares y con el conjunto de los seres que habitan en la naturaleza, todos formando parte de una entidad indisoluble e interdependiente, cuya existencia se delimita a partir de los otros. Tal visión no implica por cierto desconocer que en la sociedades coexisten las diferencias sociales, los conflictos y las desavenencias entre sus miembros. Lo que el Buen Vivir plantea es que se puedan superar estos obstáculos y desacuerdos en torno a una consciencia y un compromiso colectivo que permita cimentar una vida más plena y sustentable para todos.

En América Latina la emergencia de gobiernos progresistas auguraba la expectativa de que las nociones tradicionales de desarrollo y progreso, asociadas a la idea de crecimiento, fueran modificadas o expurgadas del vocabulario coloquial. Sin embargo, ello no ha ocurrido y podemos observar que la mayor parte de los gobiernos llamados de “progresistas” continúan cautivos a una visión tradicional del desarrollo, afectando con sus actividades (públicas y privadas) a pueblos originarios y comunidades campesinas existentes en la región. Por lo mismo se torna pertinente pensar en valores que han sido parte del arsenal de la humanidad, pero que han sido postergados en función de las fuerzas económicas y mercantiles. El Buen Vivir sintetiza esta alternativa o la posibilidad de pensar otro tipo de modelo. No obstante lo anterior, es necesario consignar que la noción de Buen Vivir es lo suficientemente amplia y abstracta – y por lo mismo muchas veces ambigua – que impide o limita su aplicación como política pública.

En el caso de Bolivia o Ecuador, países que han incorporado en sus constituciones los derechos de la Naturaleza, las medidas concretas hacia el Buen Vivir se han visto bloqueadas por las diferentes concepciones sobre las formas más adecuadas de operacionalizar o poner en práctica una agenda del Buen Vivir a través de las acciones gubernamentales. En efecto, el gobierno de Evo Morales se ha dedicado preferencialmente a desarrollar una política social intensa, de alfabetización, distribución de renta, participación del Estado en la producción de gas y petróleo, incentivo a la mediana y pequeña empresa, pero manteniendo una relación contradictoria y tensionada con las comunidades originarios y con la naturaleza. El caso TIPNIS quizás sea el ejemplo más expresivo de esta modalidad discordante para llevar adelante los principios del Buen Vivir.

2. Articulación con otras propuestas alternativas

Considerando los problemas y límites impuestos por los modelos clásicos de desarrollo, han surgido diversas corrientes de pensamiento o paradigmas que pretenden erigirse como alternativas al padrón dominante. Muchas de estas iniciativas han sido impulsadas por una variedad de grupos relativamente pequeños, pero que en su globalidad representan un porcentaje significativo de la población mundial. Precisamente desde una crítica vehemente a la noción clásica de desarrollo, un grupo de autores (Escobar, Shiva, Esteva, Rahnema y Bawtree, entre otros) han propuesto una perspectiva que pretende superar las limitaciones y ampliar los horizontes de dicha concepción. Partiendo de la constatación de que este concepto fue cimentado históricamente desde la exclusión de las diversas voces y saberes, el llamado postdesarrollo se constituye como un modelo que parte de la valorización de las culturas vernáculas y de la idea de depender menos del conocimiento de los expertos y más del conocimiento generado por las personas que aspiran a construir un mundo más humano y sostenible en términos culturales y ecológicos. Ello implica la necesidad de cambiar las prácticas del “saber” y del “hacer” que definen el actual régimen de desarrollo y, por lo tanto, multiplicar los centros y agentes de producción del conocimiento. Lo anterior supone visibilizar aquellas formas de conocimiento que son generadas por quienes supuestamente son los objetos del desarrollo para que puedan transformarse en sujetos y agentes.[2] 

El postdesarrollo concibe también que las personas y las comunidades no están necesariamente abocadas a satisfacer sus necesidades materiales, pues ellas forman parte de una constelación más amplia, pero acotada, de necesidades construidas culturalmente. Anteriormente, una crítica a la afirmación del carácter infinito de las necesidades ya había sido realizada por la vertiente del desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn). En efecto, los defensores del desarrollo a escala humana plantean que a diferencia de lo que generalmente se piensa, las necesidades humanas son finitas y se encuentran en permanente interacción. Ellas pueden ser pueden ser definidas y clasificadas de acuerdo con dos criterios: existencial y axiológico.[3] En síntesis, dicha concepción sostiene la idea de que el desarrollo se debe concentran en constituir un conjunto de satisfactores adecuados para atender las necesidades humanas fundamentales que permitan la generación de niveles crecientes de interdependencia entre los seres humanos, entre ellos mismos y en su articulación con la naturaleza, en la interacción de los procesos globales y los comportamientos a escala local y en la imbricación del ámbito personal con su entorno social.

En dialogo fecunda con esta concepción en que la humanidad puede efectivamente alcanzar a satisfacer sus necesidades dentro de un umbral sustentable y por medio de mecanismos que no pasan obligatoriamente por los mercados capitalistas, se encuentra toda la tradición derivada de aquello que fue llamado por Marcel Mauss como el “espíritu del don”. Esta perspectiva pretende dar cuenta de un tipo de relación que se establece entre los hombres en la cual la reciprocidad desempeña un papel fundamental, contrariamente a los intercambios de equivalentes realizados simultáneamente que se producen en la economía de mercado capitalista. A partir de la noción de los tres momentos de la reciprocidad expuestos por Marcel Mauss en sus estudios sobre las comunidades aborígenes (dar – recibir – retribuir), un conjunto de autores (Boilleau, Caillé, Godbout, Insel, Kolm, entre otros) viene rediscutiendo la función del mercado, el valor de cambio, el interés, la impersonalidad y el utilitarismo como iconos incontestados de la sociedad moderna. Estos autores descubrieron que el espíritu de don o dádiva posee una fuerza indiscutible entre las personas, fuerza que permite establecer y consolidar los lazos existentes en la comunidad y en las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, autores principalmente franceses vinculados al grupo M.A.U.S.S. (Mouvement anti-utilitariste dans les sciences sociales) demostraron que los circuitos de reciprocidad no se producen solamente en la sociedades tribales estudiadas por el propio Mauss, sino que tales circuitos de trocas reciprocas están íntimamente presentes y actuantes en nuestras sociedades. Prácticamente todos los sistemas de voluntariado, cuidados de enfermos, donación de sangre y de órganos, trabajos por el bien de la vecindad, etc. se basan en comportamientos de generosidad con los extraños, acciones derivadas de gestos de buena voluntad, desprendimiento y libertad del donante. Esta dimensión de la actividad humana representa para estos autores, una forma de reconstruir y consolidar el tejido o lazo social existente entre las personas.[4] Estas nuevas formas de reciprocidad constituyen, por lo tanto, un tipo de contrato de la civilidad, que no es más el contrato político con el Estado, sino un contrato de cada persona con todos aquellos que forman parte de la colectividad. El espíritu del don - a diferencia de los intercambios de mercado- crea una relación, un vínculo entre los actores de dicho intercambio, el cual no tiene un límite de tiempo demarcado. Aquí, los bienes que participan en la permuta poseen principalmente un valor simbólico, valor de uso marcado por las relaciones que surgen y se establecen en función de ese bien.

Una perspectiva que también privilegia una relación ponderada entre las necesidades humanas, los bienes de consumo y una producción delimitada para satisfacer estas necesidades fundamentales ha recibido el nombre de decrecimiento.[5] Tal como lo advierte uno de sus principales propulsores, la palabra decrecimiento posee más que nada una fuerza propagandística, es un slogan político que posee implicaciones teóricas:

“La palabra de orden ‘decrecimiento’ tiene como principal meta enfatizar fuertemente el abandono del objetivo del crecimiento ilimitado, objetivo cuyo motor no es otro sino la búsqueda del lucro por parte de los detentores del capital, con consecuencias desastrosas para el medio ambiente y por tanto para la humanidad. No solo la sociedad queda condenada a no ser más que el instrumento o el medio de la mecánica productiva, sino que el propio hombre tiende a transformarse en la víctima de un sistema que va a transformarlo en un inútil y prescindir de él”. (Latouche, 2009, pp. 4-5).

El decrecimiento es una opción de desarrollo diferentemente de los presupuestos del modelo productivista, es una perspectiva que nació para enfrentarse a aquellas visiones del desarrollo sostenible que era y continúa siendo enarbolada por las empresas y que quieren convertir el llamado desarrollo verde o ecológico en una nueva oportunidad de negocios. Es un proyecto global y a la vez revolucionario, pues implica un cambio a largo plazo en que las empresas y los consumidores estén dispuestos a mudar el patrón predatorio y de consumo existente hasta ahora, su objetivo es lograr que la sociedad se autolimite para conseguir el bienestar de todos. Supone poner en marcha una reorganización de nuestras vidas, la producción, el transporte y el consumo a través de formas más conscientes de consumo y por medio de una vida más simple, sin grandes parafernalias que nos rodeen, utilizando estrictamente lo que necesitamos para llevar una vida digna y plena.

La idea del decrecimiento ha sido considerada ilusa y atacada desde diversos ángulos. En primer lugar, porque el mundo necesita seguir creciendo para alimentar a sus habitantes. Pero el decrecimiento no implica necesariamente dejar de producir, sino que producir a una escala moderada. Y de hecho las recientes evidencias sobre el calentamiento global y cambio climático que aquejan al planeta apuntan en otra dirección; la alternativa por el decrecimiento y la discusión sobre el poder y la desigual distribución del uso de los recursos naturales es ciertamente parte imprescindible de cualquier agenda que pretenda discutir el futuro de la humanidad. En ese sentido, el debate sobre el decrecimiento puede ser considerado un elemento fundamental para pensar en la construcción de un proyecto ecologista y socialista, puesto que incluye en su seno la concepción de que es preciso avanzar hacia una modalidad diferente de funcionamiento de la sociedad, más democrática, más igualitaria y más incluyente que redefina drásticamente el actual modelo de producción y consumo, intentando alcanzar el bienestar de todos en el marco de un nuevo relacionamiento de la humanidad entre ella misma y con la naturaleza.

Una corriente ciertamente vinculada a la anterior es aquella inaugurada con la publicación del libro Elogio de la lentitud de Carl Honoré[6] que como lo dice el subtítulo, se ha transformado en una especie de biblia que desafía el culto a la vorágine contemporánea en que estamos todos envueltos. Esta visión se vincula con el movimiento por una opción de simplicidad voluntario y un estilo de vida leve, más liviana, más lenta, como aquel levantado por el también movimiento slow food. En esta búsqueda de una vida más relajada, más consciente, otras iniciativas similares dentro del movimiento slow han surgido en este último periodo. Por ejemplo, luego se agregaron a esta tendencia un grupo -todavía reducido- de ciudades que consolidaron un estilo de vida armonioso, sin el ruido y la agitación de las grandes urbes, las cuales se denominan cittaslow. Dichas ciudades se caracterizan por organizar su vida en torno a las plazas, “que funcionan como puntos de encuentro de la población (…), donde la gente puede pasear y, si lo desea, observar productos y comprarlos, ya que en estas plazas suelen abundar las pequeñas tiendas de comercio local y de vez en cuando también se celebra algún mercado temporal con productos típicos de la zona”.[7] Derivado de este creciente ethos, el slow fashion incorpora una perspectiva que superar la rápida obsolescencia de la ropa estimulada por la industria de la moda. Son nuevas búsquedas por crear prendas que duren mucho más que una temporada pasajera y fugaz.

Finalmente, en estrecha relación y dialogando con el proyecto por el decrecimiento y el movimiento slow, se encuentra toda la tradición por un socialismo ecológico, tendencia inaugurada por William Morris en el siglo XIX. Este socialismo ecológico o eco-socialismo representa también una reorganización de la vida en muchos ámbitos, supone pensar en el uso de energías alternativas y limpias, supone reducir la huella ecológica a través de actividades en escala local y de relaciones más equitativas entre los miembros de la comunidad. De esta manera, el ecosocialismo busca romper drásticamente con las prácticas destructivas y las formas predadoras que derivan de un modo de producción y consumo altamente demandante de recursos naturales y humanos. La respuesta ecosocialista representa una ruptura tanto con el modelo expansionista del capital como con la perspectiva productivista del “socialismo real”. Para los ecosocialistas, ya sea la lógica del mercado y del lucro o ya sea el productivismo burocrático del marxismo economicista y vulgar, son considerados modelos totalmente incompatibles con la urgente e impostergable exigencia de preservar y cuidar del medioambiente y las personas.[8] 

Así, la propuesta del socialismo ecológico y la perspectiva del decrecimiento representan una reorganización de la vida en muchos ámbitos, suponen renunciar al consumo artificial para emprender un consumo auto-limitado y adecuado a las necesidades reales de las personas, lo cual supone pensar también en el uso de energías alternativas y limpias y recudir la huella ecológica a través de actividades en escala local y de relaciones más equitativas y armónicas entre los miembros de la comunidad.

3. Interrogantes y comentarios finales

A partir de estas breves consideraciones, surgen inevitablemente algunas interrogantes esenciales: ¿El Buen Vivir representa un nuevo paradigma para reencontrar este equilibrio? o ¿representa una alternativa factible para concebir una sociedad post-capitalista? O también cabe cuestionarse si ¿El Buen Vivir puede convertirse en una revolución cultural que, en el marco del capitalismo, reduzca las consecuencias perversas del individualismo, el hedonismo extremo y el consumo desatado? ¿Existe el riesgo de que el Buen Vivir no pase de ser una moda conceptual que con el transcurso del tiempo se vaya diluyendo hasta convertirse en una palabra más que se incorpora al léxico de las agencias del poder supranacional? Una primera tentativa para responder tales cuestiones, nos lleva a sostener que el Buen Vivir puede efectivamente pensarse en términos propositivos como un camino factible para construir una vida más armónica del ser humano consigo mismo, con sus congéneres y con el mundo natural, entendiendo que frente a los efectos nocivos del crecimiento ilimitado que impera actualmente es ineludible conjugar y poner en práctica una nueva forma de vida más digna y sostenible para el conjunto de los habitantes del planeta. Sin embargo, la concepción y el debate sobre el Buen Vivir continúa siendo una temática abierta e inacabada. Por lo mismo, no se puede pensar éste como una categoría estanco a la cual se le asignan una serie de pre-requisitos, características e indicadores para medir si funciona. Las posibilidades de que alteraciones profundas se produzcan en la mentalidad y el quehacer de la humanidad también dependen de la convergencia de un sinnúmero de experiencias – a veces aisladas – que se articulen en torno de la urgencia por transformar el actual modo de vida que está condenando a la humanidad a su autodestrucción. El desafío de gobiernos, instituciones supranacionales y, especialmente, de las propias comunidades por sacudirse y eliminar la matriz productivista/consumista que hemos incorporado a través de los siglos, requiere una enorme voluntad de cambio y la convicción de que no existe otro camino para hacer de la tierra un lugar habitable.

[1] Por ejemplo, se calcula que si el consumo medio de energía de Estados Unidos fuese generalizado para el conjunto de la población mundial, las reservas conocidas de petróleo se agotarían en sólo 19 días. Junto con ello, si todos fuésemos tan contaminadores como los ciudadanos medios de Estados Unidos y Canadá, necesitaríamos de nueve planetas Tierra para absorber las emisiones generadas. Ver Raj Patel, O valor de nada, Rio de Janeiro: Zahar, 2010.
[2] Arturo Escobar, Una minga para el postdesarrollo, Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2010.
[3] En la primera categoría se encuentran las necesidades de Ser, Tener, Hacer y Estar. Y en la segunda categoría se encuentran las necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto, Entendimiento, Participación y Ocio. Ver Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn, Desarrollo a Escala Humana: Una opción para el futuro, Uppsala: CEPAUR/Fundación Dag Hammrskjöld, 1986.
[4] Jacques Godbout y Alain Caillé, L’esprit du don, Paris: Éditions La Decouverte, 1992.
[5] Serge Latouche, Pequeno tratado do decrescimento sereno; traducción Claudia Berliner. São Paulo: Editora Martins Fontes, 2009.
[6] Carl Honoré, Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad. Madrid: RBA Libros, 2009.
[7] José Luis Vicente, “Movimiento slow contra la inmediatez capitalista”, en el sitio El Salmón Contracorriente http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Movimiento-slow-contra-la, accesado en 25/02/2016.
[8] Joel Kovel y Michael Löwy, Manifiesto Ecosocialista, en Revista Capitalism, Nature, Socialism, vol. 13, marzo 2002.

http://www.alainet.org/es/articulo/175750