Ilitch Verduga Vélez
"La obtusa enemiga de la historia" llamó con certeza y valentía nuestro gran Alfredo Pareja Diezcanseco a la agencia de inteligencia norteamericana en 1975, precisamente cuando la Comisión Church, del Congreso de Estados Unidos, mostraba la involucración de sus agentes en el putsch de Pinochet contra Allende y el encubrimiento de los crímenes y violaciones de DD.HH. en Chile.
La implacable e innoble pendencia de ese órgano de espionaje extranjero en contra de grandes o pequeños terruños como el nuestro es habitual, siendo compatible con aquel "destino manifiesto" esgrimido por la administración del Norte, en sus nexos exteriores. Y a pesar y en conciencia que doctrinas del derecho internacional solventan principios de no intervención y libre determinación para las naciones, que deberían normar los vínculos de los Estados para una coexistencia pacífica de mutuo beneficio para todos, sigue perdurando en prácticas nefastas a lo largo y ancho del orbe. Subvertir y desestabilizar a los gobiernos, reclutando políticos y unos pocos dirigentes de ONG, en estratos de clase media y alta para lograr sus fines, es un libreto muy conocido. En nuestra patria, el golpe de Estado de 1963, que derrocó a Carlos Julio Arosemena, mostró la acción directa de la CIA en el 'Cuartelazo', que el jefe local del espionaje, el fallecido Philip Agee, describió con pelos y señales dando la lista de los 'colaboradores' en esos hechos dolosos, muchos de los cuales eran adscritos al régimen, amigos del presidente caído, periodistas y patrones que cobraron las treinta monedas.
Hoy nuestra patria está inmersa en un clima sedicioso generado por la reacción interna y foránea. La estrategia facciosa, tantas veces denunciada, está en ejecución, una acción golpista, ilegítima e ilegal por definición y principios, aunque esté apadrinada por la mediocracia y banqueros aptos para dejar su sangre en el sillón del dentista. No está planificada para un ejercicio breve, de paro, donde cientos de personas caminan, gritan, frenan el tránsito de vehículos y habitantes, dañan carreteras, agreden a policías. Incendian e impiden el trabajo redentor. No, lo que está en el fondo de esta conjura -que tal vez desconozca algún jefe de la caminata- es un hecho de recomposición neoliberal, el delirante proyecto de la derecha económica y política; abolir la Constitución de Montecristi y volver con sus leyes emblemáticas: tercerización laboral, privatizaciones, sujeción y dependencia; amnistía a banqueros corruptos y partículas de mando a una izquierda extraviada, maniqueísta y a la regencia indigenista, y que inconscientes generen el golpe blando y derriben al gobierno constitucional y legítimo, bajo la batuta del titiritero mayor. La ciudadanía no puede ser espectadora de sucesos viles y debe batir a los violentos, en paz, en el terreno que sea, en calles y plazas de la república; en las redes sociales, donde se refugian renegados que -parafraseando a Warhol- demandan 15 segundos de poder. Advertir a funcionarios y administradores de todas las funciones estatales que accionares confusos, oportunistas y deleznables no serán tolerados jamás.
El exmandatario Clinton consideró que la seguridad de su país fuera planteada en términos que EE.UU. sea 'orientador' del mundo y no su dirigente, tal iniciativa se convirtió en cenizas en época de Bush y ahora el planeta conoce los casos escabrosos de atisbos ilegales de parte de servicios secretos de EE.UU. para espiar a líderes de Occidente. Entonces, ¿qué le queda al Ecuador, en esta disyuntiva siniestra?, ¿someterse a los designios imperiales y de sus agentes o luchar con denuedo? Nuestro pueblo dijo ya la última palabra. No pasarán los traidores y jamás volverá el entreguismo.