Pedro Pierre
RELIGION DIGITAL.- Con ocasión, en este mes de marzo próximo, de cumplir 40 años de presencia en América Latina, les quiero compartir un resumen de las vivencias de estos ricos años. Es también la oportunidad para agradecerles de su amistad fiel y su solidaridad.
A mediados de marzo de 1976 llegaba a Guayaquil. Tenía 34 años y era sacerdote desde unos 7 años. Había salido de Francia en barco 3 semanas antes. En Puerto Bolívar me esperaban varias personas: Homero, el amigo ecuatoriano conocido en el Seminario mayor de Le Puy, mi diócesis de Francia que me había invitado para venir a trabajar con él. Estaban también el obispo, monseñor Bernardino Echeverría, y un sacerdote francés, Enrique Julhes.
Antes de salir para Ecuador había pasado unos 4 meses en un centro de formación de Bélgica para aprender el español y conocer algo de la realidad latinoamericana. Éramos unas 40 personas que iban a trabajar en varios países de América Latina: unos pocos laicos, algunas religiosas y la mayoría de sacerdotes originarios de unos 10 países europeos. Conservo de estos meses el recuerdo de una buena amistad, la ayuda de buenos profesores en particular José Comblin y el compartir alegre de la rica cerveza y las buenas papas fritas belgas.
Me siento feliz del camino recorrido y de tanta gente encontrada que me ayudaron a ser más persona, más cristiano y más sacerdote según el corazón y la sabiduría de los pobres.
11 años en Guayaquil, 1976-1987: el aprendizaje de la misión
La amistad y el acompañamiento de Homero me ayudaron a familiarizarme con el idioma y entender la realidad pastoral de la parroquia popular de Guayaquil donde nos tocó trabajar. La gracia de estos años fue de haber conocido a monseñor Leonidas Proaño, obispo en Riobamba, en la Cordillera de los Andes; promovía una pastoral liberadora con el mundo indígena en la línea del Concilio Vaticano 2° (1962-1965) y la reunión episcopal latinoamericana en Medellín (Colombia, 1968). Fue con él y los teólogos de la liberación -Gustavo Gutiérrez entre otros-, que me fui formando. En Guayaquil éramos un grupo de 7 parroquias de sectores populares a trabajar a partir de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs).
Luego de 3 años fui a remplazar a un sacerdote español, Jesús Valencia, con el cual trabajábamos y que había decidido quedarse en España. Éramos en el año 1979. La parroquia hacía parte del suburbio de Guayaquil y contaba con unos 35,000 habitantes. Era el único sacerdotes, pero con 2 comunidades religiosas y una misionera española. Un grupo de 8 CEBs animaban los distintos sectores de la parroquia mediante la solidaridad y el acompañamiento religioso. Varios grupos de jóvenes eran muy activos. Las misas dominicales eran animadas por estos distintos grupos a partir de las vivencias acontecidas durante la semana: eran celebraciones de la fraternidad y de las luchas por la satisfacción de las necesidades básicas: las dificultades de la miseria, el desempleo, la violencia, las enfermedades... y todas las pequeñas acciones que se hacían para aliviar esta realidad.
Allí descubrí a un Jesús humano, compasivo y rebelde que no se quedó de brazos cruzados frente a los sufrimientos y las injusticia que padecían sus compatriotas; descubrí lo que era la construcción del Reino de Dios y la presencia del Resucitado en medio de nosotros.
No faltaban las dificultades y los conflictos con el señor obispo de línea pastoral más bien conservadora. Por ayudar a descubrir a las CEBs de Guayaquil la dimensión política de la fe, fui bruscamente cambiado de parroquia y enviado a Ballenita, pequeño pueblo al borde del Pacífico. Pero las manifestaciones y presiones de las CEBs de Guayaquil me permitieron, después de unos 3 meses, regresar a la parroquia anterior.
En ese mismo año 1979 el trabajo con las CEBs tomó una dimensión nacional. Monseñor Proaño invitó a Riobamba distintos grupos cristianos que trabajábamos en una pastoral liberadora. Nos encontramos CEBs de 4 ciudades: Riobamba, Babahoyo (provincia de Los Ríos), Machala (provincia de El Oro) y Guayaquil. Fue entonces cuando decidimos una primera reunión nacional de CEBs urbanas. Luego nacieron también las CEBs campesinas, indígenas y negras. En 1984, con ocasión del 2° Encuentro Latinoamericano de CEBs en Cuenca, logramos reunirnos con representantes de 13 países latinoamericanos y la presencia de unos 9 obispos acompañadores de las CEBs en el continente.
Los conflictos con el obispo de Guayaquil continuaban, hasta llegó a calificarme públicamente de "agente del marxismo leninismo internacional" por unas denuncias que resultaron imaginarias. El diálogo hizo que estos conflictos terminaron por mi nombramiento como ¡profesor de teología en la Universidad Católica! Este servicio duró 2 años, sin dejar el trabajo parroquial ni el acompañamiento de las CEBs urbanas al nivel nacional.
Este ritmo de vida duró 11 años. Fue para mí la oportunidad de aprender a trabajar con y desde los pobres organizados tanto en la Iglesia como en las organizaciones populares, sociales y políticas. Descubrí que ser sacerdotes era facilitar a los pobres su apropiación del Evangelio y ser los actores de su propia liberación. Juntos buscábamos cumplir con nuestro bautismo: ser profetas, sacerdotes y reyes-pastores, individual y colectivamente. Mi misión sacerdotal consistía en ser el garante de esta triple misión del pueblo de los pobres.
2 años en Roma, 1987-1989: la profundización de la opción por los pobres.
Había venido a América Latina para 7 o 8 años y ya había pasado 11. El llamado de mi padre de avanzada edad hizo que decidí regresar a su lado para acompañarlo, tal como me lo pedía. Aproveché este tiempo para inscribirme en la Universidad Gregoriana de Roma para profundizar mi formación teológica y pastoral. Mi trabajo de licencia fue sobre "la opción por los pobres": cómo hacer nuestras la opciones de los pobres, tal como lo escribieron los obispos latinoamericanos en su documento final de la reunión que tuvieron en Puebla (México, 1979). Tuve también la oportunidad de conocer experiencias pastorales en la línea de las CEBs, tanto en Asia como en África. Los tiempos de vacaciones, suficientemente amplios, me permitían de pasar largos momentos en la casa familiar... con el deseo de regresar nuevamente a Ecuador.
8 años en Nicaragua, 1989-1997: la construcción de la Iglesia de los pobres.
Pensaba regresar a Ecuador cuando la secretaría de la Conferencia Episcopal francesa, encargada de nuestro acompañamiento como sacerdotes en América Latina, me invitó a ir a trabajar en Nicaragua: deseaban a varios sacerdotes franceses con experiencia pastoral en América Latina. Éramos en 1989, a los 10 años del gobierno sandinista y 8 de guerra civil fomentada y dirigida por el gobierno norteamericano. Mi nueva parroquia, rural esta vez y centro estratégico de la contra-revolución antisandinista, pertenecía a la diócesis de Bluefields, en las costas del Mar Caribe. Era muy extensa con unos 100,000 habitantes y un centenar de capillas (o Comunidades), región de fuertes lluvias tropicales a lo largo de todo el año en una selva casi virgen. La guerra iba a seguir durante año u medio más.
Para el trabajo pastoral tenía el apoyo de 2 comunidades de religiosas y 4 diáconos. Los sacerdotes norteamericanos a cargo de la diócesis había puesto en marcha la participación de las y los laicos en el trabajo pastoral: pienso que llegó a haber unos 3,000 servidores repartidos en 27 ministerios distintos repartidos en servicios eclesiales, sociales y cívicos: de hecho era una Iglesia en manos de los laicos. Cada mes pasaba la mitad de mi tiempo a visitar las Comunidades (130 cuando salí de la parroquia) y la otra mitad para la formación de estos ministros o servidores. El trabajo era fatigoso por las condiciones climáticas y los caminos de tierra inundados. Fueron años muy gratificantes: viví muy intensamente la solidaridad y la fe con un pueblo pobre, alegre y fraterno muy entregado en medio de muchas dificultades. Era la fuerza de la Iglesia de los Pobres, soñada por el papa Juan 23.
Regreso a Ecuador, 1997: el servicio de la formación.
El paso de los años (ya tenía 55 ‘primaveras') y el esfuerzo físico constante me llevaron a buscar un trabajo menos cansado. Elegí regresar a Ecuador. Encontré acogida en Quito, la capital. Era una época bastante inestable políticamente: en 9 años 3 presidentes fueron ‘desbancados'. El pueblo ecuatoriano, encabezado por las organizaciones indígenas, ya no aceptaban ser gobernados por presidentes al servicio de la oligarquía nacional y de los intereses norteamericanos.
Estuve en varias parroquias populares de la ciudad, en sectores populares, trabajando en la línea de las CEBs. En l0 años el ambiente eclesial había cambiado mucho: seguían las distintas coordinaciones nacionales de CEBs (urbanas, campesinas e indígenas; los negros habían integrado la pastoral afro-ecuatoriana), pero los sacerdotes eran cada vez más alejados de una línea pastoral liberadora y los nuevos obispos había sido elegidos principalmente por estar cercanos al Opus Dei. Tenían miedo a la teología de la liberación y perseguían a los miembros de las CEBs y a los y las que las acompañábamos.
Al cabo de 10 años, el obispo de Quito, hoy cardenal, no renovaba mi contrato para trabajar en su diócesis por conflictos surgidos con las parroquias que trabajábamos con las CEBs. Al tener la nacionalidad ecuatoriana, seguí en Quito: las CEBs urbanas y campesinas me había pedido ayudarles para la formación teológica, bíblica y política. Desde la capital fui visitando muchos lugares del país, allí donde me llamaban para animar encuentros, retiros y cursos, generalmente los fines de semana.
Un obispo amigo, monseñor Gonzalo López -el único que apoyaba a las CEBs-, me invitó a ir a trabajar en su diócesis en la provincia amazónica de Sucumbíos, cerca de la frontera colombiana. Era por el año 2008. Acepté, pero conservando mi trabajo de formación al nivel nacional. En esta diócesis encontré una organización pastoral bastante parecida a la que había conocido en Nicaragua: una Iglesia viva, animada por muchos ministros-servidores laicos, comprometida en la defensa de los derechos humanos y de la naturaleza (frente a las empresas petroleras, madereras y turísticas.
Además de un trabajo parroquial monseñor Gonzalo me pedía ayudar a los seminaristas, unos 10, en su formación teológica. Al cabo de 2 años terminaba este servicio en Sucumbíos, poco tiempo antes de que viniera un ‘visitador apostólico' enviado por el Vaticano que sólo encontró cosas negativas en esta diócesis. Poco tiempo después, por orden de Roma, se expulsaba indecentemente a monseñor Gonzalo y a los Carmelitas encargados de la diócesis, sustituyéndolos por los Heraldos del Evangelio con misión de reorganizar todo el trabajo pastoral; felizmente la misma gente, luego de fuerte conflictos, logró que salieran de la diócesis... Mientras tanto la directora de El Telégrafo, periódico público nacional, me había pedido de escribir cada semana un artículo en la página de opinión, "algo claro y directo", lo que continúo haciendo hasta hoy.
De regreso a Quito, desde 2010, sigo con el acompañamiento a las CEBs, a veces Comunidades indígenas y otros grupos que se inspiran de la línea de monseñor Proaño, para la formación. Visito bastante regularmente las CEBs de Guayaquil y grupos afines que no tenían acompañamiento de sacerdotes ni de religiosas. Recientemente el obispo Opus Dei de Guayaquil acaba de ser sustituido por un obispo más abierto. En la ciudad hemos conformado un grupo de laicos, religiosas y sacerdotes que trabajamos en sectores populares con CEBs para apoyarnos y seguir formándonos: el nuevo obispo nos ha hecho una visita y nos ha confirmado su apoyo.
Actualmente he reducido mis actividades de visitas y de formación: los años pesan más y el cuerpo se cansa más fácilmente... Gracias a internet continúo enviando material a las CEBs, parroquias y otros grupos que me lo piden. Apoyo también la Escuela virtual latinoamericana de formación de los animadores y asesores de las CEBs, con sede en México (abierta también a quienes quieren profundizar su formación pastoral, bíblica y teológica: ver informaciones para inscribirse más adelante).
He aquí, a grandes rasgos, el camino recorrido a lo largo de estos 40 años. Me siento muy feliz. Por eso agradezco a todas/os quiénes me han acompañado y ayudado en este caminar. Según la expresión de Gustavo Gutiérrez, he "bebido del pozo de la sabiduría y de la fe de los pobres". Trato de devolver todo cuanto he recibido mediante mi amistad, alegría, solidaridad, formación, celebración de la vida y del Reino. Es una manera de ‘pagar mi deuda' por tantos regalos recibido tan abundantemente.
Les deseo ánimo en sus diversas actividades, invitándoles a ‘no dar marcha atrás' en sus experiencias de Iglesia de los pobres y esbozos de un mundo que se renueva desde los pobres por nuestros esfuerzos mancomunados.
Muy fraternalmente con todas y con todos.