MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 18 de agosto de 2013

He venido a traer fuego a la tierra

 
Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera un tanto enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz hablando? Son frases enigmáticas que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.
 
No se trata de un fuego destructor, como el que anunciaba el Bautista. Se trata más bien del fuego que purifica y da vida. El AT está plagado de imágenes en este sentido y ahí se apoya Jesús para transmitir la idea de renovación. Jesús viene a traer fuego, pero no contó con la capacidad que tenemos nosotros de abrir cortafuegos y usar extintores. Nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar nuestro yo. El bautismo (ser sumergido por las aguas) era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su pasión y muerte. Será la gran prueba que demostrará la autenticidad de su verdadero ser.
 
Una vez más nos encontramos con una tajante contradicción. ¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras: "La paz os doy, mi paz os dejo?" A veces, la mejor manera de comunicar una idea difícil, es la paradoja, que obliga a salir de los caminos trillados. La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de otra guerra, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Vamos a intentar salir de toda esta maraña de guerras y paces, examinando distinta realidades a las que llamamos guerra y paz. Ni todas las guerras son malas, ni toda paz puede ser bendecida sin más.
 
1.- Tenemos en primer lugar la paz que se consigue con violencia. La paz que conseguían los romanos cuando conquistaban un país. Ponían allí sus tropas, y nadie se movía, había paz. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera, Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado, y ya no tiene posibilidad de rechistar.
 
2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de fuerzas o de intereses. Es una paz positiva, aunque nos se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.
 
3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es una paz que todos de alguna manera buscamos; incluso vamos a la religión o a Dios en busca de esta paz. Que no nos compli­quen la vida, que se solucionen los problemas. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos.
 
4.- La paz de Jesús propone es la armonía interna; es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser, cuando todo su ser está de acuerdo con las exigencias de su ser profundo. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de toda paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente como fundamento de nuestro ser.
 
Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar con cuidado.
 
1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o sicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y más dañina.
 
2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. Es una guerra que se ha llamado "justa". A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la trampa de la misma violencia contra la que se lucha. Todo ser humano tiene la obligación de luchar por su libertad, pero si lo hace utilizando los mismos medios que el opresor, no tiene nada de cristiano. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo, no cualquier clase de guerra es evangélica. En el evangelio se dice: "Si te pegan en una mejilla preséntales la otra"... Todo el evangelio es un canto a la no-violencia. Esta vivencia surge cuando el sometido descubre los resortes para levantarse contra el opresor y lo supera en su misma dinámica.
 
3.- La guerra que se hace a otro por ser auténtico, porque su manera de ser denuncia nuestra maldad. Es la guerra que le hicieron a Jeremías por ser fiel a sí mismo, por no querer halagarles el oído a aquellos jefes, que por su mal comportamiento estaban llevando a su pueblo al desastre. Esta guerra ni hay que hacerla, ni hay que temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán que en nuestras convicciones. Muchas veces en nuestra vida, lo que determina que obremos de una o de otra manera, es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si nos interesa más que nos tengan por normales, tratando de no molestar a los demás para que no se vuelvan contra nosotros, antes o después caeremos en la trampa  y dejaremos de ser auténticos.
 
4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas y tendencias que le exigen estar en tensión. No podemos librarnos de esta tensión, tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar un objetivo humano. El objetivo del ser humano es el amor. Pero el amor cristiano es una posibilidad que no está en los genes, que no viene dada por el ADN. Los instintos, los apetitos, las pasiones están ordenadas a la supervivencia del ser biológico, no están orientadas a la plenitud específicamente humana. Al decir esto, la mayoría de los mortales caemos en al trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Todos los logros de la evolución que han quedado gravados en el ADN son buenos, pero no son suficientes para alcanzar una plenitud verdaderamente humana. Solo el ser humano con su capacidad mental, es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos. Para conseguir el objetivo de su existen­cia, el ser humano no tiene más remedio que luchar esforzarse, intentar cada día llegar un poco más lejos en el desarrollo de su ser. En esta pelea, tendríamos que llegar incluso a la sangre.
 
Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir, qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar, qué guerra debemos evitar a toda costa, y que “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil, y muchas veces la diferencia la marca la intención de nuestra actitud.
 
Jesús se presenta no solo como objeto de conflicto, sino como la misma causa del conflicto.
 
La actitud de Jesús no es la causa de la división, sino la aceptación o no de esa actitud vital que él exige a los que le escuchan. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo.
 
En resumen podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el centro de la historia que tienen que imitar los que le escuchan. El bautismo como inmersión en aguas abismales que son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle.