El Yasuní es un tema sensible por todo lo que representa material y simbólicamente. Ecuador se había posicionado como el primer país en incluir en su Constitución los derechos de la naturaleza. Luego había declarado el parque Yasuní como zona intangible donde no podía haber extracción petrolera. Nos habíamos ganado una aureola de país pionero en la defensa del medio ambiente a nivel mundial.
La reciente decisión de explotar varios campos petroleros en el Yasuní es grave de significado y consecuencias. Las razones presentadas por esta ruptura no cambian el fondo del problema, sobre todo cuando se tocan significados simbólicos: podríamos decir que cayó una estrella de nuestros sueños. A muchísimos nos duele no solamente el daño a la naturaleza amazónica sino, sobre todo, al corazón. Necesitamos sueños e ilusiones para marcarnos direcciones y metas a alcanzar.
Allí sí se puede decir que el fracaso es de todos. El problema no es de los países más contaminantes: sabemos que ponen primero sus ganancias e intereses financieros a costa de la destrucción inmisericorde de la naturaleza con tal de seguir llenando de dinero sus bancos y multinacionales. El petróleo de la Amazonía no resolverá el problema de la pobreza en esta región ni en Ecuador; la pobreza se vencerá sustituyendo un sistema capitalista por el tan mentado socialismo del siglo 21. El Buen Vivir no se construye a base de dinero acumulado sino por el compartir de nuestras riquezas culturales y el respeto inviolable a los pueblos indígenas, en particular los más desprotegidos. Un nuevo país se edifica no desde los escritorios llenos de licenciados, masterados y doctorados, sino desde las luchas de las pequeñas y grandes organizaciones populares, sean o no de nuestro gusto y agrado: los pobres organizados construyen difícil y lentamente, con equivocaciones, el mejor país para todas y todos. Al no ponernos a la par con la escuela de su sabiduría retrasamos la caminata.
Los cristianos tenemos orientaciones claras que tienen más de medio siglo de aplicarse exitosamente: la opción decidida y sin retorno de asumir las causas de los pobres. Así lo proclamaron nuestros obispos desde Medellín en 1968 y lo confirmaron en sus sucesivas reuniones latinoamericanas hasta la de Aparecida en Brasil, 2007. De esta, el papa Francisco era el secretario principal y hemos visto cómo está retomando sus conclusiones en su reciente viaje a Brasil. “Donde está tu corazón, allí está tu tesoro”, decía Jesús.