Juan Manuel Karg
Politólogo / Analista Internacional
Venezuela está en boca de todos los medios de comunicación del mundo desde hace algunos años. Si con Hugo Chávez el país caribeño ya era permanente noticia, tras su fallecimiento y con el recrudecimiento de los intentos (legales e ilegales) de apartar al chavismo de Miraflores, está todos los días en las primeras planas de los principales diarios internacionales, con informaciones tergiversadas y maniqueas en una proporción creciente. Venezuela se ha convertido, como lo era Cuba décadas atrás, en la nueva ‘mala palabra’ en las relaciones internacionales, con el objetivo de fondo de forzar un cambio tras más de tres lustros de chavismo en aquel país, que termine de consolidar a la derecha regional tras su llegada a los gobiernos de Argentina y Brasil (este último, vía golpe parlamentario).
Cuando la oposición a Maduro, nucleada en la heterogénea Mesa de la Unidad Democrática (MUD), conquistó la Asamblea Nacional en diciembre pasado, prometió que en 6 meses acabaría con el gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en palabras del propio presidente de la Asamblea Nacional (AN), el veterano dirigente Henry Ramos Allup. En esos meses, además, se dio el momento más grave de la crisis económica que vive aquel país, con un descenso pronunciado de los precios internacionales del petróleo (variable que comienza a cambiar, fruto del acuerdo entre la Organización de los países exportadores de petróleo, OPEP) y dificultades crecientes en el abastecimiento de alimentos. El Gobierno ideó una iniciativa que le permitió sortear parcialmente el escenario adverso, aún con notorias dificultades: los CLAP (Consejos Locales de Abastecimiento y Producción), que se constituyeron en un bypass -tal como hacía Chávez con las misiones respecto al propio Estado- frente a la distribución privada de alimentos, donde aún hoy sigue brillando el acaparamiento.
Pasaron tres trimestres y la derecha, que tiene gran apoyo externo y el alineamiento de diversos medios de comunicación en lo interno, no logró conquistar Miraflores. ¿Qué factores inciden en que no haya podido? Diversos:
a) A diferencia de Brasil, la MUD no controla al poder judicial ni al vicepresidente del país. Tampoco a las Fuerzas Armadas. Una fórmula ‘a lo Temer’ es impensada.
b) El chavismo permea como identidad de gran parte del pueblo venezolano, aun en condiciones adversas. Incluso con aquellos que pudieran estar ‘desilusionados’ con el actual estado de cosas. La consultora opositora Datanálisis, en un reciente sondeo, muestra que al menos 5 de cada 10 venezolanos sigue reivindicando el legado de Chávez. Hinterlaces, por otro lado, muestra que hay una progresiva recuperación del oficialismo ante las nuevas iniciativas económicas.
c) La oposición sigue mostrando dos tendencias nítidas, en una similar situación a la vivida en 2014: un sector dialoguista y otro abiertamente rupturista, que exige ‘calentar la calle’ nuevamente. Capriles, que pertenecía al primer bando dos años atrás, ahora parece abonar a una línea más confrontativa, parecida a la que comandó en 2013, tras el triunfo de Maduro. Esa puja, lejos de quedar enterrada tras la victoria de la MUD en diciembre, sigue sobre la mesa y se acrecentó. Unos culpan a otros de que Maduro siga en Miraflores y viceversa. Los sectores más radicales, con Tintori y Machado a la cabeza, buscan una insurrección antichavista para la cual no parece haber condiciones objetivas a mediano plazo, tal como queda demostrado en el punto previo.
d) La progresiva subida en los precios internacionales del petróleo y una mejora en indicadores como el riesgo país parecen demostrar que es posible un rebote luego de meses de profundas complejidades. Sobre el primer planteo, la reciente gira de Maduro por países de la OPEP y no OPEP deja un piso de acuerdos que haría prever un crecimiento de expectativas de cara al año próximo.
En conclusión, con la Navidad y las vacaciones cerca parece lejano un inminente ‘derrumbe institucional’ como el que se plantea un sector de la MUD. El referendo también parece lejano, ya que la derecha debería juntar nuevamente el 1% de firmas en los 5 estados impugnados. Sin embargo, la estrategia de ‘calentar la calle’ buscará ser legitimada nuevamente, sobre todo desde el plano internacional: las condiciones regionales -sobre todo Argentina y Brasil, por sus respectivos nuevos gobiernos- son bien distintas a 2014, cuando las guarimbas buscaron derrocar a Maduro. Pero la MUD deberá tener bien claro algo: aun cuando cuente con un indisimulable apoyo externo, deberá primero construir condiciones de gobernabilidad a lo interno, algo impensado si al menos 5 de cada 10 venezolanos siguen reivindicando el legado de Hugo Chávez. A fin de cuentas, se puede intentar erosionar y deslegitimar a un gobierno a distancia, pero no se puede gobernar (y ser elegido previamente) solo con rimbombantes declaraciones de la Organización de los Estados Americanos (OEA).