En un espacio cavernoso se encuentra un grupo de hombres, prisioneros por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma y que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por detrás aparecen todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que ellos pueden ver.
Estos hombres encadenados consideran
como verdad las sombras de los objetos, ya que no
pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas. Continúa la narración
contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y obligado a
volverse hacia la luz, contemplando, de este modo, la realidad.
La
alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al antiguo prisionero al interior de
la caverna para "liberar" a sus antiguos compañeros de sus cadenas.
Cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros
hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de matarlo y que lo harán en
cuanto tengan la oportunidad.
Prescindiendo de la interpretación
metafísica que el filósofo daba a su propia metáfora, creo que podemos
aplicarla ahora a un cierto sector de nuestra Iglesia que se encuentra
encerrado en una caverna, se ubica de espaldas a la realidad de los tiempos y
de los problemas de las personas y no sólo se niegan a liberarse sino que están
dispuestos a combatir con todas sus armas a aquellos que no comulgan con sus
siniestras y sombrías percepciones.
Están encerrados y no quieren
liberarse de sus cadenas, es más, quieren imponerlas a los demás, al resto de
la iglesia y de la sociedad, como los fariseos que “cargaban pesados fardos sobre las espaldas de los demás sin ayudar
moviendo un solo dedo” (Mateo, 23, 4).
Habitantes de la oscuridad prefieren sus sombras a la luz de Cristo que
es Buena Noticia para el pueblo, se enzarzan en sus luchas por el dinero y por un
poder vacío de sentido, olvidando que “no
se puede servir a Dios y al dinero” (Lucas 16,13) y que “los publicanos y prostitutas les precederán en el Reino de los Cielos”
(Mateo 21,31). Con razón Jesús les llamó “sepulcros
blanqueados” (Mateo 23,27).
Casta de censores e inquisidores se creen dueños absolutos de la verdad, a la que confunden con sus neurastenias y esquizofrenias que harían la felicidad de cualquier psicoanalista, por la forma como proyectan sus frustraciones y carencias y las compensan con oropeles, ambiciones y otros comportamientos inconfesables.
Esto es lo que ocurre en un sector de nuestra Iglesia ecuatoriana que, para desgracia de nuestro país, ha copado y sigue acaparando con una voracidad inusitada y sin freno los más altos cargos de la jerarquía eclesial. Ciertamente hablamos de la Logia Sanedrítica que, amparándose en sus amadas sombras siguen urdiendo y poniendo en práctica sus planes siniestros contra SUCUMBIOS, las comunidades, los sacerdotes diocesanos, religiosos/as, los ministerios laicales y las organizaciones populares.
No les pedimos que abandonen su sórdida cueva, si quieren vivir de espaldas al siglo XXI es una opción que les respetamos, aunque no compartamos; es cosa de ellos y de su conciencia, si es que aún la tienen. Pero, por favor, ¡déjennos en paz vivir en la luz que viene de Cristo mismo y el Evangelio!.
¡Qué Dios y la Mamita del Cisne les iluminen!