Juan Carlos Morales
Escritor y periodista ecuatoriano
Alguna ocasión, Antonio Skármeta decía que –en el caso de un relato- una tensión enorme, como un terremoto, inundación o golpe militar, hacía que los personajes asumieran esa catástrofe según sus perspectivas. Así, los unos se unirían para sacar a un país adelante, los otros, acaso, permanecerían inmovilizados y algunos pocos se mostrarían de cuerpo entero, donde se incluye la miseria humana.
Pero lo que está viviendo Ecuador tras el terremoto costero, lamentablemente, no es un juego de la literatura. Por suerte, la solidaridad demostrada es uno de los valores, pero también están quienes detienen ese avance. Podríamos llamarlos pesimistas.
A lo largo de nuestra historia, en cada desastre, han existido esas visiones. Por ejemplo, en el terremoto de Riobamba de 1797, una parte de la población asentada en Sicalpa se negaba rotundamente a trasladarse a la llanura de Tapi e hizo que se demorara el proceso reconstructivo. Pero está el otro lado. En 1868, tras el terremoto de Ibarra, 550 personas resistieron, entre abandono y lluvia, cuatro años hasta reconstruir su ciudad en 1872 (en estos días se conmemora la celebración de El Retorno, obviamente suspendida). En Ambato, en 1949, ante la desolación, años después, se creó la fiesta de las Flores y de las Frutas.
Alvin Toffler analiza estos comportamientos con una frase contundente: “Predicar pesimismo es uno de los modos más fáciles de disfrazarse de sabio”. Recalca que el pesimismo permanente es un sustituto del pensamiento y esos, dicen, abundan en las redes.
“Ningún pesimista descubrió jamás los secretos de las estrellas, o exploró una tierra no cartografiada, o abrió ningún cielo nuevo para el espíritu humano”, escribió Helen Keller, la notable autora ciega y sordomuda que viajó por treinta y nueve países, escribió once libros, inspiró dos películas ganadoras de un Oscar y luchó por los derechos de los ciegos hasta su muerte a los ochenta años. Dwight Eisenhower, el presidente norteamericano que lideró el desembarco aliado en Normandía contra los nazis dijo: “El pesimismo nunca ganó una batalla”. Siguiendo a Toffler, explica que durante la revolución industrial quienes se oponían a ese hecho histórico desencadenaron también otras realidades. “De su temor y su ira contra la modernidad, con su creciente laicismo y racionalidad, surgió el pesimismo romántico expresado en la poesía de lord Byron y Heinrich Heine, la música de Richard Wagner y la filosofía del pesimismo de Schopenhauer”. “Toda vida es sufrimiento”, decía este último.
Como país, hemos vivido profundas épocas de pesimismo, como tras la debacle con el Perú en la guerra de 1941. No se entiende de otra manera la canción Vasija de barro. Pero ahora, no tenemos ese tiempo. En estas horas difíciles hay que apostar por el optimismo, pero radical. Siempre me siguen las palabras de Arturo Andrés Roig: “Nosotros los latinoamericanos no podemos darnos el lujo de la desesperanza”, mientras tarareo “Yo nací en este país”, escrita en plena crisis bancaria, que incluye a los canallas que nos quitan la ilusión.