Ivone Gebara. Escritora, filósofa y teóloga. |
Después de la encomiable actitud del anciano Benedicto XVI
renunciando al gobierno de la Iglesia Católica Romana se sucedieron
entrevistas con algunos obispos y sacerdotes en estaciones de radio y
televisión en todo el país. Sin duda un evento de tanta importancia para
la Iglesia Católica Romana es noticia y conduce a predicciones,
elucubraciones de variados tipos, sobre todo de sospechas, intrigas y
conflictos entre los muros del Vaticano que habrían acelerado la
decisión del Papa.
En el contexto de las primeras noticias, lo que me llamó la atención
fue algo a primera vista pequeño e insignificante para los analistas que
tratan asuntos del Vaticano. Se trata de la forma cómo algunos padres
entrevistados o sacerdotes conductores de programas de televisión
respondieron cuando se les preguntó sobre quién sería el nuevo Papa,
saliendo por la tangente. Se referían a la inspiración del Espíritu
Santo, o a su voluntad, como siendo el elemento del que dependía la
elección del nuevo romano pontífice. Nada de pensar en personas
específicas para responder a las situaciones mundiales desafiantes, nada
para despertar una reflexión en la comunidad, nada de hablar de los
problemas actuales de la iglesia que la han llevado a un significativo
marasmo, nada que escuchar los clamores de la comunidad católica por la
democratización de las estructuras anacrónicas que sostienen a la
iglesia institucional.
La formación teológica de estos padres comunicadores no les permite
salir de un discurso trivial y abstracto ya bien conocido, discurso que
continúa recurriendo, como explicación, a fuerzas ocultas, y así, de
cierta forma, confirmar su propio poder.
La continua referencia al Espíritu Santo a partir de un misterioso
modelo jerárquico es una forma de camuflar los verdaderos problemas de
la Iglesia y una forma de retórica religiosa para no revelar conflictos
internos que ha vivido la institución.
La teología del Espíritu Santo continúa siendo para ellos mágica y
expresando explicaciones que ya no pueden hablar a los corazones y a las
conciencias de muchas personas que tienen aprecio por el legado del
Movimiento de Jesús de Nazaret. Es una teología que sigue provocando la
pasividad del pueblo creyente ante las múltiples dominaciones, inclusive
la religiosa. Continúan repitiendo fórmulas como si éstas satisficiesen
a la mayoría de la gente.
Me entristece el hecho de verificar una vez más que los religiosos y
algunos laicos trabajando en los medios de comunicación no perciban que
estamos en un mundo donde los discursos tienen que ser más asertivos y
caracterizados por referencias filosóficas consistentes, además de la
tradicional escolástica.
Un referencial humanista les haría mucho más comprensibles para el
común de las personas, incluidos los no católicos y no religiosos. La
responsabilidad de los medios de comunicación religiosos es enorme e
incluye la importancia de mostrar cómo la historia de la iglesia depende
de las relaciones e interferencias de todas las historias de los países
y de las personas individuales. Ya es tiempo de abandonar ese lenguaje
metafísico y abstracto, como si un Dios fuese a ocuparse especialmente
de elegir al nuevo Papa, independientemente de los conflictos, desafíos,
iniquidades y cualidades humanas. Ya es hora de enfrentar un
cristianismo que admita el conflicto de las voluntades humanas y
reconocer que al final de un proceso electivo, no siempre la elección
realizada puede ser considerada la mejor para el conjunto. De enfrentar
la historia de la iglesia como una historia construida por nosotros
todos y todas y de testimoniar respeto para nosotros mismos/as mostrando
la responsabilidad que tenemos todas/os los que nos consideramos
miembros de la comunidad católica romana.
La elección de un nuevo Papa es algo que tiene que ver con el conjunto de las comunidades católicas esparcidas alrededor del mundo y no sólo con una élite de edad avanzada, minoritaria y masculina. Por lo tanto, es necesario ir más allá de un discurso justificativo del poder papal y enfrentarse a los problemas y desafíos reales que estamos viviendo.
Sin duda, para esto las dificultades son muchas y abordarlas requiere
de nuevas convicciones y del deseo real de promover cambios que
favorezcan la convivencia humana.
Me preocupa una vez más, que no se discuta más abiertamente el hecho
que el gobierno Iglesia institucional sea entregado a personas ancianas
que a pesar de sus cualidades y sabiduría, ya no son capaces de hacer
frente con vigor y desenvoltura los desafíos que estas funciones
demandan. ¿Hasta cuando la gerontocracia masculina papal será como un
doble de la imagen de un Dios, blanco, anciano y de barbas blancas?
¿Habría alguna posibilidad de salir de este esquema o al menos de iniciar una discusión de cara a una futura organización diferente? ¿Habría alguna posibilidad de abrir esta discusión en las comunidades cristianas populares que tienen derecho a la información y a una formación cristiana más ajustada a nuestros tiempos?
Sabemos en qué medida la fuerza de la religión depende de desafíos y comportamientos fruto de convicciones capaces de sostener la vida de muchos grupos. Sin embargo, las convicciones religiosas no pueden reducirse a una visión estática de las tradiciones y tampoco a una visión deliberadamente ingenua de las relaciones humanas. Las convicciones religiosas igualmente no pueden reducirse a la ola de las más variadas devociones que se propagan a través de los medios de comunicación. Es más, no podemos seguir tratando al pueblo como ignorante e incapaz de formular preguntas inteligentes y astutas en relación con la iglesia. Sin embargo, los padres comunicadores creen estar tratando con personas pasivas y entre ellas muchos los jóvenes que desarrollan un culto romántico alrededor de la figura del papa. Los religiosos mantienen esta situación a menudo cómoda por ignorancia o avidez de poder. Probar la interferencia divina en decisiones que la Iglesia Católica Jerárquica, prescindiendo de la voluntad de las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo es un ejemplo flagrante de esta situación. Es como si quisieran reafirmar erróneamente que la Iglesia es en primer lugar el clero y las autoridades cardenalicias a las cuales es conferido el poder de elegir un nuevo papa y que ésta es la voluntad de Dios. A los miles de fieles corresponde solo orar para que el Espíritu Santo escoja al mejor y esperar a que el humo blanco anuncie una vez más el “habemus papam”.
De manera hábil siempre están tratando de hacer a los fieles, escapar
de la verdadera historia, de su responsabilidad colectiva por el
recurso a fuerzas superiores que dirijan la historia y a la Iglesia.
Es una lástima que estos formadores de opinión pública estén viviendo
todavía en un mundo que es teológicamente y tal vez incluso
históricamente, pre-moderno, donde lo sagrado parece separarse del mundo
real y situarse en una esfera superior de poderes a la que sólo unos
pocos tienen acceso directo. Es desolador ver cómo la conciencia crítica
en relación a sus propias creencias infantiles no haya sido despertada,
para su bien personal y en beneficio de la comunidad cristiana. Parece
que hasta destacamos los muchos obscurantismos religiosos presentes en
todas las épocas, mientras el Evangelio de Jesús continuamente convoca a
la responsabilidad común de unos con los otros.
Conociendo las muchas dificultades enfrentadas por el Papa Benedicto
XVI durante su corto ministerio papal, las empresas de comunicación
católica sólo destacan sus cualidades, su entrega a la iglesia, su
inteligencia teológica, su pensamiento vigoroso como si quisieran una
vez más ocultar los límites de su personalidad y de su postura política
no sólo como Pontífice, sino también, como presidente, por muchos años,
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio.
No permiten que las contradicciones humanas del hombre Joseph
Ratzinger aparezcan y que su intransigencia legalista o el trato
punitivo que caracterizaron parcialmente su persona sean recordadas.
Hablan desde su elección, principalmente como un papado de transición.
No hay duda que es así. Pero ¿transición hacia dónde?
Me gustaría que la encomiable actitud de renuncia de Benedicto XVI
pudiese ser vivida como un momento privilegiado para convidar a las
comunidades católicas a repensar sus estructuras de gobierno y los
privilegios medievales que esta estructura conlleva.
Estos privilegios tanto del punto de vista económico, como político y
socio-cultural, mantiene al papado y al Vaticano como un Estado
masculino aparte. Pero un Estado masculino con representación
diplomática influyente y servido por miles de mujeres en todo el mundo,
en las diferentes instancias de su organización. Este hecho nos invita
también a reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales de género que
este Estado continua manteniendo en la historia social y política
actual.
Las estructuras pre-modernas que todavía conserva este poder
religioso necesitan ser confrontadas con los anhelos democráticos de
nuestros pueblos en la búsqueda de nuevas formas de organización que se
correspondan mejor con los tiempos y grupos plurales de hoy. Deben ser
confrontadas con las luchas de las mujeres, de las minorías y mayorías
raciales, de personas de diversas orientaciones sexuales y opciones, de
pensadores, científicos y trabajadores de las más variadas profesiones.
Necesitan ser reelaboradas en la perspectiva de un mayor y más
fructífero diálogo con otros credos religiosos y con las sabidurías
esparcidas por todo el mundo.
Y para terminar, quiero volver al Espíritu Santo, a este viento que
sopla en cada una/o de nosotros, este aliento en nosotros es más grande
que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos
los vivientes.
Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de
compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o
soplo no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras
privilegiadas de poder y tradiciones antiguas o medievales, como si se
tratara de una ley o una norma indiscutible e inmutable.
El viento, el aire, el espíritu sopla donde quiere y nadie debe
atreverse a querer ser ni por una sola vez su dueño. El espíritu es la
fuerza que nos acerca a unos con otros, es la atracción que permite nos
reconozcamos cómo semejantes y diferentes, como amigas y amigos, y que
juntos/as busquemos caminos de convivencia, la paz y la justicia.
Estos caminos del espíritu son los que nos permiten reaccionar ante
las fuerzas opresivas que nacen de nuestra propia humanidad, los que nos
llevan a denunciar a las fuerzas que impiden la circulación de la savia
de la vida, quienes nos llevan a des-cubrir los secretos ocultos de los
poderosos. Por lo tanto, el espíritu se muestra en las acciones de
misericordia, en el pan compartido, en el poder compartido, en la cura
de las heridas, en la reforma agraria, en el comercio justo, en las
armas transformadas en arados, en fin, en la vida en abundancia para
todas/os. Este parece ser el poder del espíritu en nosotros, poder que
necesita ser despertado en cada nuevo momento de nuestra historia y ser
despertado en nosotros/as, entre nosotros/as y para nosotros/as.
Febrero de 2013.