Benjamín Forcano
Teólogo
“El reino de Dios es como una semilla en tierra que, sin saber cómo, germina, crece y da frutos” (Mr 4,26-34).
Jesús nos dice que nosotros somos tierra de Dios , alimentada por la savia de su Espíritu. Sobre esa tierra, Dios ha plantado la semilla de su reino para que germine, crezca y de frutos. Lo que esa semilla porta es un nuevo modo personal de vivir y de convivir, pues el buen vivir de cada uno conlleva el bien convivir con todos.
Situando el tema en el horizonte de nuestro tiempo, resulta evidente que un gran error ha alterado nuestro modo de vivir en la Tierra: hemos roto la alianza de la Humanidad con la Tierra, constituyéndonos en explotadores de nuestro propio hábitat, de nuestra Casa, cuando cuidar de la Tierra es cuidar de nosotros mismos.
Necesitamos un cambio radical si queremos hacer efectivo un nuevo proyecto de vida y convivencia con Nosotros, con los Otros, con la Tierra y la Ultima Realidad que a todos sustenta y cobija.
Proyecto que ha de germinar desde dentro de nosotros mismos -el reino de Dios está en medio de vosotros-. Ciertamente, Dios siembra y nosotros somos la tierra que acoge esa semilla , dejando a nuestro cuidado el cultivarla, regarla y hacerla crecer hasta dar frutos.
La semilla, portadora de frutos, es aquí nuestra vida. Se nos han ido sobreponiendo otros modos de vivir que no responden a la semilla original de nuestro ser.
La semilla, portadora de frutos, es aquí nuestra vida. Se nos han ido sobreponiendo otros modos de vivir que no responden a la semilla original de nuestro ser.
Hoy, nos damos cuenta –es la nueva conciencia colectiva- de que estamos haciendo muchas cosas que contradicen lo que somos y no responde al proyecto de Dios. En todo esto, la iniciativa corresponde a Dios, a nosotros nos toca abrirnos, dejar que brote lo que llevamos dentro, eso que Dios ha sembrado con tanto amor.
Hoy prevalecen modos de vivir y convivir que son contra naturam, por ir contra lo más íntimo de nuestro ser. En nuestro corazón están los valores humanos fundamentales, los valores esenciales del Evangelio, los cuales nos advierten por dónde no caminar si queremos que esos valores no se corrompan. La seductora filosofía neoliberal nos hace creer que la grandeza y felicidad del ser humano están en el dinero, la riqueza, el poder, el éxito, la competencia, el lucro, la explotación y el dominio de unos sobre otros. Es la negación radical de nuestro modo de ser.
El proyecto de nuestro vivir y convivir son incompatibles con la injusticia, la soberbia, la insolidaridad, la hipocresía, al avaricia, la envidia… l Y, por eso, actuar así desquicia, enferma y siembra desarmonía en todo el ámbito de nuestra actuación personal, social y política. Obrar así oscurece y degrada nuestra natural manera de ser.
La construcción del reino de Dios es nuestro proyecto, como fue el de Jesús, y se construye desde lo que somos: justicia y amor, solidaridad y libertad, conflicto y diálogo, respeto, cooperación y paz.