Gabriel Mª Otalora
RC.- Una vez que todo el mundo ha comprobado la claridad y contundencia de los mensajes del Papa -incluidos los de su viaje a Cuba y Estados Unidos- y se ha percatado de lo bien que Francisco se mueve por los bastidores diplomáticos en busca de soluciones para tanta injusticia y en escenarios a cual más peliagudo, la reflexión me lleva un poco más al fondo de la dirección que lleva las andanzas de este profeta.
Gracias a este Papa, las desigualdades son vistas con mayor nitidez, los causantes están un poco más incómodos y la comunicación uniforme sin fisuras ha sido alterada, gracias a Dios, cuestionando directamente a quienes le están escuchando y viendo actuar. Y entre todas estas personas, que son millones, estamos también nosotros, los católicos de a pie, a quienes se nos interpela cada vez con mayor claridad.
Tengo la impresión de que Francisco está siendo descubierto por muchos millones de seres humanos que no son cristianos e incluso viven de espaldas a las religiones. Aunque, en realidad, es Cristo quien está “resucitando” en muchos corazones gracias a la Buena Noticia que provoca nuestro Papa. Y a la vez, percibo que provoca más incomodidad que entusiasmo en buena parte de las filas católicas. Por tanto, se parece bastante a la realidad que experimentó Jesús de Nazaret, quien generaba parecidas filias y fobias hasta que lo colgaron de una cruz por blasfemo a instancias de los expertos religiosos de Israel, que le odiaban tanto a él como a su mensaje.
Francisco es un profeta en toda regla que remueve conciencias para que se movilicen a favor de hacer el “Reino y su justicia”. Las dos cosas… Y ahí nos duele, porque la conversión de verdad es un clamor dar pasos de verdad pero supondría cuestionar las estructuras injustas de nuestra economía y las finanzas. Cada vez es más claro que no es política lo que predica Francisco, sino humanidad, lo mismo que hizo el Maestro. No es fácil acusarle de ser antievangélico ni de poner el acento en lo secundario de la ortodoxia, aunque ya escucho ataques cada vez más indisimulados.
El trasfondo que expone Francisco es que no valen las actitudes actuales para mejorar el mundo ni tampoco para vivir como buenos cristianos. No es suficiente aceptar incluso con indiferencia las grandes injusticias cada vez más cercanas a nosotros, precisamente porque cada vez están más globalizadas. Este trasfondo de Francisco está lleno de actitudes de justicia y misericordia, de impulsar a hechos que cambien lo que ya no se sostiene, y que a no tardar, otros tendrán la tentación de hacerlo con violencia, como no se cansa de repetir la historia.
Estamos siendo cuestionados por unas injusticias planetarias insoportables pero también lo estamos en nuestra fe occidental, todavía incómoda con Francisco y lo que representa de profeta de Jesús de Nazaret. Pero es que incluso las contradicciones bien tejidas y mejor asumidas acaban por romperse en algún momento ante la realidad tozuda. Y ahí estamos, aferrados a lo que no es esencial. Y lo sabemos.