(Gn 1,1-31) (Ex 14,15-15,1) (Is 55,1-11) (Ez 36,16-28)
(Rom 6,3-11) "Por el bautismo hemos sido incorporados a su muerte...
(Mt 28,1-10) Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.
Es la fiesta de la Vida de Jesús y de la mía. Si no hacemos nuestra esa vida, las celebraciones, por muy solemnes que sean, quedan sin sentido.
Decíamos al principio de la cuaresma que no se podía entender ese tiempo litúrgico sin tener presente la Pascua. Hoy al celebrar la resurrección de Jesús, damos sentido a todo ese tiempo de preparación para este acontecimiento. Naturalmente, no se puede resucitar si antes no se ha muerto. Tal vez sea este aspecto el más complicado para nosotros hoy. Por eso nos conformamos con celebrar externamente lo que sucedió a otra persona en una fecha histórica ya muy lejana.
El centro de esta vigilia no es directamente Jesús, sino el fuego y el agua como principios imprescindibles para la vida. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua. Recordar y renovar nuestro bautismo, es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy el fuego y el agua simbolizan a Jesús porque le recordamos como Vida. En el prólogo del evangelio de Jn dice:
La vida que esta noche nos interesa, no es la física (bios), ni la síquica (psiques), sino la espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús. La vida biológica no tiene ninguna importancia en lo que estamos tratando. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. La biológica y la síquica tienen importancia, solo porque son la que nos capacitan para alcanzar la espiritual. Sólo el hombre que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia solo como instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva.
Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa plenitud de Vida. Jesús, como hombre, alcanzó la más alta cota de esa Vida. Posee la Vida definitiva que es la misma Vida de Dios. Esa Vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad.
Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, sólo puede ser objeto de fe pascual. Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren los seguidores de Jesús, que tiene que estar él VIVO. Solo a través de la vivencia personal podemos aceptar nosotras la resurrección.
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero el alcanzar y vivir lo significado, es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir, amando.