Carol Delgado Arria
Embajadora de Venezuela en Ecuador
Con sorpresa y preocupación leí el pasado domingo 6 de septiembre el artículo de opinión ‘Pobres y apaleados’ de monseñor Julio Parrilla, obispo de Riobamba, en referencia a la situación de la frontera colombo-venezolana. Carente de contexto y plagado de imprecisiones, me impactó el tono inquisidor de este representante del papa Francisco - paradigma de humildad, empatía y resonancia- para con un gobierno humanista, cristiano y socialista como el venezolano, que ha dado acogida solidaria a 5’600.000 colombianos a lo largo de 50 años de violencia en la hermana Colombia, multiplicando los panes con la alegría de espíritu que da compartir las cargas.
Cuando usted monseñor, en un marco de prejuicios ideológicos y desconociendo la realidad fronteriza expresa “hasta qué punto de miseria moral se puede llegar por arte y magia de una política maldita que supedita la dignidad de la persona a los intereses del poder” no nos sentimos aludidos, nuestros hermanos colombianos han huido de la pobreza y la violencia para encontrar en Venezuela un hogar para sus familias, dignidad, educación y salud gratuitas. Si su lenguaje de odio no sirve a Dios ni a sus propósitos, entonces ¿a quién sirve? Cabe también preguntarse, ¿si en efecto los colombianos hubiesen sido maltratados, por qué querrían volver?
Si el modelo Socialista de Venezuela es paradigma del fracaso, ¿por qué hay crisis en Colombia cuando se cierra la frontera? ¿Por qué ha recibido Venezuela más de 120 mil migrantes anuales procedentes de Colombia durante el gobierno del presidente Santos?
Tanto el cierre de la frontera como las repatriaciones de ciudadanos colombianos indocumentados han sido medidas de último recurso para el Estado venezolano, orientadas a preservar la dignidad y los derechos humanos de la población venezolana, particularmente la fronteriza. Dichas medidas buscan conjurar un conjunto de conductas anti-sistémicas graves perpetradas por bandas armadas de delincuencia organizada con control territorial: contrabando masivo de alimentos, medicinas y gasolina hasta el punto de vulnerar severamente el derecho de los venezolanos (y los colombianos residentes en nuestro país) a acceder a los bienes necesarios para la vida, ataque intensivo al signo monetario venezolano vía manipulación cambiaria, sicariato (asesinatos, descuartizamientos, decapitaciones), narcotráfico, abigeato, secuestros, robos, explotación sexual infantil, todo en un ambiente de intimidación y extorsión generalizada de la población.
Monseñor, la frontera vive una situación de soberanía feudal o parcelada donde la gobernabilidad de hecho ha quedado en manos de grupos armados delincuenciales mientras la población, víctima de semejantes irregularidades, clama por orden, control para poder vivir en paz y sana convivencia.
Restablecer la paz en la frontera, para reintegrar a la Colombia próspera de las grandes ciudades con la Colombia precarizada de las regiones limítrofes, es quizá el mayor desafío de nuestra región en el siglo XXI, un reto mayor para la Unasur y la Celac.
Venezuela, solidaria y presta a compartir las cargas, propone forjar una Nueva frontera de Paz, crear alternativas reales de convivencia tanto para esta Colombia que padece y tolera la invisibilidad histórica, como para sus hermanos venezolanos; una actitud que responde a las enseñanzas del comandante Hugo Chávez, quien nos enseñó a ver en los ojos de los excluidos a nuestro Señor Jesucristo.