MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

jueves, 12 de mayo de 2016

Gonzalo, obispo de la Iglesia de los Pobres, para siempre



Padre Pedro Pierre

La noticia de la muerte, el 7 de mayo pasado en África, de monseñor Gonzalo López Marañón, de feliz memoria, nos ha sorprendido; parece que la malaria tuvo razón de sus 84 años. Gonzalo, amigo: descansa en paz. Te lloramos y te cantamos.

Siendo ciudadano ecuatoriano, no pudiste terminar tus días en Ecuador, tierra que tanto amaste, porque te defenestraron irrespetuosamente del Vicariato Apostólico de Sucumbíos y te impusieron volver a tu primera patria. Sufriste en carne propia una página bien oscura de nuestra Iglesia católica nacional y romana, con la complicidad del Opus Dei y de los Heraldos del Evangelio. Eras para Ecuador y América Latina el último baluarte oficial y luminoso de la Iglesia de los Pobres en el país.

Durante más de 40 años presidiste, con tu congregación carmelita, la Iglesia de Sucumbíos. Fuiste el defensor incansable de los derechos de pueblos nativos y de la selva amazónica atropellados inmisericordemente por la colonización salvaje, la deforestación masiva, el turismo degradante y la contaminación petrolera.

Inspirándote en la pastoral liberadora de monseñor Leonidas Proaño, la doctrina social de la Iglesia católica, el Concilio Vaticano 2° y los grandes Documentos de la Iglesia latinoamericana, en particular el de Medellín (Colombia, 1968) construiste la Iglesia en Sucumbíos desde los pobres y los laicos, solidaria, misionera y ministerial. Dejaste en tierra ecuatoriana, latinoamericana y europea una huella imborrable de testimonio evangélico fraterno, cercano, alegre y esperanzador. La Universidad Andina Simón Bolívar reconoció tus méritos y te declararon eminente Doctor Honoris causa y el mismo presidente Rafael Correa te condecoró del mérito nacional por tu obra humanizadora y evangelizadora.

Nada de eso impidió que los vientos helados del Vaticano te maltrataran y te exiliaran. Hasta tuviste que hacer, tú, obispo reconocido nacional e internacionalmente, una huelga de hambre en Quito para la reconciliación de la Iglesia en Sucumbíos y Ecuador.

La misión humanitaria y eclesial era tu brújula. Por eso pediste servir en África, continente devastado por la ambición descarada y el saqueo insaciable de las grandes potencias y multinacionales del norte. Antes de viajar el papa Francisco te dio su bendición, viento cariñoso de la misericordia sin frontera, después de una larga entrevista para conocer el entramado eclesiástico ecuatoriano y sanar las heridas malévolas.

Aquí, ‘los de a pie’, te seguiremos la pista y nos bendecirás desde el cielo nuevo y la nueva tierra que gozas en plenitud. Entraste en el panteón cristiano de los Padres de la Iglesia de los Pobres en América Latina. Bien se te puede aplicar el elogio que hace el libro bíblico del Sirácides de los antepasados ilustres: “El Señor les dio una bella gloria, que es una parte de su gloria eterna… Guiaron al pueblo con sus consejos, le enseñaron con sus palabras llenas de sabiduría… Si bien ellos dejaron un nombre… otros cayeron en el olvido, desaparecieron como si no hubieran existido”.