José Mª Castillo
El conocido empresario multimillonario Warren Buffet lo dijo seguro de sí mismo: “Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido”. Este multimillonario voceaba el triunfo de los empresarios desde su sólida instalación en lo que el Nobel de Economía, Paul Krugmann, ha calificado como “el moderno conservadurismo (que) se entrega a la idea de que las claves de la prosperidad son los mercados sin restricciones y la búsqueda sin trabas del beneficio económico y personal”. Esto es lo que importa. Y esto es lo que manda ahora mismo en la economía y en la política mundiales. Y si no, que se lo pregunten a los millones de parados, de desplazados, de inmigrantes y de gentes que cada día se mueren de hambre y de desesperación, como vemos y escuchamos en los informativos que nos dicen lo que realmente está ocurriendo en este momento.
Por eso esta mañana, leyendo el Evangelio, encontré un texto genial que me ha dado que pensar. Me refiero a la parábola del propietario que buscaba trabajadores para su viña (Mt 20, 1-16). No entro en las cuestiones discutidas que analizan los especialistas en el estudio del Nuevo Testamento. Sea lo que sea de esas cuestiones, yo encuentro en la parábola tres cosas que - según creo - están muy claras:
1) El empresario de la viña se pasó el día buscando parados para darles trabajo.
2) El empresario de la viña apostó por la igualdad de todos a la hora de pagarles el jornal.
3) El empresario de la viña empezó por los últimos (Mt 20, 8) y privilegió a los últimos (Mt 20, 16), los que, habiendo trabajado menos, ganaron lo mismo que los que había trabajado más. Es evidente, por tanto, que lo importante, para este extraño empresario, no era la ganancia, sino remediar el paro, acabar con las desigualdades y, si es que queremos privilegiar a alguien, a los primeros que tenemos que privilegiar es a los que están más abajo, a los últimos de este mundo.
¿Es esto realmente posible ahora mismo? Un empresario de nuestro tiempo y que tenga los pies en la tierra, ¿puede realmente asumir, con todas sus consecuencias, el proyecto de empresario que nos presenta esta parábola? Y sobre todo, ¿se puede aplicar a los empresarios una parábola que, en realidad, de quien hablaba es de Dios y no de ningún empresario de este mundo?
Por supuesto, que la interpretación tradicional de la parábola nos habla del comportamiento que tiene Dios con los mortales, no de las relaciones de los empresarios con sus trabajadores. Pero, ¿quiénes somos nosotros para ponerle limitaciones al Evangelio, en su fuerza y en sus posibilidades, para decirnos, a nosotros hoy, una palabra elocuente y exigente para la situación que estamos viviendo?
Yo comprendo que es más cómodo poner al “empresario” en el cielo; y quedarnos nosotros con nuestras manos libres aquí en la tierra, para organizar las cosas como nos interesa o nos conviene. Pero, ¡por favor!, seamos honestos y no le pongamos límites al Evangelio. Ya nos advirtió el gran exegeta, que es Ulrich Luz, que, desde Orígenes hasta nuestros días, los intentos de aplicar esta parábola a situaciones actuales, indican las “nuevas potencialidades de sentido que tiene el viejo texto”. Y así lo suelen hacer no pocos profesores y predicadores cuando explican las parábolas.
En todo caso, los más serio y apremiante, que tenemos que afrontar en este momento, es que la economía y la política actuales, tal como vienen funcionando, lo que hasta ahora han conseguido es crear una brecha tan asombrosa entre ricos y pobres, que ya es (y será) insalvable durante décadas y quizás siglos.
¿Tiene esto arreglo? Está visto que ni la economía, ni la política, tal como funcionan actualmente, son capaces de resolver, ni siquiera detener, el asombroso desastre. Esto sólo tendrá arreglo en la medida en que surjan personas que, con un espíritu grande y al margen de cuanto nos dicen economistas y políticos, sean capaces de emprender con firmeza un nuevo camino. El camino que nos marca el Evangelio de los empresarios. Ya sé que esta solución no es realista. Es una auténtica utopía. Pero también es cierto que, en situaciones límite, sólo quienes tienen el coraje y la audacia de emprender en serio caminos de utopía, ésos son los que pueden ofrecernos una palabra de esperanza con futuro.
Por eso esta mañana, leyendo el Evangelio, encontré un texto genial que me ha dado que pensar. Me refiero a la parábola del propietario que buscaba trabajadores para su viña (Mt 20, 1-16). No entro en las cuestiones discutidas que analizan los especialistas en el estudio del Nuevo Testamento. Sea lo que sea de esas cuestiones, yo encuentro en la parábola tres cosas que - según creo - están muy claras:
1) El empresario de la viña se pasó el día buscando parados para darles trabajo.
2) El empresario de la viña apostó por la igualdad de todos a la hora de pagarles el jornal.
3) El empresario de la viña empezó por los últimos (Mt 20, 8) y privilegió a los últimos (Mt 20, 16), los que, habiendo trabajado menos, ganaron lo mismo que los que había trabajado más. Es evidente, por tanto, que lo importante, para este extraño empresario, no era la ganancia, sino remediar el paro, acabar con las desigualdades y, si es que queremos privilegiar a alguien, a los primeros que tenemos que privilegiar es a los que están más abajo, a los últimos de este mundo.
¿Es esto realmente posible ahora mismo? Un empresario de nuestro tiempo y que tenga los pies en la tierra, ¿puede realmente asumir, con todas sus consecuencias, el proyecto de empresario que nos presenta esta parábola? Y sobre todo, ¿se puede aplicar a los empresarios una parábola que, en realidad, de quien hablaba es de Dios y no de ningún empresario de este mundo?
Por supuesto, que la interpretación tradicional de la parábola nos habla del comportamiento que tiene Dios con los mortales, no de las relaciones de los empresarios con sus trabajadores. Pero, ¿quiénes somos nosotros para ponerle limitaciones al Evangelio, en su fuerza y en sus posibilidades, para decirnos, a nosotros hoy, una palabra elocuente y exigente para la situación que estamos viviendo?
Yo comprendo que es más cómodo poner al “empresario” en el cielo; y quedarnos nosotros con nuestras manos libres aquí en la tierra, para organizar las cosas como nos interesa o nos conviene. Pero, ¡por favor!, seamos honestos y no le pongamos límites al Evangelio. Ya nos advirtió el gran exegeta, que es Ulrich Luz, que, desde Orígenes hasta nuestros días, los intentos de aplicar esta parábola a situaciones actuales, indican las “nuevas potencialidades de sentido que tiene el viejo texto”. Y así lo suelen hacer no pocos profesores y predicadores cuando explican las parábolas.
En todo caso, los más serio y apremiante, que tenemos que afrontar en este momento, es que la economía y la política actuales, tal como vienen funcionando, lo que hasta ahora han conseguido es crear una brecha tan asombrosa entre ricos y pobres, que ya es (y será) insalvable durante décadas y quizás siglos.
¿Tiene esto arreglo? Está visto que ni la economía, ni la política, tal como funcionan actualmente, son capaces de resolver, ni siquiera detener, el asombroso desastre. Esto sólo tendrá arreglo en la medida en que surjan personas que, con un espíritu grande y al margen de cuanto nos dicen economistas y políticos, sean capaces de emprender con firmeza un nuevo camino. El camino que nos marca el Evangelio de los empresarios. Ya sé que esta solución no es realista. Es una auténtica utopía. Pero también es cierto que, en situaciones límite, sólo quienes tienen el coraje y la audacia de emprender en serio caminos de utopía, ésos son los que pueden ofrecernos una palabra de esperanza con futuro.