Pedro Pierre
Nuevos nombres se van haciendo espacio en el lenguaje actual: “interculturalidad” es uno de ellos. Ya la Constitución nos ha familiarizado con “el Ecuador, país multicultural y plurinacional”. En una reunión de los obispos latinoamericanos en 1992 en Santo Domingo, República Dominicana, se invitaba a los católicos a “inculturar” la liturgia, la fe, la Iglesia y el Evangelio, es decir que nos invitaban a reexpresarlo todo desde las culturas autóctonas, principalmente indígenas y afroamericanas, pero también las culturas populares, urbanas, juveniles, etc.
La Ley de Cultura que se está elaborando en la Asamblea y la puerta abierta a nuevos diálogos entre el Gobierno y la Conaie (Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador) nos exigen profundizar estos términos.
Entendemos que todos estos vocablos tienen la misma raíz en la palabra “cultura”. Un país “multicultural” es un país que se beneficia de muchas culturas. La novedad es que en este momento se está pasando de la inculturación a interculturalidad.
La “interculturalidad” quiere expresar una comunicación entre las culturas. Con el paso de los años se descubrió que la inculturación podía ser una manera disfrazada de continuar el colonialismo religioso. El riesgo era que se elegía en las culturas lo que nos parecía mejor para expresar nuestra religión: pasábamos a ser nosotros los jueces de lo que era lo bueno de las culturas. Desde nuestros criterios, decidíamos la validez de ciertos aspectos de otras culturas, cuando, en el caso de una Iglesia católica indígena, deben ser los mismos indígenas que decidan cómo inculturar el cristianismo.
Con la interculturalidad nacen nuevas visiones y nuevos proyectos: se trata de un diálogo entre culturas desde la igualdad. No hay culturas superioras, como la ha creído el Occidente y como lo siguen creyendo muchos gobiernos del Norte. Todas las culturas tienen igual valor, porque todas son obras humanas: aportes invalorables a una humanidad más justa y fraterna.
Un especialista en el tema, Raúl Fornet-B., escribe: “Un cristianismo en proceso de transformación intercultural sería religión constructora del Reino y factor de paz en el mundo”. Los varios contactos de Jesús con personas extranjeras es para los cristianos un desafío a descubrir la presencia, la voz y la originalidad de Dios en otras culturas y religiones.
Hagamos votos para que la Ley de Cultura sea un arcoíris de riquezas culturales y de nuevas expresiones enriquecedoras de la única ecuatorianidad.