DOMINGO 18 (C)
(Ecl 1,2;2,21-23) "Vaciedad sin sentido, todo es
vaciedad..."
(Col 3,1-11) "Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra."
(Lc 12,13-21) Guardaos de toda clase de codicia. Un rico tuvo una gran
cosecha...
Por una vez, las tres lecturas coinciden en el tema principal. Recordad
que Jesús va camino de Jerusalén y
el evangelista aprovecha distintos episodios para ir formando a sus discípulos
en el verdadero seguimiento. El
evangelio tiene dos partes: En la primera, Jesús se niega a ser árbitro en un
conflicto económico. ¡Cuantos problemas se habría evitado la Iglesia si hubiera seguido
su ejemplo! En la segunda advierte del riesgo de buscar seguridades
terrenas, olvidando el verdadero objetivo
de toda vida humana.
Desplegar la verdadera
Vida no depende de tener más o menos, sino de ser. Que lo acumulado
lo vaya a disfrutar otro, tampoco es
el problema; porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que
sería válida la acumulación de riquezas. Tampoco se trata de proponer como
alternativa el ser rico ante Dios,
si se entiende como acumulación de méritos que después te tendrán que pagar,
porque eso sería seguir pensado en potenciar el ego. Esta propuesta va en
contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo.
En este episodio Jesús manifiesta claramente, no tener ninguna
política concreta, ni económica ni social. No tiene como objetivo la liberación
de las carencias materiales. Jesús pretende la liberación personal, sin la cual
la liberación social o económica es incompleta. Con demasiada frecuencia se ha
querido etiquetar como cristiana una política concreta. No podemos confundir el mensaje evangélico con
ninguna ideología política. Jesús va al centro de la persona y no está
condicionado por credos ni doctrinas. Más que a un contexto social, el
evangelio responde a un contexto antropológico. Se trata de dar auténtico valor
a la vida humana. El tema de hoy es el desapego de toda una escala de
valores para aferrarse a otra escala que es la que nos puede llevar a nuestra
plenitud humana.
Si el primer objetivo de todo hombre es desplegar al máximo su
humanidad y el evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos, la
conclusión es muy sencilla en teoría: la posesión de bienes de cualquier tipo, no
puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra
sociedad de consumo está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad
de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades
desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos
padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir
que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa. Ese sería el objetivo
personal.
¡Mucho cuidado! Las tres lecturas podemos entenderlas rematadamente
mal. La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo
caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de
malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro
ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los
bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es
contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un
verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más
allá. Dios quiere que vivamos lo más dignamente posible; pero no a costa de los
demás seres humanos.
Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar
de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente.
No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de
vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el
futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está
criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo
hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres
humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no
habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que
hubiéramos llegado.
El ser humano tiene
unas necesidades como ser biológico, que no tiene más remedio que atender. Por a
la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra
riqueza que, de alguna manera, le transciende. Esta situación le coloca en un
equilibrio inestable, que es la causa de
todas las tensiones que padece. O se dedica a satisfacer los apetitos
biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo
en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la
práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendido
que la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden
producir, nada tiene de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del
ser, al servicio de la inferior, aunque para ello tenga que privar a otros
seres humanos de lo imprescindible para la vida.
Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la maduración personal, descubriendo desde la vivencia
lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los
placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la
información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la
dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente.
El error fundamental es considerar la parte biológica como lo
realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No
tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos
enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para
salir de este atolladero, es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser
verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y
tratar de que nuestra vida se ajuste a
este nuevo modo de comprendernos.
La parábola nos dice que la codicia incapacita para vivir una vida
humana. Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita
alcanzar una plenitud en lo que tengo de específicamente humano. Solo esa Vida
plena, puede darme la
felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y
una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos
pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es
mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes.
Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Vale más ser
dueño de 1 € que esclavo de un millón. Es importante tomar conciencia de que el
pobre puede vivir obsesionado por
tener más y malograr así su existencia. La pobreza tiene que ser combatida
siempre, pero también al pobre debemos enseñarle a ser más humano.
La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud
humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede
ser la riqueza y puede ser la
pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no
fue neutral ante la pobreza/riqueza. Tampoco puede ser cristiana la riqueza que se logra
a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta,
sino del acaparamiento de bienes que son
imprescindibles para la vida de otros. Aquí no se puede andar con tapujos. El
progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la
miseria de una gran parte de la población mundial. “Si todos los habitantes del
planeta consumieran como los europeos, harían falta cinco planetas tierra para
satisfacer esas necesidades”... El progreso desarrollista en que estamos
inmersos, es insostenible además de injusto.
Confiar en que las riquezas darán la felicidad, es la
mayor insensatez. La riqueza puede esclavizar hasta límites increíbles. Nos han
convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto otro, no puedo ser
feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas
desde una perspectiva equivocada. No tienes que hacer nada, para conseguir la
felicidad, sencillamente por que ya la tienes. Si el ojo está sano, lo normal es la
visión, no hay que hacer nada para que vea (Tony de Mello). Aún sin tener nada
de lo que ambicionamos normalmente, podríamos ser inmensamente felices. Aquello
en lo que ponemos la felicidad, puede ser nuestra prisión. En realidad, no
queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer
sensible. Esto es lo que nos mata.
Resumen: Muchas cosas
necesarias, solo una es esencial. No se trata de una escala que va de menos
a más. Se trata de dos escalas: una de lo sustancial y otra de lo accidental
Meditación-contemplación
Codiciar es desear con ansia lo que no tiene verdadero valor.
Lo correcto sería poner todo nuestro empeño en conseguir lo esencial.
Solamente una justa valoración, evita la codicia.
Estás fallando si te quita el sueño lo secundario.
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Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El único camino es tomar conciencia de lo que soy.
El tesoro no está en el cielo, sino dentro de mí.
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Dentro de ti está la plenitud, está la felicidad. Descúbrela.
Necios somos si nos empeñamos en buscarla fuera.
No la encontraré en las cosas de este mundo,
pero tampoco en un cielo futuro o en un Dios fuera de
mí.
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