En las últimas semanas los movimientos sociales se han reunido en varios países, tales como Ecuador, y más precisamente en Guayaquil. ¡Qué alegría! Porque en ellos está la fuente de todo verdadero cambio revolucionario.
Esto nos invita a preguntarnos: ¿De qué manera participamos en los cambios de nuestro país? Todas y todos queremos cambios que nos favorezcan. Pero muchas veces esperamos que sean otras y otros que los vayan sudando y logrando. Preguntémonos: ¿En qué grupo, asociación, movimiento, sindicato o partido político estamos para no sentarnos a mesa puesta? La pregunta es también para los cristianos que nos decimos “sal, luz y fermento” del Reino.
Como personas humanas somos seres de relación: nacemos, vivimos, progresamos, servimos porque estamos en relación los unos con los otros. Nadie es una isla: todos somos deudores de todos, todos somos responsables de todos. Para cancelar esta deuda permanente, tenemos que devolver personalmente los regalos que nos han hecho nuestros padres, la escuela, el barrio, la parroquia, la ciudad, el país…
Si no lo hemos descubierto y si no hemos comenzado a ponerlo en práctica, somos unos consumidores depredadores: nos apropiamos de lo que es de todos.
Por otra parte, ser persona humana es colaborar al bienestar de todas y todos: existimos para que crezca la vida y el amor. Eso es nuestro servicio, nuestra misión para no ser parásitos. Y cuando nos ponemos a ser útiles a los demás, al país, a la creación, descubriremos la dificultad de realizarlo individualmente: pronto nos daremos cuenta de que bien poco hacemos y muchos errores cometemos… Es juntos que hacemos las cosas mejor.
Por eso, felicitaciones a los movimientos sociales que nos muestran un lindo camino de humanización. Felicidades para todas y todos los que participan de algún grupo que no busca solamente sus intereses personales e inmediatos. Felicidades a los cristianos que se unen en comunidades para hacer crecer la vida y el amor entre nosotros.
Como nos los hace notar el apóstol Juan: “Toda la corriente del mundo -la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos y la arrogancia de los ricos- no viene del Padre… Si uno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su hermano es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.
Ayudémonos unos a otros a aportar organizadamente a los demás y a la sociedad en general la parte que nos corresponde, para cumplir con nuestro deber de ser humanos y hermanos.