Padre Pedro Pierre
En estos recientes días, dos jóvenes argentinas en Montañita y una líder indígena en Honduras murieron cínicamente asesinadas. ¿Y cuántas en la guerra en el Medio Oriente? ¿Y cuántas más entre los decenas de miles de refugiados que se agolpeen en las fronteras europeas? ¿Cuándo podrán las mujeres vivir en libertad como mujeres sin ser atropelladas por varones machistas y una sociedad patriarcal? Estas se añaden a la lista de las 120 mujeres quemadas por el dueño de la empresa donde trabajaban en Chicago en 1987, por reclamar sus derechos.
Porque continúa la lucha de las mujeres para una vida mejor, una sociedad más fraterna, un sistema político más inclusivo, una economía más equitativa, una cultura de la dignidad… Esta lucha es la lucha de la humanidad; lastimosamente se mancha de sangre por la rapacidad de los ricos, la maldad de los poderosos, el afán de lucro de las multinacionales y sus accionistas… Es la historia de Jesús que fue asesinado por denunciar la injusticia y la explotación y apostar por los pobres para construir otra sociedad en comunión con Dios: eso es lo que llamó el Reino. Después de él no ha dejado de haber otros hombres, otras mujeres, nuevas organizaciones, pueblos que han continuado esta utopía que se va haciendo realidad poco a poco. Las mujeres han pagado el precio alto en esta lucha que no cesará porque la dignidad es una lucha que no termina hasta que se alcanza.
María de Nazaret, la madre de Jesús, también se sumó a esta lucha… a tal punto que los militares argentinos habían prohibido proclamar en público su profesión de fe, su credo, su canto por la vida y el Reino: “El Todopoderoso… dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.
¡Cuántas mujeres ecuatorianas se han sumado y continúan sumándose a esta lucha! Al mismo tiempo cuántas se dejan atrapar por las telenovelas, la superficialidad en las tabletas y los teléfonos ‘inteligentes’, la vanidad de los cosméticos y las cirugías plásticas, la vida sexual fácil, el engaño mortal de las drogas -la nueva guerra de baja intensidad-, etc. Por eso “¡Dios te salve, mujer liberadora!… ¡Bendita eres entre todos los hombres!”. Pues es la misión que Dios te ha confiado.
El papa Francisco no se cansa de gritarlo en sus diversas reuniones en Roma y en Bolivia, en su carta encíclica sobre el cuidado de la Casa Común, en Paraguay o con los Indígenas de Chiapas en México: “Este sistema ya no se aguanta, digámoslo sin miedo: tenemos que cambiarlo… Sigan con su lucha. Su lucha es una bendición para la humanidad… Necesitamos estar dispuestos a aprender de los pobres, aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad… El futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas”.