1. La reciente llegada del papa Francisco como nuevo obispo de Roma ha disparado los rumores en muchas diócesis ante el inminente relevo de su obispo que ha superado la edad establecida por la normativa romana para este tipo de cargos en la Iglesia católica. Las alarmas se han disparado sobre todo en Madrid donde el relevo de su titular, el cardenal Rouco Varela, afecta a su vez directamente a la dirección de la CEE de la que es titular.
Como suele ocurrir siempre en estas ocasiones, se están lanzando ya algunos nombres, con base en la realidad o como globo sonda, que, independientemente de la propia ideología y trayectoria personal, de llevarse a cabo, a Redes Cristianas nos parece un craso error, rechazable democráticamente cuando menos por defecto de forma.
2. Aunque el Vaticano II ofrece una imagen de obispo equipado teológicamente con toda suerte de virtudes, bien protegidas además jurídicamente, es indudable la reducción o emplazamiento de esta figura dentro del cuerpo social de la Iglesia que hizo el Concilio. El obispo no es la piedra angular de la Iglesia, lo es Cristo; el obispo es un cristiano más cuya tarea se sitúa en el campo de los servicios que, según la Constitución Dogmática Lumen Gentium, necesita la Iglesia para seguir funcionando. Su lugar aparece en el capítulo III, después de haber dedicado el capítulo I al “Misterio de la Iglesia” y el II “al Pueblo de Dios”, que es el sujeto principal en la Iglesia.
Esta imagen del obispo presentada por el Vaticano II pretende ser un reflejo de la tradición original entre los cristianos, recogida en el evangelio de Mc, y seguida por los otros evangelios sinópticos, que se atribuye directamente a Jesús: “Sabéis, se dice en Mc, que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos. Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos” (Mc 10, 42-45). Los obispos ejercen, según esta tradición, un servicio muy importante en la Iglesia, pero no son “la” Iglesia, ni están “sobre” la Iglesia, sino, simplemente, son servidores en la Iglesia.
3. Si esta es la imagen conciliar del obispo, resulta hoy muy difícil de entender, y menos de aprobar, el procedimiento actual que se sigue en el nombramiento de un obispo, muy cercano, por cierto, a la cooptación y el nepotismo condenados en otras ocasiones por la misma Iglesia. Contrariamente a lo que cabría esperar, la iglesia local no tiene ninguna participación en esta elección y suele enterarse por la prensa de un hecho ya consumado y que le va a afectar directamente. Desde que se obligó en la década de los sesenta del pasado siglo al Jefe del Estado a renunciar al privilegio de presentación de candidatos a obispos, esta labor se hace ahora directamente desde Roma, contando secretamente con el nuncio y sus allegados más íntimos.
Este modo de proceder desde fuera refleja una falta de aprecio y confianza, una usurpación evidente de la autonomía de las iglesias locales y resulta una práctica aberrante que va en dirección contraria a la practicada en otras etapas en las que éstas han tenido un mayor protagonismo. Así lo atestigua la Tradición Apostólica en diferentes tiempos y lugares: “Ordénese como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por el pueblo” (San Hipólito de Roma, s. III); “No se imponga al pueblo ningún obispo no deseado” (San Cipriano de Cartago, s. III); “Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran” (San Celestino, papa, s. V).
¿No debería oír esto el papa Francisco antes de dar un paso tan decisivo en el relevo de la diócesis de Madrid, tan castigada por un juridicismo que ha matado toda la frescura y creatividad en el discurso y en las prácticas cristianas y ha hecho del sectarismo y el anacronismo preconciliar su principal bandera (apoyada naturalmente desde Roma)? La iglesia de Madrid y toda la iglesia española está profundamente necesitada de otros aires que, en sintonía con el que empieza a soplar desde Roma, pueda avivar las ascuas que a duras penas se mantienen vivas bajo enormes capas de ceniza ¿No sería este un gesto evangélico, firme e ilusionante, para empezar a reformar esta institución suficientemente descreditada tanto dentro como fuera de sí misma?
4. Desde estos presupuestos y preocupaciones, Redes Cristianas quiere hacer llegar al papa Francisco y a la Iglesia de Madrid y de España los siguientes mensajes:
1º Pensamos que teológicamente más importante que la intervención del obispo de Roma en la elección de un obispo diocesano es la participación de la iglesia local. Es, pues, necesario articular ya un mecanismo de participación democrática en este sentido. Si no se puede llegar, de momento, a la utopía que refleja la Tradición Apostólica, al menos deberíamos empezar a dar ya los primeros pasos. Y ya parece un paso importante, no imponer desde fuera un obispo del que se sabe que la iglesia local no lo quiere.
2º Frente al procedimiento habitual que, a nuestro juicio, está fracasando estrepitosamente y que en gran parte es causa directa del actual descrédito de la institución, pensamos que es importante distinguir entre la gestión meramente administrativa, que puede llevar cualquier persona (sin ser necesariamente clérigo) competente y la animación evangélica de las comunidades que solo está al alcance de personas con espíritu; no basta con ser especialista en leyes. Para esta función tan delicada nos parece determinante la impregnación evangélica y antropológico-compasiva que mueve a la persona a estar allí donde “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (Gaudium et Spes,1) es una realidad.
3º Con el nuevo aire que está impulsando desde Roma el papa Francisco, creemos que ha llegado el momento oportuno para que la diócesis de Madrid asuma su responsabilidad en la elección de su obispo. No es nuestro cometido trazarle a una iglesia madura como la de Madrid ningún procedimiento concreto. Simplemente queremos recordarle que, según un ala muy significativa de la Tradición Apostólica, esta tarea es algo que le corresponde y que, a estas alturas de la historia humana, no debería distanciarse de los procedimientos al uso que se siguen en cualquier sociedad democrática. Este primer ensayo desde abajo que, indudablemente abre espacios al interés y a la participación del pueblo cristiano y a su democratización, debería seguir realizándose, en su momento, en el resto de las diócesis del Estado y de la Iglesia universal.