MONS. GONZALO LOPEZ M.

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sábado, 12 de septiembre de 2015

El hombre que no engañaba a nadie


Ramiro Díez

Hay niños que, por suerte, nacen para orgullo de los humanos. Uno de ellos vio la luz en Francia, un invierno de 1875. Su familia era culta y su padre era pastor protestante. Aquel niño que creció en medio de libros y de música, con pan y abrigo, se llamó Albert Schweitzer. Con los años se hizo arquitecto, políglota, escritor, filósofo, llegó a ser el mejor organista clásico de toda Europa especialista en Bach, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz y era primo de otro famoso personaje llamado Jean Paul Sartre.

A pesar de una rígida formación religiosa, cuando Schweitzer apenas era un niño, inventó su propia manera de rezar. En vez de “Danos hoy nuestro pan de cada día”, decía en voz baja: “No es justo que nos des todo el pan a quienes todo lo tenemos, Señor. Acuérdate también de los otros, de los que sufren, de los que tienen hambre. Dales a ellos, también, el pan. Y cuida al buey y a la hormiga y a todos los seres vivientes. Que nadie les haga daño y que puedan dormir en paz.”

Cuando tenía 30 años y era rico y famoso en Europa, Albert Schweitzer encontró a dos amigos italianos que venían de África. Ellos le contaron acerca de las inhumanas condiciones en que vivían las poblaciones negras, de sus enfermedades y dolores, de la explotación que sufrían, y esa misma tarde le dijo a su Helena Bresslau, su esposa, que estudiaría medicina. Siete años más tarde, al día siguiente de su grado, viajó con ella a Gabón, al África ecuatorial. Allí, a la vera de un camino polvoriento, con una sábana, un botiquín y cuatro palos, improvisó su primer consultorio con un letrero que decía: “Consulta médica gratuita.”

Los nativos no le creían. Era la primera vez que veían llegar a un blanco sin látigo, sin Biblia o sin fusil en la mano. Era la primera vez que alguien llegaba para ayudarlos de verdad. Y a pesar de su condición de teólogo, proclamó otros principios: “No puedo aceptar ninguna religión que no incluya entre sus mandamientos el respeto por los animales.” En alguna ocasión le pidieron consejo para salvar a un antílope recién nacido, cuya madre había sido matada por un cazador. Entonces recomendó: “Leche sin azúcar, aire, un poco de sol, y mucho amor. Por el cazador no podemos hacer nada.” Así, entre los más pobres de la tierra, el doctor Schweitzer vivió hasta los 90 años y un día se apagó como una llamita al viento. Allí, en el África, cuentan que en las noches los tambores y las voces piden a los dioses que nazcan hombres blancos como él, siquiera una vez, cada mil años. Pero parece que son sordos.