“Hemos recibido de algunas hermanas y hermanos muy apreciados, ciertas observaciones por haber dedicado a la visita del Papa a tierra mexicana, todos los textos de estos días. Consideramos que fue absolutamente justo y necesario. Pocas voces contemporáneas han clamado tan alto y tanto como nuestro actual obispo de Roma. Y es nuestro deber ayudar a resonar esa plegaria y grito. Pero bueno, ya está de vuelta Francisco a Santa Martha, rodeado de una comunidad que lo ama, comulga, cuida; claro que por otro lado también le rodea "cuervos y cuervas" que desesperan por colocarlo en una tumba.
Mucho de lo dicho por el Papa, aplica en el día a día nuestro. Basta observar el reclamo incesante de los habitantes amazónicos, por la contaminación. La denuncia de Ramiro Diez que a continuación reproducimos, sacude a lo que nos quede de conciencia. Equipo de la Iglesia de a pie".
Ramiro Díez
Hace cincuenta años, pobladores de una pequeña ciudad japonesa empezaron a mostrar extraños síntomas. Caídas súbitas, insensibilidad en el cuerpo, dificultad para tragar, descontrol en el movimiento de los ojos, y algunos sufrían parálisis y muerte. Los niños nacían con múltiples deformidades. Inclusive aves y mascotas tuvieron los mismos síntomas. El lugar se llamaba Minamata y no recibió mucha atención porque era gente aislada y pobre.
Pero otras personas acusaron a una empresa de envenenar las aguas de la bahía con toneladas de mercurio. Finalmente se estableció que la empresa, conociendo el daño, había ocultado sus acciones. Hubo cuatrocientos muertos y más de tres mil afectados. Ante la presión, los directivos de la empresa procedieron a suicidarse con el ritual del harakiri.
Y nos vamos a los EE.UU. En su momento, al-Qaeda quiso envenenar el agua potable de esa nación, pero sus planes fracasaron. No obstante, el objetivo lo consiguió un funcionario republicano que, para ahorrar cien dólares diarios a la ciudad de Flint, en Michigan, ha conseguido que millares de personas consuman agua envenenada con plomo y otras sustancias, al cambiar la fuente tradicional por la de una cloaca apestosa pero más cercana a los consumidores. Por los malos olores, la gente tenía que taparse la nariz al abrir el grifo y enseguida empezaron a experimentar todo tipo de problemas. De hecho la General Motors dejó de usar el agua en su planta porque corroía las piezas de los autos. Los médicos dicen que las personas han sufrido serias afecciones y, lo más seguro, daños cerebrales irreversibles, con retraso mental, en especial los más jóvenes.
Las protestas de los habitantes, desde los primeros días, fueron sistemáticamente silenciadas. Enseguida se presentaron varias muertes con idénticos síntomas, aunque con causas desconocidas. Una médica epidemióloga denunció los altos contenidos de toxinas, y el gobierno la llamó “científica deplorable”. En el momento en el que lanzó una campaña de linchamiento mediático contra la doctora, el mismo funcionario responsable ordenó enormes refrigeradores con grandes cantidades de agua especialmente embotellada, para su consumo en la oficina y en su casa.
Queda el ejemplo del harakiri colectivo en el Japón. Pero los tiempos cambian. Ahora se envenena a muchas más personas, con más conocimiento, y a los culpables solo se les ocurre contratar a especialistas en comunicación para justificar la tragedia.
Esto no sucedió hace años. Está pasando en este momento, mientras usted lee estas líneas.