Juan Montaño Escobar
O el miedo del blanco a su invento, el poder político racializado. Ahí donde quiso que la economía política tuviera dos colores contradictorios, apropiación y su contrario, ideó falsa ciencia, creó cierta estética, involucró cultos institucionales, acarreó de donde no había una moral elástica deshumanizadora, cuando puede aprueba leyes perversas y tiene habilidades para metamorfosear la maldad del reparto de bienes. Y si todo aquello falla están las policías para matar en nombre del ‘orden y progreso’. Este jazzeo cimarrónico se dibuja y colorea solito, apenas hay que mirarlo con ojos emancipados.
De la burguesía blanca brasileña, negadora de la negritud y del racismo en Brasil, a la ideología fraudulenta de la democracia racial y el continuo retorno al mismo punto de partida: el miedo del blanco a un efectivo poder político negro. Primero Lula da Silva y después Dilma Rousseff se decantaron por las acciones afirmativas, cónchale, le rascaron las bolas al monstruo del racismo brasileño y ahí están como modelo de escarnio para que ningún político, mujer u hombre, vuelva adquirir valentía para reconocer que es el país con mayor afrodescendencia. Y discriminada hasta el genocidio. La escritora Eliane Brum denunció que “320 mil negros fueron asesinados por armas de fuego entre 2003 y 2012, una ciudad de tamaño medio de cadáveres del mismo color”, El País (versión digital), España, 29 de mayo de 2015. Muchos a manos de la Policía que primero dispara y después justifica.
De acuerdo, camaradas, algunos líderes del Partido dos Trabalhadores (PT) están embarrados en vainas de corrupción, hicieron pactos diabólicos con el lumpen brasileño de frac (mire para allá, a Michel Temer), su dribbling político terminó en el propio arco y el firmamento mediático se le vino encima sin atinar protección. A favor del progresismo latinoamericano, la presidenta (impedida) Dilma Rousseff hasta este miércoles no la han acusado de ladrona. Al revés, aquella imagen desolada, en una comisaría de Río de Janeiro (1970), de sus tiempos de guerrillera ha conectado tiempos de agobios. Al margen de simpatías o antipatías, cualquiera puede demostrar que fue un golpe de Estado (blando, gelatinoso o como quiera que sea su consistencia), no contra un radicalismo de izquierda, sino para mantener el privilegio del histórico Brasil blanco.
No es el primer golpe de Estado racista, pero sí es el más descarado y ruin efectuado por una jorga inclasificable. Apoyado por personas que se muestran textualmente así: “Las balas que matan a niños negros no son perdidas, son preventivas”. Es posible que esos racistas del golpe sean buena gente, amigos de Pelé y disfruten de una feijoada (prima hermana del tapao); no se equivoquen, el racismo no es solo cosa del corazón o ‘llaga de la humanidad’, Frantz Fanon lo precisa: “El racismo, lo hemos visto, no es más que un elemento de un conjunto más vasto: el de la opresión sistemática de un pueblo”, Racismo y Cultura, p. 40.