El Papa tuvo la honestidad de renunciar a un cargo que no podía más
llevar adelante. ¿No será el colapso de una institución que quiere
mantenerse como monarquía absoluta? El Concilio Vaticano 2° hace 50 años
buscó abrir “puertas y ventanas” para que entre aire fresco y se salga
al encuentro del mundo moderno. Lastimosamente pronto se volvieron a
cerrar.
Ya son más de dos siglos que la Revolución Francesa, desde 1789, nos
hace caminar por la democracia, todavía con muchos tropiezos; pero por
allí se está yendo. En la Iglesia católica poco se ha avanzado en este
sendero y sus máximas autoridades se aferran a una concepción del poder
totalmente contraproducente.
Ya va a ser un siglo de la Revolución Rusa que emprendió el camino
hacia el socialismo, más respetuoso de los trabajadores explotados por
el capitalismo voraz. La actual crisis europea demuestra fehacientemente
a dónde conduce. En la Iglesia católica, seguidora de las primeras
comunidades cristianas en las que “todo ponían en común y donde no había
necesitados”, hace falta más fraternidad y abandono de privilegios para
vivir y anunciar con verdad y libertad el Evangelio del Reino.
Ya son casi 50 años de la revolución europea de mayo de 1968 donde se
cuestionó el valor de toda autoridad absoluta y se confirmaron los
derechos y el protagonismo de las mujeres. La Iglesia católica en su
conjunto está haciendo caso omiso de esta nueva realidad, conservando un
modelo de cristiandad heredado del Imperio romano.
Ya son 12 años que los movimientos sociales mundiales se van
articulando para compartir sus ideales, enriquecerse de sus experiencias
y pulir alternativas para construir “otro mundo posible, necesario y
urgente”. En la Iglesia católica, el Concilio había orientado a las
diócesis a evangelizar a partir de la realidad local y había animado las
conferencias episcopales nacionales a coordinar experiencias y alentar
esfuerzos valiosos. Estas orientaciones han sido revertidas poco a poco
por el autoritarismo, dogmatismo y tradicionalismo.
La Iglesia católica no solo necesita de un nuevo Papa, necesita
nuevas estructuras más democráticas y respetuosas de la unidad en la
diversidad. ¿O no creemos que el Espíritu de Dios sea capaz de conducir a
la Iglesia católica hacia una profunda renovación estructural?
Jesucristo sigue siendo uno de los mayores profetas, capaz de animar a
los hombres y a las mujeres de hoy a construir una Iglesia al servicio
del Reino y una sociedad más equitativa y más respetuosa de la
naturaleza.
Pedro Pierre