Gustavo Pérez Ramírez
Historiador, Catedrático y Revolucionario Latinoamericano
El 15 de febrero se conmemoran 50 años de la muerte de Camilo Torres Restrepo, quien merece ser mejor conocido y apreciado. Le rendimos homenaje póstumo, aclamándolo como Mártir de la Liberación. Así lo calificó el obispo de San Félix de Araguaria, Matto Grosso, monseñor Pedro Casaldáliga, reclamando: “Hoy nuestro, en todo caso, Camilo de Colombia, Camilo de nuestra América”.
Menos de cuatro meses estuvo en la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), fundado el 7 de enero de 1965 por muchos de sus amigos universitarios. Ingresó reflexivamente y sin renunciar al sacerdocio, como había tomado siempre todas sus decisiones, recurriendo, en este caso, a la doctrina de santo Tomás de Aquino, sobre la legitimidad de la rebelión contra la violencia en defensa del pueblo, y convencido de que sería un proceso rápido, inscrito entre los miles de focos guerrilleros que promovía el ‘Che’ Guevara, y que en asunto de pocos años se reintegraría al ministerio sacerdotal en una apartada parroquia del país, a continuar la celebración eucarística.
Fue una faceta coyuntural de su vida, entonces comprensible, dentro de lo fundamental de su entrega y testimonio cristiano de amor, que él quería eficaz. Cuando comprendió que esta era la esencia del cristianismo, optó por el sacerdocio para dedicar tiempo completo a practicar la solidaridad, el amor y el compromiso con los pobres. Para hacer más eficaz el amor se hizo sociólogo; por eso tuvo que entrar a la arena política y se hizo revolucionario y en último término empuñó las armas y ofreció heroicamente su vida, por la salvación de su pueblo.
Si se comprometió con la revolución sangrienta fue porque quería acelerar el fin de la violencia institucionalizada, para que por fin hubiera paz verdadera. Decisión que justificó: “Creo que me he entregado a la revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la revolución, volveré a ofrecer la misa, si Dios me lo permite”, en alusión a la máxima evangélica.
La revolución le resultaba ineludible en busca de la eficacia de ese amor que lo obsesionaba. Consideramos, sin embargo, que su opción habría sido igualmente significativa, y quizás más eficaz, si hubiera persistido en la lucha política, y hubiera llevado al éxito ese Frente Unido del Pueblo encaminado a la toma del poder por el pueblo. Si bien dentro de las circunstancias de su vida y el contexto de las vivencias de su época es comprensible la opción guerrillera, no debe absolutizarse, como si esa fuera la única vía revolucionaria, ni de su tiempo ni mucho menos de todos los tiempos.
La historia se ha encargado de resucitar a Camilo, como lo sugirió uno de sus compañeros. Pongamos en práctica sus consignas: “Si es necesario para realizar el amor eficaz al prójimo, el cristiano debe ser revolucionario”; “Dejemos lo que nos divide y busquemos lo que nos une”.