MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

jueves, 8 de agosto de 2013

El arzobispo de Bangui se la juega por el presidente de las iglesias evangélicas

 
“De aquí no me voy hasta que este hombre sea puesto en libertad”. Con esta contundencia se expresó el arzobispo de Bangui, monseñor Dieudonné Nzapalainga, ante los militares que custodiaban al pastor Nicolas Guerekoyame, presidente de la asociación de iglesias evangélicas en la República Centroafricana. El reverendo había sido detenido por la tarde del 6 de agosto y había sido trasladado a una sede de los servicios de seguridad del Estado, acusado de estar implicado en actividades subversivas. Cuando el arzobispo católico tuvo noticia de su detención se presentó de inmediato para acompañarle.
 
Tuve la suerte de escuchar el relato en primera persona esta mañana (7 de agosto) en la oficina de monseñor Nzapalainga, donde había acudido para verle por otros asuntos. Inocente de mí, lo primero que hice fue preguntarle si tenía noticias del reverendo Nicolas. “Salió ayer de prisión a la una y media de la madrugada, y yo estuve con él hasta que le liberaron”, me respondió. “Les dije que si le detenían a él me tenían que detener también a mí, porque trabajamos juntos”, añadió. La acción del arzobispo provocó un rápido intercambio de comunicaciones entre altos cargos del gobierno de la República Centroafricana, y al final decidieron dejar el libertad al religioso.
 
Desde diciembre del año pasado, cuando el conflicto estalló en Centroáfrica y los rebeldes de la coalición Seleka comenzaron su ofensiva en el país, los representantes de las tres confesiones religiosas principales del país se unieron en un grupo interconfesional por la paz para intentar una mediación y que las cosas no fueran a peor. A pesar de sus esfuerzos, a finales de marzo del año pasado la Seleka tomó el poder por la fuerza y desde entonces la inseguridad reina en el país. En el centro de Bangui hay una cierta calma, en parte motivada por la presencia de soldados de una fuerza de intervención de los países vecinos de África Central, pero en los barrios más en la periferia y en las zonas del interior ni pasa un día sin que se siga matando, secuestrando y atemorizando a la población sin respiro. Lo más curioso del paso, es que aunque el gobierno ha prometido repetidas veces que no habrá impunidad contra los autores de estos hechos (atribuídos siempre a supuestos “elementos incontrolados”) en realidad quienes están bajo el punto de mira de las nuevas autoridades son los que denuncian los abusos de derechos humanos, a los que el nuevo presidente Michel Djotodia ha llegado a llamar “personas con malas intenciones que quieren denigrar la imagen del país”.
 
No ha sido el reverendo Guerekoyame el único en sufrir intimidación. También el presidente de la comunidad islámica en Bangui el Sheik Kobine Layama, fue llamado al orden hace pocos días por el ministro del interior, el general Nouroudine Adam, quien le avisó de que sus críticas al gobierno no eran del agrado de las autoridades. Los nuevos jefes de la Seleka son casi todos musulmanes, algunos de ellos de corte más bien integrista, y nada les molesta más que ver algunas de las críticas por los abusos que cometen contra la población vienen de algunos imanes –como el sheik Layama- que les dicen a las claras que sus acciones de violencia no tienen nada que ver con el Corán. Cuando sheik refirió al arzobispo el tirón de orejas que acababa de recibir le comentó: “es posible que usted sea el próximo”. La respuesta del arzobispo, envuelta en una carcajada, no dejó lugar a dudas: “Les espero aquí tranquilamente”.
 
Es una pena que este tipo de acciones de líderes religiosos en lugares en conflicto atraigan muy poco la atención de los medios de comunicación, a menudo atraídos por noticias del ámbito religioso que puedan tener tintes más llamativos, cuando no escabrosos. En la República Centroafricana hay ahora mismo un riesgo muy serio de confrontación inter-religiosa entre cristianos y musulmanes, ya que en la mayoría de los casos la Seleka ha atacado sólo a viviendas y negocios de cristianos, e incluso ha mostrado una especial crueldad en saquear y destruir instituciones de la Iglesia católica, llegando incluso a profanar iglesias y a agredir a sacerdotes y religiosas. En bastantes casos los milicianos de la Seleka han vendido los objetos robados a comerciantes musulmanes, y esto ha creado fuertes tensiones entre dos comunidades que tradicionalmente, y salvo escasos incidentes, han vivido siempre en coexistencia pacífica. Si la sangre no ha llegado aún al río esto se debe en buena parte gracias a los esfuerzos de los líderes religiosos de las tres confesiones distintas.
 
El gesto del arzobispo tiene un coraje extraordinario. Podría simplemente haberse sentado y pensado que la detención del reverendo no tenía nada que ver con él, pero decidió ir al lugar de su detención y solidarizarse con él. Los que tienen interés en sojuzgar a este pueblo intentan ahora intimidar a los líderes de la sociedad civil que hablan claro y que pueden unir más a la población. A Dios gracias, con personas como el arzobispo Nzapalainga lo tendrán bastante difícil.