MONS. GONZALO LOPEZ M.

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sábado, 2 de febrero de 2013

Espiritualidad, religiosidad popular y retorno de las creencias (1/2)


Pedro Pierre

En esta campaña el tema de la fe ha sido utilizado por varios presidenciables y no necesariamente para replicar un “mensaje de amor”. La religión y la justicia social van de la mano y eso es algo que muchos partidos mencionan, pero no practican

Espiritualidad, religiosidad popular y retorno de las creencias. Foto: Marcos Pin | El Telégrafo
El tiempo de las religiones patriarcales ha terminado y aparecen nuevas espiritualidades, nuevas devociones y nuevas creencias. A lo mejor no son tan nuevas, sino que la búsqueda, el encuentro y la celebración del Misterio están tomando nuevas formas, nuevas expresiones y nuevos símbolos. Se termina la era de la agricultura tradicional con sus culturas y sus religiones. Ya hemos entrado a la cultura del conocimiento y de la comunicación electrónica. Por eso las nuevas generaciones están dejando las iglesias tradicionales que no responden a sus búsquedas religiosas y a su sed espiritual. Son cambios normales ya que ni el tiempo ni la historia se detienen; los que se quedaron en el pasado se están transformando en huellas de tiempos idos.

Esta situación obliga a las personas, los grupos, las instituciones y los pueblos a actualizarse, transformarse y crear desde las nuevas culturas expresiones religiosas que responden a la nueva realidad y los nuevos desafíos. Por eso se escucha y se lee que “no hace falta creer en Dios para vivir y luchar por la fraternidad”, “seguir a Cristo sí, pero en las iglesias no”, “prefiero una religión a la carta”, “vamos hacia una espiritualidad laica sin dogmas, sin creencias, sin dioses”… y cuántas cosas más. Todo esto nos exige ir a lo esencial de cada religión, de cada creencia y de cada persona.

La espiritualidad como identificación humana

La multiplicación de las creencias y de las expresiones religiosas manifiesta la búsqueda espiritual de las personas. La espiritualidad no pertenece a ninguna religión o institución. Es la característica del ser humano: estamos habitados por una dimensión que nos sobrepasa. No nos sentimos llamados a la autodestrucción ni a la soledad sino a la fraternidad y la creatividad. También descubrimos que el Misterio de la Vida y del Amor es más grande que nosotros, pero anida dentro de nosotros y de nuestro mundo. Si decimos que “no hay otro mundo”, nos apropiamos de la espiritualidad o mejor dicho ella se apropia de nosotros y no delegamos a nadie la capacidad de definirla ni expresarla, sino que creamos nuestras propias manifestaciones personales y colectivas.

Pueden desaparecer las grandes instituciones, sus dogmas, sus jerarquías, sus cultos, pero queda el núcleo que las provocó: la espiritualidad. ¿Vino Jesús para fundar una religión o una iglesia tal como la conocemos? Más bien vino para que acontezca el Reino de Dios. Las primeras generaciones de sus seguidores se organizaron en comunidades y en iglesias para continuar la construcción del reino que Jesús había iniciado. ¿Por qué nuevas generaciones de cristianos no pudieran continuar la construcción del reino comenzado por Jesús mediante nuevas expresiones culturales y cultuales, nuevos símbolos y ritos, acordes con los tiempos actuales y venideros?

La espiritualidad que nos dejó Jesús es ponernos del lado de las víctimas de todos los sistemas políticos, económicos, ideológicos y religiosos, para construir la fraternidad universal, descubrir en ella la presencia viva del Misterio de la Vida y del Amor y celebrarlo creativamente.

La religiosidad es el sacerdocio del pueblo de los pobres

La religiosidad popular se ha desarrollado generalmente fuera de las instituciones religiosas y a veces contra ellas. Un claro ejemplo es la aparición en México hace casi 500 años de Nuestra Señora de Guadalupe. La “madre de Dios y de los dioses indígenas” aparece no a un sacerdote ni a un obispo, sino a un indígena pobre; no habla castellano, sino náhuatl, o sea, el idioma de los vencidos; no quiere un lugar en la catedral de México, sino el espacio donde se veneraba una divinidad indígena; no viste flamantes vestimentas españolas ni corona imperial, sino que asume los colores y símbolos de los vestidos indígenas, etc.

A lo largo de la colonización española y católica, el pueblo de los pobres supo desarrollar espacios religiosos y expresiones espirituales propios para expresar sus creencias según sus intuiciones y sus culturas. Era su manera de resistir las imposiciones coloniales de la “civilización occidental y cristiana”.

En su visita a Perú, en 1984, el Papa Juan Pablo II dijo en Cusco, capital de la civilización inca, que “bien podía ser liberadora la religiosidad popular”. La religiosidad popular es el camino del pueblo sencillo para llegar a Dios y es también el camino de Dios para llegar al pueblo sencillo: eso es el sacerdocio de los bautizados, en este caso el sacerdocio del pueblo de los pobres.

No faltan las desviaciones; por eso los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla, México, en 1979, advirtieron que las devociones religiosas deben relacionarse con el ejemplo y mensaje de Jesús y transformar las personas, las instituciones y las estructuras dominadoras. En ese mismo documento dijeron que “los pobres nos evangelizan”: son nuestra escuela y universidad, como decía monseñor Leonidas Proaño.

¡Cuidado cuando se quiere arrebatar a los pobres su religiosidad popular con objetivos financieros u opresores! El sacerdocio de los bautizados es, según el Concilio Vaticano II, primero y el sacerdocio ministerial ordenado está a su servicio. Esta misma religiosidad popular tiene que iniciar el gran salto cultural en el que nos encontramos para actualizarse y poner “el vino nuevo -de su religiosidad- en jarras nuevas” de la cultura del siglo 21.

continúa .......