Siguiendo los pasos del Papa Francisco en su reciente viaje a Brasil,
todos hemos podido sentir la admiración y el asombro que suscitan sus gestos y
sus palabras. Pero según la opinión de
varios expertos, entre ellos el P.
Lombardi, además del significado de la
JMJ como tal y la importancia de cada uno de los momentos tan significativos
que se han vivido en Río de Janeiro, ha habido dos pronunciamientos de primer
orden para la vida de la Iglesia en nuestro tiempo: el discurso del Papa a la
Coordinadora General del CELAM y sus palabras en el encuentro con los Obispos
brasileños.
Estos documentos estarían
llamados a marcar un antes y un después en la vida de la Iglesia. He leído los dos discursos, y comparto
plenamente la valoración anterior. Ante los planteamientos que hace el Papa en
esas dos ocasiones, ningún miembro consciente de la Iglesia puede quedar de
brazos cruzados esperando pasivamente a que el Papa siga diciendo y haciendo
cosas. Mucho menos si se trata de sacerdotes o religiosos/as; y sería
inconcebible que hubiera obispos haciéndose el sordo a los reclamos de
conversión vital y pastoral que en esos documentos se formulan.
¿Cómo no sentir que el viento fuerte del Espíritu está sacudiendo
mentes y conciencias adormiladas? ¿Cómo
no reaccionar ante estas llamadas estimulantes, si todavía nos queda un mínimo
de sensibilidad evangélica y eclesial? Después
de estos meses, prestando atención a los gestos del Papa Francisco y siguiendo
sus homilías en las misas de la Residencia de Santa Marta, uno llega a la conclusión de que nos encontramos en un momento especialísimo de la historia de la
Iglesia. Un momento único y crucial, con posibilidades inéditas de renovación
evangélica, no sólo a nivel personal sino también en lo institucional.
El Papa Francisco está haciendo realidad eso que hasta un tiempo atrás parecía
imposible. Nunca se había podido ni soñar, y mucho menos pensar, que un Papa iba a plantear, con tanta
claridad y con tanta contundencia como lo acaba de hacer el Papa Francisco, la
necesidad de entrar de lleno en la conversión pastoral y de abordar la reforma
de las estructuras eclesiales caducas, aquí y ahora. En el mencionado discurso
a los obispos del CELAM, al hablar de la Misión Continental no sólo como un
conjunto de actividades sino como actitud permanente y nueva, les dice y nos
dice a todos: “Evidentemente aquí se da, como consecuencia, toda
una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El “cambio de
estructuras” (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de
la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una reorganización
estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace
caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los
cristianos, es precisamente la misionariedad.”
Y, ¿cuándo se habían podido escuchar unas orientaciones como las que ha
dado el Papa Francisco, diseñando la figura del Obispo, tal como lo sueñan las
gentes en nuestro tiempo? En la misma
ocasión ya mencionada, y dirigiéndose a quienes de alguna manera confeccionan
las primeras listas de los posibles obispos, les dijo: “Quisiera añadir aquí algunas
líneas sobre el perfil del Obispo que ya dije a los Nuncios en la reunión que
tuvimos en Roma.
- El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear.
- Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos.
- Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida.
- Hombres que no tengan “psicología de príncipes”.
- Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra.
- Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones.
- Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo.
- Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. No quisiera abundar en más detalles sobre la persona del Obispo, sino simplemente añadir, incluyéndome en esta afirmación, que estamos un poquito retrasados en lo que a Conversión Pastoral se refiere. Conviene que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en este “hoy” de América Latina y El Caribe. Y sería bueno comenzar por aquí. (cfr. Discurso al Comité de Coordinación del CELAM)
Ante orientaciones tan claras y
tan evangélicas como las que recibimos del Papa Francisco, ¿a qué esperamos para pronunciarnos, para
“armar lío” del bueno? Todos necesitamos convertirnos; no sólo una vez, sino continuamente. Hace unos
días, hablando con un misionero de África, surgió una idea que puede transformarse
en iniciativa providencial. “En
estos momentos nadie debería quedarse indiferente frente a las propuestas
luminosas del Papa Francisco. ¿No sería posible crear, entre los sacerdotes y
entre los cristianos interesados en la vida de la Iglesia, espacios abiertos o
pequeños foros informales de amigos-compañeros, en los que cada uno pudiese
manifestar las resonancias que la actuación y las palabras del Papa Francisco
están produciendo?” Esta fue la
inquietud sembrada en el momento. Es evidente que la propuesta no se dirige a
los organismos diocesanos ni al Obispo, para organizar una asamblea diocesana de
reflexión y de estudio sobre las nuevas orientaciones del Papa.
Creo sinceramente que, antes o después, en cada diócesis debería
hacerse algo de eso. Y resultaría muy lamentable que no se hiciera; sería señal
de que el embotamiento de la mente y del corazón habría llegado al límite. Pero
ahora no se trataría de una convocatoria oficial. El asunto es mucho más
sencillo. Sería cuestión de que cada uno de nosotros hiciera lo posible para encontrarse
con otros dos, tres, cinco o más compañeros sacerdotes, religiosos o laicos; y,
tomando como base el discurso del Papa a los responsables del CELAM y a los
Obispos de Brasil, pudieran compartir sus respuestas a dos sencillas preguntas:
1ª.- ¿Cuál es el
eco que las palabras del Papa Francisco suscitan en nosotros?
2ª.- ¿Qué
sugerencias se nos ocurren para la renovación de la Iglesia y para llevar a
cabo la
nueva evangelización en nuestros
ambientes?
Hay que dar tiempo al tiempo. Pero, si de verdad queremos que vayan
adelante las propuestas de transformación que trae el Papa Francisco, es muy
importante que todos nos arriesguemos a dar pasos como éste u otros parecidos. Va a ser
absolutamente necesario. Que el Espíritu del Señor nos acompañe de continuo en
esta andadura nueva y desafiadora.
Fausto Franco
Zaragoza, agosto de 2013