Jesús Bastante
"Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo donde las inmensas riquezas están en las manos de unos pocos". El Papa Francisco lanzó un rotundo mensaje sobre la misericordia y la salvación, tomando el Evangelio del rico y de Lázaro. "Ignorar a los pobres es despreciar a Dios", clamó.
El Papa Francisco tiene alergia. La primavera romana, como la madrileña, es muy traicionera con las gramíneas, y con otras cuitas que nos igualan. Los que no sufren la alergia a Roma, o la superan, son los miles de peregrinos que han vuelto a hacer rebosar la plaza de San Pedro. Cada vez más, siguiendo al Papa de los pobres, al que no tiene miedo a clamar contra las injusticias de un mundo que se desangra.
En esta ocasión, y delante de una imagen de San Juan Pablo II en el aniversario de su nacimiento, Francisco reflexionó sobre el pasaje del Evangelio de Lucas que habla de la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro. "La vida de estos dos hombres siempre corrieron paralelas, como vasos no comunicantes", subrayó Bergoglio, quien incidió cómo, en vida de ambos, "la puerta de casa del rico siempre estuvo cerrada al pobre, que se conformaba con comer cualquier cosa que caía en la mesa del rico".
Lázaro, cubierto de plagas. El rico, con un gran banquete. A la espera del Juicio Final, en el que Jesús recordaría al rico que no le había dado de comer, ni de beber, ni un vestido, ni un alojamiento. Y es que "Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo donde las inmensas riquezas están en las manos de unos pocos".
Pero cuando mueren, "mueren los dos. Tienen el mismo destino. Todos nosotros, no hay excepciones a esto", recordó el Papa, quien apuntó cómo el pobre asciende con Abraham al cielo, mientras el rico se consume. Y sólo entonces se revuelve suplicando ayuda. "El rico excluyó a Lázaro. No lo atendió en ningún momento. Ignorar a los pobres es despreciar a Dios. Y esto debemos tenerlo claro", incidió el Papa.
Francisco recordó que, en la parábola, "el rico no tiene un nombre, sólo un adjetivo, mientras el nombre del pobre es repetido cinco veces. Lázaro significa 'Dios ayuda'. Lázaro, que llama a la puerta, es un reclamo a los ricos para acordarse de Dios, pero el rico no recoge esa petición". Y es que, "el rico fue condenado a los tormentos del infierno, no por sus riquezas, sino por no compadecerse del pobre".
"El rico reconoce a Lázaro, y le pide ayuda, pero antes hacía como si no le veía", denunció el Papa. "Cuántas veces, cuánta gente hace como que no ve a los pobres. Para ellos los pobres no existen. Primero le negaba sitio en su mesa, y ahora le pide que le dé de beber".
Abrahan, en persona, ofrece la clave. "Bien y mal están distribuidos para compensar la injusticia terrena", recordó Francisco, quien apuntó que "la puerta que separaba en vida al rico del pobre se ha transformado en un gran abismo. El rico tenía la posibilidad de salvarse: abrir la puerta y ayudar a Lázaro. Ahora, tras la muerte, la situación es irreparable".
"La misericordia de Dios sobre nosotros está unida a nuestra misericordia con el prójimo. Cuando esta no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado. Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, ¡estoy perdido!", apuntó el Papa, quien también recordó cómo el rico, sabiéndose perdido, pide al menos que Lázaro vuelva a la tierra para advertir a sus hermanos. "Que escuchen a los profetas. Para convertirnos no debemos esperar actos prodigiosos, sino abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar al prójimo".
"El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en el corazón. Por eso, fue incapaz de abrir los ojos y abrirse a la compasión del pobre", concluyó el Papa, quien apuntó que "ningún mensajero o mensaje podrán sustituir al pobre que encontramos en el camino, porque en él está Jesús. Todo aquello que hagáis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí, dice Jesús".