Espiritualidad, religiosidad popular y retorno de las creencias. Foto: Marcos Pin | El Telégrafo |
El tiempo de las religiones patriarcales ha terminado y aparecen
nuevas espiritualidades, nuevas devociones y nuevas creencias. A lo
mejor no son tan nuevas, sino que la búsqueda, el encuentro y la
celebración del Misterio están tomando nuevas formas, nuevas expresiones
y nuevos símbolos. Se termina la era de la agricultura tradicional con
sus culturas y sus religiones. Ya hemos entrado a la cultura del
conocimiento y de la comunicación electrónica. Por eso las nuevas
generaciones están dejando las iglesias tradicionales que no responden a
sus búsquedas religiosas y a su sed espiritual. Son cambios normales ya
que ni el tiempo ni la historia se detienen; los que se quedaron en el
pasado se están transformando en huellas de tiempos idos.
Esta situación obliga a las personas, los grupos, las instituciones y
los pueblos a actualizarse, transformarse y crear desde las nuevas
culturas expresiones religiosas que responden a la nueva realidad y los
nuevos desafíos. Por eso se escucha y se lee que “no hace falta creer en
Dios para vivir y luchar por la fraternidad”, “seguir a Cristo sí, pero
en las iglesias no”, “prefiero una religión a la carta”, “vamos hacia
una espiritualidad laica sin dogmas, sin creencias, sin dioses”… y
cuántas cosas más. Todo esto nos exige ir a lo esencial de cada
religión, de cada creencia y de cada persona.
La espiritualidad como identificación humana
La multiplicación de las creencias y de las expresiones religiosas
manifiesta la búsqueda espiritual de las personas. La espiritualidad no
pertenece a ninguna religión o institución. Es la característica del ser
humano: estamos habitados por una dimensión que nos sobrepasa. No nos
sentimos llamados a la autodestrucción ni a la soledad sino a la
fraternidad y la creatividad. También descubrimos que el Misterio de la
Vida y del Amor es más grande que nosotros, pero anida dentro de
nosotros y de nuestro mundo. Si decimos que “no hay otro mundo”, nos
apropiamos de la espiritualidad o mejor dicho ella se apropia de
nosotros y no delegamos a nadie la capacidad de definirla ni expresarla,
sino que creamos nuestras propias manifestaciones personales y
colectivas.
Pueden desaparecer las grandes instituciones, sus dogmas, sus
jerarquías, sus cultos, pero queda el núcleo que las provocó: la
espiritualidad. ¿Vino Jesús para fundar una religión o una iglesia tal
como la conocemos? Más bien vino para que acontezca el Reino de Dios.
Las primeras generaciones de sus seguidores se organizaron en
comunidades y en iglesias para continuar la construcción del reino que
Jesús había iniciado. ¿Por qué nuevas generaciones de cristianos no
pudieran continuar la construcción del reino comenzado por Jesús
mediante nuevas expresiones culturales y cultuales, nuevos símbolos y
ritos, acordes con los tiempos actuales y venideros?
La espiritualidad que nos dejó Jesús es ponernos del lado de las
víctimas de todos los sistemas políticos, económicos, ideológicos y
religiosos, para construir la fraternidad universal, descubrir en ella
la presencia viva del Misterio de la Vida y del Amor y celebrarlo
creativamente.
La religiosidad es el sacerdocio del pueblo de los pobres
La religiosidad popular se ha desarrollado generalmente fuera de las
instituciones religiosas y a veces contra ellas. Un claro ejemplo es la
aparición en México hace casi 500 años de Nuestra Señora de Guadalupe.
La “madre de Dios y de los dioses indígenas” aparece no a un sacerdote
ni a un obispo, sino a un indígena pobre; no habla castellano, sino
náhuatl, o sea, el idioma de los vencidos; no quiere un lugar en la
catedral de México, sino el espacio donde se veneraba una divinidad
indígena; no viste flamantes vestimentas españolas ni corona imperial,
sino que asume los colores y símbolos de los vestidos indígenas, etc.
A lo largo de la colonización española y católica, el pueblo de los
pobres supo desarrollar espacios religiosos y expresiones espirituales
propios para expresar sus creencias según sus intuiciones y sus
culturas. Era su manera de resistir las imposiciones coloniales de la
“civilización occidental y cristiana”.
En su visita a Perú, en 1984, el Papa Juan Pablo II dijo en Cusco,
capital de la civilización inca, que “bien podía ser liberadora la
religiosidad popular”. La religiosidad popular es el camino del pueblo
sencillo para llegar a Dios y es también el camino de Dios para llegar
al pueblo sencillo: eso es el sacerdocio de los bautizados, en este caso
el sacerdocio del pueblo de los pobres.
No faltan las desviaciones; por eso los obispos latinoamericanos
reunidos en Puebla, México, en 1979, advirtieron que las devociones
religiosas deben relacionarse con el ejemplo y mensaje de Jesús y
transformar las personas, las instituciones y las estructuras
dominadoras. En ese mismo documento dijeron que “los pobres nos
evangelizan”: son nuestra escuela y universidad, como decía monseñor
Leonidas Proaño.
¡Cuidado cuando se quiere arrebatar a los pobres su religiosidad
popular con objetivos financieros u opresores! El sacerdocio de los
bautizados es, según el Concilio Vaticano II, primero y el sacerdocio
ministerial ordenado está a su servicio. Esta misma religiosidad popular
tiene que iniciar el gran salto cultural en el que nos encontramos para
actualizarse y poner “el vino nuevo -de su religiosidad- en jarras
nuevas” de la cultura del siglo 21.
continúa .......