Juan José Tamayo
He podido seguir de cerca la visita del papa Francisco a México, ya que ha coincidido con mi participación en el Encuentro Latinoamericano con representantes de Organizaciones Indígenas y Campesinas de América Latina en torno a la defensa de sus derechos a la Tierra, el Territorio y los Bosques, celebrado los días 13 y 14 de febrero en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el Estado mexicano más pobre, donde fue obispo Bartolomé de Las Casas, defensor de las comunidades indígenas.
La visita de Francisco no ha sido un viaje turístico al uso, ni un encuentro meramente protocolario de un dignatario eclesiástico con sus fieles seguidores, sino un recorrido por el México profundo, los lugares más lóbregos y las realidades más dramáticas que los turistas no suelen visitar. Ha tenido una fuerte carga política, social y religiosa crítica. En el encuentro con los políticos y los eclesiásticos ha roto todos los protocolos y no ha hecho concesión alguna al lenguaje diplomático.
A los políticos les ha dicho en su cara que “cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de culturas diferentes, la violencia, e incluso el tráfico de personas, el secuestro, la muerte, causando sufrimiento y frenando su desarrollo”. Excelente resumen de los más graves problemas que vive México y de los que responsabilizó a los dirigentes políticos, quienes no parece se dieran por enterados.
A los jerarcas católicos les ha exigido que “no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales”; ni vivan como príncipes, ni “pierdan tiempo y energía en las cosas secundarias, habladurías e intrigas, vanos proyectos de carrera, vacuos planes de hegemonía, infecundos clubs de intereses o de consorterías”; que se acerquen a la periferia existencial y humana de los territorios desolados; que superen las tentaciones “del clericalismo y de la distancia, del triunfalismo y de la autor-referencia, de la frialdad y la indiferencia”; que tenga coraje profético para condenar el narcotráfico. El propio papa ha predicado con el ejemplo los seis días de su visita por tierras mexicanas, dando una lección práctica de teología de la liberación.
Francisco ha hecho un análisis certero y crítico de los problemas que aquejan a la sociedad mexicana regida por un Gobierno que sigue las políticas neoliberales dictadas por el FMI, el BM, la OMC, Entre dichos problemas se refirió a la corrupción en las altas esferas del poder, la discriminación de poblaciones enteras, el narcotráfico, la violencia, que surge de la pobreza e inequidad, la explotación laboral, el crimen organizado, el tráfico de personas, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la emigración a USA con la muerte de miles de personas, el sistema penitenciario orientado a la represión, el esclavismo y el expolio al que se ven sometidas las comunidades indígenas.
El encuentro con dichas comunidades fue precisamente el motivo de la visita a Chiapas, donde visitó la tumba de obispo Samuel Ruiz que, censurado y perseguido por el Vaticano. “Muchas veces, de manera sistemática y estructural –dijo en Chiapas con tono “indignado”-, los pueblos indígenas han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerados inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, marcados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban”. Se refería a los megaproyectos energéticos, mineros, petroleros, de hidrocarburos, monocultivos, presas hidroeléctricas, turismo, etc., llevados a cabo por las multinacionales en tierras indígenas.
Pero no es oro todo lo que reluce. La visita ha tenido también sus puntos cuestionables. Uno ha sido la ingente suma de pesos costeada por el gobierno central, los gobernadores de cada Estado y los empresarios, que han preferido financiar el viaje papal a invertir en infraestructuras, servicios educativos, sanitarios, sociales, culturales. Otro, la doble personalidad de Francisco como figura religiosa y jefe de Estado y su entrada, como tal, en el Palacio Nacional que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI visitaron dado el carácter laico de la República mexicana desde la presidencia de Benito Juárez. Se negó a recibir a las víctimas de la pederastia y a las familias de los 43 estudiantes de Ayotzinapa secuestrados y desaparecidos. Faltó la condena explícita del fundador de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel por su vida nada ejemplar. Las mujeres no tuvieron protagonismo alguno y fueron de nuevo silenciadas. Escasas resultaron las referencias a los feminicidios, cuando se trata de uno de los problemas más graves de la vida cotidiana mexicana.