Leonardo
Boff
Teólogo,
filósofo y escritor
|
1. ¿Cómo
recibió usted la renuncia de Benedicto XVI?
R/ Yo desde el principio sentía
mucha pena por él, pues por lo que conocía, especialmente de su timidez,
imaginaba el esfuerzo que debería hacer para saludar al pueblo, abrazar a las
personas, besar a los niños. Estaba convencido de que un día él aprovecharía
alguna ocasión sensata, como los límites físicos de su salud y el menor vigor
mental, para renunciar. Aunque se mostró como un papa autoritario, no estaba
apegado al cargo de papa. Me sentí aliviado porque la Iglesia está sin un líder
espiritual que suscite esperanza y ánimo. Necesitamos otro perfil de papa más
pastor que profesor, no un hombre de la Iglesia-institución sino un
representante de Jesús que dijo: "si alguien viene a mí, no le echaré
fuera” (Evangelio de Juan 6,37), podía ser un homoafectivo, una prostituta, un
transexual.
2. ¿Cómo
es la personalidad de Benedicto XVI ya que usted mantuvo cierta amistad con él?
R/ Conocí a Benedicto XVI en mis
años de doctorado en Alemania entre 1965-1970. Oí muchas conferencias de él
pero no fui alumno suyo. Él leyó mi tesis doctoral: "El lugar de la
Iglesia en el mundo secularizado” y le gustó mucho hasta el punto de buscar una
editorial para publicarla, un tocho de 500 páginas. Después trabajamos juntos
en la revista internacional Concilium, cuyos directores se reunían todos los
años en la semana de Pentecostés en algún lugar de Europa. Yo la editaba en
portugués. Esto fue entre 1975-1980. Mientras los demás hacían la siesta, él y
yo paseábamos y conversábamos sobre temas de teología, sobre la fe en América
Latina, especialmente sobre San Buenaventura y San Agustín, de los cuales él es
especialista y a los que yo hasta hoy frecuento a menudo. Después en 1984 nos
encontramos en un momento conflictivo: él como juez mío en el proceso del
ex-Santo Oficio movido contra mi libro Iglesia: carisma y poder (Vozes 1981.
Sal Terrae 1982). Ahí tuve que sentarme en la silla donde, entre otros, se
sentaron Galileo y Giordano Bruno. Me sometió a un tiempo de "silencio
obsequioso”, tuve que dejar la cátedra y me fue prohibido publicar cualquier
cosa. Después de esto nunca más nos volvimos a encontrar. Como persona es
finísimo, tímido y extremadamente inteligente.
3. Como
cardenal fue su Inquisidor después de haber sido su amigo: ¿cómo vio usted esta
situación?
R/ Cuando fue nombrado Presidente
de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex-Inquisición) me sentí
sumamente feliz. Pensaba: finalmente tendremos un teólogo al frente de una
institución con la peor fama que se pueda imaginar. Quince días después me
respondió agradeciendo y decía: creo que hay aquí en la Congregación varios
asuntos suyos pendientes y tenemos que resolverlos. Y es que prácticamente cada
vez que publicaba un libro llegaban de Roma preguntas de aclaración que yo me
demoraba en responder. Pero de Roma no viene nada que no haya sido enviado
antes a Roma. Aquí en Brasil había obispos conservadores y perseguidores de
teólogos de la liberación que enviaban las quejas de su ignorancia teológica a
Roma con el pretexto de que mi teología podría hacer daño a los fieles. Ahí me
di cuenta de que él ya había sido contaminado por el bacilo romano que hace que
todos los que trabajan en el Vaticano rápidamente encuentren mil razones para
ser moderados y hasta conservadores. Y entonces más que sorprendido quedé
verdaderamente decepcionado.
4. ¿Cómo
recibió el castigo del "silencio obsequioso”?
R/ Tras el interrogatorio y la
lectura de mi defensa escrita que está como anexo en la nueva edición de
Iglesia; carisma y poder (Record 2008) son 13 los cardenales que opinan y
deciden. Ratzinger es solo uno de ellos. Después someten la decisión al papa.
Creo que el suyo fue un voto discrepante del de la mayoría, porque conocía
otros libros míos de teología, traducidos al alemán, y me había dicho que le
habían gustado e incluso una vez, delante del papa en una audiencia en Roma,
hizo una referencia elogiosa. Yo recibí el "silencio obsequioso” como lo
haría un cristiano ligado a la Iglesia: lo acogí con calma. Recuerdo que dije:
"es mejor caminar con la Iglesia que solo con mi teología”. Para mí fue
relativamente fácil aceptar la imposición porque la Presidencia de la
Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, en portugués) siempre me había
apoyado y dos de sus cardenales, don Aloysio Lorscheider y don Paulo Evaristo
Arns, me acompañaron a Roma y participaron, en una segunda parte, del diálogo con
el cardenal Ratzinger y conmigo. Ahí éramos tres contra uno. Algunas veces
pusimos al cardenal Ratzinger en aprietos pues los cardenales brasileros le
aseguraban que las críticas contra la teología de la liberación que él había
hecho en un documento recientemente publicado eran eco de los detractores y no
un análisis objetivo. Y pidieron un nuevo documento positivo. Él acogió la idea
y realmente lo hizo dos años más tarde. Y nos pidieron también, a mí y a mi
hermano Clodovis que estaba en Roma, que escribiésemos un esquema y lo
entregásemos en la Sagrada Congregación. En un día y una noche lo hicimos y lo
entregamos.
5. Usted
dejó la Iglesia en 1992. ¿Le quedó alguna amargura de todo el affaire del
Vaticano?
R/ Yo nunca dejé la Iglesia. Dejé
una función dentro de ella, que es la de sacerdote. Seguí como teólogo y
profesor de teología en varias cátedras, aquí y fuera del país. Quien entiende
la lógica de un sistema cerrado y autoritario, poco abierto al mundo, que no
cultiva el diálogo y el intercambio (los sistemas vivos viven en la medida en
que se abren e intercambian) sabe que si alguien como yo no se alínea
plenamente a tal sistema será vigilado, controlado y eventualmente castigado.
Es similar al sistema de la seguridad nacional que hemos conocido en América
Latina bajo los regímenes militares de Brasil, Argentina, Chile y Uruguay.
Dentro de esta lógica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina
de la Fe (ex Santo Oficio, ex-Inquisición), el card. J. Ratzinger condenó,
silenció, depuso de la cátedra o transfirió a más de cien teólogos. De Brasil
fuimos dos: la teóloga Ivone Gebara y yo. Por entender la referida lógica, y
lamentarla, sé que están condenados a hacer lo que hacen con la mayor buena
voluntad. Pero como Blaise Pascal dijo: "Nunca se hace el mal tan
perfectamente como cuando se hace con buena voluntad”. Sólo que esta buena
voluntad no es buena, pues crea víctimas. No guardo ningún rencor o
resentimiento pues tuve compasión y misericordia de aquellos que se mueven
dentro de esta lógica que, a mi modo de ver, está a años-luz de la práctica de
Jesús. Además, es cosa del siglo pasado, ya pasado. Y evito volver a ello.
6. ¿Cómo
evalúa usted el pontificado de Benedicto XVI? ¿Ha sabido manejar las crisis
internas y externas de la Iglesia?
R / Benedicto XVI fue un eminente
teólogo, pero un papa frustrado. No tenía el carisma de dirección y animación
de la comunidad, como lo tenía Juan Pablo II. Desgraciadamente, será
estigmatizado de manera reduccionista como el papado donde aumentaron los pedófilos,
los homoafectivos no fueron reconocidos y las mujeres fueron humilladas, como
en EE.UU., donde se negó el derecho de ciudadanía a una teóloga por cuestión de
género. Y también pasará a la historia como el Papa que criticó fuertemente la
teología de la liberación, interpretada a la luz de sus detractores, y no a
través de las prácticas pastorales y libertadoras de obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos que hicieron una opción seria por los pobres
contra la pobreza y a favor de la vida y de la libertad. Por esta causa justa y
noble fueron mal interpretados por sus hermanos en la fe y muchos de ellos
detenidos, torturados y asesinados por los órganos de seguridad del estado
militar. Entre ellos se encontraban obispos como el obispo Angelelli de
Argentina y el Arzobispo Oscar Romero de El Salvador. Don Helder fue el mártir
que no mataron. Pero la Iglesia es más grande que sus papas y continuará, entre
sombras y luces, prestando un servicio a la humanidad, a fin de mantener viva
la memoria de Jesús y ofrecer una posible fuente de sentido en la vida más allá
de esta vida. Hoy sabemos por los Vatileaks que dentro de la Curia romana están
enfrascados en una feroz lucha por el poder, especialmente entre la corriente
Bertone, actual Secretario de Estado, y el ex-secretario Sodano, ya emérito.
Ambos tienen sus aliados. Bertone, aprovechándose de las limitaciones del papa,
construyó prácticamente un gobierno paralelo. Los escándalos de filtración de
documentos secretos de la mesa del Papa y del Banco del Vaticano, usado por los
millonarios italianos, algunos de la mafia, para lavar dinero y enviarlo fuera,
afectaron mucho al Papa. Y se fue aislando cada vez más. Su renuncia se debe a
los límites de la edad y de las enfermedades, pero agravadas por estas crisis
internas que lo debilitaron y que él no supo o no pudo atajar a tiempo.
7. El
Papa Juan XXIII dijo que la Iglesia no puede ser un museo, sino una casa con
puertas y ventanas abiertas. ¿Cree usted que Benedicto XVI intentó transformar
la Iglesia de nuevo en algo así como un museo?
R / Benedicto XVI es un
nostálgico de la síntesis medieval. Reintrodujo la misa en latín, escogió
vestimentas de los papas renacentistas y de otros tiempos pasados, mantuvo los
hábitos y ceremoniales palaciegos, a quien iba a comulgar le ofrecía primero el
anillo papal para que lo besase y luego le daba la hostia, cosa que ya no se
hacía. Su visión era restauracionista y es un nostálgico de una síntesis entre
cultura y fe que existe muy visible en su Baviera natal, cosa que él comentaba
explícitamente. Cuando en la Universidad donde él estudió, y yo también, en
Munich, vio un cartel anunciándome como profesor invitado para dar una
conferencia sobre las nuevas fronteras de la teología de la liberación pidió al
decano posponerla sine die. Sus ídolos teológicos son san Agustín y san
Buenaventura, que mantuvieron siempre gran desconfianza de todo lo que venía
del mundo, contaminado por el pecado y necesitado de ser rescatado por la
Iglesia. Es una de las razones que explican su oposición a la modernidad a la
que ve bajo la óptica del secularismo y el relativismo y fuera del ámbito de
influencia del cristianismo, que ayudó a formar Europa.
8. ¿La
Iglesia, a su juicio, va a cambiar la doctrina sobre el uso del condón y la
moral sexual en general?
R/ La Iglesia debe mantener sus
convicciones, aquellas que estima irrenunciables como el tema del aborto y la
no manipulación de la vida. Pero debería renunciar al estatus de exclusividad,
como si fuera la única portadora de la verdad. Debe entenderse dentro del
espacio democrático, en el cual su voz se hace oír junto a otras voces. Y las
respeta e incluso está dispuesta a aprender de ellas. Y cuando sea derrotada en
sus puntos de vista, debería ofrecer su experiencia y tradición para mejorar
donde pueda mejorar y aligerar el peso de la existencia. En el fondo, ella
tiene que ser más humana, más humilde y tener más fe, en el sentido de no tener
miedo. Lo que se opone a la fe no es el ateísmo, sino el miedo. El miedo
paraliza y aísla a las personas de los demás. La Iglesia debe caminar junto a
la humanidad, porque la humanidad es el verdadero Pueblo de Dios. Ella lo
muestra más conscientemente, pero no se apropia exclusivamente de esta
realidad.
9. ¿Qué
debe hacer el futuro Papa para evitar la emigración de tantos fieles a otras
Iglesias, especialmente a las pentecostales?
R / Benedicto frenó la renovación
de la Iglesia incentivada por el Concilio Vaticano II. No acepta que haya
rupturas en la Iglesia, así que prefirió un punto de vista lineal, reforzando
la tradición. Sucede que la tradición del siglo XVIII y XIX se opuso a todos
los logros modernos, de la democracia, de la libertad religiosa y otros
derechos. Él ha tratado de reducir la Iglesia a una fortaleza para defenderse
de estas modernidades y veía el Vaticano como un caballo de Troya a través del
cual podían entrar. No negó el Vaticano II, pero lo interpretó a la luz del
Concilio Vaticano I, que está centrado en la figura del Papa con poder
monárquico, absoluto e infalible. Así que se produjo una gran centralización de
todo en Roma, bajo la dirección del Papa que, ¡pobre!, tiene que conducir una
población católica del tamaño de la de China. Tal opción ha traído un gran
conflicto en la Iglesia e incluso en episcopados enteros, como el alemán y el
francés, y ha contaminado la atmósfera interna de la Iglesia con sospechas,
creación de grupos, emigración de muchos católicos de la comunidad y
acusaciones de relativismo y de magisterio paralelo. En otras palabras, en la
Iglesia ya no se vivía una fraternidad franca y abierta, un hogar espiritual
común a todos.
El perfil del nuevo Papa, en mi
opinión, no debe ser la de un hombre de poder y ni un hombre de la institución.
Donde hay poder no existe amor y la misericordia desaparece. Debería ser un pastor,
cercano a los fieles y a todos los seres humanos, independientemente de su
situación moral, política y étnica. Debería tener como lema las palabras de
Jesús, que ya he citado: "Si alguno viene a mí, yo no le echaré fuera”,
pues Jesús acogía a todos, desde a una prostituta como Magdalena hasta un
teólogo como Nicodemo. No debería ser un hombre de Occidente que ahora se ve
como un accidente de la historia, sino un hombre del vasto mundo globalizado
que sienta pasión por los pobres y el grito de sufrimiento de la Tierra
devastada por la avaricia consumista.
No debería ser un hombre de
certezas sino alguien que animase a todos a buscar los mejores caminos.
Lógicamente se orientaría por el Evangelio pero sin espíritu proselitista, con
la conciencia de que el Espíritu siempre llega antes que el misionero y el
Verbo ilumina a todo hombre que viene a este mundo, como dice el evangelista
san Juan.
Debería ser un hombre
profundamente espiritual y abierto a todos caminos religiosos para juntos
mantener viva la llama sagrada que existe en cada persona: la presencia
misteriosa de Dios. Y, por último, un hombre de profunda bondad, al estilo del
Papa Juan XXIII, con ternura por los humildes y con firmeza profética para
denunciar a aquellos que promueven la explotación y hacen de la violencia y de
la guerra instrumentos de dominación de los demás y del mundo. Que en las
negociaciones que los cardenales hacen en el cónclave y en las tensiones de las
tendencias, prevalezca un hombre con este tipo de perfil. Cómo el Espíritu
Santo obra ahí es misterio. Él no tiene otra voz ni otra cabeza que las de los
cardenales. Que el Espíritu no les falte.