Fray Marcos Rodríguez
Mc 9, 38-48
El texto de hoy es continuación inmediata del que leímos el domingo pasado. Es Juan el que, sin hacer mucho caso a lo que acaba de decir Jesús, salta con una cuestión al margen de lo que se viene tratando. Este texto tiene un significado aún más profundo si recordamos que, es este mismo capítulo (Mc 9,14-29), justo antes del episodio que hemos leído el domingo pasado, se cuenta que los discípulos no pudieron expulsar un demonio.
Una vez más, Jesús tiene que corregir su afán de superioridad. Siguen empeñados en ser ellos los que controlen el naciente movimiento en torno a Jesús. Con el pretexto de celo, buscan afianzar privilegios. Seguramente se trata de un problema, planteado ya en la comunidad donde se escribe el evangelio. El resto de lo que hemos leído no es un discurso, sino una colección de dichos que pueden remontarse a Jesús.
No es de los nuestros. El texto griego dice: “porque no nos sigue a nosotros”. Este pequeño matiz podría abrirnos una perspectiva nueva en la interpretación. Solo pronunciar esta frase, supone alguna clase de exclusión y una falta de compresión del evangelio. Todo lo que nos hace diferentes como individuos es accidental y anecdótico. Unirnos a un grupo con la intención de ser superiores y más fuertes es una amplificación del ego.
Muchas veces me habéis oído hablar de las contradicciones del evangelio; pues hoy lo vemos con toda claridad. (Mt 12,30) dice exactamente lo contrario de lo que acabamos de oír a Mc: “El que no está con nosotros está en contra nuestra, y el que con nosotros no recoge, desparrama.” En Lc encontramos las dos fórmulas, (10,50) y (11,23); así que no hay manera de desempatar. Además, estas palabras de Jesús están en contradicción con lo que él mismo dice en (Mt 7,22) “No hemos profetizado en tu nombre, y no hemos expulsado muchos demonios… Yo les responderé: No os conozco de nada, apartaros de mí, malvados”.
La contradicción es aparente. El mensaje del Jesús no se puede meter en conceptos. La razón necesita crear opuestos para poder explicar la realidad. Sólo puede entender lo que es el frío en contraposición con lo que es el calor. Entenderá lo que es el color blanco, sólo cuando tenga la idea de negro. La luz sólo se puede comprender si tenemos en cuenta la oscuridad. Para poder afirmar algo como verdadero, tenemos que considerar lo opuesto como falso. En el orden espiritual, una formulación puede ser falsa y verdadera.
El que no está conmigo está contra mí, se refiere a que la pertenencia al Reino es una opción personal, no es lo natural, no viene dada por el ADN. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por descubrirlo y entrar en él. Recordad las frases del evangelio: “El reino de los cielos padece violencia y solo los esforzados lo arrebatan”; y “estrecha y angosta es la senda que lleva a la vida y pocos dan con ella”. Para entrar en el reino es imprescindible un proceso. Hay que nacer de nuevo, y para ello es preciso morir a lo terreno. La pertenencia al Reino es responsabilidad de cada individuo, exige una actitud vital y positiva de cada uno.
En el orden del ser, ese mecanismo no funciona. En realidad las cosas simplemente son y punto. Las contradicciones que encontramos en el evangelio son consecuencia de esta necesidad de la razón de comprender. En el punto que nos ocupa, nadie tiene que estar contra nosotros ni nosotros tenemos que estar contra nadie. En el momento que diga que hay alguien a favor mío, estoy diciendo que hay alguien en contra. Esta es la trampa del lenguaje cuando lo aplicamos a las realidades eternas.
El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Quiere decir, que del Reino no se excluye a nadie. Todo el que busca el bien del hombre, está a favor del Reino, que predica Jesús. Solo queda fuera el egoísta que rechaza al hombre. La posesión diabólica era el paradigma de toda opresión. Expulsar demonios era el paradigma de toda liberación. En contra de todos los movimientos religiosos de la época, saduceos, fariseos, Qumrán, etc., Jesús anuncia un Dios que es amor y que no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores.
La pretensión de exclusividad, ha hecho polvolas mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos. Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera definitiva, es la mejor manera de entrar en el integrismo, fanatismo e intransigencia. Monopolizar a Dios, es negarlo. Poner límites a su amor es ridiculizarlo. Nuestra religión ha ido más lejos que ninguna otra en esa pretensión de verdades absolutas. Recordad: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Fuera de la Iglesia hay salvación, y a veces, más que dentro de ella.
En un ocasión en que no los recibieron en Samaría, Santiago y Juan dicen a Jesús: ¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que les destruya. Jesús les reprendió, pero algunas traducciones añaden: no sabéis de qué espíritu sois. Seguimos sin enterarnos del espíritu de Jesús. Seguimos pretendiendo defender a Dios, sin darnos cuenta de que estamos defendiendo nuestros intereses más rastreros.No se trata simplemente de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar todo lo que hay en los demás de bueno.
Entre el episodio de la primera lectura y el que nos narra el evangelio hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica. Desde que se escribió el evangelio hasta hoy, han pasado veinte siglos, y aún no nos hemos movido ni un milímetro. Seguimos esgrimiendo el “no es de los nuestros”. Todo aquel que se atreve a disentir, todo el que piense o actúe de modo diferente sigue excluido. Incluso arremetemos contra todo el que se atreve a pensar.
Tenemos que decirlo con toda claridad. Para los seres humanos ha sido mucho más nefasta la idolatría teísta que el ateísmo. Las mayores barbaridades de la historia se han cometido en nombre de dios. Es un ídolo el dios que hace diferencia entre buenos y malos. Es un ídolo el dios que depende de lo nosotros hagamos para estar de nuestra parte o en contra nuestra. Claro que ese dios nos tranquiliza, porque si él hace eso, está más que justificado que nosotros estemos a favor de los nuestros y en contra de los que no lo son.
El espíritu de Jesús va mucho más allá de lo que abarca el cristianismo oficial. Se ha acuñado una frase últimamente: “patrimonio de la humanidad”, que se podía aplicar a Jesús sin restricción alguna: Cristo no es de la Iglesia. En realidad, el mensaje de Jesús no se puede encerrar en ninguna iglesia o institución religiosa. Jesús intentó que todas las religiones, incluida la suya, descubriesen que el único objetivo de todas ellas es hacer seres cada vez más humanos. Cualquier religión que no tenga esa meta, es simplemente falsa.
Que en el evangelio de Mc, la causa de Jesús no coincida con la causa del grupo de los doce, es un toque de atención para los cristianos de todos los tiempos. Jesús no es monopolio de nadie. Todo el que está a favor del hombre está con él. Todo el que trabaja por la justicia, por la paz, por la libertad, es cristiano. Nada de lo que hace a los hombres más humanos debe ser ajeno a un seguidor de Jesús. Es inquietante que todas las grandes religiones monoteístas hayan sido y sigan siendo causa de las mayores divisiones y guerras.
Ha llegado el momento de cambiar los parámetros de pertenencia. Debemos olvidar si “tenemos papeles” de cristianos o de budistas o de mahometanos, y valorar si de verdad luchamos por el bien de todo ser humano. Los jóvenes de hoy van es esta dirección, por eso critican y se apartan de nuestra religión. No están de acuerdo con ese cristianismo formal que a nada nos obliga y que lo único que aporta son falsas seguridades. Por fortuna, todos pertenecemos a un mismo Dios, es decir, lo esencial de cada uno de nosotros es idéntico.