Fray Marcos Rodríguez
Jn 20, 19-23
La liturgia remata el tiempo pascual con tres fiestas importantes. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de la realidad trascendente que llamamos Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos absolutamente nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo y vivirlo.
Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada de Dios ESPÍRITU. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.
El relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar adecuadamente. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lc nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad, no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos más llamativos que se habían utilizado ya en el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.
Por lo tanto, no se trata de celebrar un acontecimiento. El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lc narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, que se había convertido en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. En Jn, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día de Pascua.
Sobre el Espíritu Santo, no es fácil superar una serie de errores que todos llevamos muy dentro. No se trata de ningún personaje distinto del Padre y del Hijo, que, por su cuenta anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO desmaterializado y más allá de toda imagen antropomórfica. No debemos pensar en él como un don que nos regala el Padre o el Hijo, sino en Dios como DON absoluto que fundamenta todo lo que nosotros podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el primer fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.
También debemos tener mucho cuidado al interpretar la palabra “Espíritu” cuando la encontramos en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es casi imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante se refiere a una fuerza invisible pero muy eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades normales. Recordemos que el significado primero de la palabra es “viento”, o mejor, el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida. Este primigenio significado nos abre una perspectiva muy interesante para nuestra reflexión.
En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: "concebido por el Espíritu Santo”. "Nacido del Espíritu”. "Desciende sobre él el Espíritu”. "Ungido con la fuerza del Espíritu”. “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”.Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.
En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu que les va a dar también energía para llevarla a cabo. De esa fuerza, nace la nueva comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.
La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.
No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas privilegiadas, a los que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos teníamos que proponernos como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser seres humanos cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, psicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos al mínimo el campo de nuestras posibilidades.
La experiencia del Espíritu es de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado con demasiada frecuencia para justificar privilegios y poderes especiales. El más poseído del Espíritu es el que más dispuesto está a servir a los demás.
El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.
En la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender esta devaluación del Espíritu. Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hacer sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder mágico a las palabras que hoy llamamos “consagración”.
La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones y caprichos. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.
Meditación-contemplación
Toda vida espiritual es obra del Espíritu.
Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo.
Yo necesito a Dios para ser.
Él me necesita para manifestarse.
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“Todos hemos bebido de un mismo ESPÍRITU”.
Pero es que es el ESPÍRITU el que nos tiene que sorber.
Él es más que yo y me tiene que transformar en él.
No debo manipularlo, sino dejar que me cambie a su antojo.
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Dios es amor, y el ser humano puede descubrir y vivir ese amor.
Siempre que amo de verdad, hago presente a Dios,
porque el amor con que yo amo, es el mismo amor que es Dios.
No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí.
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