MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 19 de agosto de 2013

Retos que le esperan al Papa en algunos temas de la moral sexual y la bioética

14 agosto 2013
Benjamín Forcano *
1. Preámbulo histórico y metodológico
El Papa Francisco no fue a Brasil para hablar precisamente de los temas que voy a exponer. Llevaba en su cabeza otras preocupaciones, poco tratadas o muy olvidadas, acaso más importantes y en ellas se iba a centrar.
 
– ¿Por qué no hablado de ellos?, le preguntó un  periodista en el avión ya de retorno en el viaje.
 
– “No era necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas  que abren camino a los chicos. Además, los jóvenes saben perfectamente cuál  es la postura de la Iglesia.
 
– Pero, ¿Cuál es su postura  en esos temas?
 
– La de la Iglesia, soy hijo de la Iglesia.
 
Sobre estas cuestiones doctrinales, el papel docente corresponde más bien a los que han sido autorizados por su formación, dedicación, estudios y títulos reconocidos, no precisamente a la autoridad. Dice el Vaticano II: “Las recientes adquisiciones científicas, históricas o filosóficas plantean nuevos problemas que arrastran consecuencias para la vida  y reclaman investigaciones nuevas por parte de los teólogos” (Gs, 62).
 
Tarea que incumbe también a los obispos: “En el cuidado pastoral deben conocerse suficientemente  las conquistas de las ciencias profanas de modo que también los fieles sean conducidos a una vida de fe más  genuina y más madura” (GS 62). Y los obispos tienen que ser  sabedores de que “cuando definen una doctrina  lo hacen siempre de acuerdo  con la Revelación, a la cual deben sujetarse y conformarse todos. Ellos trabajan celosamente con los medios adecuados a fin de que se estudie como debe esta Revelación y se la proponga apropiadamente” (LG, 25).
 
Traería aquí las palabras del obispo Pedro Casaldáliga,  un  obispo pobre, poeta y profeta, libre y ejemplar si los hay: “Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que  no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que pido a los teólogos que no nos dejen en una especie de dogmática ignorancia” (En el XVI  Congreso de Teología, Los pobres, interpelación a la Iglesia, Madrid, 1996) 
 
No pocos obispos, sin tiempo seguramente para estudiar y ponerse al día con las nuevas investigaciones exegéticas y teológicas, y así promover una vida entre  los fieles más genuina y más madura, se han dedicado, con infantil y roma ignorancia,  a repetir doctrinas caducas y a hacer imposible la vida a los teólogos. Parece que el Papa Francisco dejaba entender todo lo que había ocurrido y no quería precipitarse. A sus espaldas, y para quien quisiera oír, resonaban las palabras del Vaticano II, magisterio de primera línea:
 
“Los teólogos podrán empeño en colaborar con los hombres versados en otras disciplinas; poniendo en común sus energías y sus puntos de vista y respetando el método  y exigencias propias de la ciencia teológica, deben buscar siempre el modo más adecuado para comunicar la doctrina con los hombres de su tiempo (GS, 62). “La cultura requiere constantemente una justa libertad para desarrollarse; exige respeto y goza de una específica inviolabilidad” GS, 57).
 
Creo que el Papa Francisco, si miramos a lo hecho y dicho hasta ahora, se mueve en este ambiente y actitud de respeto, de colaboración e integración. No ha sido ese, desgraciadamente, el clima posconciliar. Ciertamente no lo tiene fácil. Los 40 años de involución posconciliar han calado profundamente en la cristiandad, con una estrategia de nombramientos y contenidos doctrinales que, además de uniformes y con merma de la libertad y pluralidad, daba empuje a los movimientos más conservadores y desactivaban insistentemente el programa y espíritu renovador del Vaticano II.
 
El Papa Francisco recibe acumulados todos los temas y problemas y, aparte de su interior visión y fortaleza, va a necesitar de unos apoyos y recursos, de todas partes, para llevar a cabo las reformas paralizadas del Vaticano II y las que  últimamente le vienen más urgidas. No le servirán ni la ligereza ni la impaciencia, sí la clarividencia, la corresponsabilidad de todos, y la firmeza sentida en torno suyo. Las resistencias pertinaces a  nadie como a él le va a tocar verlas,  sufrirlas y resolverlas.
 
El Papa Francisco no quiere enseñar y gobernar solo. Nos lo ha demostrado. Cuenta con todos los que han visto que su proyecto es volver a Jesús,  recuperarlo y anunciar con gran fuerza su gran novedad para hoy y buscar entre todos soluciones, dando  la vuelta a esta sociedad neoliberal desigual y fratricida.
 
Yo espero que el Papa Francisco, con la libertad y coherencia que le caracterizan, sabrá abordar estos temas pendientes distinguiendo lo que es y pertenece al Evangelio y lo que es y pertenece al bagaje cultural de la humanidad.  Ambas cosas -Evangelio y Culturas- se han necesitado y relacionado siempre y en cada momento se han implicado para dar respuesta a la búsqueda y problemas del hombre. Hoy, sin desestimar la herencia del pasado, la cribamos y la enriquecemos con los nuevos conocimientos, que nos alumbran espacios o aspectos inéditos de la realidad.
 
2. El tema de la homosexualidad
 
“Cuando uno se encuentra con una persona gay, debe   distinguir entre el hecho de ser gay  del hecho de hacer  ‘lobby’, porque ningún lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”(Papa Francisco, a los periodistas en el avión que le trasladó de Río de Janeiro a Roma).
 
En  Occidente la homosexualidad  ha recibido una valoración muy variada. El doctor John Boswell en su libro “Las bodas de la semejanza” (640 páginas) documenta cómo en la Iglesia católica del siglo VI al XII existía como normal la celebración litúrgica de parejas homosexuales, según ritos y oraciones propias, presididas por un sacerdote. Es, a partir del siglo XIII, cuando la homosexualidad va revistiendo un carácter de vicio horrible (pecado nefandum innombrable), tan horrible  que lo de innombrable no se aplica a otros hechos más graves: “Asesinato, matricidio, abuso de menores, incesto, canibalismo, genocidio e incluso deicidio son mencionables”. ¿Por qué este horror que convierte la homosexualidad en el peor de los pecados?
 
Es también muy común la opinión de que se elaboró una construcción bíblico-teológica moral justificatoria de  la gravedad de este pecado,  hoy demostrada como pre-científica y opuesta al contexto y sentido de los textos bíblicos y que la dejan desprovista de este tipo de argumentos para condenarla.
 
Son de consenso generalizado las conclusiones científicas de que “ni desde la medicina, la psicología, la pedagogía, ni con medidas sociales o  legales, ha sido posible cambiar la orientación sexual, aunque intentos no han faltado” (Juan L. T. Herreros, Aproximación a la realidad homosexual” pp. 133-134). Los estudios más diversos confluyen en la tesis  de no poder calificar la homosexualidad como enfermedad, desviación psicopática o perversión sexual. La orientación homosexual no afecta  a la sanidad mental ni al recto comportamiento en el grupo social.
 
En razón de ello, la OMS ha suprimido la homosexualidad de la relación de enfermedades. Y el Consejo de Europa  insta a los gobiernos a suprimir  cualquier tipo de discriminación en razón de la tendencia sexual.
 
Y, desde la perspectiva  teológica, es bien fundada la posición de quienes sostienen que la sexualidad humana no tiene como modelo natural exclusivo la heterosexualidad –ese es un presupuesto no probado– sino que se da también la homosexualidad  como una variante natural legítima, minoritaria.
 
3. El aborto en un Estado democrático y aconfesional
 
Defender el derecho a la vida no se identifica con la defensa del proceso embrionario desde su comienzo ni siquiera en pasos posteriores de  su ciclo intrauterino. Es una cuestión abierta, científicamente hablando, en el sentido de que unos ponen un ser humano constituido desde el comienzo y otros no lo ponen hasta las ocho semanas, justo cuando el embrión pasa a ser feto.
 
En este punto, puede haber un acuerdo racional, científico y ético prepolíticos, porque la puerta de que disponemos para entrar en esa “realidad” es común a todos, y no es otra que la de la  ciencia, la de la filosofía y la de la ética.
 
Puerta que vale también para los que se profesan creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para aclarar el problema del aborto. “No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia el resolver el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra” (Bernhard Häring, autor de la famosa obra “La ley de Cristo”, y acaso el más reconocido moralista de la Iglesia católica).
 
“Todo individuo tiene derecho a la vida”, proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art. 3). Y todo individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Sin embargo, ¿se puede afirmar con seguridad que el proceso embrionario es desde el inicio  un individuo humano? Resulta, por tanto, crucial averiguar si el proceso del embrión admite establecer dentro de él un antes y un después, un antes en que no es individuo y un después en que lo es. Teoría discutida y discutible, no dogma.
 
De hecho, siempre existieron en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva defendida por Santo Tomás y teoría de la animación simultánea, defendida por San Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana. Pero, la teología pos-tridentina a la hora de resolver los problemas de la moral práctica ha partido siempre de la animación inmediata.
 
Las teorías más modernas afirman que el embrión no es propiamente individuo humano hasta después de algunas semanas.
 
Lo explica  el catedrático Diego Gracia:”La mentalidad clásica, que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí contenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya postergado de modo característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia, Ética de los confines de la vida, III, p.106).
 
Se entiende por tanto que, desde este enfoque, el embrión requiera tiempo y espacio para la maduración de su sistema neuroendocrino y que no se halle constituido desde el primer momento como realidad sustantiva. Los genes no son una miniatura de persona. La información extra-genética es tan importante como la información genética, es también constitutiva de la sustantividad humana y la constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana.
 
Quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-BellidoAlonso Bedate, J. M. Genis-Gálvez, etc.).
 
La teoría expuesta modifica notablemente muchos puntos de vista y establece un punto de partida común para entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del pre-nacido y para legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos ante el conflicto de situaciones concretas.
 
Y en un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse el poder legislativo, como si dimanase de sí misma al margen de la realidad personal de los ciudadanos. La ética debe  determinarse en cada tiempo mediando la racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente.
 
4. El tema de la ordenación sacerdotal de la mujer
 
Creo que aún no hemos hecho una teología profunda de la mujer en la Iglesia. En cuanto a la ordenación de las mujeres la Iglesia ha hablado y dice no. Lo ha dicho Juan Pablo II, pero con una formulación definitiva. Esa puerta está cerrada. Pero quiero decirles algo: la mujer en la Iglesia es más importante que los obispos y los curas. ¿Cómo? Esto es lo que debemos tratar  de explicar mejor. Creo que falta una explicación teológica sobre esto”. (En el encuentro con los periodistas en el avión).
 
¡Esa es una puerta cerrada! Ciertamente lo es desde hace más de 20 siglos y lo sigue siendo. Pero, en el hoy del siglo XXI, es momento de preguntarse por qué está cerrada y si hay motivos para que siga cerrada.
 
Todos entendemos que haya podido ser así por razones de una situación histórico-cultural muy distinta a la nuestra. Situación que ha perdurado hasta hoy, pero no porque fuera una tradición “divino-apostólica” sino por ser una praxis introducida desde el principio por motivos hoy bien conocidos, pero que en modo alguno permitan elevar esta praxis a categoría divina y deducir  que la no ordenación de la mujer  “forma parte de la constitución divina de la Iglesia”.
 
En su Carta Apostólica el Papa Juan Pablo II (30 de mayo de 1994), tuvo, es cierto, la voluntad de zanjar  definitivamente la cuestión entre los fieles de la Iglesia católica. Pero, de inmediato, muchos comentaristas católicos le replicaron que esta es una cuestión abierta, una doctrina ajena a la Escritura y una verdad no revelada. Por todo ello, no ha podido ser propuesta como una verdad de fe, ni definida como una verdad de magisterio  infalible o ex cáthedra.
 
Los argumentos aducidos por la Carta son más  que débiles: el hecho de que Jesús  eligiera entonces  únicamente a varones no quiere decir que lo hiciera exclusivamente y para siempre. Esa exclusión a perpetuidad no va incluida en la acción de Jesús. Muchos teólogos y teólogas han probado que no existen objeciones dogmáticas para la admisión de la mujer a la ordenación sacerdotal. Y los obispos alemanes advirtieron al Papa de la “no oportunidad” de la publicación de esa Carta.
 
Como muy bien ha escrito el teólogo Domiciano Fernández, “en la Iglesia católica se ha decidido desde arriba, entre las Congregaciones romanas y el Papa. Con los documentos pontificios por delante, se ha limitado la libertad de reflexión y de expresión de las Iglesias locales y de los teólogos” (Ministerios de la mujer en la Iglesia, Nueva Utopía, 2002, pág. 235).
 
Cito como conclusión unas palabras de este teólogo, que murió sin que le dejaran publicar su libro: “Comencé a estudiar la cuestión de la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia, valiéndome de las monografías y amplios estudios  que han hecho otros autores  sobre estos temas y confrontando las fuentes siempre que me fue posible. Pronto me convencí de que no existía una dificultad dogmática seria que impida la ordenación sacerdotal de la mujer. No existen argumentos serios  sacados  de la Sagrada Escritura, donde no se plantea esta cuestión. Los argumentos teológicos deducidos de que el sacerdote representa a Cristo varón  y el de alianza nupcial entre Cristo y su Iglesia  (de los que me ocupo  en el capítulo VII) no me parecen convincentes.  Los argumentos  que con tanta frecuencia han dado los Santos Padres y los teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad  y en la impureza de la mujer, son inadmisibles y nos debieran llenar de vergüenza y sonrojo a los cristianos” (Idem, pp. 11 y 12).
 
“Muchos años de estudio no han podido  convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que sea expresa voluntad de Cristo excluir a las mujeres del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la Iglesia según las necesidades de los tiempos y según la cultura de la época. Han cambiado y siguen cambiando”.  (Idem, pp. 271-272).
 
5. El tema de los divorciados en la Iglesia
 
La misericordia es más grande para el caso de los divorciados. El cambio de época, unido a otros problemas de la Iglesia, ha dejado muchos heridos. Si el Señor no se cansa de perdonar, nosotros no tenemos más elección que ésta. Y la Iglesia es madre, debe encontrar misericordia para todos. Los divorciados sí pueden hacer la comunión, esto hay que mirarlo en la totalidad de la pastoral matrimonial. Será uno de los temas  a consultar con los ocho cardenales. Es además un tema antropológico y también lo es el problema judicial de la nulidad de los matrimonios. Todo esto habremos de revisarlo”. (En el encuentro con los periodistas en el avión).
 
Viejo tema éste que debiera haber recibido ya solución, de haber atendido las enseñanzas de Jesús. Él propone el proyecto del matrimonio indisoluble, como un  proyecto ideal, una meta a conseguir, la mejor. Pero, sin perder de vista la condición humana que, por su debilidad e incorregibilidad, puede en ocasiones hacer imposible el logro de ese ideal.
 
En tal caso, no se puede seguir afirmando que  la indisolubilidad es una norma siempre inderogable. La situación de millares y millares de católicos, divorciados y recasados civilmente, es un grito contra ciertas normas que los condena a vivir fuera de la Iglesia. La Iglesia no puede limitarse a dar una solución excepcional para seres excepcionales.
 
“Todo católico tiene el derecho y la necesidad de recibir la Sagrada Comunión. Todos tienen necesidad de participar  activamente en la celebración eucarística, el acto central  de la Iglesia católica y a la vez el signo de unidad con Cristo.  Tienen derecho a ser recibido  con los brazos abiertos  y sinceras muestras de bienvenida, en el seno de la comunidad católica y a tomar parte activa plenamente en las tarea s de la comunidad” (S. Keller¿Divorcio y nuevo matrimonio entre católicos?, Sal Terrae, Santander, 1976, 7-8).
 
En el año 1980, nueve teólogos españoles (José Alonso Díaz, José María Díez Alegría, Casiano Floristán, José I. González Faus, Gregorio Ruiz, Fernando Urbina, Rufino Velasco, Marciano Vidal y quien esto suscribe)  hicieron público el documento Preguntas de unos teólogos a sus obispos, con ocasión de la  publicación de su  Instrucción civil sobre el divorcio.  Dichos  teólogos destacábamos que los obispos:
 
 
  • No habían tenido en cuenta el sentir real  de su comunidad católica.
  • Se habían preocupado  únicamente  del divorcio como si se tratara de una ley meramente civil y política.
  • Habían dado a entender que para los católicos no hay ninguna posibilidad de divorcio y ésta era doctrina que debía permanecer inmutable.
Y añadían:
 
“Por supuesto que nosotros no ponemos en duda la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio  tal como aparece en la revelación de Jesús. Pero esta doctrina de Jesús debe proponerse  como un ideal y una meta hacia la que debe aproximarse toda pareja, sin excluir riesgos, equivocaciones y fracasos y no como una ley absoluta.  ¿Vds. creen personalmente, cada uno, que la actual disciplina de la Iglesia  sobre este punto es la propia del Evangelio, la que responde a la vida y enseñanza de Jesús? ¿No les parece que la Iglesia debería enfrentarse ahí, radicalmente consigo misma”? Tenemos que mirar a lo que pasa en nuestra propia Iglesia, con la realidad de tantos matrimonios fracasados, acaso sin esperanza de recuperación, y por eso ya prácticamente divorciados, pero canónicamente condenados”.