ESPIRITUALIDAD CAMINANTE (cristiana y ecuménica)
Un año más hemos celebrado la Semana Santa, el centro de todo el año litúrgico, ya que en ella se hace memoria, de modo específico, del misterio pascual, el misterio central del cristianismo: la muerte y Resurrección de Cristo.
La Semana Santa cristiana debería ser mucho más que una fiesta religiosa, ya que el cristianismo no es simplemente una religión (de hecho, en él hay una crítica muy dura contra la religión cuando se pone por encima de la vida, cuando se sacraliza), debería ser una verdadera “memoria subversiva integral” contra todo lo que oprime al hombre, en especial, a los pobres, dado que esas fuerzas opresoras ( en especial, autoridades religiosas y políticas injustas y dominadoras de los pobres) fueron las que mataron a Jesús y quedaron desautorizadas por el Padre cuando lo resucitó.
En la Semana Santa hay una fuerza de liberación muy grande cuando se vive desde parámetros evangélicos y místicos, y no desde meros parámetros religiosos.
Recordamos en ella que la Vida está sobre la religión, que la religión sacralizada mató a Jesús y es una fuerza de alienación que utiliza a Dios para oprimir a los hombres. Que esta religión se une a la política para justificar la situación de dominación y alienar a la gente, generando en ella miedo y culpa, que luego se pretenden “liberar” provocando una catarsis emocional religiosa no terapéutica, en vez de tomando conciencia de la injusticia y adquiriendo lucidez para combatirla de modo ético. Hay en ocasiones una verdadera parodia del verdadero sentido del cristianismo.
En muchas ocasiones, pareciera que el cristianismo, que nació para combatir ese tipo de mentalidad religiosa alienada, ha sido pervertido hasta el punto de convertirlo en una fuente de alienación colectiva, como denunciara Marx, con mucha razón.
La semana santa se ha sacralizado en muchas ocasiones, convirtiéndose en una fiesta religiosa que se vive desde parámetros sacrificiales como una gran catarsis colectiva contra un miedo y una culpa malsanas e inoculadas socialmente, que las clases dominantes utilizan para lograr una “válvula de escape” emocional que haga que los dominados se “aligeren” momentáneamente de su malestar, sin tomar conciencia de las causas sociales y políticas, entre otras, que lo están causando.
Teniendo en cuenta este peligro, creo que, en la Iglesia actual, continúa habiendo un excesivo peso de las celebraciones litúrgicas religiosas como si ellas fueran la expresión fundamental del ser cristiano. Este estilo de “iglesia de celebraciones” es propio de otro momento, del momento de cristiandad, cuando la Iglesia era una organización de masas que regulaba la vida social. Hoy deberíamos caminar hacia un modelo de iglesia que, sin abandonar la expresión simbólica y religiosa (no sacralizada), de la fe, ponga su centro en la experiencia mística y en el compromiso ético en la vida. La iglesia desde el vaticano II renuncia a un modelo de iglesia de cristiandad que pretende tener el protagonismo en la sociedad, y pasa a un modelo de iglesia de compromiso personal de la fe, con una dimensión social también, centrada en la defensa del ser humano frente a los poderes y sistemas sociales que le oprimen, en especial, centrada en la defensa de los más débiles y empobrecidos frente a los ricos. Pero realizado sin protagonismos, colaborando con todos y todas las que combaten por un mundo más justo y más humano.
Es importante recordar el sentido de la liturgia en el cristianismo, ya que la liturgia cristiana es en realidad toda la vida del cristiano y no sólo el momento de una celebración religiosa, en el cual sólo se hace visible de un modo especial lo que está en toda la vida. La Vida está sobre la celebración litúrgica en el cristianismo. Entendida de este modo (toda la vida como sacramento) la liturgia es el centro y la meta de toda vida cristiana como más o menos recordaba el Concilio Vaticano II en la “sacrosantum concilium”, pues toda la vida es liturgia.
La liturgia cristiana relativiza la celebración religiosa, poniéndola al servicio de la vida y no al contrario (el sábado para el hombre y no al contrario decía Cristo). Esto no anula la necesidad y el valor de las celebraciones religiosas, formando parte también de la vida del hombre.
Cuando vemos como se vive y se celebra la semana santa no queda la menor duda de que aún queda mucho que caminar, si bien, son muchos/as cristianos/as los que lo viven de un modo muy distinto y mucho más evangélico que religioso, gracias a Dios.