MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Derechista e Izquierdista

Nada es más parecido a un izquierdista fanático, de esos que descubren la nefasta presencia del pensamiento neoliberal hasta en las mujeres que lo repudian, que un derechista visceral, que identifica la presencia comunista incluso en la Caperucita Roja.

Ambos padecen del síndrome de pánico conspiratorio. El derechista, envalentonado por una coyuntura que le es favorable, se vanagloria con la barra adinerada que le adula como un amo a su perro amaestrado. El izquierdista, rodeado de adversarios por todas partes, cree que la historia es el resultado de su voluntad.

El derechista nunca defiende a los pobres, y si eventualmente lo hace es para que no perciban cuán insensible es. Pero ni pensar en verlo como amigo de los desempleados, o de los agricultores sin tierra o de los niños de la calle. Él mira a los desheredados por el binóculo de su prejuicio, mientras que el izquierdista prefiere evitar el contacto con el pobre y sumergirse en la retórica contenida en los libros de análisis social. El izquierdista se llena la boca con categorías teóricas y prefiere el refugio de su biblioteca a mezclarse con ese proletariado que nunca llegará a ser vanguardia de la historia.
El derechista adora exhibir sus ideas en las reuniones de sociedad, brindando con el buen vino de una excelente cosecha y rodeado de gente refinada que exalta su aureola de genio. El izquierdista compra adeptos, pues no soporta vivir sin que un puñado de incautos lo cuestionen como líder.

El derechista escribe, preferentemente, para atacar a quienes no reconocen que él y la verdad son dos entidades en una sola naturaleza. El izquierdista no se preocupa sólo por combatir el sistema sino también se desgasta tratando de minar a políticos y empresarios que, a su parecer, son la encarnación del mal.

El derechista pasa por intelectual, tuerce la boca al adornar sus discursos con citas, como buscando en autoridad ajena la muleta de sus secretas inseguridades. El izquierdista cree en la palabra inmutable de los mentores del marxismo y no admite otra hermenéutica que no sea la suya.

El derechista considera que, a pesar de la miseria circundante, el sistema ha mejorado. El izquierdista ve en el progreso el avance imperialista y no admite que su vecino pueda sonreír mientras un niño llora de hambre en África.

El derechista es de un servilismo abyecto ante los conspicuos del sistema, los políticos poderosos y los empresarios importantes, como si en su cabeza residiera la teoría que sustenta todo el edificio de iniciativas prácticas que aseguran la supremacía del capital sobre la felicidad general. El izquierdista no soporta la autoridad, excepto la suya propia, y cuando abre la boca se plagia a sí mismo, ya que sus menguadas ideas le obligan a ser repetitivo.

El derechista es emotivo, prepotente, envanecido. El izquierdista es frío, calculador y soberbio.

El derechista se irrita hasta gritar si encuentra el cuello de la camisa mal planchado. Entregado a las grandes causas, las cosas pequeñas son su talón de Aquiles. Detesta hablar de derechos humanos y es condescendiente con la tortura. El izquierdista admite que, una vez en el poder, los torturados de hoy serán los torturadores de mañana.

El derechista se siente mal viendo a tantos izquierdistas sobrevivientes a todo lo que se hizo para exterminarlos: dictaduras militares, fascismo, nazismo, caída del muro de Berlín, dificultad para acceder a los medios, etc. El izquierdista considera al derechista como un candidato al fusilamiento.

El derechista y el izquierdista, los dos son perfectos idiotas. El derechista padece de la enfermedad senil del capitalismo y el izquierdista, como afirmó Lenin, de la enfermedad infantil del comunismo.

Aunque soy «minero», no comulgo con ruedas de molino. Soy de izquierda, pero no izquierdista. Quiero que todos tengan acceso al pan, a la paz y al placer, sin que los derechistas traten de reservar tales derechos a una minoría, y sin que los izquierdistas quieran impedir a los derechistas el acceso a todos los derechos, incluso el de expresar sus aberrantes fobias.
Frei Betto