¿Por qué espero ir al Paraíso después de mi muerte?
Voy a cumplir pronto 77 años y aunque no estoy jubilado y sigo trabajando, es natural a mi edad pensar, sin dramatismo y con sencillez, que la muerte puede estar cerca. En cualquier momento. Un infarto masivo, una subida imprevista de la presión arterial (soy hipertenso), un accidente automovilístico, me pueden llevar a la muerte sin poder comunicarme con mi familia, mis compañeros jesuitas y mis amigos, por eso se me ocurrió escribir desde ahora las reflexiones que me gustaría trasmitir a la hora de mi muerte. Esto lo hago ahora. Primero haré unas reflexiones religiosas, luego sobre la situación actual de Nicaragua y termino dejando encargado dos a mis Superiores jesuitas, y familiares. Todo lo que les trasmitiré lo llevo muy profundo en mi corazón.
No tengo ninguna clase de bienes materiales pero quiero dejarles a mis familiares y amigos mis reflexiones. Espero que me salvaré y que iré al Paraíso con Dios por varias razones, pero sobre todo, fuertes razones.
Jesús dijo: “El que crea y se bautice, se salvará” (Marcos 16,16). Fui bautizado a los pocos días de nacido y desde mi niñez he mantenido mi fe en Dios y en su enviado Jesucristo. Fe que se ha fortalecido y madurado con mis años de vida religiosa como jesuita. El Evangelista San Juan nos afirma en su primera carta: capítulo 4, versículo 15: “Si alguno reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios”. Esta fe la expreso todos los días cuando en mi oración le digo a Jesús con fe y amor, como el Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Yo confío en su promesa.
Refiriéndose a la Eucaristía, aparecen varios párrafos de Jesús en el capítulo 6 del Evangelio San Juan. Allí encontramos esta frase: “El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna. Y yo lo resucitaré el último día”. (Juan 6,54). Desde hace 58 años vengo participando o celebrando la Eucaristía todos los días de mi vida. Siempre la Misa diaria todos estos años. Esto me da una gran esperanza. Yo confío en su promesa.
En el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, del versículo 31 en adelante, Jesús describe el Juicio Final. Él dijo: “Entonces el Rey dirá: Bendecidos por mi Padre, vengan a tomar posesión del Reino que está preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me alimentaron, tuve sed y ustedes me dieron de beber. Estaba sin hogar y ustedes me recibieron en su casa, estuve falto de ropa y ustedes me vistieron” etc “Dice también a continuación el Evangelio que éstos le preguntarán al Señor: “¿ Cuándo fue eso?” Y dice el Evangelio que Él les dirá: “En verdad les digo que cuando lo hicieron con alguno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.”. Es importante captar que Jesús no dice que lo que hago por esos pobres Él va a tomar como hecho a Él. No dice eso. Dice: “CONMIGO LO HICIERON”. Él se identifica plenamente con los pobres. Está clarísimo. En este contexto les cuento que el año 1970, después de vivir 9 meses con personas en extrema pobreza de un barrio marginado de la ciudad de Medellín, al despedirme de mis vecinos, a quien había llegado a querer mucho, en esos 9 meses de vivir con ellos me había encariñado mucho con ellos, y ese cariño me hizo sentir todos esos meses el dolor tremendo por la extrema pobreza; yo los veía como sumergidos en un mar de sufrimiento permanente, sin esperanza, entonces al despedirme de ellos les hice un juramento solemne, les dije “que dedicaría lo que me quedara de vida a la liberación de los pobres, a la lucha por la justicia, por amor a ellos, inspirados en ellos. En este presente año 2010 cumplo 40 años de aquel juramento, que sigo cumpliendo todos los días desde entonces.
En primer lugar, actualmente cumplo con mi juramento con mi trabajo en Fe y Alegría, dándoles educación de calidad a nuestros alumnos y alumnas para liberarlos de la pobreza a través de una educación de calidad que les abra un futuro digno para una vida digna y propia de seres humanos e hijos de Dios. Trabajamos con los más pobres del país, o por lo menos con gente muy pobre. Estamos “allí donde termina el asfalto, allí donde la ciudad pierde su nombre.” Esto es trabajar por la liberación de los pobres.
Pero además apoyo todos los días a 20 familias de extrema pobreza con los que hice amistad hace 13 años cuando viví en el Barrio Edgar Munguía, muy cerca de la Universidad Centroamericana (UCA). Allí estuve viviendo 3 años. Ahora estoy viviendo en la Comunidad de los padres jesuitas de la UCA. Mis amigos llegan todos los días caminando. De limosnas que recibo les doy para comida y medicinas, y sobre todo, préstamos para que puedan tener pequeños negocios vendiendo diversas cosas en sus casas y en la calle. Por eso espero, apoyado en el capítulo 25 de San Mateo, que el último día me diga el Señor: “Pasá adelante, Fernando, porque tuve hambre y me diste de comer, era analfabeto y me enseñaste a leer” etc… Yo confío en su promesa.
Pero hay otra realidad: yo soy pecador, reconozco mis pecados y debilidades. También es verdad que nunca, por la Gracia de Dios en mí, no he cometido ningún delito ni público ni privado. Porque Dios ha sido fuerte en mí. Pero reconozco que muchas veces no he estado a la altura de lo que San Ignacio de Loyola espera de nosotros los jesuitas. A pesar de mis pecados sigo esperando ir al Paraíso. En el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas, unos fariseos y letrados critican y se escandalizan de que Jesús coma con pecadores. Entonces Jesús les cuenta 3 parábolas: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida, la del hijo perdido (conocido como el Hijo Pródigo). Allí queda claro que Jesús ve a los pecadores como “extraviados”, no como perversos, sucios, malos, sino como “algo muy querido que se extravía”. Y por eso se busca, se desea, se espera, se abraza y hace fiesta cuando se recupera y no censura ni les echa en cara nada. Y hay otras escenas de la vida real de Jesús, no sólo parábolas, en que siempre perdona y en mucho casos, aún antes que el pecador le pida expresamente perdón, como con la pecadora pública en casa del fariseo Simón, la mujer agarrada en adulterio, Zaqueo, el paralítico de la camilla que le bajan por el techo de la casa y mucho otros. Yo espero que este Jesús me perdone a mí también mis pecados. Todos los días en mi oración le pido perdón al Señor por mis pecados. Yo confío en su Misericordia.
Cuando me llegue la hora de irme de esta vida, me iré muy feliz y muy agradecido con Dios por la vida que me ha tocado vivir. Agradecido a mi familia, a mis compañeros jesuitas y sobre todo por la felicidad que me han proporcionado mis maravillosos amigos y mis hermanos que los considero un verdadero regalo de Dios. Ante lo que ha sido mi vida: alegría y agradecimiento.
Pero también me iré con grandes tristezas:
Tristeza de que todavía cerca de la mitad de la población de Nicaragua vive en pobreza. Seguimos siendo el país más pobre del Continente Latinoamericano. Pero además, mientras se invierta tan poco dinero en la educación nacional, no saldremos nunca de esa pobreza. No nos engañemos tontamente, ni engañemos a nuestro pueblo. Muchos países han comenzado a invertir en serio en la educación desde finales del siglo XIX, entre ellos Costa Rica, y nosotros en Nicaragua en el siglo XXI no hemos comenzado todavía a invertir en serio en la educación. Ningún país del mundo ha salido de pobreza sino después de invertir en serio en educación. Eso lo dicen los Organismos Internacionales. Peor aún, a finales de la semana pasada (hoy es lunes 20 de septiembre) el Ejecutivo ha enviado a la Asamblea Nacional una reforma del Presupuesto Nacional, con “trámite de urgencia” y allí le quitan al Ministerio de Educación más de 54 y medio millones de córdobas. ¡Qué pena!! En vez de avanzar, vamos para atrás.
Le escuché decir al anterior Ministro de Educación, Miguel de Castilla, que en Nicaragua había medio millón de niños fuera del Sistema Educativo y medio millón más con acceso a modalidades educativas de baja calidad. Es decir, un millón con un futuro muy incierto. Es mucho para un país que tiene un poco más de 5 millones de habitantes. Esto es una bomba de tiempo que va a estallar, no lo dudemos. Para muchos de esos jóvenes puede ser que no les quede otra oportunidad para sobrevivir que caer en la delincuencia. Todos nos debiéramos interesar porque en Nicaragua se invierta en serio en educación, sobre todo el Estado, que es el principal responsable de la educación en el país. Si en alguno no hay interés en respetar el derecho inalienable a una educación de calidad que tiene todo niño y niña al nacer en esta su patria, por lo menos que lo haga por miedo, por su seguridad personal. Veámonos en el espejo de las “maras” de Guatemala, Honduras y El Salvador. Los diversos organismos que trabajamos en educación en Nicaragua firmamos que por ahora la meta es que se invierta el 7% del Producto Interno Bruto en la educación no superior. Ahora se invierte solamente el 3.8 %. Los economistas nos dicen que el 7% es posible, solamente falta una decisión política.
También me da tristeza ver la profunda y amplia corrupción en la vida política del país. Y más me entristece que algunos altos dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional participen de esta corrupción, con lo que frustraron las esperanzas que el pueblo había puesto en ellos para conseguir su liberación. Me entristece profundamente la falta de respeto y la repetida violación a la Constitución de la República, y también la falta de respeto a la Institucionalidad del país.
Tristeza de tanta violencia familiar contra las mujeres, y tantas horrendas y criminales violaciones de niñas y niños.
También me entristece el permanente extermino de nuestros bosques. Están asesinando nuestro medio ambiente y poniendo en peligro la vida futura de nuestro pueblo. Tengo más motivos de tristeza, pero creo que no éste el lugar para hacer una lista más profunda y más completa de ella.
A pesar de todas estas tristezas, soy un hombre de esperanza. El último capítulo de mis Memorias publicado hace dos años se llama: ESPERANZA. Para mí lo fundamental de ella es que creo profundamente en los jóvenes. Trabajamos juntos en la lucha contra la Dictadura Somocista desde el Movimiento Cristiano Revolucionario. Entonces fui testigo directo de su entrega, su mística, su valor ante el peligro de ser asesinados (14 perdieron la vida). Luego fui también testigo directo de las maravillas de valor y compromiso, en algunos caso hasta el heroísmo, de los 60.000 jóvenes voluntarios que se fueron a las montañas en la Cruzada Nacional de Alfabetización. Y después trabajé 5 años con la Juventud Sandinista, la juventud de la revolución. En estos tres escenarios encontré que los jóvenes tenían una fuerza interior muy grande y una entrega sin límites para trabajar en todas las tareas en beneficio del pueblo. A mí no me cuentan cuentos. Yo estuve con ellos y ellas. Ellos son mi esperanza. Sólo hace falta que la sociedad les ofrezca una causa grande, noble, bella, si es difícil, mejor, y que al frente de ella haya personas con autoridad moral. “YO ESPERO QUE LOS JÓVENES REGRESEN A LAS CALLES A HACER HISTORIA”.
Finalmente quiero dejar dos recomendaciones a mis Superiores de la Compañía de Jesús y a mis familiares:
a). Si por casualidad fuere yo secuestrado, les pido desde ahora que no den un solo centavo de rescate por mi vida. Que se ocupe ese dinero en trabajos importantes para extender el Reino de Dios.
b). Si llego a enfrentar una enfermedad en que la condición de mi vida sea inhumana e irreversible, les pido desde ahora que me desconecten de tubos y aparatos y me dejen morir en paz.
Fernando Cardenal, S.J. Septiembre del año 2010.